COMUNIDAD
El dilema de la hora:
inventar o perecer
Por: Pablo Garello
Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.
En el mundo de hoy, 26 personas tienen más dinero que 3800 millones de seres humanos. El gran dilema de nuestro tiempo es la desigualdad.
¿Cómo se percibe esta desigualdad en la gente? Hagamos un poco de historia. Hace muchos años existía la desigualdad de origen. Si eras siervo de la gleba en la Europa medieval, morías siendo siervo, al igual que tus hijos. El noble era noble, y nunca llegabas a ser uno. En la América colonial lo mismo. Si eras esclavo o indio de la mita, morías siéndolo. No existía el ascenso social. Es la llamada desigualdad natural.
Luego suceden las revoluciones democráticas y burguesas, los derechos del hombre y el ciudadano. Se borra el sistema de castas y los hombres, para el Estado, pasamos a ser todos iguales. ¿Dónde aparece la desigualdad? Ya no en el derecho, sino en la economía. La estructura de clases modela desigualdades. El obrero es el que pone su fuerza de trabajo y el burgués es el dueño de los medios de producción.
La lucha contra la desigualdad se centra en condiciones de vida digna y apunta a los dueños del capital. Los sindicatos ayudan a modelar una identidad de clase y generan un relato de pertenencia. Al igual que en la edad media, el enemigo estaba claro. Ya no era el señor feudal ni los nobles. Era la burguesía (en nuestros países, la oligarquía terrateniente) la que generaba la desigualdad. La política se ordenaba en torno a esa disputa.
Pero la cosa cambió. A diferencia de la homogénea sociedad del Estado de bienestar, la nuestra se presenta compleja y heterogénea. El overol fue reemplazado por las pantuflas del home office, y los 50 años en la misma fábrica mutaron al empleo anual o semestral. Hoy el sujeto emprendedor y autoexigente padece la desigualdad individualmente (ya no hay una clase o un sindicato que modele un reclamo colectivo). La desigualdad se siente mucho más localizada (es probable que un peluquero se sienta en condiciones de desigualdad con respecto a su vecino empleado público, pero no con un mega-rico). Y las desigualdades no generan articulación política. Es decir: no hay un relato épico que pueda encauzar la lucha de las masas contra el sistema financiero concentrado o las grandes corporaciones. Situación que genera confusión e impotencia.
¿Cómo hacemos para plantearle, a un tipo que trabaja 13 horas al día para llegar a fin de mes, que uno de los causantes de su desidia es Larry Fink, CEO de Black Rock? ¿O el dueño de Cargill con todas las maniobras habidas y por haber para defraudar al Estado y a las prestaciones que ese laburante necesita? ¿O al de Molinos que marca precios porque controla el 80% del mercado de fideos secos del país? ¿Se entiende el planteo? ¿Cómo articular una narrativa poderosa para que los trabajadores (nosotros, el 95% de la población) nos organicemos en pos de nuestros intereses y contra las corporaciones voraces y trasnacionales del actual capitalismo caníbal? ¿Cómo poner el foco en los verdaderos causantes de la desigualdad y no en el vecino que cobra la AUH?
Este es el dilema de los movimientos populares en el mundo. Un puntapié inicial sería que los laburantes nos empiecen a escuchar. Fíjense en EEUU, evidentemente Trump conectó mejor con los trabajadores desde su discurso, que el partido demócrata. Este se llevó una sorpresa total cuando los republicanos, luego de décadas sin captar el voto latino, lo encontraron con un “blanco facho” en condados fronterizos de Texas. Lo que los ilustrados de la izquierda liberal (argentina y estadounidense) no entienden, es que siempre va a primar la percepción como laburante antes que la identidad racial, de género o de lo que sea. Las mujeres, los negros, los latinos votaron a Trump porque antes que ser todo eso, son laburantes. Y la épica de grandeza, del trabajo, del esfuerzo y la reconstrucción la tuvo un solo candidato y fue el republicano.
Entonces: tenemos que volver a conectar con los trabajadores. Con sus demandas, con sus intereses, con sus aspiraciones. En un libro sobre Jauretche, Norberto Galasso cuenta la siguiente anécdota:
–Usted debe estar a favor del divorcio, ¿no? –Yo estoy a favor del divorcio porque soy divorciado). Le dije a Jauretche eso, y Jauretche me mira, con esa mirada criolla, pícara, y en forma campechana–, me dice:
–¿Usted no conoce mucho el país m’hijo, no? –Ya me temblaban las piernas, porque no sabía qué decirle:
–Mire, doctor, yo tengo 25 años, yo conozco Buenos Aires y Mar del Plata, la verdad es eso, no conozco otra cosa.
–Bueno –me dice–, si usted conociera el país se daría cuenta que el problema es casar a la gente, no divorciarla. Porque si usted conociera todo el Interior del país sabría que la gente no se puede casar, no puede formar familias, porque no hay trabajo permanente, porque este es un país con una cabeza enorme que es la provincia de Buenos Aires y sus alrededores, y un cuerpo raquítico. Entonces, mientras en el interior hay una cosecha, va un chico a la cosecha, pasa dos meses en la cosecha, duerme en un galpón, un sábado o un domingo va al pueblo, ahí enamora a una chica, tiene relaciones con ella, ella queda embarazada, pero él ya está por irse. Y él se va, a lo mejor a otra cosecha, o a ver si consigue figurar en la nómina municipal de algún intendente conocido, en otro lado. Y ella, cuando llega el hijo, le pone el apellido materno. Nadie se escandaliza, como se escandalizarían aquí en la Capital, porque cuando el drama es social no ofende. Y esto era lo común. Entonces a esa chica hay que generarle las condiciones para que pueda casarse, no le interesa el divorcio. El divorcio es un lujo de la gente de clase media de esta ciudad.
Yo ya no sabía qué decirle. Y como había hecho alguna incursión, muy breve por suerte, por el Partido Socialista, se me ocurrió hacer una crítica a la sociedad de consumo, esa sociedad que lleva a que uno vaya al supermercado y compre cosas de las góndolas que no precisa, aunque como las ve las compra. Y me dice Jauretche:
–Sí, usted puede tener razón si estuviera en Estados Unidos, pero como usted está en la Argentina tiene que hablar de la sociedad del no consumo. Acá lo que preocupa es la sociedad del no consumo, no el consumo–.
Bueno… ya, ahí no había mucho más que hablar.
Es una anécdota espectacular, que podría aplicarse a nuestra actualidad. El peronismo dejó de discutir las ideas centrales que el hombre de a pie espera escuchar. En los 70 era el divorcio, hoy puede ser la interna del PJ o la defensa de una moral deconstruida. Al igual que Kamala Harris, nos encerramos en reivindicaciones ideológicas y en la defensa acérrima por la “democracia”, valor abstracto en una sociedad que convive con 60% de pobres. Por eso una variable, para volver a lograr que nuestra gente nos escuche, es hablar de las cosas más elementales que tanta falta hacen: comida, trabajo, un techo.
De lo que Dussel habla cuando hace referencia a la ética material. Cuenta el filósofo argentino, que, en el libro de los muertos, (de hace 5 mil años atrás) se encuentra relatada una historia:
Un hombre al morir buscaba ser resucitado por Osiris. Al llegar a la Sala de Maat, el Dios Egipcio le pregunta si fue una buena persona. A lo que él responde: “Satisfice al dios cumpliendo lo que deseaba. Di pan al hambriento, agua al sediento, vestí al que estaba desnudo y una barca al náufrago”
Treinta siglos después y en otra geografía, una frase idéntica se replica en el nuevo testamento de la mano de Mateo: “Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era forastero y me dieron hospitalidad, estaba desnudo y me vistieron”.
El filósofo argentino suma a Engels que 1900 años después, y sobre el final de su vida, escribe una carta con la siguiente sentencia: “Según la concepción materialista, el momento de determinación en última instancia de la historia es la producción y reproducción de la vida inmediata. En un doble sentido: por un lado, la producción de los medios de vida (los objetos de la alimentación, vestido y habitación) y de los instrumentos que para ello son necesarios”. Dussel se pregunta cómo puede replicarse la misma idea en documentos con miles de años de diferencia. ¿Cómo el criterio ético, ante la pregunta sobre la bondad, puede ser el mismo?
Estos documentos le permiten plantear al filósofo la idea de ética material. Para él, el objetivo de la política es garantizar la reproducción y el florecimiento de la vida humana. Y un hombre es bueno cuando colabora con el alimento, la vestimenta y el techo, de él mismo y de su comunidad. Para Dussel, la ética tiene que ver menos con los valores que con el sostenimiento de la vida. Por eso el capitalismo es un sistema corrompido, porque coloca el centro en el beneficio económico y no en la existencia humana.
El peronismo debe volver a discutir las condiciones elementales de vida de nuestros compatriotas. Las soluciones reales para que todos los argentinos tengan un plato de comida, vestimenta y una vivienda. Clarificar los fenómenos que causan la desigualdad galopante que vive nuestro país. Encauzarlos en un proyecto político. Ser creativos, representar al peón de campo, al albañil, al artesano y al pyme. Tener claro los enemigos, emanar futuro y recrear la esperanza.
Ya lo hicimos, y hoy más que nunca, debemos volver a hacerlo.
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