
INFORME
Refutando leyendas I:
Argentina granero del mundo
19 de Diciembre de 2025
Por: Mariano Valdez
Entre el siglo XIX y el siglo XX, en algún momento de la historia, se instalaron diferentes mitos, creencias, discursos, sobre el potencial del agro argentino. Un discurso armado en torno al extractivismo, la primarización de nuestra economía y modelo productivo, y el sometimiento de nuestra nación.
Diferentes referentes de la corriente industrialista de nuestro país ya vieron que, considerar que esto era todo lo que nuestro país tenía para ofrecer, era un error. Todos posicionados desde la misma cosmovisión: es insuficiente centralizar la economía en la producción de commodities en el agro cuando nuestra patria tiene por hacer. Desde explotar las propias reservas de petróleo, hasta la producción de línea blanca, cualquier cosa genera más empleo que el campo. No solo por la complejidad de los procesos, sino porque, en paralelo, la producción agraria tiende a la automatización, al menos para quienes poseen grandes extensiones de tierra productiva.
A pesar de quitarle la centralidad, nunca se abandonó la producción de granos, carne y demases, pues no dejan de ser un gran fuerte nuestro, una necesidad global y una “moneda” de intercambio. En las siguientes líneas, el objetivo es poner en jaque aquellas ideas que se fueron moldeando, en sintonía con la despuntada que resulta necesario dar sobre ellas, en el mismo sentido que plantea Jauretche. Se busca vincular la teoría económica con los mecanismos de valorización cultural que se infiltran en la inteligencia de los argentinos para impedir su encuentro consigo mismos, pero buscando el proceso inverso.
Como punto de partida resulta interesante pensar en un mundo que mueve 1.5 mil millones de toneladas de producciones agrarias al año 2022, ¿quién podría ser considerado el granero del mundo? ¿Qué cantidad es necesario “mover” para ocupar ese rol? Las respuestas no son tan lineales como uno quisiera arriesgar a pensar, sin embargo podemos analizar en contraposición ejemplos puntuales y, desde allí, desglosar.
Argentina, mismo período de tiempo, exportó 102 millones de toneladas. El 6.8% del comercio internacional de commodities agrarias, regla de 3 simple, nos posiciona como el tercer exportador de commodities agrarias hablando en términos cuantitativos. Esa misma cantidad nos posiciona como el quinto exportador si lo pasamos a “guita”.
Brasil, también en el mismo año, exportó 193 millones de toneladas. El 12% del comercio lo posiciona como segundo exportador global en términos de cantidad, posición que se mantiene cuando pasamos esa misma cantidad de toneladas a su equivalente billete.
Esa variación en el ranking de exportadores que sufrimos se relaciona directamente con el precio por tonelada de nuestras exportaciones, 596 U$D/Tn, que son superadas al pasar de toneladas a dinero por los Países Bajos, que exportan apenas 38.2 millones de toneladas de alimentos, pero a razón de 2005 U$D/Tn. La diferencia entre las valorizaciones de ambos volúmenes exportados está dada simplemente por la industrialización o tecnificación de las producciones: mientras ellos exportan productos de horticultura, a base de huevos, lácteos o miel, nosotros exportamos porotos de soja, granos de maíz, o, cuando mucho, harina de soja.
A partir de aquí podríamos retomar discusiones que ya se han dado en este medio acerca de la conveniencia de un proyecto de industrialización frente a uno de primarización de la economía. Sin embargo, lo relevante hoy es indagar a qué responden estos discursos que, aun frente a los datos disponibles, se han sostenido en el tiempo, pese a que esos mismos datos muestran que el rol de nuestro país en el comercio exterior dista considerablemente del lugar central al que nos empuja pensarnos como “el granero del mundo”. Incluso cuando, en nuestro país “cabecillas” de diferentes espacios políticos, inflan el pecho al mencionar que Argentina tuvo “cosecha récord” ocultando allí los verdaderos beneficiados del rol primarizado de nuestro país.
El rol de nuestro país en el comercio exterior dista considerablemente del lugar central al que nos empuja pensarnos como “el granero del mundo”.
En este sentido, merece la pena destacar que el 70% de lo producido en Argentina se hace en tierras alquiladas. Por lo tanto queda claro que, entre la tecnificación y las necesidades de capital/logística necesarias para trabajar los niveles necesarios actuales para producir granos, los pequeños y medianos productores prefieren arrendar las tierras a empresas y/o capitales privados antes que trabajarlos por cuenta propia. Inicialmente el enemigo aquí sería la llamada burguesía nacional, o la Sociedad Rural Argentina, sin embargo basta revisar los principales beneficiados de la quita de retenciones realizada a finales de septiembre por Javier Milei fueron las grandes exportadoras: COFCO, BUNGE, VITERRA, LDC, CARGILL.
¿Por qué el foco en esto?
Por un lado tenemos que entender que así como existe la división internacional del trabajo, que define quién produce materias primas y quién produce bienes industrializados, existe la división internacional del trabajo científico que determina qué países desarrollan e innovan en producciones científicas y qué países simplemente se limitan a importarlas y aplicarlas. De esta manera, el sometimiento ejercido por los países constituidos como subordinantes no solo se da en materia de limitación de desarrollo industrial, si no que las colonias o semicolonias son también sometidos a partir de la incapacidad de producción de un pensamiento científico tecnológico nacional propio.
Por otro lado debemos comprender que el enemigo que hay que enfrentar lejos está de estas tierras y responde íntegramente a los intereses de sus casas matrices y países de orígen, quienes generan las condiciones para que estas grandes empresas se puedan desarrollar en esta lógica financiera y se capitalicen a niveles que ya su negocio no es producir per sé, sino vender el servicio de la logística desde el retiro en el campo de los granos en camiones hasta su traslado final en fletes de ultramar.
En última instancia, y al final del día,la configuración actual del agro argentino beneficia mediante una gran fragmentación en su cadena de producción (pequeños y medianos productores que alquilan antes que producir, grandes productores que producen pero no venden, grandes corporaciones que compran a precio con impuestos y especulan con sus lobbistas a operar a precios sin retenciones para maximizar sus ganancias) los negocios especulativos de un puñado de corporaciones que lejos está importarles el bienestar nacional de Argentina. No comprender esto es no comprender el rol que el comercio tiene en el tablero de la geopolítica y, a su vez, no comprender esto último es seguir enalteciendo un discurso de “cosechas récord” y un rol “contra el hambre mundial” que Argentina no solo no ocupa, claramente, si no que se ve perjudicada por tratar de sostener.
La configuración del agro argentino beneficia los negocios especulativos de un puñado de corporaciones que lejos está importarles el bienestar nacional.
En este escenario, resulta liberador repensar la necesidad de migrar hacia un modelo industrialista, ya no solo como una necesidad per sé por la necesidad de generar empleo, si no como una clara señal de agotamiento de un modelo que el único esfuerzo adicional que merece es el de revertir los roles del Estado y estos privados que hoy manejan nuestro comercio exterior a gusto y piaccere.
No vamos a profundizar en este último punto, ya que sobre la nacionalización del comercio exterior se han publicado en este mismo medio diversos informes. Sin embargo, sí vale la pena adelantar que lo analizado hasta aquí no constituye más que una fracción de un imaginario social que es necesario desandar y que será objeto de las siguientes partes de esta publicación.
En ese sentido, así como se utiliza la idea de que somos “el granero del mundo”, también se repiten, sin detenerse a analizarlas, afirmaciones como que “producimos alimentos para 400 millones de personas” o que somos “el país de los alimentos”. Estas consignas ocultan datos reales y se apoyan, a su vez, en otros no tan reales, con el objetivo de sostenernos en un rol de semicolonia. Un rol que ha llevado históricamente a intentar desarmar esa dependencia mediante una economía productora de bienes primarios y servicios, hoy puesta en jaque por la actual reforma laboral impulsada por el gobierno de Javier Milei.
Como respuesta a esta avanzada sobre los derechos laborales, merece repensar todos estos conceptos plasmados aquí como una estrategia de retomar el “hay que hablar mucho de las cosas”, como fuerza política que se enmarca en una búsqueda real de una salida de la injusticia para el pueblo integral, seria, planificada, estudiada y realizable, que es el desafío que tenemos por delante cada uno de quienes nos identifiquemos con “el campo nacional y popular”.
En paralelo, abandonar las frases hechas y vacías, desarma y desanda la colonización del pensamiento realizada y que nos ha llevado hasta aquí, incluso revirtiendo los efectos ocasionados en el imaginario social sobre una supuesta realidad que lejos está de ser la que habitamos.
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