Retomar la grandeza

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Retomar la grandeza

Por: Pablo Garello

Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.

Vamos a hacer la Nueva Argentina, por los que estuvieron, por lo que están y por los que van a venir. Sentido de trascendencia. Las veinte verdades, el plan de adoctrinamiento, los afiches y libros. Hay una apuesta política por transformar el país en serio. Material y espiritualmente.


En la semana encontré unas conversaciones de formación política dictadas por el histórico Jorge Ruli en Youtube, totalmente marginales, casi escondidas, con mal sonido y pésima grabación. Era un ciclo de charlas imposible de ver, a menos, solo a menos, que transpirara pasión

Y efectivamente lo hacía. Una carga densa, de puro contenido, puro análisis del bueno, propio de la tenacidad de los más convencidos. Allí, en la primera de sus charlas, Jorge Ruli decía que el peronismo fue una gran aventura. Y me encantó, porque la aventura implica arrojo, valentía, convencimiento. Uno se aventura si está hecho para cosas grandes, si cree que le da, que se la puede jugar contra todo pronóstico y terminar haciendo que en la Argentina oligárquica un peón de la Rioja pueda mirar a los ojos al patrón. Si no, no lo haces. Te relajas en la comodidad y te convertís en statu quo.

No quedan dudas: el peronismo fue grande. Fue una aventura demasiado pretenciosa, en un continente condenado a la intrascendencia y a la miseria. Fue grande en lo material, desde construir el gasoducto más largo del planeta a fabricar aviones a reacción únicos en América Latina. En las obras de salud, en la Fundación Eva Perón, en la estatización del comercio exterior y los ferrocarriles. En los planes quinquenales, en las obras solidarias (como salvar una generación entera de españoles desesperados por el hambre después de la 2da guerra), en la construcción del ABC (Argentina, Brasil y Chile) para la unidad continental. En los astilleros, las minas, la industria. En Savio, Pujato, Pistarini, porque a las obras grandes las hacen hombres grandes. Aventureros, audaces (para montar Altos Hornos Zapla, porque como los ingleses no le vendían carbón, Savio mandó a plantar 40 millones de eucaliptus en Formosa para abastecer de carbón vegetal la planta de acero en Jujuy).

Pero fue grande también en lo espiritual. La Nueva Argentina no fue un slogan más como los que circulan hoy. Fue una empresa, una tarea: construir la Nueva Argentina. Para eso se debía crear una doctrina inspirada en una serie de valores: amor, solidaridad, dignidad, honor, trabajo, compromiso con la comunidad. ¿Lo ven? Eso es grandeza. 

Vamos a hacer la Nueva Argentina, por los que estuvieron, por lo que están y por los que van a venir. Sentido de trascendencia. Las veinte verdades, el plan de adoctrinamiento, los afiches y libros. Hay una apuesta política por transformar el país en serio. Material y espiritualmente. 

¿O ustedes piensan que después de 80 años y tantas vejaciones, que se siga hablando de peronismo es normal? No, claro que no, hay que rascar mucho para calar tan hondo en el espíritu de un pueblo. Tenés que ser bueno para que diez años inspiren esencia por un siglo. Que diez años frenéticos sigan despertando tanta pasión. Y ser bueno en serio. La cruda realidad.

Hace poco, charlando con un dirigente sobre el poder, me decía que a mi generación le faltaba ambición. Que cuando hay que cerrar listas no estamos o que no pujamos por determinados espacios institucionales. Un planteo al mejor estilo partidocrático. A lo que yo le respondí, que en realidad teníamos más ambiciones que ellos, porque nosotros ambicionamos transformar la Argentina y no el quinto puesto de una lista de concejales (traiciones y sectarismo mediante). 

Ojo, no quiero pecar de inocente. Yo mismo tengo responsabilidades institucionales en el PJ de mi provincia. Creo que hay que ocupar los espacios, pero también creo que la acción política no puede girar en torno a la obtención de micropoderes electorales para la reproducción de intereses facciosos. En esa lógica, “las orgas” se convierten más en un conjunto de pymes, que en estamentos vitales de un gran movimiento nacional. Y ese tipo de funcionamiento no tiene nada que ver con el Justicialismo. Esa es una política facciosa y chiquita. Es liberalismo en su estado más puro. Porque como dice la verdad número 2: el peronismo es esencialmente popular, y todo círculo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista.

Tampoco me voy a hacer el boludo. Sé que la época tiene mucho que ver. El capitalismo posfordista con su enorme gama de laburos posibles, las identidades fragmentarias fogonoeadas al calor de la técnica, la ruptura de los lazos comunitarios, las inseguridades de un mundo inestable. Todo hace al particularismo, a la fragmentación, a la no totalización. Todo atenta contra la grandeza, contra la posibilidad de síntesis de un movimiento complejo como el nuestro.

Sumado a eso, la caída del muro de Berlín, que implicó la victoria total del capitalismo financiero y los sueños despedazados de la revolución comunista, produjeron pura impotencia. El progresismo de hoy no es más que el producto devaluado de una izquierda derrotada, resignada a discutir más los derechos de los perros que la distribución de la riqueza. Hijos pródigos de Margaret Thatcher y de su famosa consigna: “no hay alternativa”.

Ustedes dirán, en todo caso, qué tiene que ver el peronismo, si no somos ni de izquierda ni de derecha. Pero lamentablemente, tenemos mucho que ver. Años de abandonar la formación política llevaron a que un presidente justicialista diga que no cree en la planificación y que a nadie le parezca demasiado grave (justo a nosotros, herederos de un militar obsesivo del planeamiento estratégico). 

Quiero decir que en algún momento de los últimos años, por falta de anticuerpos doctrinarios, el progresismo hegemonizó al peronismo. Dejamos de ser una aventura y nos convertimos en statu quo, en pura impotencia. El tacticismo electoral, una herramienta ejecutada a lo sumo por cuadros secundarios, se convirtió en la estrategia permanente del Movimiento. Y el peronismo revolucionario, que era grande y se permitía soñar (y realizar) la Nueva Argentina, se quedó hablando de la correlación de fuerzas.

Por eso debemos recuperar la grandeza. Un movimiento brotado del seno del Pueblo, grande, heroico, que enfrente al enemigo con dignidad, que se permita soñar con obras magnas (¿cuánto hace que en este país no se fundan ciudades, por ejemplo?), que insufle de mística a sus cuadros militantes, que encuadre, que adoctrine y que organice. Una pavada, pero ¿en qué quedó la Escuela Justicialista Nestor Kirchner, inaugurada con bombos y platillos? En nada. Se hicieron dos charlas pedorras. Mientras (perdonen la insistencia), la Escuela Superior Peronista de los 50 se organizaba a nivel nacional, provincial y local, hasta en la última unidad básica. Los mismos contenidos, los mismos libros, la misma periodicidad de clases. Y se aplicaba en todo el país, desde el primer dirigente hasta el último militante. ¿Imaginan el derrame de formación política que generaba? Eso es adoctrinar, no dar una clase magistral

Entonces, entiendo la época, la fragmentación, la dilución de los grandes relatos, pero hay cosas sencillas que se pueden hacer y no se hacen. Y eso lo demostró Milei, que generó un proyecto mucho más totalizador que el del peronismo. Con una explicación histórica, con una propuesta de transformación radical, con una narrativa integradora, no expulsiva y con una visión de futuro. Y Milei existe ahora, en plena posmodernidad, no en los 40.

Compatriotas: Si desde el peronismo no recuperamos la noción de grandeza, estamos condenados, tarde o temprano, a la desaparición. Lo que resultaría en un daño enorme para el destino de la Argentina.

Por eso, hoy más que nunca: soñar o perecer.

  

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