
INFORME
Soberanía Alimentaria:
Qué comemos cuando comemos
11 de Septiembre de 2025
Por: Mariano Valdéz
Los transgénicos presentes en la mesa de los argentinos desde 1996. ¿Qué comemos cuando comemos? Un resumen de cómo la falta de ejercicio de soberanía afecta también a la salud del pueblo.
“La Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), dependiente de la Organización Mundial de la Salud, clasificó a la carne procesada como cancerígena para los humanos, mientras que la carne roja (vacuna, cerdo, cordero, cabra y caballo) fue ubicada en el grupo de alimentos ‘probablemente cancerígenos’”. Dice la nota, que publica BAE Negocios el 02 de septiembre, sobre la decisión de este organismo de clasificar a los alimentos en categorías que alertan a la gente pero quedan ajenas, gracias al desconocimiento que hay sobre cómo, qué se incluye en cada una y quién toma la decisión.
El arte del buen comer
Orgánico, agroecológico, libre de gluten, huevos de gallinas felices. Cada vez hay más términos asociados a una búsqueda genuina de la gente de comer bien o mejor. Acompañado de discusiones, en muchos casos a base de suposiciones o rumores sin un respaldo fehaciente, que buscan explicar por qué lo dañino para la salud lo es, y por qué la visión extractivista centrada en los commodities, principal materia de exportación de Argentina, tiene un trasfondo de enfermedades asociadas en pueblos enteros.
Corría el año 1996, segundo gobierno menemista, cuando se aprueba el ingreso de la soja transgénica, con su paquete tecnológico asociado, a la Argentina. Un permiso que buscaba potenciar los rendimientos del campo sosteniendo el enfoque extractivista en nuestro país, en su rol de periferia proveedora de materias primas del orden global vigente. Esta medida no sólo habilitó un modelo dañino para la salud de las personas y del ambiente, sino que también expandió la frontera agrícola, de la mano de la destrucción de bosques nativos y demás prácticas que realiza el agronegocio en la búsqueda de incrementar y maximizar sus ganancias. Una mezcla de eficiencia y eficacia en pos del capital.

Poco tiempo más tarde, estos productos descendientes directos del agente naranja utilizado en la guerra de vietnam, despertó dudas en el ámbito científico. Fueron los investigadores del INTA quienes advirtieron que la firma del Secretario de Agricultura de Carlos Saúl, Felipe Solá, no tenía ninguna base que haya estudiado los efectos de estos productos en la salud de la gente.
En 2015, la OMS declaró al glifosato “probablemente cancerígeno“. Hoy lo acompañan las carnes procesadas y la acrilamida (es lo que hace que las tostadas o el dulce de leche tengan esos colores amarronados característicos, palabras más, palabras menos). Estamos hablando de que, para este organismo multilateral, comparten casillero unas tostadas y el agroquímico con más enfermedades asociadas del mundo.
Sin ir más lejos, esta clasificación de la OMS para el glifosato, surge dos años después de que se publique un artículo, en una de las revistas de toxicología más respetadas del mundo académico, donde se evidencia que, entre otras, el uso del glifosato coincide con el aumento de los casos de celiaquía en Estados Unidos, de donde provienen los datos recabados para el estudio.

Hoy día, casi cualquier alimento que uno elige consumir, contiene al menos un derivado de soja, sea como fuente proteínas, grasas, o en su formato más utilizado: la lecitina de soja, un producto utilizado para mejorar texturas y mantener uniones entre líquidos y grasas. Es por esto que el aumento en los casos de intolerancia al gluten, celiaquía, SIBO inclusive, tiene una relación directa con la dieta de los argentinos, que se basa principalmente en grasas y harinas provenientes de cultivos 100% transgénicos. Al mismo tiempo resulta imposible salir a buscar opciones más saludables cuando el mercado sólo ofrece las cultivadas bajo el uso de este paquete tecnológico, o en tierras donde ya hubo cultivos transgénicos y queda el resabio de éstos.

El Estado, como garante de los derechos, debiera hacer cumplir e incluso reformar en favor de su pueblo, el artículo 41 de nuestra Constitución Nacional que dice que “todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras”.
La intervención del Estado no solo es una necesidad urgente, es una cuestión de soberanía, ya que nuestros institutos nacionales (INTA e INTI) tienen los recursos, humanos y materiales, necesarios para generar un paquete tecnológico nacional que reemplace el de las multinacionales, con el fin de preservar la integridad de los suelos, la salud de las personas, la soberanía nacional, y arrebatarles el negocio millonario que poseen hoy día.
El carozo del asunto es tu temor
Mientras la producción primaria se encuentra cercada, dos multinacionales, Syngenta y Monsanto, manejan la producción de los paquetes tecnológicos (semillas, agroquímicos, maquinarias), y cinco multinacionales manejan todo el comercio exterior.
La producción de alimentos industrializados se concentra en 10 empresas a nivel global:

Estas 10 empresas son las que deciden qué comen los habitantes del mundo. Fideos, gaseosas, yogures, todos los alimentos del mundo son producidos priorizando las ganancias antes que la salud. Un ensayo fácil para entender esto es ir al supermercado, agarrar cualquier caja de hamburguesas de la góndola, y leer las letras pequeñas que figuran al frente. En la mayoría de los casos, y particularmente en las más económicas, se va a leer que son “medallones”, no hamburguesas. Esto está relacionado con los porcentajes de carne y soja que poseen dentro de sus ingredientes. A menos carne, más soja, y viceversa.
Partiendo de esta base, el anuncio de la OMS sobre el potencial cancerígeno de las carnes procesadas, ¿no debiera estar relacionado con la soja y su presencia en los alimentos antes que con las “carnes”? Las declaraciones de los organismos multilaterales, en general, deberían ser filtradas al momento de diseñar políticas públicas, ya que el acatamiento sin un análisis crítico favorece discursos que podrían terminar siendo aún más dañinos que el estadío pre-análisis.
Sin ir más lejos, el viraje hacia dietas veganas-vegetarianas, por fuera de su fundamento moral, tiene asociado un mayor consumo de agroquímicos que desemboca en una epidemia silenciosa. Como mencionamos antes, la celiaquía es un ejemplo de ello, que a largo plazo va a terminar en un problema de salud a gran escala, y que no tiene ofertas que vayan acorde a los sueldos de la gente, ya que los productos aptos celíacos son hasta 4 veces más caros que sus versiones “normales”.
Lógicamente, el pensamiento crítico tiene asociado un riesgo político que, demostrado ya está, la clase política actual no está dispuesta a correr. Nadie le quiere tocar el culo a Coca-Cola, ni a Monsanto, ni a…
Podría ser sólo anecdótico, sin embargo es triste. Los escasos, nulos más bien, intentos de regular la salud de la gente desde la base de su dieta tienen resultados mediocres que empujan al conformismo de que peor es cero. El etiquetado frontal implementado en 2021 fue de gran ayuda, por ejemplo, para que la gente entienda que no siempre un pote verde es mejor, o que “light” no es sinónimo de sano. Sin embargo, se agotó enseguida cuando la gente entendió, erróneamente, que “entonces no se puede comer nada”. La base de la discusión está, primero, lejos de la elección individual del consumidor y, segundo, justo detrás de la pelea contra las multinacionales.
El pensamiento crítico tiene asociado un riesgo político que la clase política actual no está dispuesta a correr.
Es deber y obligación del Estado generar los marcos legales necesarios para que la producción de alimentos se dirija efectivamente hacia la posibilidad de una oferta orientada a la salud, a precios acordes al bolsillo de la gente, y cuidando el medio ambiente, en simultáneo. Lamentablemente, para los que ostentan tener el poder, mientras no se enfrenten a los poderes reales de la industria que más afecta la salud de la gente, no va a haber campaña de vacunación que aguante para dar como “ganada” esa pelea.
Caña seca y un membrillo
La retórica en contra del poder de las empresas, durante los gobiernos de la vuelta de la democracia a la fecha, quedaron simplemente en palabras. Las empresas y sus ganancias le ganaron a todos los gobiernos “caña seca” que oficiaron de revolucionarios por no poder admitir su mediocridad ante el poder real, y ofrecieron membrillo para matar el hambre cuando no pudieron en la pelea con el poder real.
Mientras las grandes corporaciones siguen escribiendo nuestra legislación en torno a los alimentos, desde el inicio de la cadena de producción hasta su industrialización y posterior exportación, conforman al pueblo y a la militancia con discusiones inconclusas que no resuelven ni la propiedad de las semillas, ni qué comemos cuando comemos.
Le pese a quien le pese la lucha es necesaria, a cualquier costo, en este escenario donde la celiaquía, la diabetes infantil, la hipertensión, son moneda corriente gracias a la falta de información y a la escasez de ofertas de alimentos saludables, bajo la lógica de las corporaciones de ganar a costa de nuestra salud.
La discusión termina siendo de nicho, particularmente tecnólogos y/o gente que dedica grandes cantidades de horas, la posibilidad de decidir sobre sus consumos de una manera más consciente. No porque estos grupos sean grandes iluminados, si no porque la información termina quedando en esos lugares y, con suerte, irradian a sus círculos cercanos.
Si bien es una lucha que viene ya de hace muchos años, hoy la realidad demanda que prime la seguridad sanitaria y alimentaria por encima de los cálculos económicos y estrategias comerciales. Es una deuda pendiente que se tiene con el pueblo, con las zonas que sufren todos los años inundaciones gracias a los desmontes del agronegocio, por los niños que nacen con deformaciones porque sus casas son fumigadas hace años como si fueran una planta más, por una cuestión de salud de la gente que está pidiendo que se le garantice una oferta saludable, porque hay quienes, en esa búsqueda, terminan eligiendo dietas que terminan siendo más dañinas al no tener una opción que les garantice más salud.
Hoy la realidad demanda que prime la seguridad sanitaria y alimentaria por encima de los cálculos económicos y estrategias comerciales.
Es necesario que la nueva generación de dirigentes que asuma el poder, sobre todo quienes lo hacen en nombre del peronismo, recuerden que el 29 de abril de 1949 fue Perón quien nos dictó que “la distribución de alimentos debe ser regulada, no de acuerdo con los reclamos más o menos voraces de consumidores y vendedores, si no en concordancia con las necesidades biológicas reales, que son las únicas compatibles con la salud”.
Mientras la discusión de la soberanía alimentaria no involucre un trabajo del Estado en materia regulatoria y, sobre todo, de desarrollos en pos del ejercicio de la soberanía que garantice acceso a una alimentación saludable, a bajo costo, con producciones nacionales, la tarea no va a estar terminada.
Obviamente este trabajo requiere que la decisión política sea tomada, para lo cual es necesario que, opción A) los actuales dirigentes la tomen, o opción B) que abran los lugares de discusión necesarios, como el Partido Justicialista, para que las bases que así lo demandan puedan tener el espacio para dar el impulso, y quienes están sentados en los lugares de poder hagan lo que tienen que hacer con el respaldo necesario. Mientras tanto, podemos diseñar etiquetados. Podemos pegar en los colegios gráficas alimentarias. Podemos hacer un sin fin de cosas. Pero, una vez más, hasta que no se haga efectivo el ejercicio de la soberanía, otros van a seguir decidiendo por nosotros.
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