EDITORIAL
Tenemos razón
Por: Agustín Chenna
Acá no hay héroes ni redenciones fáciles: solo militantes con la certeza de que es posible transformar el mundo, si estamos dispuestos a intentarlo.
Siempre me gusto particularmente una frase de Cacho El Kadri, uno de los grandes referentes del peronismo de la resistencia, que se fue demasiado joven como la mayoría de los que entregaron su cuerpo y alma durante tanto tiempo de militancia:
Perdimos, no pudimos hacer la revolución
Pero tuvimos, tenemos y tendremos razón en intentarlo
Y ganaremos cada vez que algún joven lea estas líneas y sepa que no todo se compra ni se vende
Y sienta ganas de querer cambiar el mundo
Es la síntesis absoluta: 1) si, fuimos derrotados; 2) no nos importa porque tenemos y tendremos la razón histórica; 3) hay esperanza siempre que nosotros la sepamos construir y haya alguien dispuesto a escucharnos. La vengo releyendo bastante.
Como generación política estamos constantemente bailando en el limbo entre la derrota evidente que sufrimos y la victoria que necesitamos construir. Algo de eso hay en la construcción de este medio de comunicación. Ante la apatía generalizada necesitamos construir nuestra victoria, que a veces se limita simplemente a hacerle conocer a las compañeras y compañeros de la Argentina que existe un grupo de jóvenes que hace política para cambiar al mundo y no para venderse al mejor postor.
Como contraparte, nuestra victoria es encontrar muy buena recepción a un mensaje que intuíamos que representaba a muchos, pero que no conocíamos. Eso me llevo durante el año a recorrer bastante el país y la situación de nuestro pueblo no es nada buena.
De Santa Fe a Córdoba, pasando por Rosario o Neuquén, la situación que observé en todas las ciudades a lo largo y ancho del país es la misma. Por dar un ejemplo, en mi último viaje a Mar del Plata (que duró solo dos días) vi trapitos acuchillándose en pleno centro a las dos de la mañana, gente hablándole a la nada, psiquiátricos en varios semáforos pidiendo monedas y adultos de 50 años empepados como pibes de quince en un bar conocido del progresismo local. Si cruzan Champagnat ni les cuento con lo que se encuentran.
Esta situación, hasta hace poco, era la excepción de una ciudad plagada de desempleo y subempleo, tanto por sus condiciones económicas como por la migración que llega esperando el sueño americano y se queda clavada sin poder pagar el pasaje de vuelta. Pero en algún momento esto se generalizó al resto del país, incluso, en la siempre rica Ciudad Autónoma de Buenos Aires (como escribió el Copa, que conoce muy bien tanto Buenos Aires como Mar del Plata en Paseo zombie por la ciudad de la furia (Click acá para leer la nota). De Avenida Córdoba para el sur, la imagen es cada vez más parecida a Ciudad Gótica, pero acá los millonarios no se visten de superhéroes para salir a combatir el crimen organizado. Algunos desde el Estado y otros desde el privado, nuestros millonarios viven en Puerto Madero o Nordelta contando las ganancias de la descomposición social que ellos mismo provocan. Otro rapero, Javier Ibarra, lo grafica muy bien:
Nadie dice nada, todo está amañado
Otro ladrón sale riendo del juzgado
Son todos amigos, chupan del estado
Nadie los controla y son crimen organizado
Viajan con millones, campan a sus anchas
Hacen la ley a la medida de su trampa
Salir un poco del AMBA amplía las perspectivas. Muchas veces me olvido que la corteza que tenemos que construir en la selva porteña para no meternos un tiro ante la marginalidad constante es solamente eso, una construcción. Estamos encerrados en una contradicción profunda. Por un lado, somos militantes, y no hay transformación política posible sin sentirse profundamente conmocionado por la humillación a la que son empujados nuestros compatriotas. Por el otro somos personas, y no hay quien aguante un día en la vida si se pone a pensar en qué es lo que está pasando “con la tranquilidad de haberlo advertido, pero con la tristeza de no poder cambiarlo”, como dijo Facundo Cabral en Octubre, salir jugando (Click acá para leer la nota).
Todo lo opuesto a un día en la vida de Los Beatles (“A day in the Life”), hijos de la rica Gran Bretaña. Acá no hay goce nihilista, peligros imaginarios productos del consumo de drogas lisérgicas ni la suerte de ganar la lotería. Acá hay miseria planificada y una necesidad enorme de evadir el mundo. Algunos respiran paco y otros respiramos el peligro que eso genera, pero estamos todos unidos en la misma sociedad decadente.
Lo preocupante es que pareciera que somos incapaces de transitar esa contradicción. Nos transformamos en bestias del poder y nos olvidamos que el militante peronista es, esencialmente, aquel que tiene la capacidad de sentir el hambre y la necesidad ajenas como propias. Y que el dirigente peronista no debería ser otra cosa que un militante al que sus pares, por capacidad, lo han colocado en una posición circunstancial donde sus decisiones son reconocidas por el conjunto. No es casualidad. El sistema político ha operado bien y los despachos caros, choferes, secretarias, sueldos altísimos y el roce con el poder político y económico deforma las mejores intenciones.
Algunos se confunden y creen que se puede ser amigo del poder que destruye a la comunidad sin traicionar al mismo pueblo que lo eligió. Nuestra política no debe estar para sentir el abrazo fraterno del sistema sino para todo lo contrario. La amistad política se encuentra, fundamentalmente, encontrando enemigos comunes.
En el peronismo, como la amistad de Fierro y Cruz, se gestan en la hermandad de la lucha probada contra el sistema de explotación. No nos olvidemos de nuestras raíces cristianas: “A cualquiera que me niegue delante de los demás yo también lo negaré delante de mi Padre que está en el cielo. No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada” (Mt. 10, 33-34)
¿A dónde se fue el dolor de estómago que sentimos los hijos de la clase media kirchnerista cuando conocimos que, a quince minutos de nuestras casas, del asfalto y las cámaras de seguridad, había cientos de miles que no comían? ¿Dónde quedó el odio que nos generó cuando nos enteramos que, en el capitalismo, el hambre y el subdesarrollo son la otra cara de la moneda de la opulencia y el “desarrollo”?
Sobregirados de academia, nos volcamos a criticar la opulencia que ningún mortal conoce en vez de criticar la miseria que vemos todos los días. Sobregirados de sistema político, se sentaron en las mismas mesas donde se sientan los dueños del país o sus administradores, y pensaron que capaz se podía construir una Argentina donde entremos todos. Algo así como construir un gallinero con un par de piezas reservadas para los zorros.
La política justicialista perdió su esencia. Nos encontramos tan enfrascados en la lucha por el poder que nos olvidamos que el poder no se demuestra en abstracto, sino que es un medio para transformar situaciones concretas. La oligarquía, cuando detenta el poder, lo hace para hacer acrecentar aún más el bolsillo de los ricos. Cuando lo detentan los “nuestros”, en cualquiera de sus niveles, están más preocupados por la imagen positiva en los canales de televisión que por transformar la vida de los humildes de esta patria.
Por eso cuando dicen que “el mundo cambió” como argumento para subordinarse a un sistema que le queda muy cómodo a los corrompidos y/o derrotados ideológicos, toca advertir con mucha preocupación que el mundo siempre cambia en favor de los ricos y en perjuicio de los pobres. Se ve que hacer un mundo mejor les parece imposible y se conforman con hacer mejor su mundo, el de su familia y el de sus amigos.
Creo que la virtud distintiva de nuestra generación tiene que ser, justamente, esa: creer que se puede construir un mundo mejor. Si se puede o no dependerá de nuestra capacidad para llevarlo adelante. De nuestra capacidad de construir poder. Pero construir un proyecto de poder sin grandes relatos transformadores resulta estéril en un momento de crisis del capitalismo. La generación que conduce la decadencia actual es producto, justamente, de una derrota política gestada en los 70’ y consolidada en los 90’.
Para finalizar vamos a volver al principio. A veces me dicen que soy poco propositivo o que nos dedicamos solo a criticar. Quizás por ignorancia o desconocimiento algunos confunden el objetivo de este espacio y la tarea de quienes lo componemos. No somos periodistas ni comunicadores sino, esencialmente, militantes políticos revolucionarios. A la pregunta de qué hago yéndome a Neuquén o Mar del Plata respondería a medias: por una parte, a construir lo que creemos que es necesario en esta etapa histórica; por la otra, a cargar las energías con el mejor insumo posible, que es la comprobación de que sigue existiendo esperanza y rebeldía en muchos de nuestros compatriotas.
Resulta que la hipótesis con la que construimos este espacio político hace un año, observando la decadencia sistemática en la que nos encontrábamos inmersos, se comprobó en la realidad. No es que faltan personas capaces y bien intencionadas haciendo política. Es que ni al sistema les interesa convocarlos ni a esas personas les interesa pertenecer a un grupo de personas que se han demostrado incapaces de contener gente que piense y cuestione.
Los compañeros y compañeras están. Los núcleos políticos, incluso, también. Lo que falta ya es tiempo, unidad, realidad y totalidad. Falta quienes aguanten los procesos y las frustraciones en una posmodernidad donde abundan los que hablan de depresión y faltan los que hablan de tristeza. Todo es ya. Todo es un éxito absoluto o un fracaso rotundo. Todos son héroes o traidores.
Falta cohesión y organización política federal, transversal y horizontal. De humanos falibles, pero bien intencionados. De gente que quiera transformar el mundo. Ese camino es el que estamos andando y, no por suerte sino por confianza en el pueblo argentino, nos está yendo muy bien.
Una ultima guía, los 4 principios de Francisco.
1- El todo es superior a la parte
2- El tiempo es superior al espacio
3- La unidad prevalece sobre el conflicto
4- La realidad supera a la idea
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