Apuntes para la reconstrucción
Por: Pablo Garello
Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.
Las bases naufragan, las internas continúan y el liderazgo capaz de aglutinar a la oposición y de canalizar hechos de enorme magnitud como la marcha universitaria, brilla por su ausencia. El peronismo no tiene discurso. Es oposición, pero no es proyecto. Es pasado, pero no es futuro.
Los analistas políticos del peronismo no se dividen más entre los que tienen razón y los que no. Se dividen entre los que intentan pensar, por un lado, y los que repiten la narrativa hegemónica y esclerosada de los últimos veinte años. Esto ocurre, naturalmente, porque hace tiempo ninguno la pega. Entonces el valor ya no se coloca en la certeza, sino en la posibilidad de pensar por fuera de la caja tufienta de frases hechas como “más derechos y menos derecha” o alguna atorrantés de esas.
Partamos de que estamos mal. Las bases naufragan, las internas continúan y el liderazgo capaz de aglutinar a la oposición y de canalizar hechos de enorme magnitud como la marcha universitaria, brilla por su ausencia. El peronismo no tiene discurso. Es oposición, pero no es proyecto. Es pasado, pero no es futuro. Pocos de nuestros dirigentes asimilaron el cimbronazo y la mayoría cree que estamos en 2016. Y es lógico, porque el temblor no llega al décimo piso vidriado de una torre en Puerto Madero.
Entonces sí: respeto a quien intente pensar. Sea conservador, desarrollista, kircho o gordo-perón. Cuanta más incorrección política mejor. Cuanta más audacia, mejor. Cuanto más nos sacuda el paradigma cimentado a falta de crítica y soberbia, mejor.
Ojo, tampoco se trata de impostar. Hoy abundan los doctrinarios conversos, que como el progresismo dejó de ser cool, salieron a googlear a Rucci, se compraron la comunidad organizada y dijeron tres veces en cinco minutos “creencias populares”. Esos son igual de dogmáticos que los otros. Por eso creo que la solución no está en repetir slogans, sino en tratar de leer una realidad compleja y animarse a planteos incómodos.
Me gustó mucho el libro “Está entre nosotros” de Pablo Semán, por ejemplo. Me hizo pensar, me sacudió. A propósito de eso, el día que Mayra Arena visitó Santa Fe, me saqué las ganas y le pregunté: ¿Cómo hace el peronismo, vinculado históricamente a ideales de igualdad social, a valores comunitarios y a luchas colectivas, cuajar en una sociedad un tanto individualista?
Si Mayra fuese un faldero más del sistema político (de esos que le secuestraron al peronismo su capacidad de olfatear lo real) me hubiera contestado algo como: “El pueblo es sabio y todavía quedan reservas morales para frenar a la ultraderecha”. O aún peor: “No te olvides que nadie se salva solo. Y todos, en algún momento, lo entienden”.
Slogans. Fabricados durante diez años para no asumir que debajo nuestro se cocinaba el caldo de nuestra impugnación. Pero Mayra no es un faldero del sistema político. Es una mina que piensa, y me dijo que quizá haya que buscar al nuevo sujeto del movimiento en el tipo de clase media. Que todavía hoy (o en algún momento de su historia) usufructo los derechos obtenidos por las luchas colectivas, que en su memoria hay recuerdos de un Estado que resolvía y de sindicatos que protegían (no quiere decir que hoy no lo hagan, sino que el lugar del sindicato hoy no tiene nada que ver con el de hace unas décadas). Con los pobres está más difícil, dice Mayra. Claro: 50 años de decadencia. El Estado presente no es ni siquiera un recuerdo de nostalgia en las barriadas humildes. No sé si tiene razón o no, pero me sacudió y me hizo pensar. Y se lo agradezco.
Como sea, lo bueno es que existe una certeza dentro del movimiento: necesitamos un proyecto de país. Es reconfortante charlar con compatriotas de todos los lares y que coincidan en el diagnóstico. A las pymes las están reventando, es el mejor momento de los últimos años para amigarnos con el sistema productivo. Escuchar al empresariado, sin soberbia, sin diagnósticos morales, escuchar al hombre de campo.
Y no hablo de los pools de siembra del sistema financiero. Escuchar al productor. Son mejoristas, ¿pero quién no lo es? El Rappi es mejorista, el vendedor de la feria de tu barrio lo es, el obrero de la UOM, vos y yo. Ser mejorista en la Argentina del aguante, más que una opción ideológica es un imperativo de sobrevivencia.
Eso no quiere decir que haya que recostarse en un discurso individualista. El mejorista no necesariamente lo es. Que no crea en la ayuda del Estado y de las instituciones tradicionales no implica un egoísmo intrínseco. Al contrario, sobran experiencias de esfuerzos inhumanos en pos de la familia, de los amigos o de vecinos del barrio.
Por otro lado, la apatía hacia el Estado es razonable: al mejorista no le sobra una sola hora de su vida, pero pierde tres para hacer un trámite insignificante en la Municipalidad. Ejemplos como esos, miles. Incluso a nosotros. Por eso: que el árbol de nuestra ideología no tape el bosque.
Desde allí parte que la representatividad esté por el piso. Igualmente creo que hay mucho para hacer. Compañeros militantes, en un contexto tan complicado, donde los jóvenes están liquidados psicológicamente, donde la mayoría no cree en nada, donde la mayoría se siente solo, vacío o sin proyecto personal, fomentar la cultura del encuentro no solo es necesario sino que garpa. Una peña, un torneo de truco, unos mates. Los pibes necesitan (necesitamos) estar con otros. Hablar y ser escuchados. Sentirnos menos solos. Crisis tan hondas abren la posibilidad de volver a explorar con lo clásico. Al posmodernismo no le da para ser la regla. La condición humana necesita volver a refugiarse.
Por último, en un escenario de tanta impugnación dirigencial, de tanta hartez y apatía con la clase política, profundizar la causa nacional es un santo remedio para inculcar los valores fundantes del justicialismo.
El nacionalismo permite: generar unidad sin hablar de un solo dirigente; establecer sentido de trascendencia (un pasado y un futuro común); empezar a esbozar un programa centrado en el interés nacional; facilitar el acercamiento de los despolitizados (el cipayismo inédito de Milei va a generar un grado de nacionalización en la población, incluso en sectores altos), generar mística y preparar la conciencia de nuestro pueblo ante una lucha inminente y feroz por el control de los recursos naturales estratégicos (ya que el horno no está para bollos en el mundo, y la Argentina tiene todo lo que las potencias necesitan). Como dijo el Maestro Arturo Jauretche: dennos un punto de encuentro y haremos una Patria.
Tenemos una tarea generacional única. Las corporaciones están decididas a ir por la peruanización de la Argentina. Harán falta más huevos y ovarios que nunca. Tener la cabeza fría y el corazón caliente. Pensar mucho, leer, estudiar, trabajar. Ir al barrio, hablar con la gente, producir contenido en redes, organizarnos, putear al que no nos representa. No ser cagones. La Patria no está para bancarse a ninguna generación de cristal. Y volver a soñar, lo único que no pueden prohibirnos estos hijos de puta es volver a soñar.
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Excelente Pablo. Acuerdo 100%. El encuentro personal, la charla franca y escucharnos desde principios fundantes del peronismo que pueden construir futuro: la producción y desarrollo real, el trabajo y techo digno. Y lo fundamental: la honestidad en la gestión pública.