La Comunidad Organizada
como punto de partida
Por: Facundo Blachere
El insecto es el capitalismo posmoderno en su condición cuaternaria: económicamente, especula; políticamente, globaliza; culturalmente, coloniza/parodia; espiritualmente, seculariza.
Los peronistas no estamos de acuerdo con todo esto. Tenemos nuestra propia doctrina, la nacional justicialista, y está ubicada en la vereda de enfrente.
En la clase intitulada Comunidad Organizada, Perón reconoce en el estado del arte el bi-dominio global por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética. Ese dualidad está integrada por dos aristas: del lado del oeste, por la inflación del Yo como valor y medida de todas las cosas, quedando favorecidas de este modo las tendencias al relativismo moral y las causas particulares. Por el lado del este, por un sentimiento oceánico que se engulle maquinalmente todo rastro de individuo, operando con la misma lógica con que operan las sectas. Ni una cosa ni la otra, concluye el General ante este escenario.
A nivel mundial, lo que finalmente venció es la posición ideológica del oeste, también llamada capitalismo. Prevaleció en su versión de modelo de producción pero también como cosmovisión, es decir, como lente con que la realidad mediata es observada. La cosa en sí, el hecho, está perdido por estructura. Solo podemos montar sobre esa pérdida de origen un mito, un fantasma, la reconstrucción de la escena.
Este capitalismo triunfante cuenta con una serie de peculiaridades que debemos tener en cuenta. Preferiblemente deben ser repartidas en cuatro categorías: lo económico, lo político, lo cultural y lo espiritual.
- En lo económico, el capitalismo triunfante es especulativo. Prepondera la noción de flujo: el líquido no debe estabilizarse ni estancarse. Esto produce la quietud del hombre, que se inclina por las apuestas deportivas, la prostitución digital, la compra y venta de criptomonedas, la desesperación por pegarla en TikTok. En otras palabras, todo lo que justifica que hablemos de falta de cultura de trabajo tal y como siempre la conocimos, a saber, como fuente de dignidad humana y creación de valor.
- En lo político, el capitalismo triunfante es globalista. El sujeto tácito del capitalismo pregona a veces de manera directa y a veces de manera lateral el activismo de que en el mundo no haya más fronteras, en resumen, el acabose de los Estados-Naciones como estadío último en el desarrollo de los pueblos. Esto supone como resultado final, ideal e ideado, un régimen supremo de las corporaciones.
- En lo cultural, el capitalismo triunfante es relativista. Su principal recurso es el pastiche: absorbe elementos culturales de diversos orígenes -de las culturas derrotadas- y hace con eso cualquier cosa, básicamente una parodia que en algunos lugares se ha mal llamado inclusión o reivindicación. Esto se llama progresismo. Es por ejemplo Madonna haciendo (y deshaciendo al mismo tiempo, ese es el método) de Evita. Es una boca que se devora todo lo que está a su paso.
- En lo espiritual, el capitalismo triunfante es secular. Firmó finalmente el acta de defunción que Nietzsche había escrito varios años atrás. Muerto Dios, todo valor espiritual tiende a infinito en un desorden que es sólo horizontal salvo cuando lo que regula es el dios mercado. El secularismo es madre de todos los cultos que conocemos como contemporáneos: el yoga, la astrología, el tarot, la timba financiera, el folclore futbolístico, la eutanasia, etcétera. Todo este párrafo puede resumirse en dos palabras: new age.
En otros términos, este todavía nuevo estado de las cosas bien puede titularse posmodernidad. Es el resultado de la Guerra Fría y lo reconoce el propio Perón cuando habla de la insectificación. El insecto es el capitalismo posmoderno en su condición cuaternaria: económicamente, especula; políticamente, globaliza; culturalmente, coloniza/parodia; espiritualmente, seculariza.
Nosotros, los peronistas, no estamos de acuerdo con todo esto. Tenemos nuestra propia doctrina, la nacional justicialista, y está ubicada en la vereda de enfrente de lo antedicho. O sea: en lo económico, industrializa; en lo político, nacionaliza; en lo cultural, conserva; en lo espiritual, propone religarse con Dios.
«Hay que volver a Dios, último aviso», dijo en algún momento Lilita Carrió. Ahora bien, volver a Dios no quiere decir que haya que hacer de la fe un instrumento. La Fe es concedida supraterrenalmente por el don de la Gracia. No es una elección personal más en un tiempo donde solo hay elecciones personales. Nosotros no podemos obligar a nadie a creer místicamente en Dios. Lo que sí podemos hacer es ponderar a Dios como mediación entre el sujeto y el objeto, o sea, como fantasma. Se trata más bien de concederle a Dios un estatuto ético más que óntico.
La postulación ética de Dios traza el dibujo de un eje vertical que rompa el registro horizontal reinante en que todo vale lo mismo, ya sea el original o la copia, lo bueno y lo malo, lo heróico y lo infame, nosotros y ellos. El maldito pluralismo contra el que Schmitt combatía por borrar la dimensión de lo político. Para que no todo valor tienda a infinito, una Verdad Trascendental debe hacer de ancla. Con esta además se obtiene una orientación en lo real para que la praxis humana en lo micro y en lo macro no devenga un monigote acéfalo. O un insecto.
Roto el eje horizontal por un eje vertical, la figura que nos queda es, casualmente, la de una Cruz. De esa Cruz debemos partir.
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Los peronistas no estamos de acuerdo con todo esto. Tenemos nuestra propia doctrina, la nacional justicialista, y está ubicada en la vereda de enfrente.
En la clase intitulada Comunidad Organizada, Perón reconoce en el estado del arte el bi-dominio global por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética. Ese dualidad está integrada por dos aristas: del lado del oeste, por la inflación del Yo como valor y medida de todas las cosas, quedando favorecidas de este modo las tendencias al relativismo moral y las causas particulares. Por el lado del este, por un sentimiento oceánico que se engulle maquinalmente todo rastro de individuo, operando con la misma lógica con que operan las sectas. Ni una cosa ni la otra, concluye el General ante este escenario.
A nivel mundial, lo que finalmente venció es la posición ideológica del oeste, también llamada capitalismo. Prevaleció en su versión de modelo de producción pero también como cosmovisión, es decir, como lente con que la realidad mediata es observada. La cosa en sí, el hecho, está perdido por estructura. Solo podemos montar sobre esa pérdida de origen un mito, un fantasma, la reconstrucción de la escena.
Este capitalismo triunfante cuenta con una serie de peculiaridades que debemos tener en cuenta. Preferiblemente deben ser repartidas en cuatro categorías: lo económico, lo político, lo cultural y lo espiritual.
- En lo económico, el capitalismo triunfante es especulativo. Prepondera la noción de flujo: el líquido no debe estabilizarse ni estancarse. Esto produce la quietud del hombre, que se inclina por las apuestas deportivas, la prostitución digital, la compra y venta de criptomonedas, la desesperación por pegarla en TikTok. En otras palabras, todo lo que justifica que hablemos de falta de cultura de trabajo tal y como siempre la conocimos, a saber, como fuente de dignidad humana y creación de valor.
- En lo político, el capitalismo triunfante es globalista. El sujeto tácito del capitalismo pregona a veces de manera directa y a veces de manera lateral el activismo de que en el mundo no haya más fronteras, en resumen, el acabose de los Estados-Naciones como estadío último en el desarrollo de los pueblos. Esto supone como resultado final, ideal e ideado, un régimen supremo de las corporaciones.
- En lo cultural, el capitalismo triunfante es relativista. Su principal recurso es el pastiche: absorbe elementos culturales de diversos orígenes -de las culturas derrotadas- y hace con eso cualquier cosa, básicamente una parodia que en algunos lugares se ha mal llamado inclusión o reivindicación. Esto se llama progresismo. Es por ejemplo Madonna haciendo (y deshaciendo al mismo tiempo, ese es el método) de Evita. Es una boca que se devora todo lo que está a su paso.
- En lo espiritual, el capitalismo triunfante es secular. Firmó finalmente el acta de defunción que Nietzsche había escrito varios años atrás. Muerto Dios, todo valor espiritual tiende a infinito en un desorden que es sólo horizontal salvo cuando lo que regula es el dios mercado. El secularismo es madre de todos los cultos que conocemos como contemporáneos: el yoga, la astrología, el tarot, la timba financiera, el folclore futbolístico, la eutanasia, etcétera. Todo este párrafo puede resumirse en dos palabras: new age.
En otros términos, este todavía nuevo estado de las cosas bien puede titularse posmodernidad. Es el resultado de la Guerra Fría y lo reconoce el propio Perón cuando habla de la insectificación. El insecto es el capitalismo posmoderno en su condición cuaternaria: económicamente, especula; políticamente, globaliza; culturalmente, coloniza/parodia; espiritualmente, seculariza.
Nosotros, los peronistas, no estamos de acuerdo con todo esto. Tenemos nuestra propia doctrina, la nacional justicialista, y está ubicada en la vereda de enfrente de lo antedicho. O sea: en lo económico, industrializa; en lo político, nacionaliza; en lo cultural, conserva; en lo espiritual, propone religarse con Dios.
«Hay que volver a Dios, último aviso», dijo en algún momento Lilita Carrió. Ahora bien, volver a Dios no quiere decir que haya que hacer de la fe un instrumento. La Fe es concedida supraterrenalmente por el don de la Gracia. No es una elección personal más en un tiempo donde solo hay elecciones personales. Nosotros no podemos obligar a nadie a creer místicamente en Dios. Lo que sí podemos hacer es ponderar a Dios como mediación entre el sujeto y el objeto, o sea, como fantasma. Se trata más bien de concederle a Dios un estatuto ético más que óntico.
La postulación ética de Dios traza el dibujo de un eje vertical que rompa el registro horizontal reinante en que todo vale lo mismo, ya sea el original o la copia, lo bueno y lo malo, lo heróico y lo infame, nosotros y ellos. El maldito pluralismo contra el que Schmitt combatía por borrar la dimensión de lo político. Para que no todo valor tienda a infinito, una Verdad Trascendental debe hacer de ancla. Con esta además se obtiene una orientación en lo real para que la praxis humana en lo micro y en lo macro no devenga un monigote acéfalo. O un insecto.
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