De la semicolonia al proteccionismo
Por: Damián Cinquemani
Los mitos de la Argentina potencia y de la Argentina decadente. Cómo nos engañan y cómo responderles a los nuevos liberales argentinos.
“Antes de Perón éramos potencia mundial”, dicen las voces a veces anónimas de las redes sociales, repitiendo lo que dicen en la tele.
“Con Perón entramos en la decadencia”, recurren los mismos para expresar tanto odio, como siempre, hacia el movimiento más popular del país. Hay que saber que ese odio no es de ahora, porque en sí remite al origen: existe desde aquel 19 de septiembre del año 1945, cuando algunas minorías oficiaron de voz del poder para lograr la encarcelación de un coronel que meses, años y hasta vidas después lograría entrar en el alma y cuerpo de nuestro Pueblo trabajador.
Y es que en este contexto nacional de entrega de la Patria, nos vemos obligados a tener que desmentir algunas -nuevas- zonceras.
La Argentina potencia del pre-peronismo
“Antes de 1945 éramos potencia mundial”. Fácil: la derribaremos diciendo que ningún país semicolonial podría ser potencia mundial.
¿A qué precio “crecíamos” económicamente en aquella etapa? Lo pagábamos teniendo a la política inmigratoria como único potencial, pudiendo solo exportar materia prima al Imperio Británico, a la Europa industrial, a cambio de manufacturas que podíamos fabricarlas en el mercado local.
En 1838, un cónsul inglés llamado William Parish, decía: “En la población del campo -argentino- las manufacturas de Gran Bretaña han llegado a ser artículos de primera necesidad. El gaucho andaba todo cubierto de ellas […] las ollas, los platos, el cuchillo, el poncho, las espuelas, el freno… todo venía de Inglaterra”.
Y es que, para las generaciones dirigenciales del Estado argentino -opositoras al rosismo en 1838, que gobernaron al país desde 1852-, y sobre todo las del Régimen Oligárquico -con la “generación del ’80-), el sujeto popular solo podía ser pulcro y civilizado si se pintaba de paisaje europeo. Por eso la clase dirigente de la época estaba maravillada e hipnotizada con aquella Europa industrial.
De acuerdo al relato de la oligarquía, todo lo americano era salvaje y bárbaro y solo traía atraso. Por lo que sólo podría cumplir funciones como mano de obra con salarios altos, a partir de las ganancias exorbitantes que generaba la oligarquía terrateniente, sobre todo de la Pampa húmeda.
Pero esta es otra zoncera. Está sabido que la producción agraria exportadora que gobernó la Argentina justamente entre 1880 y 1916 ofició -y oficia- como conductora de un modelo propicio para la concentración de la riqueza en pocas manos. Un modelo que, como ya sabemos, solo trae miseria y destruye al Pueblo.
Ya lo decía Mariano Moreno (en 1810): “La riqueza en pocas manos, es como el agua estancada, se pudre”.
El hecho maldito del país oligarca
Tomando lo que decía Moreno, para que esa agua no se pudra debía seguir su curso río abajo. Y ese curso de agua trajo al peronismo a la vida política argentina. ¿Podíamos ser potencia mundial siendo el supermercado del mundo? La respuesta es sí, aunque, ¿a qué precio? ¿No sería mejor producir industrialmente en el mercado local y ofrecer la competencia a los mercados europeos con producción nacional, protegiendo el mercado interno?
Desde 1946 hasta 1952, el gobierno de Perón realizó el Primer Plan Quinquenal aprovechando la Europa de posguerra, estableciendo derechos para los trabajadores argentinos como artesanos, peones rurales y también industriales, entendiendo y defendiendo su realidad. Crecimos aún más que bajo el modelo anterior, con mayor población en el país. Dejamos de ser una semicolonia para pasar a ser un país autosuficiente, apelando pura y exclusivamente a esa filosofía que los oligarcas y variopintos liberales repudian: el proteccionismo.
¿Y qué hechos marcaron esta transición del semicolonialismo al proteccionismo? Fácil, podemos mencionar: la nacionalización del comercio exterior (a través del IAPI); la nacionalización de los ferrocarriles, de los puertos y de los servicios públicos; la nacionalización del Banco Central -que venía siendo manejado por bancos privados con hegemonía de la banca inglesa-; la nacionalización de los bancos y el pago total de la deuda externa en 1948 -deuda contraída en 1825 por Rivadavia-. Finalmente, la negativa de integrar el Fondo Monetario Internacional también fue un hecho vital.
Y todas estas políticas son fácilmente traducibles en números: en 10 años, el PBI de la Argentina creció un 35,9% -con picos de un 11% anual en 1947 y caídas del 6% en 1952, promediando un 3,5% anual para el período-.
De esta manera el subsuelo de la Patria sublevado presenta en Perón el sueño de la Argentina libre, justa y soberana. Una Argentina que en la actualidad debemos seguir defendiendo, porque como dice la verdad peronista número uno: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés, el del Pueblo”.
A partir de la lectura de estas líneas, la tarea es salir a dar una demostración de consciencia popular. Porque la única verdad es la realidad: con el peronismo derrocado y proscripto es que llegó la verdadera decadencia argentina.
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“Con Perón entramos en la decadencia”, recurren los mismos para expresar tanto odio, como siempre, hacia el movimiento más popular del país. Hay que saber que ese odio no es de ahora, porque en sí remite al origen: existe desde aquel 19 de septiembre del año 1945, cuando algunas minorías oficiaron de voz del poder para lograr la encarcelación de un coronel que meses, años y hasta vidas después lograría entrar en el alma y cuerpo de nuestro Pueblo trabajador.
Y es que en este contexto nacional de entrega de la Patria nos vemos obligados a tener que desmentir algunas -nuevas- zonceras.
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“Antes de 1945 éramos potencia mundial”. Fácil: la derribaremos diciendo que ningún país semicolonial podría ser potencia mundial.
¿A qué precio “crecíamos” económicamente en aquella etapa? Lo pagábamos teniendo a la política inmigratoria como único potencial, pudiendo solo exportar materia prima al Imperio Británico, a la Europa industrial, a cambio de manufacturas que podíamos fabricarlas en el mercado local.
En 1838, un cónsul inglés llamado William Parish, decía: “En la población del campo -argentino- las manufacturas de Gran Bretaña han llegado a ser artículos de primera necesidad. El gaucho andaba todo cubierto de ellas […] las ollas, los platos, el cuchillo, el poncho, las espuelas, el freno… todo venía de Inglaterra”.
Y es que, para las generaciones dirigenciales del Estado argentino -opositoras al rosismo en 1838, que gobernaron al país desde 1852-, y sobre todo las del Régimen Oligárquico -con la “generación del ’80-), el sujeto popular solo podía ser pulcro y civilizado si se pintaba de paisaje europeo. Por eso la clase dirigente de la época estaba maravillada e hipnotizada con aquella Europa industrial.
De acuerdo al relato de la oligarquía, todo lo americano era salvaje y bárbaro y solo traía atraso. Por lo que sólo podría cumplir funciones como mano de obra con salarios altos, a partir de las ganancias exorbitantes que generaba la oligarquía terrateniente, sobre todo de la Pampa húmeda.
Pero esta es otra zoncera. Está sabido que la producción agraria exportadora que gobernó la Argentina justamente entre 1880 y 1916 ofició -y oficia- como conductora de un modelo propicio para la concentración de la riqueza en pocas manos. Un modelo que, como ya sabemos, solo trae miseria y destruye al Pueblo.
Ya lo decía Mariano Moreno (en 1810): “La riqueza en pocas manos, es como el agua estancada, se pudre”.
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Tomando lo que decía Moreno, para que esa agua no se pudra debía seguir su curso río abajo. Y ese curso de agua trajo al peronismo a la vida política argentina. ¿Podíamos ser potencia mundial siendo el supermercado del mundo? La respuesta es sí, aunque, ¿a qué precio? ¿No sería mejor producir industrialmente en el mercado local y ofrecer la competencia a los mercados europeos con producción nacional, protegiendo el mercado interno?
Desde 1946 hasta 1952, el gobierno de Perón realizó el Primer Plan Quinquenal aprovechando la Europa de posguerra, estableciendo derechos para los trabajadores argentinos como artesanos, peones rurales y también industriales, entendiendo y defendiendo su realidad. Crecimos aún más que bajo el modelo anterior, con mayor población en el país. Dejamos de ser una semicolonia para pasar a ser un país autosuficiente, apelando pura y exclusivamente a esa filosofía que los oligarcas y variopintos liberales repudian: el proteccionismo.
¿Y qué hechos marcaron esta transición del semicolonialismo al proteccionismo? Fácil, podemos mencionar: la nacionalización del comercio exterior (a través del IAPI); la nacionalización de los ferrocarriles, de los puertos y de los servicios públicos; la nacionalización del Banco Central -que venía siendo manejado por bancos privados con hegemonía de la banca inglesa-; la nacionalización de los bancos y el pago total de la deuda externa en 1948 -deuda contraída en 1825 por Rivadavia-. Finalmente, la negativa de integrar el Fondo Monetario Internacional también fue un hecho vital.
Y todas estas políticas son fácilmente traducibles en números: en 10 años, el PBI de la Argentina creció un 35,9% -con picos de un 11% anual en 1947 y caídas del 6% en 1952, promediando un 3,5% anual para el período-.
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