Fotógrafos del abismo
Por: Agustín Chenna
Ni el Pacto Roca-Runciman, ni la Ley de Entidades Financieras, ni el RIGI sellaron la situación colonial y subordinada de la Argentina a la fracción de poder dominante. No se crea poder con leyes, se lo afirma.
Luego de la votación favorable en la Cámara de Diputados a la denominada Ley Bases -votada en contra solo por el bloque Unión por la Patria, el FIT, algunos socialistas y Natalia de la Sota-, Cristina apareció en escena para resaltar, en particular, una de las modificaciones propuestas por el gobierno de Javier Milei: el Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI).
La primera nota de color que debemos tener en cuenta es la siguiente: casi 90 diputados de UxP votaron en contra de la Ley Bases y a ninguno se le ocurrió que había que denunciar tremendo avasallamiento a la soberanía, hasta que apareció Cristina y florecieron mil tiktoks. La segunda, que algunos de los diputados de Unión por la Patria que votaron en contra de la Ley Bases algunos lo hicieron a favor del RIGI. Se trata de Fernanda Ávila, Silvana Ginocchio y Dante López Rodríguez de Catamarca, y Jorge Chica, Ana Fabiola Aubone y Walberto Allende de San Juan. Anoten esos nombres así no nos olvidamos.
Volviendo a la cuestión y retomando al gran Don Arturo Jauretche, Cristina acertó cuando denominó a este régimen un nuevo “Estatuto legal del coloniaje”, palabras utilizadas por Don Arturo para referirse al Pacto Roca-Runciman, por el cual Argentina cedió todo tipo de “facilidades” a los capitales británicos para garantizar que el sector más concentrado de la oligarquía ganadera siguiera ubicando su producción en el mercado inglés.
En criollo, regalaron el país para que una partecita de la oligarquía siguiera reproduciéndose a costa del pueblo e incluso de otros sectores de la oligarquía. Además de la miseria, ese pacto nos legó frases memorables como “Argentina es la joya más preciada del Imperio Británico”. O mismo que nuestra nación era, desde el punto de vista económico, “parte integrante del Imperio Británico”.
Si puede equipararse el pacto Roca Runciman a otro suceso histórico este es, sin lugar a dudas, la Ley de Entidades Financieras de la última dictadura militar. Esta vez no fue Roca si no Martínez de Hoz (el bisnieto del Encargado de Aduanas de la Corona Británica durante su breve ocupación de Buenos Aires en 1806), el encargado de llevar adelante el saqueo de nuestra patria en manos de los nuevos dueños de la pelota, el circuito financiero de Wall Street. Para los pueblos oprimidos la historia se repite varias veces y siempre como tragedia. El resultado fue básicamente el mismo: los pobres quedaron cada vez más pobres, algunos ricos se transformaron en pobres y los ricos que sobrevivieron se hicieron muchísimo más ricos.
No es el objetivo de estas líneas hablar de las implicancias del RIGI o la Ley Bases, tarea ya realizada por otros espacios (como los informes del OCIPEX y el que publicó el CEPA la semana pasada) sino poder ir un poquito más allá.
¿Qué ve la dirigencia?
Desde que Cristina salió a plantear la cuestión se observa una actitud desenfrenada, cuasi fatalista, sobre las consecuencias de la aprobación de este nuevo régimen. Y si bien sería una muy mala noticia para el pueblo argentino la aprobación de la Ley Bases, lo cierto es que las relaciones de coloniaje no se sancionan con leyes o decretos. Nuestra dirigencia, como siempre, discute lo visible y no el fondo de la cuestión, confundiendo así las causas con los efectos.
Ni el Pacto Roca-Runciman, ni la Ley de Entidades Financieras ni el RIGI sellaron la situación colonial y subordinada de la Argentina a la fracción de poder dominante. Es el poder económico el que precede al poder político y, por lo tanto, las leyes son producto de relaciones de poder existentes y no al revés. No se crea poder con leyes, se lo afirma. Y si puede sancionarse un Estatuto del Coloniaje es porque la relación de coloniaje ya existe de hecho, y lo único que hacen los grupos dominantes (que por algo se los llama “poder real”) es darle un marco normativo a su situación de poder, legalizarla.
Cuando en los canales de televisión los diputados, senadores y dirigentes en general del campo nacional y popular llaman a movilizarse contra la Ley Bases, dan un poco la sensación de que es más una reafirmación de la indignación propia que creencia real en que pueden movilizar a la misma sociedad que votó a Javier Milei hace seis meses en contra de un Régimen de Inversiones.
¿El régimen es terrible? Por supuesto. Pero lo que sustenta lo que decíamos anteriormente es que, si fuéramos casa por casa a intentar a explicar lo terrible que es regalarles nuestro litio a los capitales transnacionales, probablemente nos encontremos con pocos vecinos que hayan disfrutado las mieles de la explotación soberana de un material tan importante ¿Y saben por qué? Porque, lisa y llanamente, eso no ocurrió. Las empresas pagaron, durante el gobierno Fernández-Fernández, 3% del menor precio de mercado, deduciendo transporte y logística, mientras estaban exentas de impuestos como el impuesto a las ganancias y a los derechos de exportación. Tal era el grado de entrega de soberanía que la única planta de baterías de litio que existe en la República funcionaba con litio traído de Chile.
Por supuesto, la culpa no es entera de Alberto Fernández o de Cristina. El problema es muchísimo más profundo que la capacidad de determinados dirigentes para torcer el rumbo de los acontecimientos y las tendencias mundiales. Y es que, la dirigencia peronista, después de la derrota de los 70’, retocó el “Ni yankees ni marxistas” por “Mas yankees que marxistas” y pervirtió al peronismo, nuestro nacionalismo popular revolucionario, en un capitalismo bueno y amigable. Metió debajo de la alfombra al 50% de la Comunidad Organizada, que dice que el capitalismo y la sociedad de consumo son la insectificación del hombre, enarbolándose así de un macartismo nacionalista que habla pestes de Lenin, pero Keynes le parecía un tipo copado.
Ante estos procesos de crisis se elucubraron las teorías más complejas o exageraron la importancia de determinados hechos para no decir lo que el proceso hace cada vez más evidente: el problema no es el RIGI, es el capitalismo.
Is the economy, stupid
El gobierno de Javier Milei vino a hacer lo que el de Mauricio Macri, por error de apreciación o dubitación, no logró realizar: cambiar la estructura económica argentina y amoldarla a la realidad de los países semi coloniales en general. Economías meramente extractivistas, garantizadoras de las materias primas y los alimentos de las potencias económicas, donde un 95% del pueblo se encuentra sumido en la pobreza y el 5% restante disfruta los beneficios de la explotación, sin posibilidad de mejora para los sectores humildes y mucho menos de ascenso social. Además, sin valor agregado, sin industria, sin cadenas de valor y, por lo tanto, sin un ápice de soberanía ni de dinamismo interno, ni mucho menos obreros calificados, empresarios nacionales ni intelectuales.
La pauperización cultural actual no es nada más ni nada menos que una de las manifestaciones de este proceso. La “república bananera” es un hecho, originariamente, económico (literalmente, la expresión viene de las repúblicas centroamericanas subordinadas por la United Fruit Co. durante los inicios del siglo XX).
La particularidad de nuestro país sobre el resto de las naciones latinoamericanas (capacidad de movilidad social, amplias capas medias, importantes sectores universitarios-profesionales, estándar de vida “alto” de sus clases obreras, etc.) no nació de un repollo. Tenemos, junto a Ucrania-Rusia y a Estados Unidos, las tierras más fértiles del mundo en la Pampa Húmeda.
Semejantes niveles de renta extraordinaria, sumados al proceso de lucha de la clase obrera más consciente del continente, generaron una relativa distribución que le permitió a un sector de la población vivir en mejores condiciones que sus compatriotas latinoamericanos.
El gobierno peronista, como punto más alto de ese proceso, llevó la lucha de las clases nacionales a tal grado que logró institucionalizar en la Comunidad Organizada y en la Constitución Nacional del 49’ un nuevo orden económico. Mientras que el capitalismo se basa en la apropiación individual de las riquezas colectivas, nuestra Constitución Nacional del 49’ dice:
Tiene sentido que gran parte de la dirigencia peronista evite estas discusiones. Muchos de ellos fueron convencionales constituyentes en el año 1994 y aprobaron la ley 24.430 que dice “Art 1.- Ordénase la publicación del texto oficial de Constitución Nacional (sancionada en 1853 con las reformas de los años 1860, 1866, 1898, 1957 y 1994)”. Es decir, reconocieron las reformas mitristas, la roquista y la de Aramburu-Frondizi que anuló la del 49’, pero no la de Juan Domingo Perón.
También tiene sentido que, ante un proceso de crisis sistémica del capitalismo, observemos gobiernos inertes como el de 2019-2023 o internas personales como a la que asistimos actualmente. No es que tengan malas intenciones, simplemente no saben qué hacer. Proponer soluciones efectivas en este momento histórico implicaría reconocer que están equivocados. Que es una falta de respeto a las clases populares decir, desde el peronismo, que el capitalismo se ha mostrado como un sistema eficiente cuando más del 50% de nuestra población se encuentra en la pobreza. Que si, desde la dictadura para acá, todos los índices de empleo y sociales empeoraron y la sociedad se pauperizó, evidentemente la cuestión no se trata solo de tener buenas o malas gestiones. Y que, al fin y al cabo, hay que construir desde un lugar que nos permita discutir la estructura económica argentina y no desde la partidocracia liberal.
Al igual que en los momentos del pacto Roca-Runciman y la Ley de Entidades Financieras, nos encontramos con una crisis del modelo actual del capitalismo. Las corporaciones parecen más grandes y potentes que nunca, pero justamente en eso radican las crisis de hegemonía: no pueden convencer al conjunto de la población de que su orden es el mejor orden posible para el conjunto de la sociedad. En su lucha entre grandes pulpos económicos ni siquiera pueden sostener a las distintas fracciones del capital, subordinadas a las grandes corporaciones, y por lo tanto deben concentrar esos capitales y se quedan cada vez con menos aliados. Las reconversiones del capitalismo se tratan, justamente, de matar a los eslabones más débiles de la cadena.
La crisis europea, la inminente victoria rusa sobre la OTAN y el avance de China nos muestran la profundidad del declive yankee y obligan a Estados Unidos a replegar sus capitales y su política sobre su zona de influencia, el continente americano. Estamos ante la decadencia del orden neoliberal que rigió el mundo desde la crisis del petróleo y la ruptura del patrón oro (década del 70) hasta nuestros días. Y es tal la crisis del capitalismo que, lisa y llanamente, ya no pueden permitirle al conjunto del pueblo el disfrute de una partecita de la renta de nuestros suelos. No es que se la quieren llevar toda, necesitan llevársela toda.
No hace falta ser adivino para adelantarse a la tendencia de este proceso. El gobierno de Javier Milei representa abiertamente a los grandes fondos de inversión de Wall Street y, subsidiariamente, a sus pocos aliados locales (Rocca, Caputo, Mindlin, Manzano y algunos pocos más). La reconversión de la estructura económica argentina no va a ser sin tensión con sectores del Círculo Rojo -que se va a quedar inevitablemente afuera del juego- ni mucho menos con los sectores medios y la clase obrera argentina ocupada y desocupada. Pero si a ese descontento ante lo nuevo se le oponen recetas con olor a naftalina o la nostalgia de un pasado cada vez más desdibujado, difícilmente sea nuestra fuerza el vehículo del hartazgo social.
Los grados de concentración y miseria alcanzados por el capitalismo occidental y su derrota en el escenario internacional a manos de actores cuyos sistemas políticos poco tienen que ver con la democracia liberal y el libre mercado, dan la pauta de que algo de razón nos asiste. Tenemos historia y actualidad en nuestras espaldas para frenar, de forma efectiva, el saqueo al que nos quieren empujar los cipayos del siglo XXI.
El temor y la especulación serán pagados con el peor lugar en el que podemos caer los que hacemos política: el olvido y la indiferencia.
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