
COMUNIDAD
SE BUSCA DISCUSIÓN PROGRAMÁTICA,
SE BUSCA PROGRAMA ECONÓMICO
Por: Nahuel Cuevas y Francisco Hernando
*Nahuel Cuevas y Francisco Hernando estudian la Licenciatura en Economía en la Universidad Nacional de Mar del Plata y llevan adelante el proyecto Modelo Argentino (@modelo.argentino en Instagram).
Es un valor de las dirigencias que tengan la capacidad de revisar el pasado reciente y aprender de los errores. La enseñanza fundamental que yace en la proposición del Segundo Plan Quinquenal.
La semana pasada se cumplieron 72 años de la presentación del Segundo Plan Quinquenal durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón. El Plan, desarrollado en su mayoría por Alfredo Gómez Morales bajo la tutela de Perón, fue la continuación lógica del proceso de consolidación y solidificación de las bases del desarrollo que había iniciado con el “Plan de Emergencia Económica” de 1952.
Este último fue un programa pensado para resolver los problemas derivados de un empeoramiento de las condiciones externas, que se combinó con un estancamiento de los sectores tradicionalmente exportadores de nuestro país y un vigoroso proceso de expansión industrial que demandaba una gran cantidad de recursos, produciendo fuertes déficits en el frente cambiario y en el presupuesto público. Esto llevó a un importante estrangulamiento externo y a un aumento de la inflación, que llegó a 37 puntos en el año 1951.
En ese contexto fue que el ministro de Asuntos Económicos desarrolló su plan de estabilización de la inflación y resguardo del valor de la moneda que combinó controles a la emisión monetaria y reducción del déficit fiscal con políticas más heterodoxas como el congelamiento de precios y salarios. Los resultados fueron contundentes, en tan solo un año la inflación había llegado al 4%.
La estabilización fue el primer paso de la consolidación del modelo de desarrollo justicialista, el objetivo fue solidificar las bases de la nueva economía nacional para hacer sostenible el proyecto de emancipación económica. Para eso, el Plan Quinquenal 1953-1958 trazó una nueva batería de objetivos tácticos para mejorar la dinámica del sector externo y de la expansión de la producción interna. Se impulsó una recuperación y tecnificación del sector agrícola, en pos de llevar al mismo a un nuevo nivel de productividad e integración en el esquema de desarrollo nacional.
A su vez, se buscó desarrollar los sectores energéticos y de industrias pesadas para lograr saltar a una etapa superior en el proceso de industrialización, donde la industria nacional se integrase hacia adentro y se volviese cada vez más competitiva y autosuficiente. Para lograr esta capitalización se impulsó además el ingreso de capitales privados locales e internacionales adoptados en función de los grandes objetivos del interés nacional.
En palabras de Perón, el Primer Plan Quinquenal había sido, de cierto modo, intuitivo y falto de una completa información y estudios de base, ambicioso y transformador pero sin una exhaustiva rigurosidad como hubiese sido deseable, pero permitió romper innumerables hilos invisibles que aseguraban la esclavitud económica de la nación.
En ese sentido, este segundo plan venía a racionalizar lo anterior, demarcar un camino sostenible que afirmara la autonomía del país a partir de una profundización del proceso industrializador sin menoscabar la distribución del ingreso que se había conseguido los años previos.
Lamentablemente, si hoy viniese a vernos un extranjero y quisiéramos explicarle un poco de historia argentina, no lograríamos convencerlo de que este movimiento que hace 70 años lograba adaptarse exitosamente al contexto, actuando con pragmatismo para resguardar un proceso de desarrollo justo, es el mismo que en la actualidad se encuentra encerrado en las mismas discusiones estériles hace más de una década.
Un peronismo que se ha enamorado de una nostalgia de forma mediocre y ha fetichizado sus instrumentos de política económica. Una dirigencia que rotula las herramientas como “buenas” y “malas” y se aleja del pragmatismo que cultivó Perón.
Un espacio político que solo tiene para ofrecerle a la sociedad la defensa de un status quo que no conforma a nadie, sin crecimiento económico y con una inflación asfixiante. Como alguna vez dijo el filósofo contemporáneo Juan Ruocco: “El peronismo perdió porque hizo una economía de mierda”.
Es central empezar a comprender en serio qué significa esa idea. El peronismo no perdió porque gastó poco ni porque ajustó, perdió porque al entregar el gobierno la inflación interanual llegaba al 148,2%, adquiriendo una dinámica absolutamente insostenible que destruyó los ingresos de las clases trabajadoras. Para entender cómo llegamos acá hay que hablar un poco de historia:
Luego del estallido económico y social que terminó con la convertibilidad se pudo combinar virtuosamente una estabilidad macroeconómica (con superávit fiscal y comercial) con un fuerte crecimiento de la producción. La inflación se mantuvo por debajo de los 10 puntos hasta iniciada la década del 2010 mientras la economía crecía a tasas de entre el 8% y 9% anual.
Después la cosa se empezó a enmarañar, el tipo de cambio se redujo en términos reales, producto de una inflación que, aún baja, deterioró la llamada competitividad cambiaria o espuria. Esa situación, sumada a los ruidos producidos luego de la crisis del 2008, generaron una pérdida de reservas que fue agravada por el gobierno con la imposición de controles de divisas.
Esta pérdida de competitividad y los límites que encontraba la expansión industrial interna sin cambios estructurales hicieron que también el crecimiento económico se frenase. Era el momento de ser pragmáticos, no enamorarse de lo que había servido y emprender un proceso de estabilización y cambio estructural. Había que ordenar las variables para que la recuperación industrial se transforme en un salto productivo que nos permita incorporar conocimiento y capital para tener una industria más competitiva. Algo así como el “era por oferta, no era por demanda” que repite un ferretero.
Lamentablemente nada de esto pasó, se eligió intentar resolver o, más bien, sobrellevar estos cuellos de botella con más expansión fiscal financiada con emisión monetaria, lo que no tuvo efecto y agravó la situación. La inflación se disparó y la economía se frenó. Es aquí cuando se nos viene a la mente aquel debate en 678 que aún da vueltas por YouTube entre Tomas Bulat y Fernanda Vallejos donde entre risas y gestos la por entonces funcionaria del Ministerio de Economía reducía el impacto de la inflación y negaba neciamente la naturaleza de la misma. De ahí en adelante no solo no volvimos a crecer sino que sufrimos una profunda destrucción del tejido industrial, principalmente en el gobierno de Mauricio Macri y lo que va de presidencia de Javier Milei.
Aún entendiendo bien que a esta situación no solo llegamos por como actuó el peronismo, es importante que centremos nuestro crítica reflexiva sobre lo que se pudo hacer mejor. Como nos enseña la experiencia histórica, es un valor de las dirigencias que tengan la capacidad de revisar el pasado reciente y aprender de los errores. Que realicen una autocrítica genuina y no una que aparezca solo en los años electorales. Esa parece ser, en esencia, la enseñanza fundamental que yace en la proposición del Segundo Plan Quinquenal.
Tener una economía estable no es un objetivo secundario, los procesos de alta inflación destruyen la capacidad de ahorro de los trabajadores argentinos, rompen la planificación de las empresas y empeoran fuertemente el funcionamiento de la economía. Con un aumento constante de los precios e inestabilidad cambiaria los incentivos están puestos en especular, en hacer el rulo para sacar una ganancia rápida sin producir ni trabajar. Solo basta con hacer un poco de memoria o googlear “dólar puré” para encontrar algunos ejemplos.
Esto es algo que deberían haber comprendido nuestros dirigentes antes de asumir el gobierno en 2019, pero parecían más preocupados por ver cómo loteaban los ministerios y cuántas UDAI de ANSES le tocaba a cada uno. Se llegó al gobierno a improvisar, sin autocrítica sobre los temas verdaderamente importantes ni acuerdos mínimos acerca del programa económico. Las cosas terminaron como todos sabemos.

Ahora, de nuevo vemos con preocupación que transitando el segundo año de gobierno de Milei los dirigentes persistan y profundicen su desconcierto. Basta prender la televisión o scrollear un poco Twitter para ver unos cuantos personajes apiñados discutiendo la conducción por la conducción misma, sin ningún tipo de debate programático. Del principio de “unidad de acción y unidad de concepción” parece que solo les quedó la primera parte.
Está de más decir que esto de ninguna forma es una defensa del proyecto libertario. Con él nos separa un abismo, no solo porque creemos que la estabilización y las correcciones tienen que ser con un criterio de justicia social, donde pague más el que más tiene, sino que lisa y llanamente enfrentamos su proyecto destructivo de país.

Y es esta última la discusión central y la que nuestro movimiento no está dando por enfrascarse en discusiones estériles. Para dejarlo más claro, están transformando a nuestro país en un páramo desierto con cuatro minas y dos pozos petroleros y nosotros aún estamos discutiendo si financiar el déficit con emisión monetaria genera inflación.
Bajo nuestro punto de vista, para poder desarrollar una orgánica que tenga capacidad reflexiva también es necesario alejarnos de las falsas dicotomías. Ser crítico de una medida o posicionamiento no es hacerle el juego a la derecha, como tampoco lo es pretender un país con una macroeconomía estable. Fue la capacidad de autocrítica de Perón la que permitió dar el ajuste de timón a tiempo, y tuvo que ver con la inteligencia contextual de la que hablaba el General, entender que no siempre se presentaban los mismo problemas, y por ende, no siempre las soluciones eran las mismas.
Esto no quiere decir, desde ya, que se plantee aquí la ausencia de una doctrina con bases sólidas: la industrialización de la argentina es una condición innegociable de desarrollo y felicidad del pueblo, pero requiere de más que solo buenas intenciones.
Perón se encontró frente a un límite, no podía continuar la industrialización argentina si ese salto de productividad no se daba, si el ahorro y la inversión no se fomentaban y se continuaba estimulando la demanda agregada. Ello lo impulsó a dar un timonazo en su política económica que sin dudas, pese a la violenta interrupción de su gobierno, fue exitosa, una corrección que el peronismo en sus etapas siguientes nunca estuvo dispuesto a hacer.
Está en nuestras manos entender este contexto para organizarnos, discutir y construir un programa peronista para la etapa que viene, con los pies sobre la tierra y consciente de las carencias y dificultades, pero igual de revolucionario y transformador. Cuando se mira la política, se mirá la economía. No hay que ser críticos de cine. Esta construcción deberá hacerse quieran o no nuestros dirigentes. Nuestra generación ya ha sido demasiado paciente frente a su inacción y la defensa de una Argentina justa, libre y soberana no puede seguir esperando.
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