COMUNIDAD
Destruir el Estado
para vaciar la Nación
Por: Pablo Garello
Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.
Los CEOs mineros se relamen por nuestros recursos naturales mientras la dirigencia política se encarga de socavar y destruir al Estado Nación tanto por izquierda como por derecha.
Argentina es el octavo país más grande del planeta. Tiene energía, alimentos, minerales estratégicos, agua dulce y un activo geopolítico único: territorios sin poblar. Como si fuera poco, somos la puerta de entrada a la Antártida y lindamos con el único paso bioceánico natural del continente. Recursos naturales en abundancia y una posición geoestratégica envidiable.
Sin embargo, el análisis de las condiciones geopolíticas de nuestro país, debe enmarcarse en un contexto muy particular: la disputa por la hegemonía mundial. Aquellas naciones que puedan hacerse de energía, alimentos baratos, minerales y recursos humanos calificados, podrán sacar ventaja dentro de la competencia feroz por la autonomía estratégica, en un mundo progresivamente multipolar, proteccionista y nacionalista.
Argentina, por lo descrito anteriormente, es un botín de guerra. Solo como ejemplo de esto, la semana anterior, Gary Nagle, CEO de la minera anglosuiza Glencore, destacó el potencial del país en el sector del cobre, mineral clave para la transición energética por su capacidad de conducir electricidad. «Hemos tenido que detener nuestro programa de perforación, porque cuanto más perforamos, más encontramos, y no necesitamos encontrar más», remarcó sonriente Gary. Argentina comparte la Cordillera de los Andes con el mayor productor de cobre del planeta, Chile. Las reservas son incalculables. Lo mismo ocurre con el gas, el petróleo, los alimentos, el litio y el agua.
Mientras tanto, nuestra dirigencia política se encarga de socavar al Estado Nación, garante de la soberanía sobre esos activos. Esto ocurre tanto por izquierda como por derecha, conducciones de gobierno neoliberales enmarcadas en el consenso exportador y en la debilidad del Estado como órgano planificador de un país industrial, sea esto con oficinas coloridas e inclusivas o despachos lúgubres y antiderechos.
Por un lado, tiene la conducción de gobierno el anarcocapitalismo, un presidente que quiere destruir al Estado por dentro: vaciamiento de empresas estratégicas, destrucción del entramado industrial y entrega de los recursos naturales a través del régimen para las grandes inversiones. Un modelo de hambre que tarde o temprano fracasará. Por el otro, es decir por izquierda, también. La gestión de Alberto Fernández fue hegemonizada por un progresismo más atento al circo de la ideología que a los grandes temas de la Nación. La burocratización, el descontrol de las finanzas, la falta de planificación y el deterioro de las prestaciones hicieron del Estado el blanco de todas las críticas. Sumado a eso, los últimos hechos dejan en evidencia que la gestión fue conducida por un verdadero inmoral, símbolo de la decadencia en la que está sumida la dirigencia peronista.
Lo que vimos del affaire Alberto simboliza lo mismo que simbolizan las ideas de Milei: el desprecio a la política. Por eso los videos, por eso el morbo. La prensa cipaya se regocija con la bajeza de la clase dirigente.
El objetivo es claro: desprestigiar la acción del Estado para disgregar a la Nación. Las malas gestiones, las locuras de Milei, las depravaciones de Fernandez, todo es parte de lo mismo: que el pueblo argentino deteste lo que venga del Estado y de las instituciones políticas. Se sienta repugnado, asqueado. Que no le crea, que lo desautorice, que le arrebate la poca legitimidad que le queda.
Vaciamiento
La semana pasada, el gobierno de Javier Milei decretó la privatización de cuatro centrales hidroeléctricas en la región del COMAHUE, claves en la generación y distribución de energía en todo el país. Sumado a eso, el gremio estatal ATE denunció que quieren vender la sede de Fabricaciones Militares ubicada en Río Tercero a una corporación estadounidense. Según trascendió, sería para fabricar municiones destinadas al ejército ucraniano. Se trata de un proceso de desguazamiento feroz de las capacidades estratégicas con el fin de disgregar al Estado y dejar indefensa a la Nación.
Esto es lo opuesto al ejercicio de soberanía ideado por la generación militar nacionalista del SXX. El ejemplo de Enrique Mosconi es ilustrativo. En una ocasión el ingeniero (que integraba la aeronáutica nacional) buscó cargar combustible para realizar un entrenamiento con su avión. Por distintos motivos, las dos empresas en el país (Standard Oíl y Royal Dutch, ambas extranjeras) decidieron no venderle. Allí Mosconi piensa: Esta vez es un entrenamiento, carece de gravedad ¿pero si en algún momento estamos en guerra y necesitamos combustible? ¿Cómo su aprovisionamiento va a estar en manos extranjeras? Ese razonamiento es el origen para la creación de la petrolera estatal YPF.
Veinte años después, otro militar nacionalista, pronuncia en la Universidad de la Plata una conferencia histórica sobre la Defensa Nacional. Allí, el coronel Juan Perón expone el concepto de Nación en armas, de Colmar Von der Goltz, militar prusiano estudiado por las fuerzas armadas argentinas. Este pensador plantea que para imponerse en una guerra, una nación debe movilizar todos sus recursos, humanos, económicos e ideológicos.
Desde el comienzo de su gobierno Perón cree que la tercera guerra mundial es inminente. Es por esto que su proyecto de desarrollo nacional sea producto de un plan para la defensa.
¡Es la idea de Nación en Armas! Aunque tengamos el mejor ejército, si no tenemos un país industrial, integrado logísticamente y con hombres fuertes y sanos, será imposible defender a la Patria. Si nuestros puertos, nuestros ferrocarriles y hasta nuestro sistema financiero es inglés, ¿cómo vamos a orientar la producción en torno a los objetivos de un conflicto bélico?
Perón, a su formación social cristiana, le suma su formación estratégica militar y crea un producto original, revolucionario. Es la fundamentación teórica para estatizar los resortes estratégicos de la Patria, llevar adelante un plan industrial, sanitario y educativo e insuflar nacionalismo cultural en la población. Soberanía política, independencia económica y justicia social.
La historia no se repite nunca, pero el escenario internacional conflictivo, de disputa por recursos y posiciones, demanda un nacionalismo como el del Siglo XX. Un Estado que adquiera autonomía estratégica y refuerce sus capacidades de control, producción y defensa.
Sin embargo hoy, a causa de la incapacidad de la clase dirigente, el Estado es el órgano más desprestigiado de cara a la sociedad. Una institución que pocos estarían dispuestos a sostener o a defender si hay un proceso de vaciamiento. Hecho comprobable en los días que corren.
Esto no quiere decir que debemos abandonar la defensa de sus capacidades. Al contrario, debemos hacerlo con más fuerza que nunca, pero denunciando no solo al cipayo de Milei, sino también a muchos de nuestros dirigentes que cuando llegan, hacen del Estado un aguantadero de ñoquis, un bulo o una caja para hacerse multimillonarios. Debemos terminar con la ausencia de crítica, “para no hacerle el juego a la derecha”. Porque ellos, ellos mismos, son la puta derecha.
El horno no está para bollos, si el peronismo anhela conducir un proceso de liberación nacional en este escenario geopolítico, deberá purgar la escoria que tiene adentro. De lo contrario, será imposible.
La historia apremia, y en esta hora: renovación o intrascendencia.
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