Edipo Conducción

EDITORIAL

Edipo Conducción

Por:  Agustín Chenna

El Peronismo debe conducir, no representar. Las conducciones no se heredan y los capitales políticos se dilapidan. El representante se inventa y el conductor se prueba constantemente en la capacidad de guiar a su pueblo en la dirección acertada.


El negocio fue creciendo para todos
para todos menos para los que esperan
para esos que transpiran de impaciencia
los ‘sin zapatos’ que no pasan a esta fiesta.

Fantasía y realidad
Callejeros

El 13 de septiembre del 2013, hace más o menos diez años, La Cámpora realizaba un acto de más de 40.000 personas en el estadio Argentinos Juniors, siendo hasta la fecha uno de los actos más grandes propios de una sola organización política. En el escenario se encontraban sus principales referentes, figuras conocidas de la política hasta el día de hoy: Mayra Mendoza, Cabandié, Recalde, Ottavis y su Secretario General, Andrés Larroque, entre otros. Pero, sorpresivamente, cuando “El cuervo” Larroque cerraba su discurso (siguiendo con la liturgia de que cierra los actos quien los conduce), cedió las palabras finales a un conocido desconocido hasta el momento: Máximo Kirchner.

Solo 3 años habían pasado del acto consagratorio de esa dirigencia que graficaba el recambio generacional que, parecía, esta vez se iba a lograr, en el acto “Néstor le habla a la juventud, la juventud le habla a Néstor” en el Luna Park. Y poco más de un año había pasado del acto de Vélez donde se lanzaba Unidos y Organizados y Cristina en persona legitimaba, para quienes entienden los gestos como parte fundamental de la política, a La Cámpora como su organización conductora del conjunto de los espacios que integraban el kirchnerismo.

Si alguien hubiese sido congelado el 13 de septiembre de 2013 y vuelto a la vida en el acto de “Kirchner en Atenas” del viernes 20 de septiembre, probablemente entendería muy poco de lo que pasó. De los 40.000 militantes de Argentinos Juniors a poco más de 1.000 o 2.000 personas entre La Cámpora y sus satélites. Las tribunas, la juventud y las remeras de “la orga” fueron reemplazadas por cuarentones vestidos de Adidas, pulseritas que marcan a qué VIP pertenecía cada uno y un escenario donde ya no primaban diputados jóvenes sino Intendentes reelectos y legisladores consolidados en sus puestos políticos. Lo que perdieron en capacidad de movilización y atractivo político lo ganaron en consolidación de una estrategia política.

Nuestro viajero en el tiempo entendería poco cuando fuera al acto y, observando con preocupación la reducción del espacio político, se enterara que el objetivo principal era tensionar al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires (que ya no se encuentra en manos del Partido Justicialista tradicional como correspondía a la tradición política), sino que es un “outsider” de las organizaciones políticas, que supo ganarse la confianza de Cristina sin pertenecer a su dispositivo cuasi unilateral de poder y la confianza del aparato del PJ bonaerense para ser candidato a base de hacer lo que nadie hacía cuando asumió Mauricio Macri: recorrer, escuchar y decir lo que opinaba. 

Pero en ese corto proceso que parece de décadas, ya descrito en sus causas y consecuencias en varias editoriales, cabe reconocer una cuestión central. Discutible o no, La Cámpora tiene una estrategia política clara. La reducción del espacio político no es un drama ni mucho menos, sino una consecuencia colateral de una estrategia que busca disputar la política en el terreno de las instituciones y que, se encuentra a la vista, lo está logrando. Intendencias, monjes negros, interlocutores con el Círculo Rojo y todas las castas existentes, legisladores por todas las provincias y hasta el control casi absoluto del Congreso de la Provincia de Buenos Aires. Como corolario, la lucha interna y facciosa es necesaria y hasta vital para la existencia de esa estrategia. El de al lado, antes que un compañero, es un potencial disputador de la institucionalidad que yo necesito. Es más: antes de disputar elecciones con los de enfrente primero tengo que asegurar el frente interno y, por lo tanto, casi que la interna pasa a tomar preponderancia sobre la externa.

Es el resultado de una generación que se niega a sí misma. El kirchnerismo construyó un relato que atenta contra su propio futuro y que es menester acomodar. Su historia es la de un peronismo que entregó fácilmente a la Argentina a los capitales extranjeros y que, en medio de esa crisis absoluta de representación generada, emergió Néstor Kirchner de casualidad y desde el control del Estado pudo revertir la situación.

Para esta historia no existieron Cutral Có, General Mosconi, el Santiagazo, las miles de movilizaciones contra las privatizaciones de los 90’, el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) encabezado por Moyano, los piqueteros, las organizaciones sociales ni las asambleas. A veces asoma un breve reconocimiento al 2001 y al que se “vayan todos”, aunque no se puede explicar qué pasó entre eso y la asunción de Kirchner con el dólar 3 a 1 porque Duhalde (quien eligió y dotó de aparato territorial a Kirchner en la Provincia de Buenos Aires) es mala palabra. 

La conclusión de ese relato creo que la pueden intuir. Para transformar la realidad hace falta el Estado y se puede prescindir del proceso social de lucha. Es más, ese proceso social ni siquiera importa. A la gente hay que ir a convencerla, a darle esperanza, a solucionarle los problemas. Hablan de crisis de representatividad, cuando el peronismo nunca creyó en la democracia liberal-burguesa falsamente llamada representativa. El peronismo conduce, no representa.

Parece una diferencia pelotuda, pero lejos está de eso. Las representaciones se construyen, se sacan de la galera con una buena estrategia de marketing o se heredan. Dependen más de las caras bonitas y de las estrategias de coaching ontológico que del acierto en la línea política. Las conducciones no, porque como dijo Perón, “Para conducir a un pueblo la primera condición es que uno haya salido del pueblo, que sienta y piense como pueblo.” El representante trabaja para uno mismo o para su círculo político y el conductor trabaja para el pueblo. El representante se inventa y el conductor se prueba constantemente en la capacidad de guiar a su pueblo en la dirección acertada.

¿Kirchner?

Uno de los recuerdos más hermosos que tengo de un tipo entrañable como Néstor Kirchner es el de la primera vez que lo escuché leer el poema de Joaquín Areta: Quisiera que me recuerden sin llorar ni lamentarme, quisiera que me recuerden por haber hecho caminos, por haber marcado un rumbo, porque emocioné su alma, porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados, porque interpreté sus ansias, porque canalicé su amor. Quisiera que me recuerden junto a la risa de los felices, la seguridad de los justos, el sufrimiento de los humildes. Quisiera que me recuerden con piedad por mis errores, con comprensión por mis debilidades, con cariño por mis virtudes. Si no es así, prefiero el olvido, que será el más duro castigo por no cumplir mi deber de HOMBRE.

Ese Néstor Kirchner fue el que incorporó a una generación a la política bajo la creencia tatuada a fuego de que lo único que podía cambiar la historia eran las construcciones colectivas. Al igual que en el mito griego de Edipo Rey, su hijo, intuyo que sin saberlo o quererlo, asesinó su legado político. Que era el del peronismo que, con todos sus defectos, sabía que pasaba en cada rincón de la Argentina y sentía como su pueblo. Se casó con el de su madre, quizás la estadista más brillante que tuvo la Argentina desde la vuelta a la democracia pero que prescindió sistemáticamente del consejo de los militantes históricos y prefirió recurrir al de los profesionales de la clase media porteña.

El resultado fue el esperable: un trasvasamiento generacional pauperizado que festeja la inauguración de habitaciones en un Instituto Patria vacío de contenido y las victorias en los Centros de Estudiantes de la UBA, al mismo tiempo que perdimos casi el 50% de los votos del Conurbano en manos de un exponente de la escuela austríaca con dudosas facultades psicológicas.

Lo complejo de la situación es que, como dije anteriormente, La Cámpora decidió como teatro de operaciones la guerra de aparatos, lo que debería resultar ajeno a cualquier movimiento que se precie de ser el movimiento de los excluidos, los explotados, del sentir popular y argentino de la rebeldía. Verdades peronistas: “el peronismo es esencialmente popular. Todo circulo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista”; “El peronista trabaja para el MOVIMIENTO. El que en su nombre sirve a un círculo, o a un caudillo; lo es sólo de nombre”; “Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”; “En la acción política la escala de valores de todo peronista es la siguiente: Primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres”; etc.

En su último acto, en alusión a los dichos de Axel Kicillof sobre “las nuevas canciones”, La Cámpora cantó: “si queres una canción, veni te presto la mía”. Como consejo, le diría que no vaya. Más que una canción novedosa creo que tienen un cover de muy baja calidad. No solo es el terreno en el que no debería disputar ninguna corriente peronista, sino que es un terreno que ofrece pocas posibilidades a la política en general. La época cambió tanto que ganó las elecciones un personaje que falló en los dos elementos que no pueden fallar si se quiere sacar a relucir un aparato político. No pudo llenar ni la mitad de El Porvenir en su acto junto al Dipy y, un día antes de las elecciones, se quedó sin partido político porque Asseff cerró con Larreta un décimo diputado a cambio de cagar a Milei.

Quien quiera aspirar a construir el proceso o a conducirlo no podrá ser el emergente o el conductor de una forma de hacer política que está muerta ¿A quién le quieren demostrar que pueden llevar 5.000 personas a un acto o que pueden pintar todos los paredones del conurbano? La política hablándole a la política lo único que hace es alejarse de la sociedad, que sabe que los actos se llenan con militancia rentada y los paredones se pagan con el dinero de los contribuyentes 

¿Por qué creen que florecen los streamings y los ámbitos de discusión? ¿Qué conclusión sacan del hecho de que la mayoría de los mejores elementos que se incorporó a la política durante el kirchnerismo hoy se encuentra por fuera del “sistema político”? Les adelanto la mía: que no va a haber forma de volver a convocar a esos compañeros desde una copia post-pandémica de los mismos esquemas de los que se alejaron. Mucho menos a los despolitizados que están “queriendo hacer algo”. Y, les aseguro, menos que menos a los miles que creyeron que Milei iba a terminar con la casta política y ven cómo día a día se les parece más.

Ese clima de época se condensa en algunas cualidades que deben tener los espacios y los conductores del momento. No solo la política de aparato es nociva en términos ideológicos, sino que solo hace agrandar el abismo en una época que requiere cercanía y honestidad. Pero que también precisa un profundo coraje y un carácter fuerte que dé cuenta de la disposición a romper las formas organizativas vetustas conducidas por personas que día a día reducen su representatividad política. 

De este desastre están emergiendo cientos de compañeros y compañeras de punta a punta del país que, como pueden y dentro de sus capacidades, están agarrando el bastón de mariscal. Las jefaturas basadas en súbditos se demostraron incapaces y el momento requiere, como supo tener el peronismo, un conductor de conductores. Mientras eso no ocurra, el declive será fatal.

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