La fragua

llama peronismo

EDITORIAL

La fragua

Por:  Agustín Chenna

¿Es posible que un espacio político que gobernó 12 años, luego perdió, volvió a ser votado con casi el 50% de los votos y terminó perdiendo con Milei no se haya equivocado nunca? La etapa actual necesita gestos de grandeza y el primero de ellos es que varios pidan perdón. Y más importante, que actúen en consecuencia. No alcanza con pedir perdón y seguir como si nada hubiera pasado.


La suprema elocuencia de la conducción está en que si es buena, resulta, y si es mala, no resulta. Y es mala porque no resulta y es buena porque resulta. Juzgamos todo empíricamente por sus resultados. Todas las demás consideraciones son macanas.

Juan Domingo Perón
Conducción Política

fragua: 1. f. Fogón en que se caldean los metales para forjarlos, avivando el fuego mediante una corriente horizontal de aire producida por un fuelle o por otro aparato análogo. 2. tr. Idear, discurrir y trazar la disposición de algo.

Hace unos meses nuestro espacio político comenzó una olla popular autogestionada en el Centro Cultural Carlos Mugica de Merlo. El desarrollo nos mostró que los primeros cálculos de gente fueron poco contemplativos con la situación económica que estamos transitando: en un barrio típicamente laburante, la cantidad de inscriptos crece semana a semana.

Sabemos que una olla popular no resuelve la realidad material de los que vienen a buscar morfi una vez por semana, pero, con la comida de excusa, pudimos observar algunas cuestiones que se deslizan por la tangente. Como que ante la falta total de lugares de socialización en los barrios el espacio se ha transformado en un lugar de charla y contención más que en un delivery popular. 

En una de esas charlas un vecino nos comentó que estaba sin dormir: había pasado toda la noche llorando porque, después de trabajar diez horas y juntar más de 20 kilos de cartón, no le alcanzó ni para comprar un paquete de fideos y un tuco; que cada vez hay más gente cartoneando, que el cartón bajó su precio a más de la mitad pero que los alimentos más básicos están cada vez más caros. A una cuadra de esa misma olla, de esa misma historia, en una esquina donde no anda el poste de luz y se armó un basural, hay un paredón que dice: ¿Quién mandó a matar a Cristina? 

Las pintadas con la consigna “¿Quién intentó matar a Cristina?” fue una de las órdenes dadas por el núcleo duro del kirchnerismo en el conurbano bonaerense en estos últimos días.

Con esta anécdota no estoy diciendo que el intento de asesinato de CFK y hacer una olla o la situación de miseria de nuestro pueblo son agendas contrapuestas ni, mucho menos, que una cosa no tenga que ver con la otra. Pero existe una teoría de que Milei logró “instalar agenda” en la campaña que, desde este espacio, entendemos errada y que viene de una visión típicamente clasemediera y antipopular de la política. Es vanguardismo en el peor sentido de la palabra, el de la patrulla perdida.

La buena política no es la que logra insertar consignas a la sociedad sino la que interpreta cuáles son los sentimientos del pueblo y puede ofrecerle una propuesta política a la cual incorporarse. 

Mirando los últimos acontecimientos parece que a veces hay más sabiduría en el pueblo que en la dirigencia política tradicional. La famosa grieta que dividía a los dirigentes nacionales y populares de los oligarcas entreguistas devino en un chamuyo. En el sentimiento social la grieta existía, sí. Pero no separaba a los peronistas de los otros ni mucho menos a los buenos de los malos, sino que dividía a una clase política que, aunque perteneciese a distintos partidos, era imposible de diferenciar en su discurso, en su estética y en su propio estilo de vida. Del otro lado, un pueblo con cada vez menos posibilidad de progreso y más empobrecido, gobierne quien gobierne. 

En el frenesí de soportar lo insoportable pensamos que era traición decir que estaba mal el vacunatorio VIP o veranear en Playa del Carmen cuando la mitad de la población estaba encerrada. Y no nos dimos cuenta que la nueva configuración de la grieta nos dejaba del mismo lado que Patricia Bullrich y Caputo, y separados de nuestros propios ex votantes. 

Con mucha justeza, un citado recurrente de estos editoriales, Pablo Garello, dijo hace unos días: “Cocainómanos hablando de consumos problemáticos, fastuosos en yates recitando justicia social y golpeadores de mujeres exigiendo deconstruirse. Lo peor del peronismo no son sus postulados, sino la hipocresía de sus dirigentes. Es urgente: renovación o muerte”. Tuvo suerte Pablo de que lo escribió antes de que se hiciera público lo que hasta algunos simples mortales sabíamos de Alberto Fernández, porque si no se hubiese quedado corto de caracteres en Twitter.

El espiral descendente no para. Diría que la crisis política es mucho más profunda de lo que imaginábamos, pero en realidad la crisis está hace tiempo y solo se ha vuelto pública ante lo evidente de la situación y la necesidad de tapar la otra crisis (la económica). Si no va a haber pan que, por lo menos, haya circo. 

Hace tiempo lo venimos diciendo: lo que se ha vuelto insoportable del sistema político es que es profundamente hipócrita. Su incapacidad de construir nuevos liderazgos surge, justamente, por su imposibilidad de construir dirigentes parecidos al pueblo que tienen que representar. Porque, en primer lugar, es hipócrita en cuanto a su discurso. Hablan de una realidad que no solo no viven, sino que tampoco conocen ni mucho menos sienten.

En segundo lugar, es estéticamente hipócrita, porque busca impostar un “ser popular” que ni es popular ni es honesto con lo que son ellos mismos. Referenciándome con la gran serie nacional Okupas, se visten y creen que son el Pollo, pero en realidad son Ricardo. Un guacho bien que juega a lo popular porque sabe que cuando la cosa se pique un poco o se aburra puede volver tranquilo abajo de la pollera de la madre ¿O por qué piensan que tantos dirigentes políticos terminan siendo empresarios?

Y, por último, pero no menos importante, es hipócrita en cuanto a su supuesta objetividad para analizar la realidad pero que, curiosamente, nunca los pone en el lugar del equivocado.

¿Es posible que un espacio político que gobernó 12 años, luego perdió, volvió a ser votado con casi el 50% de los votos y terminó perdiendo con Milei no se haya equivocado nunca? La etapa actual necesita gestos de grandeza y el primero de ellos es que varios pidan perdón. Y más importante, que actúen en consecuencia. No alcanza con pedir perdón y seguir como si nada hubiera pasado.

Como en todo espacio, en el devenir descendente del peronismo hay responsabilidades principales, secundarias y menores, y es momento que aquellos y aquellas que estuvieron en la primera línea pidan disculpas y actúen en consecuencia como elemento principal para conservar el espacio político.

Porque si estamos cansados de que la dirigencia peronista se encuentre inerte por miedo a los carpetazos, ¿Por qué no empezamos a promover cuadros valiosos, íntegros y consecuentes y no a los más carpeteables para que nos garanticen obediencia? ¿Cómo separamos la paja del trigo si no existe ningún tipo de castigo para los inoperantes y, por lo tanto, no existe tampoco ningún incentivo para los mejores?

Sin embargo, lo expresado anteriormente choca con la realidad. Le estaríamos pidiendo a una dirigencia que ya entró hace rato al cementerio que desande el camino y, por lo tanto, se niegue a sí misma o al camino que la entronó. No va a venir desde arriba el pedido de disculpas ni mucho menos el paso al costado necesario para que emerjan cuadros políticos más capaces y más acordes a la época. Tampoco importa mucho, realmente.

Las últimas elecciones demostraron que el reconocimiento de la institucionalidad no solo no era relevante, sino que, probablemente, fuera perjudicial para una actualidad que no da respuestas desde ninguna de sus aristas. El personaje del superhombre de Estado era sólido, pero no tocaba la misma escala musical que el momento le pedía. A nadie le importaba qué era el GDE con una inflación en crecida, y votaron al que tampoco le importaba qué era el GDE y lo decía a viva voz. Así de sencillo. 

El momento de época es fácil de interpretar. Hay ganas de participar, de hacerse escuchar, de ver caras nuevas, de asistir al encuentro. No hay ganas de ser invitado a la fiesta de otro, ni de escuchar batidas de posta de gente que se vive equivocando.

Tomás Trape, que comunica mucho mejor que yo, -en referencia al éxito del Curso de Introducción al Peronismo– lo simplifica diciendo algo como “¿Para qué voy a buscar mediadores? ¿Para qué te voy a escuchar a vos, que no ganaste nada, hablarme de Perón si puedo ir, leerlo yo mismo y discutirlo con mis pares? ¿Por qué voy a preferir escuchar hablar del peronismo a un liberal de izquierda porque es famoso en vez de a un compañero militante que es igual a mí?” 

Hoy vuelve a ser un valor ser uno mismo. Que no le dicte su personalidad la culpa de clase o el deseo aspiracional para terminar en una impostada sucesión de eses comidas y vocabulario tumbero usado por nenes bien. Una persona normal, de carne y hueso, que milita y habla y escucha a otros que también militan o que, interesados en la realidad de su patria, simplemente quieren debatir sobre lo mejor para su país. Porque nuestro pueblo es, por sobre todas las cosas, buena gente y solidario, y nunca escapa el tema de conversación de cómo hacer que todos los chicos morfen bien y puedan ir a la escuela.

Son buenas noticias para el peronismo. Su principal potencia política y lo que lo sostuvo por décadas a pesar de todo fue que, ante la burocratización del partido político y de su capa dirigente, la fluidez del movimiento político ha mantenido vivas a sus mejores expresiones y ha servido de continente donde estos puedan relacionarse.

Si es tiempo de reivindicar a los mejores cuadros que tenemos y la dirigencia no lo va a hacer, probablemente nos tengamos que reivindicar a nosotros mismos, juntarnos, mejorarnos, empujarnos y contenernos.

Porque el mayor crimen de los mariscales de la derrota no es haber perdido elecciones. Ni siquiera es no encontrar el rumbo del proyecto político en un marco de crisis de orden global. Su mayor delito es haber roto a una generación entera de compañeros y compañeras jóvenes que fueron convocados a la política para transformar la patria y, una vez adentro, se les enseñó que hacer política era pisar cabezas, cagar al de al lado y cuidar las cajas. No vaya a ser que alguno tuviera que salir a buscar trabajo.

Nos espera una dura tarea. Ya vendrá el tiempo de discutir si es el partido de cuadros, la vanguardia o el caudillo. Ya vendrá el tiempo de construir las figuras. Todos quieren conducir, pero nadie quiere dedicarse a hacer lo que hoy es necesario: iniciar un proceso de reconstrucción y articulación entre los islotes que están emergiendo por todos lados a sabiendas de que, muy probablemente, ese proceso lo pase a uno por arriba y lo termine “capitalizando” otro.

Jauretche contaba que el 17 de octubre se paró en medio de Plaza de Mayo y nadie lo reconocía. Y que era hasta gracioso porque, después de más de una década militando y trabajando para que eso ocurra, si hubiese sido una marcha gorila lo hubiesen reconocido todos para insultarlo pero que en cambio el propio movimiento al que había colaborado a dar nacimiento no lo reconocía. Y que le parecía excelente que así fuera.

Termino citando (para que descubran que todos los editoriales no son más que saqueos ordenados de pensamientos de muchos compañeros) a Mayra Arena: es tiempo de locos, pero no podemos dejarle el destino de nuestra patria a quienes hablan con el objetivo de generar más vistas en Youtube. Rebeldía sí, pero orgánica, porque el proyecto es colectivo y hoy hay mucho que reconstruir. Se pueden decir cosas incómodas para pensar o tirar verdades para ganar seguidores. Lo primero construye política, lo segundo personajes. Lo primero se preocupa por generar puentes y lo segundo por tener razón. Yo vengo de una generación conducida por Néstor Kirchner, que en una carta brillante para entender la diferencia entre el político y el intelectual, le decía a José Pablo Feinmann: 

Por eso creo que vos y yo no pensamos tan diferente, sino que tenés miedo. Miedo de que te confundan, porque creés que la individualidad te va a preservar. Pero no te olvides que pertenecemos a una generación que siempre creyó en las construcciones colectivas. La individualidad te pondrá en el firmamento, pero sólo la construcción colectiva nos reivindicará frente a la historia. Al fin y al cabo, todos somos pasantes de la historia.

Parece que, en la debacle del sistema político, nuestro enemigo (o, quizás, la propia realidad) se está encargando de depurar las manzanas podridas de nuestro movimiento. La deslegitimidad con el pueblo es total, y el camino para tomar el bastón y pasar al frente está allanado. Pero no podrá ser con las mismas prácticas e ideas de aquellos que pasarán al ostracismo por su propia mediocridad. 

Mientras que la oligarquía cuenta con el poder económico, el único camino posible de los movimientos populares para transformar la realidad es la política. Esa que nos quieren quitar con las constantes operaciones mediáticas (ciertas) con las que intentan deslegitimar al conjunto por la corrupción e inoperancia de quienes nos instalaron como caras visibles. No nos podemos hacer los boludos con la tarea del momento: construyamos comunidad y mantengamos vivo el fuego. La Patria lo demanda.

  

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