Poder nacional y proyección histórica

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Poder nacional
y proyección histórica

21 de Septiembre de 2025

Por: Pablo Garello

Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.

Un principio que a menudo olvidamos es que la soberanía no se declama, la soberanía se ejerce.


Para iniciar una senda de grandeza y felicidad, Argentina debe volver a discutir sobre el poder de las naciones, ya que desde hace más de 40 años, la clase política vernácula obtura este hecho central del desarrollo de los pueblos. Confundir poder con riqueza, creer en la farsa jurídica de la igualdad entre Estados o posicionar en agenda solo la estúpida y colonial rosca de la partidocracia, son evidencias de una falta de real conciencia sobre el poder.

Ahora bien: ¿qué es el poder nacional?

Podemos definirlo como la capacidad de un Estado para garantizar su autonomía y soberanía frente a otros Estados. Según Marcelo Gullo, el poder nacional está íntimamente ligado a la noción de insubordinación fundante, es decir, el acto político mediante el cual una nación decide no aceptar una posición subordinada en el sistema internacional.

Es interesante esta definición de Gullo como hispanoamericano en relación a la definición de autores estadounidenses o europeos como Hans Morgenthau o Raymond Aron: según estos, el poder es la capacidad de un Estado para influir en otros Estados y controlar sus acciones a través de los medios disponibles. Es decir, para estos autores el poder es dominación, para Gullo más bien es autonomía y resistencia a la subordinación. Es claro que los primeros escriben desde potencias consolidadas, mientras que el autor rosarino lo hace desde un país semicolonial.

Más allá de esto, podemos definir al poder nacional como la suma de recursos tangibles e intangibles que permiten al Estado defender sus intereses y alcanzar objetivos de política exterior.

Algo no menor en esta discusión es la diferencia entre riqueza y poder. Desde las usinas de pensamiento liberal buscan igualar estos dos factores, pero no necesariamente son lo mismo. Un ejemplo de esto son los desarrollistas, para quienes el objetivo superior de la política es terminar con la restricción externa para iniciar una senda de crecimiento. En pos de dicho objetivo, toda inversión exportadora sirve, sin importar si una empresa canadiense controla tu litio o si una empresa belga draga tu principal vía navegable. Mientras haya inversión y crecimiento, funciona. El problema de esta Argentina semicolonial, es que tal crecimiento no se evidencia y menos que menos un quantum de poder nacional.

Al respecto de la disputa, Friedrich List, gran teórico alemán, afirma: “la potencia es más importante que la riqueza; pero ¿por qué es más importante? Porque la potencia de una nación es una fuerza capaz de alumbrar nuevos recursos productivos, porque las fuerzas productivas son a modo de un árbol cuyas ramas fueran las riquezas, y porque siempre tiene más valor el árbol que produce frutos que el fruto mismo. El poder es más importante que las riquezas, porque una nación por medio del poder no solo adquiere nuevos recursos productivos, sino que se reafirma también en la posesión de las riquezas tradicionales logradas desde antiguo, y porque lo contrario de la potencia, o sea, la impotencia, hace que pongamos en manos de los que son más poderosos que nosotros todo lo que poseemos, no solo la riqueza, sino también nuestras fuerzas productivas, nuestra cultura, nuestra libertad y hasta nuestra independencia como nación”.

Resulta insólito tener que aclarar esa verdad de perogrullo. Si la riqueza implicaría lo mismo que poder nacional, un país como Qatar debería tener un asiento en el consejo de seguridad de la ONU. Y, por esto mismo, es una verdadera estupidez afirmar que a principios de SXX Argentina era potencia. ¡Cómo va a ser potencia un país que producía carne y pasto, y que tenía controlada sus finanzas, transporte y comercio por Gran Bretaña! ¡potencias eran EEUU, Alemania, Inglaterra, que fabricaban armamentos, buques, aviones, que tenían unas gigantescas fuerzas armadas, que controlaban vías estratégicas! 

Nosotros, en todo caso, éramos un país rico que contaba con una renta agraria extraordinaria (controlada por una elite mediocre y parasitaria) sujeta a los vaivenes del clima y del mercado internacional.  Por lo tanto: es obvio que riqueza no significa lo mismo que poder, aunque también es cierto que sin riqueza es difícil construir poder nacional.

Otra infamia recurrente, es la farsa jurídica de la igualdad entre estados. Como si Nicaragua o Namibia, por el solo hecho de tener bandera, leyes y fronteras, pesarían lo mismo en el sistema internacional que China o Estados Unidos. Un principio que a menudo olvidamos es que la soberanía no se declama, la soberanía se ejerce. 

Pero volvamos al poder nacional. Morgenthau, padre del realismo clásico, concibe el poder de una nación como una pirámide egipcia formada por niveles, en cuya base se encuentra el factor geográfico; en el segundo piso, la posibilidad de autoabastecerse de alimentos; en el tercero, las materias primas que posee; en el cuarto, la producción industrial; en el quinto, la infraestructura militar; en el sexto, el tamaño y la calidad de la población; el séptimo y el octavo piso están ocupados por el carácter y la moral nacionales, respectivamente. El noveno, por la diplomacia del Estado.

Es interesante analizar el caso de Argentina en relación a esta pirámide de poder nacional. Desmenuzando uno a uno todos los elementos, comprobaremos que nuestro país tiene una enorme potencia para consolidar su autonomía estratégica en el ámbito geopolítico, garantizando su grandeza y la felicidad de sus compatriotas.


Un principio que a menudo olvidamos es que la soberanía no se declama, la soberanía se ejerce.

Pero antes debemos estar advertidos de una cosa: no es lo mismo potencia que acto. Es decir, podemos tener capacidad y recursos disponibles, pero podemos no hacer uso de ellos para acumular poder. Al respecto explica Gullo: “Para los Estados periféricos, sometidos en el sistema internacional a una doble subordinación (ideológica y material), el objetivo estratégico fundamental no puede ser otro que alcanzar el umbral de poder. En esos Estados, la construcción del poder nacional requiere de un enorme impulso estatal para poner en acto lo que se encuentra en potencia. El impulso estatal permite la movilización de los recursos potenciales que transforma la fuerza en potencia, en fuerza en acto”. 

“En un sentido físico –sostiene Raymond Aron en su famoso libro Guerra y Paz entre las naciones – un hombre fuerte es aquel que, gracias a su peso o a su musculatura, posee los medios para resistir una prueba de fuerza, una agresión o para doblegar a otros. Sin embargo, la fuerza física no es nada sin ingeniosidad, sin voluntad, sin inteligencia. En el ámbito de las relaciones internacionales hay que distinguir entre la fuerza en potencia y la fuerza en acto. Por lógica, solo se alcanza el poder cuando se logra poner en acto la potencia y entre la fuerza en potencia y la fuerza en acto se interpone la movilización, que transforma la fuerza en potencia en fuerza en acto. La movilización está determinada por la capacidad y la voluntad, es decir, por la capacidad y voluntad de la población (en especial de la élite dirigente) de convertir aquello que está en potencia, en acto”. 

Al respecto nos hacemos una pregunta: ¿tiene Argentina una élite patriota capaz de convertir la potencia en acto?

La pirámide egipcia

Ahora, pasemos a hacer un análisis somero de capacidades nacionales en los 10 atributos del poder que define Hans Morgenthau. 

  • Factor geográfico: 

La Argentina es una bestia bicontinental, el 8vo país más grande del mundo. Entre la superficie terrestre y acuática suma alrededor de 10 millones de km2. Tiene salida directa al Atlántico Sur, con más de 4.700 km de litoral marítimo. Se encuentra lindante al único paso bioceánico natural de sudamérica y tiene una proyección directa a la Antártida. Está alejada de las grandes potencias y un enorme océano la protege de probables invasiones desde el Oeste, al igual que la Cordillera de los Andes por el Este.

La mayor dificultad geográfica es la lejanía con los grandes centros de consumo, principalmente los países de Asia, de allí que sea inestimable reforzar los vínculos comerciales con América del Sur, fundamentalmente Brasil.

Un elemento importante a aclarar es que la proyección geopolítica de una Nación depende de factores naturales y sociales. La naturaleza no determina todo pero sí puede condicionar enormemente. Imaginen ustedes un país como Jamaica, ¿qué posibilidad tiene de sentarse en la mesa de los grandes? absolutamente ninguna. País pequeño, impotente y lindante a una gran potencia continental. Sin extensión ni recursos. De allí que Argentina debe hacer valer la maravillosa geografía que posee y consolidarla en toda su extensión para potenciar su poder nacional.

  • Posibilidad de abastecerse de alimentos: 

Totalmente suplido. Argentina produce alimento para más del triple de su población, contando con una de las llanuras más fértiles de todo el planeta tierra. Excelente provisión de agua dulce y producción de: ganado, frutas, hortalizas, oleaginosas, legumbres y frutos de mar. Cada cosa en cantidad y en calidad. 

  • Materias primas: 

Este es un elemento central. Rusia no podría ser lo que es sin gas, China no podría liderar la tecnología global sin controlar las tierras raras del mundo, Japón hubiera podido dejar de ser un satélite norteamericano si en lugar de ser una isla agreste sin recursos naturales, sería un enorme y exuberante país. Las guerras en Irak y el Golfo Arabe, condicionadas por el petróleo. Recursos naturales, desde el principio de la civilización, un objeto de disputa por los hombres y las naciones.

Argentina tiene la segunda reserva de gas no convencional del mundo y la cuarta de petróleo. Está entre los 15 productores globales de oro; tiene plata, cobre, uranio y tierras raras. Recursos forestales, hídricos y genéticos que la hacen una potencia en la biotecnología y en la producción de medicamentos. Las materias primas fundamentales para consolidar poder nacional, Argentina las tiene y en cantidad.

  • Producción industrial: 

Este ítem se vincula estrechamente con el anterior, Hans Morgenthau se pregunta: ¿Qué sentido tiene que el Congo rebalse de uranio si no tiene la capacidad nuclear para industrializar su recurso? Las materias primas hacen al poder nacional, pero sin industria su incidencia se vuelve prácticamente nula. Lo mismo ocurre en Argentina y la mayoría de los países sudamericanos, ¿de qué sirve el oro y la plata de nuestro suelo si solo se destina a las arcas de la Barrick Gold y de la Pan American Silver?

La realidad es que, desde 1976, Argentina sufre una desindustrialización acelerada. Desde la vuelta de la democracia, ningún gobierno modificó la ley de entidades financieras que premia la especulación por sobre la producción. Si algo queda claro es que industria es poder, lo evidenció Donald Trump en su disputa con China; de allí la búsqueda de relocalizar firmas industriales en Estados Unidos y fomentar el proteccionismo. No existe país importante a lo largo del mundo que no tenga un entramado industrial. 

Argentina tiene algunas ventajas: tradición industrial a lo largo de su historia (inexistente en la mayoría de países de sudamérica) y ciertos nichos con alto valor agregado que aún subsisten, como la industria aeroespacial, la nuclear, la biotecnología, la fabricación de medicamentos, etc. Sumado a eso un alto nivel en recursos humanos para afrontar un nuevo proceso de industrialización: eficiente, innovador y acorde a los tiempos que corren.

  • Poder militar: 

El país vive una catástrofe en sus capacidades de defensa. Desde que asumió Milei renunciaron 20 mil efectivos, nuestro instrumento militar languidece, carecemos de capacidad aérea y submarina y no tenemos autonomía en la producción de armamento. El desfinanciamiento es moneda corriente desde la posguerra de Malvinas, incluso durante los gobiernos kirchneristas. Actualmente Argentina destina solo un 0,6% del PBI a defensa, EEUU destina 3,5% y China 2%.

Todo esto ocurre como si no tuviéramos un tercio de nuestro territorio ocupado, como si no disputáramos la soberanía Antártica o como si en el mundo no hubiera una disputa feroz por recursos naturales y vías estratégicas. Necesitamos recuperar la visión estratégica que tuvo el General Perón y su pléyade de funcionarios.

  • Tamaño y calidad de la población: 

Nuevo punto flojo. Los argentinos somos 45 millones, en una extensión gigantesca de tierra. Como si fuera poco, en los últimos 10 años disminuyó un 40% la natalidad. La cantidad de población es un elemento central del poder nacional, de hecho, no es casualidad que los dos emergentes más importantes del último tiempo sean los países más poblados del mundo: China e India.

Sumado a eso, nuestro país vive una situación crítica de distribución poblacional. Una provincia como Santa Cruz (que rebalsa de recursos naturales) tiene solo 1 habitante por km2 y gran parte del interior se está despoblando a un ritmo vertiginoso. La enorme mayoría de la población vive en el conurbano de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y no mucho más. 

Con respecto a la calidad, más allá de la destrucción educacional del último tiempo, Argentina conserva una alta reserva de profesionales e instituciones educativas de primer nivel. Una tarea fundamental es orientar la formación superior al proyecto de país y no solo al sueño liberal de que cada individuo pueda estudiar lo que le plazca, sin conexión real con las necesidades de su pueblo.      

  • Carácter y moral nacional: 

El coraje, la resistencia, la disciplina, la sagacidad, el orgullo nacional. Todos estos valores y más, hacen también al poder de una nación. Morgenthau ejemplifica en su libro:

Los gobiernos ruso o alemán, por ejemplo, han desarrollado determinadas políticas internacionales que habrían resultado imposibles de implementar para los gobiernos inglés o norteamericano. El antimilitarismo, la aversión a los ejércitos permanentes o al servicio militar obligatorio son componentes esenciales de los caracteres nacionales inglés y norteamericano. Por el contrario, esas mismas instituciones han prevalecido en la escala de valores de Prusia, desde donde han diseminado todo su prestigio al resto de Alemania. Lo mismo ocurre en Rusia, donde la ancestral obediencia a la autoridad del gobierno y el tradicional temor a todo lo que sea foráneo han hecho que las instituciones militares tengan aceptación en el pueblo. De ese modo el carácter nacional ha otorgado una ventaja inicial a Rusia y a Alemania en la competencia por el poder, ya que para ambas naciones resultó más fácil convertir, en tiempos de paz, parte de sus recursos naturales en implementos aptos para la guerra.

No resulta menor el ejemplo de Rusia, que dejó 27 millones de muertos en la segunda guerra mundial mientras Estados Unidos no llegó ni siquiera a los 500 mil. Esto habla de un espíritu de trascendencia, lucha, resistencia y amor a la Patria. Una serie de valores que el actual occidente ha perdido completamente. 

En Argentina, nuestro pueblo mantiene rasgos de elevada moral: el aguante, la lucha cotidiana, la solidaridad, la camaradería, la rebeldía. Valores positivos que deben conducirse a un proyecto político para no terminar en la frustración generalizada.

Para eso, tenemos el desafío de encarar no solo un proyecto de grandeza material, sino también espiritual, a partir de nuestra idiosincrasia popular. Que el actual peronismo practique un nihilismo furibundo y se haya distanciado de la fe, del sentido de sacrificio y trascendencia que históricamente caracterizó al justicialismo clásico, es una catástrofe. De allí la importancia de volver a la doctrina nacional, para templar el carácter de dirigentes militantes y de nuestro pueblo en general.

  • Diplomacia: 

Explica Morgenthau: “Se puede decir que la diplomacia es el cerebro del poder nacional, así como la moral nacional en su alma. Si su visión es defectuosa, su juicio erróneo y débil su determinación, todas las ventajas que proporcione la ubicación geográfica, el autoabastecimiento de alimentos, materias primas y producción industrial, la eficiencia en infraestructura militar, el tamaño y la calidad de la población, de muy poco servirán a la nación. Una nación que pueda jactarse de todas esas ventajas, pero que carezca de una diplomacia acorde con ellas, puede conseguir éxitos temporarios mediante la dilapidación de esas ventajas naturales. Pero en el largo plazo comprobará que las ha desperdiciado de modo incompleto, incierto y perjudicial para sus intereses internacionales”.

El Estado argentino debe crear un cuerpo diplomático de excelencia que haga valer los intereses vitales de la Nación. Debemos volver a pensar con estrategia, sin planificación a largo plazo toda nuestra potencia nacional se vuelve esteril. Para eso es necesario volver a formar cuadros políticos integrales: sólidos intelectualmente, honestos, valientes, sacrificados y entregados a la causa nacional antes que a su propio ego.

La actual dirigencia política difícilmente pueda generar un proceso real de consolidación del poder nacional. Es nuestro desafío como generación ir labrando la tierra para que una élite robusta pueda emerger de la Patria, para conducir y organizar a su pueblo hacia la victoria y la liberación definitiva.

  

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