
OPINIÓN
La era de la boludez
14 de Octubre de 2025
Por: Mariano Valdéz
Individuos perdidos en una nebulosa de ego que considera que su lucha es más importante, relevante y urgente que todas las luchas.
10 de diciembre 2023. Alberto Fernández le entrega la banda y el bastón presidenciales a Javier Milei, Cristina le habla al oído. Una imagen que quedará grabada en la memoria de todos.
Para algunos, una especie de estampita en forma de esperanza, cristalizada en una idea que han sabido tener, o tienen, de un destino de país con el que sueñan.
Para otros, la simbolización de la penuria, que deja conocer el destino triste hacia el que se conduce la Patria. Algo así como saber que el titanic va en línea recta hacia un iceberg.
Para algunos otros, nosotros, la representación gráfica de hacia dónde han conducido al país los arquitectos de una lógica política que dejó de hablarle a su principal parte interesada: el pueblo.
Lejos de ser un hecho aislado, la llegada de Javier Milei al poder no fue más que la continuación de un trabajo estratégico del poder dominante de turno para ocupar uno de los países clave, históricamente, de la periferia del imperialismo.
Subido a un aparato que se le fue desarmando al andar, tuvo como principal combustible el odio, la desesperanza y la repulsión de la gente hacia un sistema que ha incumplido continuamente las promesas hechas. Quien crea que el odio viene de otro lado que no sea ese, déjeme adelantarle que está equivocado. No dejan de ser personas, como bien describió Ludmila Chalón con anterioridad, que por H o por B, no han sido contenidos en otros lugares.
Lo más probable es que esa falta de contención provenga de las fallas propias del sistema liberal que habitamos, o de los sectarismos propios de los espacios «de resistencia» que se han ido formando a lo largo del tiempo. En última instancia, con sus salvadas diferencias, al igual que una persona en situación de calle, son personas que no hemos logrado abrazar con las lógicas que habitamos hasta, al menos, el pasado 10 de diciembre de 2023.
¿Qué nos pasó? ¿Qué hicimos mal? Nosotros, nada. Al menos como individuos, o como fracciones de un colectivo mayor. No debemos asumir la culpa en términos personales.
Parte de la lógica del sistema que habitamos y que termina, en última instancia, entregando el poder a estos personajes nefastos con aspiraciones de cantaniño, tiene que ver con la individualización y la sectorización de la sociedad y sus discusiones, el narcisismo de masas fogoneado por izquierda y por derecha por discusiones varias, y la lógica mesiánica de los espacios políticos.
En todos los casos, por más que nos autoflagelemos, hemos respondido a un orden mayor que se nos ha impuesto a base de una búsqueda inexistente e imposible de construir con aquello, y con aquellos, que coincide en un 100% de nuestros principios, valores o creencias.
El resultado es una pérdida total de los ejes verticales ordenadores de la vida, e individuos perdidos en una nebulosa de ego que considera que su lucha es más importante, relevante y urgente que todas las luchas, dejando de lado una base de valores, cristianos si se quisiera, que lograban una mancomunión entre los parecidos (que no es lo mismo que los iguales). Todos hemos asistido a la mesa de alguien, al menos en el pasado reciente, que ha tratado de idiotas a quienes se meten a las fuerzas de seguridad buscando un sueldo realmente decente, como si fuera un crimen querer tener un mejor pasar.
Desde las manzaneras de los ’90, que ponían su casa como símbolo de solidaridad con el barrio, hasta los curas villeros, que dan su vida a una causa superior, podemos encontrar gente que tiene dos principales características destacables y necesarias para salir de la era de la boludez que habitamos: la solidaridad con los otros aunque sean diferentes a uno, y la ausencia de narcisismo o ego.
En contrapunto, hoy contamos con sus versiones 2.0 que tienen características completamente opuestas: los punteros políticos y las iglesias evangelistas. Ambos sujetos caracterizados por ver a quienes precisan de ayuda, solidaridad, abrazo, abrigo, como sujetos consumidores y aportantes, ya sea para nutrirse de su esfuerzo directo, o para sostenerlos en su realidad como moneda de intercambio para ascender socialmente. Ambos, a su vez, surgen de las lógicas propias del sistema de promesas incumplidas que habitamos y no ha sabido abrigar a quienes se han caído del mapa de la inserción social en cualquiera de sus aristas que se quieran ver.
Mientras escribo estas líneas, suena de fondo Agarrate Catalina, su Manifiesto de la media verdad para ser preciso, y se me hace incontenible un lagrimón al son de «quiero estar en la mitad del mundo que se juega el cuero por el otro medio mundo» y recordar a los inmensos compañeros, principalmente, que han quedado en el camino producto del agotamiento que la propia lógica de la partidocracia política ha ido agotando, así como a aquellos que se encuentran, inconscientemente en muchos casos, en lógicas que solo potencian la infelicidad, la depresión y la frustración, cuando te ponen enfrente objetivos que deberías alcanzar por tus propios medios sin decirte que hoy, muchos, son inalcanzables sin ayuda, y sin decirnos que la única verdad de este sistema es que busca más consumidores a base de separaciones absurdas.
Lo han logrado, eso es innegable. Hoy existen, en la sociedad, separaciones que para muchos hasta resultan impensables por lógica pura. Solo por poner un ejemplo, tanto como existen los peronistas proaborto, abolicionistas, proiglesia, existen los peronistas antiaborto, proprostitucion, antiiglesia. Y todos esos sectores tienen, aunque resulte impensable para algunos, la misma posibilidad y derecho de existir y ser representados.
La gran discusión de eso es que, esas separaciones, guste o no, terminan siendo funcionales a un sistema que las instala desde una lógica liberal con el mero fin de fragmentar la sociedad y lograr así caos, lo que resulta más controlable para ellos.
La respuesta no deja de ser la organización, la comunión, el orden como respuesta a los ingenieros del caos. Y eso se logra con introspección y la cuota de resignación justa que permita construir con otros aunque coincidan con nuestro sistema de valores en un 95 y no en un 100%, siempre y cuando la fracción de coincidencia contenga los verdaderos no negociables de la discusión.
Al fin y al cabo, el resto se acomoda cuando la carreta anda pues conducir es persuadir, y no hay mayor persuasión que discutir y trabajar los temas claves, lo realmente importante, y dejar las discusiones de panzallena para cuando no haya hambre entre nuestros compatriotas.
La comida no deja de ser el combustible para que la gente se permita pensar otros temas, que terminan siendo secundarios cuando la preocupación real está enfocada en que haya algo en la mesa al final del día. Y, si no podemos empatizar con el orden de prioridades del común de la gente, realmente estamos perdidos como sociedad. Obedeciendo al gran Scalabrini Ortiz, cuando dijo que “las minúsculas discrepancias individuales son el aderezo de la concordancia general”.
Una vez más, caminar con las defensas ligeramente replegadas y buscar un símbolo de paz, es la tarea que nos debemos como argentinos. Una gran mancomunión que se ordene bajo el lineamiento principal de saldar las necesidades básicas primero, para que todos estemos en las mismas condiciones materiales, con el estómago lleno, y la posibilidad de dedicar carga mental y tiempo a repensarnos en otros términos, alejados del síndrome de la indefensión aprendida.
Armados de esta lógica, recuperando el colectivo real que se ha perdido, abandonando la obediencia debida sin sentido, la lógica mesiánica, y la orgánica que no admite crítica, podremos hacer frente a quienes operan fomentando el enfoque individual de la gente, para quienes somos meros consumidores, que buscan que nos dispersemos y nos enfoquemos en aquello que nos aleja y no en aquello que nos acerca.
Nos debemos, en última instancia, un gran abrazo de contención, pero en términos simbólicos. Como a uno lo ha abrazado la mesa larga el domingo en lo del abuelo, las noches de pelis en familia, o ese amigo que se presenta en el momento justo para sumarte a alguna actividad y te saca del ensimismamiento disfrazado de introspección en que hemos entrado y que precisamos urgentemente abandonar.
Haga patria, abrace al de al lado.
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