
CUADERNOS ECONOMÍA
01.Trabajo y producción
Por: Florencia Loberche
Claves de lectura para recuperar el debate sobre el trabajo.
En Argentina da la sensación como si todo estuviera en crisis. La representación política, la acumulación de capital, el sentido de la acción, la interpretación del presente, el trabajo como institución. Si metieramos todo esto en un cóctel no tardaría en llegar la languidez en el cuerpo. Una sensación de flojera o cansancio, como cuando se mezclan varias bebidas en una misma noche. Efectivamente, y para sorpresa de nadie, en nuestro país se suceden todas estas crisis en simultáneo. De ahí el inevitable agotamiento que nos envuelve desde hace varios años.
De todas las crisis posibles, la del trabajo, es la que engloba mayores controversias. El trabajo determina las relaciones que tenemos, ordena nuestra vida , genera un lazo de interdependencia y hace posible que existan sociedades como la nuestra. Y eso no es poco. A mi entender, una condición necesaria para desanudar este problema es que podamos ponernos de acuerdo acerca del punto de origen que da lugar al declive en materia ocupacional. Pero también, disputar la idea de que hace 100 años que vivimos en decadencia. Esta visión no solo no es cierta, sino que aquellos que la impugnan pecan de holgazanes.
¿Es posible hablar de trabajo sin hablar de acumulación?
Si queremos asimilar por qué el trabajo se ha deteriorado tanto, inevitablemente tenemos que poder recuperar aquellos factores que incidieron en la acumulación de capital de nuestro país. Y pensar -consecuentemente- qué problemas estructurales se comenzaron a sumar a nuestro carril.
Si bien pareciera que construir consensos en Argentina es algo sui generis -lo cual en algún sentido es más que cierto-, no hay que perder de vista que no es posible consensuar qué modelo de acumulación queremos. No es algo que se elige sobre la base de determinados acuerdos, sino que está determinado por la fase que atraviesa el capitalismo a nivel mundial. La lectura de Cristina Kirchner en su última carta abierta¹ desconoce este determinante al plantear que ‘nunca pudimos ponernos de acuerdo sobre cuál debe ser el modelo de acumulación económica, como sí lo hicieron los fundadores en EEUU -hace casi 250 años- o China -hace tan sólo 75 años-’. A mi modo de ver, esta visión minimiza -al menos- tres aristas que son significativas:
1. La dinámica económica Argentina está condicionada por la estructura productiva heredada -un patrón de acumulación subordinado y desigual- y sus instituciones. Son justamente estos factores los que determinan que nuestra trayectoria sea distinta a las de las naciones más desarrolladas, como el caso de Estados Unidos o China.
2. Si pasamos revista de nuestra historia lo que podemos ver es que la inserción estructural de la Argentina en el sistema económico mundial bajo el modelo agroexportador (1880-1930) -como región productora de bienes primarios-, sigue anteponiéndose hasta nuestros días. Esto es así y no ha cambiado a pesar de que la crisis mundial de 1930 nos obligara a repensar nuestro modelo de acumulación dando lugar a un proceso de desarrollo basado en la industrialización sustitutiva, que habría de perdurar casi 45 años sobre la base del modelo justicialista (1945-1955) y el desarrollista (1958-1972).
3. Mientras el desarrollo del capitalismo avance en los centros, esta dinámica dependiente no va a hacer más que reforzarse.
Esto no quita que no se pueda amortiguar esta propensión y trabajar en el camino del desarrollo. Es cierto que el tren ya partió, pero si aún nos queda creatividad, podemos pensar nuevas vías para traerlo de vuelta a nuestro carril.
¿Hace 100 años que vivimos en decadencia?
La degradación laboral y la descentralización de la industria en la economía argentina inicia en la década del setenta con el modelo de apertura a la globalización económica internacional. Esta estrategia comienza con la última dictadura cívico militar (1976) pero no hay que perder de vista que se trataba de un proceso globalizador que procuraba mover rápido el capital hacia aquellos sectores de mayor rentabilidad generando un escenario cada vez más autónomo para las finanzas globales.
El modelo aperturista emprendió una reestructuración regresiva en materia laboral que se diferencia notablemente del modelo de acumulación desarrollista (su antecesor). Hay 2 factores que incidieron sobre el funcionamiento del mercado de trabajo: la pérdida de dinamismo del sector industrial para generar riqueza y la caída en el peso de la industria sobre el total de la economía. El Cuadro 1 permite entender más esta idea en la medida que muestra cómo evolucionaron los establecimientos, la ocupación y el tamaño de las plantas fabriles desde 1973 hasta 2003.

A primera vista es tedioso mirar tantos números, pero si nos tomamos un segundo para analizar los datos vamos a poder apreciar que los cambios son contundentes. Según el sociólogo Martín Schorr, hay 2 datos que son ineludibles: 1) los puestos de trabajo en la “gran industria” representaron en 2003 menos de la mitad de los valores correspondientes a tres décadas atrás y 2) entre 1973 y 2003 desapareció más de la tercera parte de las unidades de producción (Rougier, 2021: 275-276). La industria es la gran perdedora bajo este modelo de acumulación. ¿Qué pasó con el empleo?
Oscar Altimir y Luis Beccaria², consultores de la CEPAL, dan cuenta que en el periodo 1975-1990 inicia un ajuste del mercado laboral que produjo una disminución en la proporción de empleo asalariado, es decir, en relación de dependencia. Desde mediados de los ochenta se llevó a cabo una drástica desalarización (cuentapropismo): el empleo asalariado total representaba el 68% de la PEA en 1980 y el 61% en 1991 (Torrado, 2010: 48), según un trabajo de la socióloga Susana Torrado³. En palabras de Alexander Roig: la humanidad siempre trabajó pero no siempre estuvo empleada⁴.
PD: para darnos una idea del contraste, en 1945 durante la estrategia justicialista (1945-1955), los puestos asalariados representaban el 72% del empleo global, una proporción que se puede equiparar a países capitalistas relativamente desarrollados. Esto se explica -en parte- por el crecimiento de las actividades no agropecuarias (principalmente producto de las migraciones internas del sector rural al urbano) pero también porque se procuró una alianza de clases entre la clase obrera y los pequeños y medianos empresarios industriales permitiendo que la industria manufacturera asuma el liderazgo del proceso de desarrollo.
La descentralización de la industria y los cambios en materia ocupacional se combinaron, durante la década del noventa, con la reestructuración en las normativas laborales que agravaron la vulnerabilidad en el empleo y complejizaron su heterogeneidad. Las reformas iban desde la disminusión de las contribuciones patronales que destinaban a financiar el costo del despido, hasta el fomento de nuevas modalidades contractuales (períodos de prueba, contratos a tiempo parcial, contratos de aprendizaje y pasantías, límites a la duración de la jornada de trabajo) y la descentralización de las negociaciones colectivas y el incentivo del empleo ‘en negro’. Estas transformaciones, alineadas en un contexto de creciente financiarización, pusieron en tela de juicio el compromiso social entre trabajo y capital y el papel integrador del Estado en el mercado. El Gráfico 1 permite apreciar esta evolución, o mejor dicho, regresión en el Gran Buenos Aires.
Ni los modos de producción, ni el proceso de acumulación han sido siempre los mismos. Si algo aprendimos del capitalismo es su carácter prominentemente adaptativo: sabe reestructurar sus propios elementos y perdurar en el tiempo. El desafío que sigue es buscar una interpretación a los problemas estructurales que derivaron de este modelo de acumulación, sin perder de vista que se trata de afrontar una escenario complejo -pero no imposible- de resolver. La desafiliación, un nivel de vida menguante y un Estado desequilibrado son algunos de estos problemas.

¿Qué problemas estructurales acarrea la crisis del empleo asalariado?
1. Desafiliación
Hay muchas maneras de apreciar la crisis salarial de finales del siglo XX. La sociología suele recuperar la noción de ‘desafiliación’ de Robert Castel o la de ‘trabajadores sin trabajo’ de Hannah Arendt. A mi modo de ver, la idea de desafiliación es más adecuada para pensar la crisis del empleo asalariado porque nos permite reflexionar que no hay un ‘adentro’ y un ‘afuera’ en la sociedad, al contrario, lo que hay es una continuidad de posiciones cuyas relaciones con el centro -empleo- son más o menos laxas y están completamente normalizadas: hoy estás adentro pero quizás mañana estés excluido (desempleado o precarizado) y esa es la regla que rige en la actualidad.
Los desafiliados no cuentan con un marco jurídico que reconozca la relación asimétrica entre empleados y empleadores, ni derechos colectivos e instituciones que garanticen un sistema de protección social y la negociación de los salarios. Sin esta forma de trabajo la estructura de oportunidades en nuestra sociedad se retrotrae, es decir, las probabilidades de acceso a bienes, a servicios o al desempeño de actividades que inciden sobre el bienestar.
Un proxy que permite evaluar el nivel de vida o bienestar económico de los integrantes de nuestra sociedad es el PBI per cápita. Si observamos el crecimiento durante lo que se conoce como la edad de oro del capitalismo (1950 y 1973), Argentina creció un 60%, según un trabajo de Hugo Nochteff⁵. Entre 1975 y 2022 fue de apenas la mitad (30%), si tomamos de referencia el informe de Fundar. El Gráfico 2 muestra el cambio en el PBI per cápita de Argentina y el resto del mundo (sobre la base de cuentas nacionales del Banco Mundial y archivos de datos de Cuentas Nacionales de la OCDE).

Como menciona el informe, durante este periodo Argentina creció apenas un 0,6% anual, exceptuando los primeros años de la convertibilidad (1991-1998) y la “posconvertibilidad” (2003-2011), mientras que: desde 1975 el mundo creció al 1,6% anual, la Unión Europea al 1,7% anual y Estados Unidos al 1,8% anual. La región del Este Asiático y Pacífico lo hizo a un 3,7% anual, impulsada por China, que fue el país del mundo que más creció. Su PIB per cápita se expandió a un 7,8% anual, dando como resultado una multiplicación por más de 34 veces. El desempeño argentino solo estuvo por encima del África Subsahariana, que prácticamente no creció (0,2% anual).
Pese a los periodos de bonanza, el bienestar económico de los integrantes de nuestra sociedad está prácticamente estancado desde mediados de la década del setenta.
2. Nivel de vida menguante
Si no revertimos las condiciones económicas en materia laboral en el corto plazo es difícil imaginar un crecimiento del nivel de vida sostenido en el tiempo. O incluso pensar en el desarrollo. Más aún si se tiene en cuenta que la obtención de niveles socialmente aceptables de bienestar pasa por el logro de empleos de buena calidad, como muestra un trabajo de Ruben Kaztman y Carlos Filgueira (consultores de la CEPAL)⁶. Es una regla de tres simple: si los trabajos son precarios y los ingresos -consecuentemente- bajos, las chances diferenciales de movilidad social descienden y se retrotraen.
En la década del noventa lo que se observa es que la movilidad social se da de manera espuria. Según Gabriel Kessler y Vicente Espinoza⁷, consultores de la División de Desarrollo Social de la CEPAL, el ascenso ocupacional intergeneracional (desplazamiento de posición de padres a hijos) se dio, en muchos casos, de forma espuria, es decir, trabajos que aparentaban ser seguros como fuente de movilidad social, años más tarde revelarán que no. Esta noción resalta que no existe una relación directa y necesaria entre cualificación y empleo ya que ciertos activos se deprecian y otros aumentan su valor. No solo aumenta la demanda por trabajadores calificados, sino que también algunas calificaciones van dejando de ser demandadas, por lo cual, multiplicar las calificaciones no necesariamente implica que un individuo pueda acceder a una movilidad social ascendente, o peor aún, se pueda preveer contra la inempleabilidad.
3. Estado desequilibrado
El estancamiento del crecimiento en el nivel de vida solo revela que en el trasfondo de la crisis del trabajo como institución, está la crisis del Estado. Un Estado que desde hace décadas viene perdiendo la capacidad para mantener la cohesión social y construir una sociedad menos asimétrica. La discusión de fondo tiene que estar puesta en la búsqueda de mecanismos que permitan fortalecer al trabajo como institución ya que, como han mostrado Agustín Salvia, María Noel Fachal y Ramiro Robles⁸, el deterioro ocupacional también condiciona las capacidades de desarrollo económico, es decir, el funcionamiento eficiente del Estado y sus mercados para, entre otras cosas, recaudar y redistribuir recursos bajo reglas de mayor equidad social (Salvia, Fachal y Robles: 114).
Poner de relieve el efecto que produce un mercado de trabajo deteriorado y regresivo nos obliga a volver a la discusión sobre el rol del Estado en la economía. No se trata de discutir si ‘intervención estatal si’ o ‘intervención estatal no’, se trata de pensar en qué sectores ocupacionales vale la pena que el Estado intervenga y lo más importante aún, durante cuánto tiempo.
La crisis del trabajo necesita un abordaje sincero que traslade la problemática a todos los sectores ocupacionales sin perder de vista que en Argentina no hace falta gente que labure más. Lo que se necesita es disminuir las brechas de bienestar y maximizar las probabilidades de que los miembros de nuestra sociedad se incorporen a actividades valoradas y a empleos de calidad. Que una proporción importante de nuestra sociedad sobreviva al margen de trabajos plenamente mercantilizados y regulados legalmente, se explica en gran medida por la fragmentación del mercado laboral y el incremento de los trabajadores informales que se consolida con las reformas de la década del noventa.
Los datos de informalidad de nuestro país ponen de relieve la ‘desestabilización de los estables’, es decir, la pérdida de posiciones seguras y las vías de promoción social. En la actualidad esto es un determinante estructural que se encuentra en permanente transición:
1. En el primer trimestre de 2024, el 48,3% de los trabajadores eran asalariados formales (cobran un salario y cuentan con descuento jubilatorio, vacaciones pagas y otros beneficios sociales), mientras que el 46,5% tiene empleos informales. De ese 46,5%, el 26,8% son asalariados no registrados (cobran un sueldo pero no están ‘en blanco’) y un 19,7% son cuentapropistas no profesionales (realizan trabajos autónomos de baja calificación y remuneración), según un informe de Chequeado⁹.
2. En 2022, la tasa de ocupación informal era del 47,3% (en el sector urbano), es decir, que prácticamente se mantuvo igual (47,3% en 2022 y 46,5% en 2024). Sin embargo, en comparación con Perú y Bolivia -o incluso Ecuador, El Salvador, Paraguay y Colombia- la proporción de ocupación informal de Argentina es inferior (gráfico 3).

No es Dios todo lo que reluce
La informalidad se nutre de reformas laborales -como vimos en la década del noventa- pero también de determinados modelos de negocios. Lo novedoso no es la masividad de este tipo de empresas -las vemos cotidianamente en los barrios y las ciudades cuando un trabajador de Pedidos Ya, Rappi o Glovo está repartiendo un pedido o cuando nos pedimos un Uber para ir a algún sitio-, sino su forma de 1) acumular capital y 2) reestructurar las relaciones laborales. Si algo ha permitido la revolución tecnológica es que estas empresas obtengan rentas -espeluznantes- a partir de nuestros datos. Dicho en criollo: somos la fuente de capital de unos pocos pero no podemos participar de las riquezas que -paradójicamente- estamos ayudando a producir. A mi modo de ver, para entender el funcionamiento de este tipo de trabajos tenemos que hacer un esfuerzo incluso mayor que requiere de marcos teóricos que escapan a las ciencias sociales y que tienen que incluir a las ciencias computacionales. Pero esto último quedará para otra historia.
En Argentina -como en Costa Rica, México, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Brasil, entre otros países- el negocio de plataformas dio lugar a que se instalen ciertos estereotipos laborales y sociales. En el ámbito laboral -y legal- las relaciones entre empleados y empleadores están desfiguradas. Se reemplaza el contrato de empleo estándar generando una relación triangular entre trabajador, plataforma y cliente y se flexibiliza el vínculo de dependencia.
Para el Director Comercial de Rappi, esta relación triangular permite que dos grupos poblacionales puedan conectarse: lo que encontramos acá fue una posibilidad muy bonita de, como compañía, crear una plataforma que conectara a estos dos grupos poblaciones. Un grupo que tiene ciertos ingresos pero lastimosamente no tiene tanto tiempo y un grupo poblacional, también bastante importante, que tiene un poquito de tiempo disponible -mayor que este primer grupo- pero que lastimosamente no tienen suficientes ingresos para las cosas básicas de su día a día (Juan Sebastian Ruales, Director Comercial de Rappi)¹⁰.
Esta mirada – por cierto romantizada- sobre el negocio de plataformas encubre una aspecto subyacente: lo que verdaderamente conecta es a trabajadores que perdieron la motivación por insertarse en el mercado formal. Francisca Pereyra y Lorena Poblete, sociólogas e investigadoras, han demostrado que en Argentina este tipo de negocios funcionan como una actividad de refugio frente al desempleo, pero además, como una respuesta al problema de la propia configuración del mercado laboral. Frente a un salario mínimo deprimido y la falta de alternativas laborales, la mayoría de los trabajadores demandan más flexibilidad para poder seguir trabajando a destajo y así maximizar ganancias.
Al explorar este tipo de modelos laborales y organizacionales surgen varias preguntas: ¿estamos frente a un nuevo modelo de acumulación global?, ¿se trata de una ruptura o una transición?, ¿podrá el empleo ser nuevamente atractivo frente a este tipo de trabajos?, ¿qué lugar ocupa la productividad y la competitividad -dos elementos importantes para cualquier economía- en este nuevo capitalismo?, ¿pierde valor la producción industrial en serie frente a la producción de información?, ¿en qué medida podemos afirmar que nuestro país cuenta con la infraestructura tecnológica necesaria para afrontar estas transformaciones en materia laboral? Este último interrogante debería ocupar un lugar central en el debate, ya que implica pensar la distribución infraestructural de la tecnología a lo largo de los territorios del país y cómo esto influye en los mercados de trabajo.
La CEPAL¹¹ ya ha advertido que el subdesarrollo económico y tecnológico que caracteriza a la región -en este caso en brechas de conectividad- puede constituirse como un factor determinante de las desigualdades socioeconómicas territoriales en el futuro próximo, condicionando cada vez más el acceso al trabajo. Esta lectura pone la mirada no solo sobre el carácter desigual de la revolución tecnológica sino también sobre su carácter dual: puede ser conveniente para el crecimiento y el desarrollo pero injusto en lo que respecta a su distribución. En otras palabras, la tecnología está muy buena para desarrollarnos y crear prosperidad, pero no tan buena cuando se trata de democratizar los beneficios.
Entre Estado y trabajo hay un desafío por delante que necesita ser abordado. Si las nuevas melodías no incorporan nuevas claves de lectura, el debate sobre el trabajo seguirá estando obturado.
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FUENTES:
1. Carta abierta a los compañeros y compañeras peronistas, y a los argentinos que nunca lo fueron, también. 7 de octubre de 2024.
2. Altimir, O., y Beccaria, L. A. (1999). El mercado de trabajo bajo el nuevo régimen económico en Argentina. CEPAL
3. Torrado, S. (2010). Modelos de acumulación, regímenes de gobierno y estructura social. El costo social del ajuste (Argentina 1976-2002), 1, 21-61.
4. Roig, A. (2022). Economía popular: la hija maldita del capitalismo financiero. Buenos Aires: Mundo Cooperativo.
5. Nochteff, H. (1999). La política económica en la Argentina de los noventa. Una mirada de conjunto. Revista Época, 1(1), 16-32.
6. Filgueira, C. H., & Kaztman, R. (1999). Marco conceptual sobre activos, vulnerabilidad y estructuras de oportunidades. CEPAL.
7. Kessler, G., & Espinoza, V. (2003). Movilidad social y trayectorias ocupacionales en Argentina: rupturas y algunas paradojas del caso de Buenos Aires. CEPAL.
8. Salvia, A., Fachal, M. N., & Robles, R. (2018). Estructura social del trabajo. En: Salvia, A., Piovani, J. I. (coords.). La Argentina en el Siglo XXI: cómo somos, vivimos y convivimos en una sociedad desigual. Buenos Aires.
9. Nota: Dos de cada tres trabajadores informales son pobres y uno de cada cuatro se encuentra en la indigencia
10. Extraído de la serie documental de Revista Anfibia ‘Plataformas 1: Un click y no trabajás más’. (a partir del minuto 02:55)
11. CEPAL, N. (2020). Universalizar el acceso a las tecnologías digitales para enfrentar los efectos del COVID-19.
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