¿Cuánto más?

¿Cuánto más?

Por:  Camila Alfageme

Siento el horror en el cuerpo desde alrededor de las 9 de la mañana cuando leí el comunicado de H.I.J.O.S. Me empezaron a llegar mensajes de las/os compañeras/os cercanos con quienes venimos conversando ya desde hace un tiempo sobre el clima enrarecido que estamos percibiendo y nos preocupa.


El horror no se me va. Es una mezcla de piel de gallina, asco, incomodad, de la que se siente cuando no estás segura, cuando no hay ley, cuando la ley es el terror. Es que conjugaron los dos miedos más profundos de cualquier militante mujer: la persecución política y la violación. No hay sorpresa. Es un pasito más en la escalera que les dejamos construir y les estamos dejando subir.

Si hubiera que marcar un quiebre en la historia reciente, sería el 1 de septiembre de 2022 cuando intentaron asesinar a la entonces Vicepresidenta y conductora del movimiento político más grande de la Argentina. Sí, la quisieron asesinar. Cuando lo recuerdo tengo la sensación de que no tomamos dimensión de lo que eso significaba. Que si le hubiera pasado a la Vice de cualquier otro presidente o a la dirigente de cualquier otro movimiento nacional nos hubiéramos enardecido como no hicimos con nuestra jefa. Es que eso también fue planificado. Los medios, los partidos, la justicia… todos, enseguida, entendieron lo que tenían que hacer: negar. No sé si alguna vez en nuestra larga historia de violencia política pasó, como ese día, que una cámara de televisión grabara el momento exacto en el que le gatillaron en la cabeza a Cristina.

Sin embargo, lo negaron. Una y otra vez. Lo negaron tanto que no lograron convencernos de que esa arma no había existido, pero sí de que no era tan importante. Y las/os que cantábamos “si la tocan a Cristina…” nos quedamos inertes viendo por tele como casi la mataban. Nos quedamos por obedientes, por leales, porque lo dice no sé quién y coso. Nos pidieron paciencia y calma y cumplimos (sí, nos pidieron). Pero lo que obtuvimos no fue ni justicia ni paz, sino más violencia, y la derecha. No le echo la culpa a nuestra dirigencia de no iniciar la guerra civil que se podría haber desatado, pero nadie comprendió en ese momento que no era contra Cristina sino contra todas/os nosotras/os. Y ahora, ¿Qué hacemos? Si nos están persiguiendo a todas/os pero de a unos y por separado.

Permitimos que la derecha avanzara a paso firme con su plan sistemático de desprestigio de la política, del Estado, de la militancia y del peronismo. Sobre todo del peronismo. Dejamos por mucho tiempo que Cristina fuera una mala palabra. Nos comimos la curva de que para la campaña era mejor parecernos a ellos y pusimos al más casta, mientras la ocultamos a ella, la del 54% y las Plazas. Sí, a la misma Cristina que meses antes quisieron asesinar porque de tan importante que sigue siendo para este pueblo sabían que sólo así podrían bajarla. Pero parece que lo tenían más claro ellos que nosotras/os, que no hicimos nada.

Tampoco vimos, en ese momento, que la operación de deslegitimación de la política (a la que mucho ayudamos) no estaba en proceso sino consumada.

La imagen del intento de asesinato era clara y las pruebas también. Sin embargo, para gran parte de la sociedad, fue una operación política más. Es que logramos que ya no les creyeran a ellos, pero tampoco a nosotras/os.

Ahí, cuando no hicimos nada, cuando nuestra dirigencia se quedó callada, cuando la militancia se quedó en la básica, ellos ganaron. Ganaron y avanzaron mucho, sin titubear. Recogieron el malestar social al que abonó un gobierno que utilizó nuestra identidad política, nuestra estructura partidaria y nuestro caudal electoral para mantener el statu quo y condenarnos, otra vez, al lugar del privilegio, frente a un pueblo que dejó de festejar los cumpleaños, primero por pandemia, pero después por hambre. Un gobierno que, encima, entregó a Cristina. Pero no hicimos nada.

En la generación de quienes tenemos alrededor de 30 años y nos formamos como militantes al calor del kircherismo -con todo lo que eso significa en términos de una manera específica de concebir la política (tema para otra nota)-, aprendimos a militar poniendo en valor la recuperación democrática, la idea de paz y la reivindicación del consenso social como algo no sólo deseable sino factible. Por un momento, pensamos que esos años felices iban a durar para siempre, que los tiempos oscuros eran parte del pasado y que la memoria que habitamos era garantía suficiente para que la historia no se repitiera.

El germen estuvo siempre ahí y Macri fue un golpe muy duro. A muchas/os nos llevó años entender. Algunas/os dirigentes no perdonaron nuestra ingenuidad y tuvimos que aprender solas/os a reconstruir nuestra épica. Pero entendimos. Entendimos, sólo por el paso del tiempo y la maduración de nuestras ideas, que había iniciado un nuevo ciclo político en la Argentina porque de eso se trataba en nuestro país, de ciclos. Que siempre fue así y que así seguirá siendo, porque la “grieta” -que quisieron dar por novedosa para justificar lo que vendría- es parte constitutiva de una sociedad que, estructurada en la desigualdad, se organiza y da pelea.

Es que, pensándolo así, es difícil en retrospectiva no decir que se veía venir. Cuando a nosotras/os la historia nos dio la oportunidad de un presidente inesperado, tomamos las banderas y avanzamos ¿Se podría haber avanzado más? La verdad que no soy de las que creen que es tan sencillo decir que sí, más aún con el diario de hoy, por eso invito a reflexionar sobre el poder real. El que no descansa y opera, diseminado, a través de los medios de comunicación que niegan, de la justicia que encubre, de las fuerzas armadas que se envalentonan, de los cultos que hacen más llevadera la injusticia y de la política que habilita. Pero que opera, sobre todo, en la sociedad que legitima.

Lograron que, poco a poco, cada almacenera/o, tachera/o y empleada/o municipal, se convenza de que el mundo así funciona y así debe funcionar. Porque el poder no es una persona. Si hay algo que nos enseñó la teoría social es que los procesos sociales son resultado de andamiajes complejos; que los militares torturadores eran personas, la banalidad del mal, la obediencia debida y el por algo será; todas/os como sociedad entrando en el sostenimiento, la justificación y la legitimación de un sistema represivo perpetrado por y para el poder real.

Creo que lo verdaderamente preocupante hoy, que se instaló ese 01/09/2022, es la legitimidad social de la violencia que constituye la instauración de un nuevo clima de época. El primer episodio, el atentado contra Cristina, fue orquestado, organizado, financiado, planificado y consumado con el fin de dar inicio a una nueva etapa. Pero la mayoría de los episodios que le siguieron fueron llevados a cabo por hijas/os de vecinas/os que entendieron que estaban habilitadas/os a cometer actos de violencia de distinto tipo y no serían juzgadas/os ni judicial ni socialmente. Pintadas en locales partidarios, amenazas en casas de militantes, agresiones físicas en la vía pública, gatillo fácil, saqueos a comercios y en mi ciudad, Mar del Plata, hasta llegaron a tocar una fibra especialmente sensible de nuestra memoria colectiva: se robaron el busto de Evita.

La pregunta es: ¿qué pasó después? ¿Cómo reaccionamos nosotros en tanto movimiento político gobernante ayer y como principal oposición hoy? ¿Cómo avanzó la justicia, cómo abordaron los medios, qué hizo la dirigencia política y qué comentaron las/os ciudadanas/os de a pie? ¿Por qué nos permitimos un Presidente que ni se ocupó ni nos dejó ocuparnos? No es el objetivo de esta nota responder a esas preguntas sino plantearlas para reflexionar críticamente ahora, que todavía estamos a tiempo, porque la bala no salió y a la compañera la dejaron con vida ¿Vamos a dejar que el miedo nos paralice, otra vez?

Creo que en lo que viene sucediendo hasta ahora está la respuesta de cómo puede seguir. La violencia está dirigida sobre nosotras/os. Nuestra dirigencia debe estar a la altura, nosotras/os también ¿cómo se detiene a un poder hegemónico que viene instalando la idea de que algunas/os no tenemos que existir más? No lo sé. Sólo tenemos la historia para aprender y, en mi ciudad también, a Silvia Filler la asesinó un grupo parapolicial en una asamblea estudiantil 5 años antes de que empezara la dictadura. A Coca Maggi le entró a la casa un grupo de derechistas, en plena democracia, y a ella no la devolvieron viva. Mujeres, perseguidas, ultrajadas.

Les molesta nuestro fervor, nuestro idealismo, nuestro fanatismo y, sobretodo, nuestra determinación. Es que luchamos desde una comprensión acabada de la injusticia y la desigualdad que sólo podemos sentir quienes la sufrimos pero no la aceptamos.

Mercenarios de la derecha gobernante de nuestro país investigaron ilegalmente a una mujer militante de derechos humanos, ingresaron a su domicilio, la secuestraron, la amenazaron de muerte y abusaron sexualmente de ella, por sus propias ideas políticas y por todas las que representa ¿La vamos a dejar sola? ¿Vamos a esperar la próxima?

Son días movilizantes para quienes todavía creemos en el país que soñaron los 30.000, para quienes humildemente nos esforzamos cada día en seguir su ejemplo y recuperar su lucha. En este marco de conmemoración activa, ayer, alguien se preguntó: ¿cuál es la diferencia entre aquel momento y este, para que en la política se habilite un disparo a la cabeza en una asamblea estudiantil? El clima de época, se respondió. A despertar, compañeras/os. Ellos creen que sembrando miedo nos tendrán sumisos. Demostremos que sólo alimentan nuestra resistencia. Salgamos a dar testimonio en tiempos difíciles y estemos a la altura del momento histórico con nuestro fierro de hoy: la militancia.

Por los 30.000, por Néstor y por los que vendrán.

Nunca más

  

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El horror no se me va. Es una mezcla de piel de gallina, asco, incomodad, de la que se siente cuando no estás segura, cuando no hay ley, cuando la ley es el terror. Es que conjugaron los dos miedos más profundos de cualquier militante mujer: la persecución política y la violación. No hay sorpresa. Es un pasito más en la escalera que les dejamos construir y les estamos dejando subir.

Si hubiera que marcar un quiebre en la historia reciente, sería el 1 de septiembre de 2022 cuando intentaron asesinar a la entonces Vicepresidenta y conductora del movimiento político más grande de la Argentina. Sí, la quisieron asesinar. Cuando lo recuerdo tengo la sensación de que no tomamos dimensión de lo que eso significaba. Que si le hubiera pasado a la Vice de cualquier otro presidente o a la dirigente de cualquier otro movimiento nacional nos hubiéramos enardecido como no hicimos con nuestra jefa. Es que eso también fue planificado. Los medios, los partidos, la justicia… todos, enseguida, entendieron lo que tenían que hacer: negar. No sé si alguna vez en nuestra larga historia de violencia política pasó, como ese día, que una cámara de televisión grabara el momento exacto en el que le gatillaron en la cabeza a Cristina.

Sin embargo, lo negaron. Una y otra vez. Lo negaron tanto que no lograron convencernos de que esa arma no había existido, pero sí de que no era tan importante. Y las/os que cantábamos “si la tocan a Cristina…” nos quedamos inertes viendo por tele como casi la mataban. Nos quedamos por obedientes, por leales, porque lo dice no sé quién y coso. Nos pidieron paciencia y calma y cumplimos (sí, nos pidieron). Pero lo que obtuvimos no fue ni justicia ni paz, sino más violencia, y la derecha. No le echo la culpa a nuestra dirigencia de no iniciar la guerra civil que se podría haber desatado, pero nadie comprendió en ese momento que no era contra Cristina sino contra todas/os nosotras/os. Y ahora, ¿Qué hacemos? Si nos están persiguiendo a todas/os pero de a unos y por separado.

Permitimos que la derecha avanzara a paso firme con su plan sistemático de desprestigio de la política, del Estado, de la militancia y del peronismo. Sobre todo del peronismo. Dejamos por mucho tiempo que Cristina fuera una mala palabra. Nos comimos la curva de que para la campaña era mejor parecernos a ellos y pusimos al más casta, mientras la ocultamos a ella, la del 54% y las Plazas. Sí, a la misma Cristina que meses antes quisieron asesinar porque de tan importante que sigue siendo para este pueblo sabían que sólo así podrían bajarla. Pero parece que lo tenían más claro ellos que nosotras/os, que no hicimos nada.

Tampoco vimos, en ese momento, que la operación de deslegitimación de la política (a la que mucho ayudamos) no estaba en proceso sino consumada.

La imagen del intento de asesinato era clara y las pruebas también. Sin embargo, para gran parte de la sociedad, fue una operación política más. Es que logramos que ya no les creyeran a ellos, pero tampoco a nosotras/os.

Ahí, cuando no hicimos nada, cuando nuestra dirigencia se quedó callada, cuando la militancia se quedó en la básica, ellos ganaron. Ganaron y avanzaron mucho, sin titubear. Recogieron el malestar social al que abonó un gobierno que utilizó nuestra identidad política, nuestra estructura partidaria y nuestro caudal electoral para mantener el statu quo y condenarnos, otra vez, al lugar del privilegio, frente a un pueblo que dejó de festejar los cumpleaños, primero por pandemia, pero después por hambre. Un gobierno que, encima, entregó a Cristina. Pero no hicimos nada.

En la generación de quienes tenemos alrededor de 30 años y nos formamos como militantes al calor del kircherismo -con todo lo que eso significa en términos de una manera específica de concebir la política (tema para otra nota)-, aprendimos a militar poniendo en valor la recuperación democrática, la idea de paz y la reivindicación del consenso social como algo no sólo deseable sino factible. Por un momento, pensamos que esos años felices iban a durar para siempre, que los tiempos oscuros eran parte del pasado y que la memoria que habitamos era garantía suficiente para que la historia no se repitiera.

El germen estuvo siempre ahí y Macri fue un golpe muy duro. A muchas/os nos llevó años entender. Algunas/os dirigentes no perdonaron nuestra ingenuidad y tuvimos que aprender solas/os a reconstruir nuestra épica. Pero entendimos. Entendimos, sólo por el paso del tiempo y la maduración de nuestras ideas, que había iniciado un nuevo ciclo político en la Argentina porque de eso se trataba en nuestro país, de ciclos. Que siempre fue así y que así seguirá siendo, porque la “grieta” -que quisieron dar por novedosa para justificar lo que vendría- es parte constitutiva de una sociedad que, estructurada en la desigualdad, se organiza y da pelea.

Es que, pensándolo así, es difícil en retrospectiva no decir que se veía venir. Cuando a nosotras/os la historia nos dio la oportunidad de un presidente inesperado, tomamos las banderas y avanzamos ¿Se podría haber avanzado más? La verdad que no soy de las que creen que es tan sencillo decir que sí, más aún con el diario de hoy, por eso invito a reflexionar sobre el poder real. El que no descansa y opera, diseminado, a través de los medios de comunicación que niegan, de la justicia que encubre, de las fuerzas armadas que se envalentonan, de los cultos que hacen más llevadera la injusticia y de la política que habilita. Pero que opera, sobre todo, en la sociedad que legitima.

Lograron que, poco a poco, cada almacenera/o, tachera/o y empleada/o municipal, se convenza de que el mundo así funciona y así debe funcionar. Porque el poder no es una persona. Si hay algo que nos enseñó la teoría social es que los procesos sociales son resultado de andamiajes complejos; que los militares torturadores eran personas, la banalidad del mal, la obediencia debida y el por algo será; todas/os como sociedad entrando en el sostenimiento, la justificación y la legitimación de un sistema represivo perpetrado por y para el poder real.

Creo que lo verdaderamente preocupante hoy, que se instaló ese 01/09/2022, es la legitimidad social de la violencia que constituye la instauración de un nuevo clima de época. El primer episodio, el atentado contra Cristina, fue orquestado, organizado, financiado, planificado y consumado con el fin de dar inicio a una nueva etapa. Pero la mayoría de los episodios que le siguieron fueron llevados a cabo por hijas/os de vecinas/os que entendieron que estaban habilitadas/os a cometer actos de violencia de distinto tipo y no serían juzgadas/os ni judicial ni socialmente. Pintadas en locales partidarios, amenazas en casas de militantes, agresiones físicas en la vía pública, gatillo fácil, saqueos a comercios y en mi ciudad, Mar del Plata, hasta llegaron a tocar una fibra especialmente sensible de nuestra memoria colectiva: se robaron el busto de Evita.

La pregunta es: ¿qué pasó después? ¿Cómo reaccionamos nosotros en tanto movimiento político gobernante ayer y como principal oposición hoy? ¿Cómo avanzó la justicia, cómo abordaron los medios, qué hizo la dirigencia política y qué comentaron las/os ciudadanas/os de a pie? ¿Por qué nos permitimos un Presidente que ni se ocupó ni nos dejó ocuparnos? No es el objetivo de esta nota responder a esas preguntas sino plantearlas para reflexionar críticamente ahora, que todavía estamos a tiempo, porque la bala no salió y a la compañera la dejaron con vida ¿Vamos a dejar que el miedo nos paralice, otra vez?

Creo que en lo que viene sucediendo hasta ahora está la respuesta de cómo puede seguir. La violencia está dirigida sobre nosotras/os. Nuestra dirigencia debe estar a la altura, nosotras/os también ¿cómo se detiene a un poder hegemónico que viene instalando la idea de que algunas/os no tenemos que existir más? No lo sé. Sólo tenemos la historia para aprender y, en mi ciudad también, a Silvia Filler la asesinó un grupo parapolicial en una asamblea estudiantil 5 años antes de que empezara la dictadura. A Coca Maggi le entró a la casa un grupo de derechistas, en plena democracia, y a ella no la devolvieron viva. Mujeres, perseguidas, ultrajadas.

Les molesta nuestro fervor, nuestro idealismo, nuestro fanatismo y, sobretodo, nuestra determinación. Es que luchamos desde una comprensión acabada de la injusticia y la desigualdad que sólo podemos sentir quienes la sufrimos pero no la aceptamos.

Mercenarios de la derecha gobernante de nuestro país investigaron ilegalmente a una mujer militante de derechos humanos, ingresaron a su domicilio, la secuestraron, la amenazaron de muerte y abusaron sexualmente de ella, por sus propias ideas políticas y por todas las que representa ¿La vamos a dejar sola? ¿Vamos a esperar la próxima?

Son días movilizantes para quienes todavía creemos en el país que soñaron los 30.000, para quienes humildemente nos esforzamos cada día en seguir su ejemplo y recuperar su lucha. En este marco de conmemoración activa, ayer, alguien se preguntó: ¿cuál es la diferencia entre aquel momento y este, para que en la política se habilite un disparo a la cabeza en una asamblea estudiantil? El clima de época, se respondió. A despertar, compañeras/os. Ellos creen que sembrando miedo nos tendrán sumisos. Demostremos que sólo alimentan nuestra resistencia. Salgamos a dar testimonio en tiempos difíciles y estemos a la altura del momento histórico con nuestro fierro de hoy: la militancia.

Por los 30.000, por Néstor y por los que vendrán.

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