COMUNIDAD
Elijo Creer
Por: Imanol Garcilazo
Imanol Garcilazo es integrante de El Aluvión y del Centro Cultural General San Martín en la ciudad de Cipolletti, provincia de Río Negro. Estudiante de Historia y Letras.
El movimiento nacional no se nutrió nunca de palabras muertas en textos que nadie leía, sino de experiencia cálida al sol de cada día.
Nuestra doctrina no es una abstracción exclusiva de la razón o la invención de un genio. Es simplemente la síntesis de un pensamiento. Pero no de cualquier pensamiento. No se llega a ella mediante los métodos pretendidos por las ciencias del siglo XIX ni tampoco sus derivados como la sociología, la psicología o la antropología. Tampoco es fruto de la Revolución Francesa y su posterior “Modernidad”. Nada de esta gran doctrina eternizada en el tiempo proviene de ahí, ni nunca lo hará. Me atrevería a decir que de tanto forzar al movimiento nacional a que entre con los conceptos e ideas de los lugares comunes como derecha, izquierda, estatista o estado de bienestar, era previsible lo ocurrido: íbamos a caer en el desorden y la confusión de no saber qué somos y hacia dónde vamos.
Por lo tanto, surge la pregunta, ¿de dónde sale esa doctrina? La respuesta es simple: de la escucha. Cargada de principios, originalidad y orden, estrategias, tácticas y orientaciones, no tiene más que una acción concreta y plena: escuchar. Nada de universitarios encerrados buscando respuestas o de libros confusos y llenos de palabras sin sentido. Nada de eso. Entonces sí, escuchar, pero ¿a quién? Al mejor regalo que nos brindó esta tierra santa: el Pueblo, ni más ni menos. Sin elaboraciones complicadas o espectáculos fantásticos de los medios de comunicación. Sin grandes palabras o misteriosas resoluciones. Sumergido en su cotidianeidad, elaborando y tejiendo las respuestas y soluciones que el tiempo, el espacio y la sabiduría propiciaron en su terruño.
La única voz
¿Por qué, entonces, dejamos de escuchar? O acaso la pregunta debería ir más atrás. ¿Por qué dejamos de ir a ese lugar vital? Solo escucha aquel que aprendió a callar. Y aprender siempre es, por lo menos, entre dos o más. El movimiento nacional no se nutrió nunca de palabras muertas en textos que nadie leía. Se nutrió de experiencia cálida al sol de cada día. Y la vitalidad que tanto nos dio esos hombres y mujeres comunes, dejo ser la más maravillosa música que acompañaba la orquesta y preferimos otra cosa.
¿Qué ocurrió? Nos bastó con su opinión. Que no es lo mismo que su verdad. Y esa opinión siempre la daba otro para nosotros. Quizás algún medio, algún interesado en la materia política o algún profesor universitario con sus inentendibles trabajos de campo. O fuimos a escuchar a los dirigentes, que a su vez escuchaban asesores, y estos a su vez leían textos o armaban encuestas sobre lo que convenía o no al pueblo, único protagonista que no tenía ni un solo diálogo, ni una sola línea, ni siquiera un solo rostro. Y allí se pergenió la trampa.
Volver a la fuente
Surgen dudas al respecto. Quizás los más apurados objeten que escuchando no se ganan elecciones, no se transforman realidades, no se hacen revoluciones. Perón comprendió una parte del problema. No se apuró él, ni apuro a los demás, pero cuando supo que era el momento, sintetizó su vasta experiencia en una doctrina como pocas o casi ninguna en el mundo.
Y aquí la paradoja para los apresurados en armar y desarmar procesos largos: no hay posibilidad de llevar adelante la doctrina que tanto nos enseñó ese hombre de pueblo si no es haciendo lo mismo que la hizo nacer. Volver a nacer, como Nicodemo. Aún de viejo, aún sin la posibilidad biológica, pero sí espiritual. La militancia puede volver a nacer en su faceta espiritual. Pero para ello debemos volver a lo que originó el problema para el régimen oligárquico. La fuente de todo militante de este movimiento patriótico: su pueblo y sus formas de comunicar aquello que le pasa.
La fiel relación
Una vez que escuchamos, aprendemos a conocer. Y de allí al amor, hay un solo paso. Esa doctrina vuelve a cobrar vida. En forma de tradición, de mito, de gauchada, de común-unión entre el militante y los suyos, sus hermanos. En ese lugar está el legado más grande que nuestro General nos dejó, como él mismo lo dijo en sus días finales.
Lector, usted podrá decirme entonces que la política es más un acto de creencia o de fe que de racionalidad, votos o correlatividad de fuerzas. Y yo no tendré otra respuesta que sí. Creer es estar ligado a la realidad y es ella la única verdad.
Principio y final
Si fue nuestro pueblo el que nos dio un Perón, un San Martín o una gesta como la defensa contra el imperio Británico tantas veces ¿Porque deberíamos dejar de creer que aquello que alguna vez fue, podrá volver a ocurrir? ¿O acaso el pueblo cambió? Si así fuera y el pueblo se volvió algo que ya no existe, la doctrina ya no sería más necesaria y la militancia un sin sentido.
Pero si el pueblo sigue siendo guardián de la doctrina y fuente inagotable de nuestros mayores logros, nos queda pensar que nuestra forja espiritual sólo se puede llevar a cabo cuando volvamos al origen y repitamos las mismas preguntas que ya fueron hechas. Y las respuestas siempre tan cotizadas (aunque con modismos propios del contexto) al escucharlas, nos demos cuenta de que en esencia siguen siendo las mismas de ayer, guardadas en la infinidad de los tiempos.
Volver donde todo empezó. Dar testimonio a los que aún no creen que este pueblo sigue en búsqueda de la restauración del paraíso en la tierra. Y hacer resurgir la esperanza nuevamente para ellos, para nosotros, para todos.
Quienes quieran oír, que oigan.
Quienes quieran seguir, que sigan.
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