El eterno retorno
Por: Agustín Chenna
Quienes dicen que la historia es cíclica cometen un error grotesco. Quienes lo nieguen también. Es tan cierto que los procesos históricos parecen tener su retorno constante como que la conciencia de las personas (y, por lo tanto, esos procesos) no pueden nunca volver al mismo lugar. Se vuelve, sí. Pero desde otro lado, con otras miradas, con bastante agua corrida bajo el puente.
En el 2016 por los intentos de los otrora leales de jubilarla y en el año actual por la exposición notoria de una interna entre sus segundas líneas, Cristina volvió a aparecer en la escena para ordenar la cuestión y poner en el centro lo que nunca tiene que abandonarse en un movimiento popular y revolucionario: la política. En el camino dejó algunos metamensajes.
En primer lugar, que si alguien todavía logra tener algo parecido al poder popular (en palabras de Juan Román Riquelme, “tener poder es que la gente te quiera”), es ella. Que ese poder no se encuentra en su punto más alto, en el medio de un proceso de descrédito absoluto de las dirigencias políticas, es tan real como que es la única persona que puede tener a un microestadio escuchándola durante una hora y media hablar sobre Lehman Brothers y Pampa Energy. Lo que también demuestra que la representatividad que genera es intransferible, a tal punto que la propia militancia del kirchnerismo putea abiertamente a uno u otro bando de las segundas líneas, pero se ordena cuando ella lo dice. La escuchan a ella y a nadie más.
En segundo lugar, que la tropa propia sigue siendo tropa propia a tal punto que una interna que parecía “romper” al kirchnerismo se resolvió con un acto donde sentó a “los que no se podían ver” a dos metros de distancia. Que existen internas no es nada nuevo. Lo novedoso es que, en medio de un gobierno que ajusta por todos lados, es imposible aplicar la solución de todo el proceso hasta 2023: repartir la torta estatal actual o la futura.
Por lo pronto la interna tiene más olor a presión de un sector para que las listas legislativas no se cierren de vuelta unilateralmente en el 2025 que a diferencias ideológicas reales. Y que, si existen (y personalmente creo que sí), a todos les pesa más su sostenimiento como dirigente de una fracción que la voluntad real de conducir al conjunto.
Si arrancamos mencionando estas dos cosas es porque creo, personalmente, que tienen una relación más que importante. Que hay que saber diferenciar la política de las sectas políticas, la política de los “politizados” y la verdadera política (la popular), pero que también es importantísimo relacionarlas en tanto la conformación de interlocutores, apóstoles o como se los quiera llamar son la ejecución práctica y el rostro visible del horizonte político que se plantee.
El discurso de Cristina: poner el centro en la política
Arturo Jauretche decía que “Cuando un gobernante, ante graves problemas, se refugia en frivolidades, esas frivolidades con que la burocracia lo aísla, es que está fatigado políticamente. Y esa fatiga es el anuncio del fin”.
En ese sentido, quizás por capacidad propia o por mediocridad general del sistema político, Cristina no solo no demuestra fatiga, si no que es una de las pocas personas a las que se la escucha hablar de política honestamente y a quien, por lo tanto, se le pueden discutir ideas. Al igual que a Milei, nadie puede decir que no dice lo que piensa y como le sale.
Hace ya unos años Cristina tomó la decisión de empezar a hacer “clases magistrales”. Decisión por demás lógica -aunque discutida (según ella) ni más ni menos que por el conductor de La Cámpora que es también su propio hijo-, con una tropa que se acostumbró durante años a delegar el pensamiento en la conducción infalible. El hilo conductor de todas esas clases siempre fue el mismo: el desarrollo del estado de situación y la conclusión de que hay que conformar un gran frente social que pueda llevar adelante un “capitalismo ordenado” o un “capitalismo verdadero”.
Esa idea nos lleva directamente a la conclusión de que el rol del Estado es, justamente, garantizar un capitalismo ordenado donde las empresas ganen lo justo y necesario para que el pueblo viva bien, añorando nostálgicamente los tiempos del fifty-fifty previos a la instauración a sangre y fuego del modelo de valorización financiera. Siguiendo la secuencia lógica, la solución al problema es de lapicera o de funcionarios. Y para eso, la condición sine qua non es el apotegma de “hacer costos”, controlar los márgenes de ganancia del capital, redistribuir los excedentes fomentando el consumo y reviviendo el famoso “círculo virtuoso de la economía”.
Y acá es donde tenemos que plantear un interrogante por primera vez: ¿y si una vez que hacemos costos nos damos cuenta que lo que se piensa como avaricia de los grandes capitales no es más que supervivencia? El problema de hacer costos es que, quizás, nos sorprendemos y veamos que el margen de ganancias de las empresas no es tal. Y que, si existen el saqueo, la corrupción y la especulación, tal vez sea porque en el sistema económico mundial, que es el capitalismo, esos “grandes capitales nacionales” no sean más que un pequeñísimo eslabón de la cadena alimenticia de los grupos económicos. Que el fifty-fifty de los 70’ fue sobre una altísima competitividad y tasa de ganancia, y que recrear eso en las condiciones actuales es materialmente imposible. Sería una conclusión bastante incómoda para varios sectores, en tanto plantea la necesidad de hacer otro tipo de política y no la que estamos acostumbrados.
Esa misma concepción es la que gobierna cuando se plantea que la economía primarizada de minería, hidrocarburos y exportación agrícola que pretende el gobierno de Javier Milei es una situación “pre-capitalista” colonial. Es colonial, sí. Pero es neo-colonial. No hay nada más capitalista que la división internacional del trabajo y el desarrollo desigual, en tanto el capitalismo nacional no existe por encontrarse todas las cadenas productivas del mundo integradas.
No solo no es anticapitalista la primarización de nuestra economía, sino que en la etapa monopólica del capital lo único que queda para hacer (ya centralizada casi toda la producción en pocos grupos económicos) es saquear abiertamente a la sociedad y a los recursos nacionales.
La conclusión de que tenemos que construir un gran frente social es más que acertada, porque somos más los que quedamos afuera de este sistema que los que quedan adentro. Pero si tiene estas premisas, su conclusión inevitable es la albertización de la política: ganar las elecciones y justificarte cuatro años porque no podés hacer nada.
No es por menospreciar la gestión de Néstor y Cristina, espacio de pertenencia política y sentimental de gran parte de los peronistas de nuestra generación. Pero es necesario des-idealizarnos y hablar de cuestiones objetivas: aún después de doce años de gestión gubernamental en pos de los sectores más humildes y mucha pelea contra los pulpos que dominan nuestra economía, la situación de empleo y salario ni se acercó a la existente antes de la dictadura. ¿A nadie le hace un poco de ruido eso? ¿Se explica sólo por errores de gestión? ¿Existen condiciones materiales para que el capitalismo y el consumo puedan ser un eje ordenador de la vida social en el año 2024?
¿Y entonces qué?
La pregunta que debe hacerse todo militante político, entonces es: ¿cómo se positiviza? Como venimos planteando en cada una de las editoriales, la conclusión a la que lleva analizar los límites estructurales del proceso es que desde el aparato político no hay mucho más para hacer que retrasar la embestida y amortiguar los golpes. Lo que se agotó/está agotando/va camino a agotarse no es la dirigencia política en tanto nombres sino una determinada forma de hacer política “de políticos”.
El planteo de que es necesario construir “desde abajo” no es idealismo, sino aceptación de que hay una lógica que no va más. Y que, si bien puede tener algunos capítulos más delante de repliegue de la sociedad hacia la “clase política”, el proceso es objetivo y negarlo nos llevará al error. Por querer analizar dónde estuvieron los votos ayer o donde están hoy se pierde la capacidad de analizar dónde estarán mañana, y así es como los pueblos se llevan puestos a quienes no están a la altura de las circunstancias. Siempre es bueno aclarar que, en las condiciones actuales, la sociedad nos detesta tanto que optó por votar a Javier Milei.
Es por eso que suena un poco contradictorio plantear “…hay que estudiar, hay que formarse, hay que salir a discutir estas cosas, no pelotudeces, estas cosas que son las que le interesan a la gente, que son las que le cambian la vida a la gente. Están discutiendo para ver cómo cambian la vida de los dirigentes. Hay que comenzar a trabajar y a discutir para cambiar la vida de la gente”. Por eso, poner como coroneles de esa estrategia a quienes durante años no los escuchamos nunca hablar de otra cosa que no sea la política de la rosca, es una contradicción. Que piensan que Bretton Woods es un juego de Playstation o que no hacen un «casa por casa» desde el fin de la convertibilidad.
Siempre que escuché “hay que discutir ideas, no lugares” lo estaba diciendo alguien que, paradójicamente, tenía el monopolio de quienes iban a “los lugares”. Es hasta indignante ver cómo gran parte de la dirigencia habla como si durante los últimos 20 años hubiesen sido vocales de una Sociedad de Fomento barrial y no parte y beneficiarios, en algún momento, del sectarismo que critican.
Después del golpe del 55’, en una carta, Arturo Jauretche escribió:
“Las fallas eran sustancialmente políticas y consistieron en la pérdida de la colaboración militante de la mesa: en una disciplina que no permitió jerarquizar valores y renunció a la colaboración y fue degradando paulatinamente la calidad de las jefaturas adictas para convertirlas en burocracia. En 1946 cada peronista se sentía un conductor de la historia y responsable de la tarea común; después, en espectador, un aburrido miembro del coro de aplaudidores”.
Es necesario que nos volvamos a sentir conductores de la historia, porque la actitud de la mayoría de la dirigencia política es de especulación y no de arrojo. Retomar la frase “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes” porque el plan del neoliberalismo está más que claro.
Javier Milei vino a terminar con la vida del pueblo como la conocemos y a atacar el conjunto de reivindicaciones que hicieron siempre de la Argentina un caso excepcional dentro de Latinoamérica. Ataque a la industria, a la investigación, a la educación, a la cultura, a los sindicatos… En fin, ataque a todo lo que signifique una resistencia al saqueo de las corporaciones y una esperanza para la clase trabajadora de vivir una vida relativamente digna y tranquila.
Nos tomamos el atrevimiento de invertir a Marechal: del laberinto se sale por abajo. La construcción de un frente social por arriba nos condujo al peor escenario político posible, que es perder la iniciativa. Debemos retomarla. Mover el avispero, discutir ideas y, sobre todo, desnudarnos de falsas expectativas en un sistema que está imposibilitado de dar respuesta al conjunto del pueblo argentino.
Existen cuadros políticos ordenadores, un pueblo harto pero muy politizado y una generación entera incorporada a la política con mucha capacidad y mucha vocación de transformación.
Si tenemos razón, triunfaremos.
Y si no la tenemos, mejor que no ganemos nada.
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En el 2016 por los intentos de los otrora leales de jubilarla y en el año actual por la exposición notoria de una interna entre sus segundas líneas, Cristina volvió a aparecer en la escena para ordenar la cuestión y poner en el centro lo que nunca tiene que abandonarse en un movimiento popular y revolucionario: la política. En el camino dejó algunos metamensajes.
En primer lugar, que si alguien todavía logra tener algo parecido al poder popular (en palabras de Juan Román Riquelme, “tener poder es que la gente te quiera”), es ella. Que ese poder no se encuentra en su punto más alto, en el medio de un proceso de descrédito absoluto de las dirigencias políticas, es tan real como que es la única persona que puede tener a un microestadio escuchándola durante una hora y media hablar sobre Lehman Brothers y Pampa Energy. Lo que también demuestra que la representatividad que genera es intransferible, a tal punto que la propia militancia del kirchnerismo putea abiertamente a uno u otro bando de las segundas líneas, pero se ordena cuando ella lo dice. La escuchan a ella y a nadie más.
En segundo lugar, que la tropa propia sigue siendo tropa propia a tal punto que una interna que parecía “romper” al kirchnerismo se resolvió con un acto donde sentó a “los que no se podían ver” a dos metros de distancia. Que existen internas no es nada nuevo. Lo novedoso es que, en medio de un gobierno que ajusta por todos lados, es imposible aplicar la solución de todo el proceso hasta 2023: repartir la torta estatal actual o la futura.
Por lo pronto la interna tiene más olor a presión de un sector para que las listas legislativas no se cierren de vuelta unilateralmente en el 2025 que a diferencias ideológicas reales. Y que, si existen (y personalmente creo que sí), a todos les pesa más su sostenimiento como dirigente de una fracción que la voluntad real de conducir al conjunto.
Si arrancamos mencionando estas dos cosas es porque creo, personalmente, que tienen una relación más que importante. Que hay que saber diferenciar la política de las sectas políticas, la política de los “politizados” y la verdadera política (la popular), pero que también es importantísimo relacionarlas en tanto la conformación de interlocutores, apóstoles o como se los quiera llamar son la ejecución práctica y el rostro visible del horizonte político que se plantee.
El discurso de Cristina: poner el centro en la política
Arturo Jauretche decía que “Cuando un gobernante, ante graves problemas, se refugia en frivolidades, esas frivolidades con que la burocracia lo aísla, es que está fatigado políticamente. Y esa fatiga es el anuncio del fin”.
En ese sentido, quizás por capacidad propia o por mediocridad general del sistema político, Cristina no solo no demuestra fatiga, si no que es una de las pocas personas a las que se la escucha hablar de política honestamente y a quien, por lo tanto, se le pueden discutir ideas. Al igual que a Milei, nadie puede decir que no dice lo que piensa y como le sale.
Hace ya unos años Cristina tomó la decisión de empezar a hacer “clases magistrales”. Decisión por demás lógica -aunque discutida (según ella) ni más ni menos que por el conductor de La Cámpora que es también su propio hijo-, con una tropa que se acostumbró durante años a delegar el pensamiento en la conducción infalible. El hilo conductor de todas esas clases siempre fue el mismo: el desarrollo del estado de situación y la conclusión de que hay que conformar un gran frente social que pueda llevar adelante un “capitalismo ordenado” o un “capitalismo verdadero”.
Esa idea nos lleva directamente a la conclusión de que el rol del Estado es, justamente, garantizar un capitalismo ordenado donde las empresas ganen lo justo y necesario para que el pueblo viva bien, añorando nostálgicamente los tiempos del fifty-fifty previos a la instauración a sangre y fuego del modelo de valorización financiera. Siguiendo la secuencia lógica, la solución al problema es de lapicera o de funcionarios. Y para eso, la condición sine qua non es el apotegma de “hacer costos”, controlar los márgenes de ganancia del capital, redistribuir los excedentes fomentando el consumo y reviviendo el famoso “círculo virtuoso de la economía”.
Y acá es donde tenemos que plantear un interrogante por primera vez: ¿y si una vez que hacemos costos nos damos cuenta que lo que se piensa como avaricia de los grandes capitales no es más que supervivencia? El problema de hacer costos es que, quizás, nos sorprendemos y veamos que el margen de ganancias de las empresas no es tal. Y que, si existen el saqueo, la corrupción y la especulación, tal vez sea porque en el sistema económico mundial, que es el capitalismo, esos “grandes capitales nacionales” no sean más que un pequeñísimo eslabón de la cadena alimenticia de los grupos económicos. Que el fifty-fifty de los 70’ fue sobre una altísima competitividad y tasa de ganancia, y que recrear eso en las condiciones actuales es materialmente imposible. Sería una conclusión bastante incómoda para varios sectores, en tanto plantea la necesidad de hacer otro tipo de política y no la que estamos acostumbrados.
Esa misma concepción es la que gobierna cuando se plantea que la economía primarizada de minería, hidrocarburos y exportación agrícola que pretende el gobierno de Javier Milei es una situación “pre-capitalista” colonial. Es colonial, sí. Pero es neo-colonial. No hay nada más capitalista que la división internacional del trabajo y el desarrollo desigual, en tanto el capitalismo nacional no existe por encontrarse todas las cadenas productivas del mundo integradas.
No solo no es anticapitalista la primarización de nuestra economía, sino que en la etapa monopólica del capital lo único que queda para hacer (ya centralizada casi toda la producción en pocos grupos económicos) es saquear abiertamente a la sociedad y a los recursos nacionales.
La conclusión de que tenemos que construir un gran frente social es más que acertada, porque somos más los que quedamos afuera de este sistema que los que quedan adentro. Pero si tiene estas premisas, su conclusión inevitable es la albertización de la política: ganar las elecciones y justificarte cuatro años porque no podés hacer nada.
No es por menospreciar la gestión de Néstor y Cristina, espacio de pertenencia política y sentimental de gran parte de los peronistas de nuestra generación. Pero es necesario des-idealizarnos y hablar de cuestiones objetivas: aún después de doce años de gestión gubernamental en pos de los sectores más humildes y mucha pelea contra los pulpos que dominan nuestra economía, la situación de empleo y salario ni se acercó a la existente antes de la dictadura. ¿A nadie le hace un poco de ruido eso? ¿Se explica sólo por errores de gestión? ¿Existen condiciones materiales para que el capitalismo y el consumo puedan ser un eje ordenador de la vida social en el año 2024?
¿Y entonces qué?
La pregunta que debe hacerse todo militante político, entonces es: ¿cómo se positiviza? Como venimos planteando en cada una de las editoriales, la conclusión a la que lleva analizar los límites estructurales del proceso es que desde el aparato político no hay mucho más para hacer que retrasar la embestida y amortiguar los golpes. Lo que se agotó/está agotando/va camino a agotarse no es la dirigencia política en tanto nombres sino una determinada forma de hacer política “de políticos”.
El planteo de que es necesario construir “desde abajo” no es idealismo, sino aceptación de que hay una lógica que no va más. Y que, si bien puede tener algunos capítulos más delante de repliegue de la sociedad hacia la “clase política”, el proceso es objetivo y negarlo nos llevará al error. Por querer analizar dónde estuvieron los votos ayer o donde están hoy se pierde la capacidad de analizar dónde estarán mañana, y así es como los pueblos se llevan puestos a quienes no están a la altura de las circunstancias. Siempre es bueno aclarar que, en las condiciones actuales, la sociedad nos detesta tanto que optó por votar a Javier Milei.
Es por eso que suena un poco contradictorio plantear “…hay que estudiar, hay que formarse, hay que salir a discutir estas cosas, no pelotudeces, estas cosas que son las que le interesan a la gente, que son las que le cambian la vida a la gente. Están discutiendo para ver cómo cambian la vida de los dirigentes. Hay que comenzar a trabajar y a discutir para cambiar la vida de la gente”. Por eso, poner como coroneles de esa estrategia a quienes durante años no los escuchamos nunca hablar de otra cosa que no sea la política de la rosca, es una contradicción. Que piensan que Bretton Woods es un juego de Playstation o que no hacen un «casa por casa» desde el fin de la convertibilidad.
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Es necesario que nos volvamos a sentir conductores de la historia, porque la actitud de la mayoría de la dirigencia política es de especulación y no de arrojo. Retomar la frase “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes” porque el plan del neoliberalismo está más que claro.
Javier Milei vino a terminar con la vida del pueblo como la conocemos y a atacar el conjunto de reivindicaciones que hicieron siempre de la Argentina un caso excepcional dentro de Latinoamérica. Ataque a la industria, a la investigación, a la educación, a la cultura, a los sindicatos… En fin, ataque a todo lo que signifique una resistencia al saqueo de las corporaciones y una esperanza para la clase trabajadora de vivir una vida relativamente digna y tranquila.
Nos tomamos el atrevimiento de invertir a Marechal: del laberinto se sale por abajo. La construcción de un frente social por arriba nos condujo al peor escenario político posible, que es perder la iniciativa. Debemos retomarla. Mover el avispero, discutir ideas y, sobre todo, desnudarnos de falsas expectativas en un sistema que está imposibilitado de dar respuesta al conjunto del pueblo argentino.
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