El país de (la) Furia
Por: Juan Francisco López
Hay que salir del juego anterior, ese que ya dejó de funcionar. Hay que dejar de jugar al ajedrez cuando estamos en un Counter Strike. Basta de discutir las formas, que ahí son todos aburridos.
Casi seis meses de un Gran Hermano marcado por un fenómeno. Un personaje dispuesto a perder la compostura en cualquier momento y faltarle el respeto a todo lo que se ponga en su contra. Con delirios de grandeza y conspiración constante, no tiene ningún problema en liquidar a sus aliados más cercanos cuando siente la posibilidad de traición.
Y, extrañamente, siempre es la víctima de la traición, siempre el mundo está en su contra. No pasa por su cabeza la posibilidad de estar equivocada, no hay posibilidad de diálogo y siempre, siempre, desata su furia.
Es innegable lo hipnótico que resulta ver cómo en cuestión de segundos despliega toda su capacidad de violencia verbal acompañado de una prédica del incomprendido, de una genialidad que al resto les (nos) cuesta ver. En la era de los “genios incomprendidos”, ese comportamiento provoca una popularidad y un fandom a su favor con una lealtad inusitada para un reality televisivo.
El contexto tampoco ayuda. El resto de los participantes son, de mínima, aburridos mientras juegan un papel que dejó de funcionar. Ya no garpa el buenito, ni los valores, ni la hegemonía estética. Se quedaron en el pasado y sólo logran, a través de sus acciones, alimentar al león.
Son incapaces de voltear al enemigo incluso con su inestabilidad. Por otro lado, solo hay una manera de hacer las cosas: profundizar. Incluso si hay errores. Profundizar y fingir que todo es una victoria. Y efectivamente, lo es.
Si llegaste hasta acá, seguramente estés pensando que el fenómeno del reality se parece bastante a otro fenómeno que vemos todos los días. Otro formato (aunque muchos lo ven por la tele). Seguramente también sepas hacia dónde voy. Y no, no es una cuestión de hacernos los analistas sesudos de la realidad. Pero me propuse sacar algún tipo de enseñanza del programa conducido por el muñeco Ken y sus panelistas.
La arena política, en el último tiempo, se volvió ese Intratables frenético. A la mayoría de los militantes nos irrita, pero es lo que nos toca y hay que jugar en todas las canchas. Entonces, ¿cómo se le gana a (la) Furia?
Abrir las ventanas
En primer lugar hay que salir del juego anterior, ese que ya dejó de funcionar. Hay que dejar de jugar al ajedrez cuando estamos en un Counter Strike. Basta de discutir las formas, que ahí son todos aburridos. Y digo son, no “somos”, porque no pienso ejercer la demencia de los dirigentes que usan las redes como mi tía, mientras tienen la profundidad de discurso de Zoe o Nicolás.
Empecemos a discutir el fondo. Hay que dejar de correr atrás de la agenda, que no es nuestra y está marcada por las pelotudeces que prepara el vocero presidencial o el dicho en la notita que el muñeco da en los canales amigos. Discutamos qué país queremos ser y, por sobre todo, discutamos el mundo en el que vivimos, porque este sistema no da para más.
Estos personajes que dicen venir a romperlo todo, son en realidad funcionales al status quo. Profundizan la individualidad para debilitar al conjunto. ¿Nuestro mayor problema? En los últimos años, nuestra forma de hacer política también es funcional a eso. Dejamos de discutir el fondo para ser garantes de paz mientras la comunidad se destruye.
No es mi intención dar lecciones de ortodoxia, pero hay que ser revolucionarios. Necesitamos una discusión interna que sea de fondo y transformadora. Hay que discutirlo todo, porque vinimos a cambiarlo todo… o eso nos decíamos. Será el momento de dejar de actuar para las cámaras, dejar de medir el rating y pelearnos de verdad.
Hasta organizarnos y encontrar el camino. Sólo así seremos capaces de controlar la furia y, tal vez, no estemos tan lejos de encontrar la calma.
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