
EDITORIAL
Peronismo zombie
Por: Agustín Chenna
Un movimiento preso del seguidismo de dirigentes que pretenden ser soldados antes que cuadros políticos. Para seguir siendo ese muerto que no para de nacer…
Fueron semanas de un silencio, considero, bien guardado. A diferencia de los que anteayer eran antikirchneristas y hoy vociferan La Vida por Cristina, el acompañamiento de muchos de nosotros fue humilde, callado. Entendiendo que la centralidad estaba en otro lado. A pesar de que muchos tenemos importantes diferencias con Cristina, somos peronistas “a secas” como dijo un compañero. Y en los momentos donde el poder persigue, por las cosas que se hicieron en favor del pueblo, solo queda bancar.
Querer decir algunas cosas no implica que no sepamos respetar los tiempos. Pero no existen los duelos eternos y las cartas están echadas. La profundización de la persecución judicial contra Cristina no es otra cosa que la profundización de la guerra que están encarando los poderes reales contra la Nación en su conjunto. Y, si no empezamos a decir y plantear algunas cosas, nos plegamos a la estrategia de ese mismo enemigo que la persigue, que casualmente suele tener relaciones cercanas con quienes “desde el peronismo” siempre dicen que no es momento de dar discusiones y que sobreviven del statu quo hace décadas.
Si no están listos para leer algunas cosas, o si se ofenden fácilmente, les sugiero que corten la nota acá. Quienes más están subidos a la romantización del proceso 2010-2015 son los mismos que no participaron ni directa ni indirectamente de su construcción.
Es el eterno problema del peronismo, que en épocas de gobiernos entreguistas incorpora a grandes sectores de las capas medias peronizadas más por la pérdida de su poder adquisitivo que por comprender cabalmente de qué se trata la construcción de una alternativa de poder, con todas sus contradicciones, de las clases populares.
Entraron por arriba a un movimiento de brazos abiertos y, a los dos meses, quisieron empezar a funcionar como comisarios y medidores de peronismo/kirchnerismo/cristinismo en sangre. De la misma manera que “la burocracia sindical” se transformó en traidora a Perón para sectores que no habían nacido en 1945, hoy los grandes Judas son Ferraresi, Secco y el Cuervo Larroque, a quienes hay que combatir de la mano de Massa, Grabois y Peretti. Si son de esos, probablemente les caiga medio mal lo que sigue.

Nuestra política se trata, por sobre todo, de construir poder para transformarle la vida al pueblo y alcanzar una Nación soberana. El vínculo sentimental con las personas, si bien es parte, no puede hacernos perder de vista los incontables problemas que tenemos que resolver si queremos seguir adelante en esa construcción. Más aún, cuando se nos demuestra día a día que el objetivo final del otro bando es el saqueo total de la Nación Argentina. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Melancolía
Cuando parecía que estábamos cada vez más peleados, tuvimos una última despedida en mancomunión. Nos reencontramos en Constitución, en el Partido Justicialista y en la Plaza de Mayo. Volvimos a cantar las canciones viejas, nos reencontramos con viejos amigos y compañeros, pasamos a tener diez años menos cada vez que cerrábamos los ojos. Pero, como ya insistíamos en Apuntes para el futuro(espejito,espejito):
“Cemento y Cromañón ya no existen. Museo Rock tampoco. Atrás quedaron los rituales piojosos y las misas de tres días. Los otrora rockeros ya no pueden poguear porque tienen problemas de meniscos y el nuevo under se parece más a Porno y Helado que a la expresión de una juventud rebelde. Las banderas del Che Guevara fueron reemplazadas por iPhones 16 y las Topper de lona viven solo en nuestros corazones”.
Sucede que, para los que nos criamos en las “orgas” que nacieron luego de la muerte de Nestor Kirchner, la nostalgia de un pasado que nos contaron (y que había sido “mejor”) siempre fue un factor fundamental. La épica del “vamos por todo” se acompañaba con una estética y un relato setentista, en el cual los grupos nos diferenciábamos por vestimenta y modismos del lenguaje.
La pertenencia era un elemento central de la construcción política, y digamos que el método tenía algún tipo de sentido en tanto y en cuanto la conducción (para nosotros) estaba saldada. La tarea del momento no era discutir un modelo de país sino acumular para dar músculo a Cristina, quien se encargaba acertadamente de esa cuestión.
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La pertenencia era un elemento central de la construcción política, y digamos que el método tenía algún tipo de sentido en tanto y en cuanto la conducción (para nosotros) estaba saldada.
El problema es que ninguna persona es infalible. Y, cuando en 2019, empezó a ser visible para muchos de nosotros que Cristina y sus laderos erraban más de lo que acertaban y llegaban tres años tarde a todas las conclusiones, el movimiento empezó a necesitar de cuadros políticos. Mientras eso pasaba vino la pandemia, el fin del mundo unipolar y el cambio abrupto de sociedad que jubiló las ideas que hasta hace cinco años eran nuevas.
No estábamos preparados para que nuestros planteos políticos no quedaran viejos. Las “orgas” que durante diez años se habían encargado de formar militantes-soldados que acaten, no tenían la capacidad para entregarle al peronismo cuadros que piensen e imaginen nuevas realidades.
Sin capacidad o necesidad de formar cuadros, la pertenencia se convirtió en el único leitmotiv de unas organizaciones cada vez más chicas y marginales del proceso político real de la sociedad. Y quedaron vetustas, básicamente porque la épica y el folclore se transformaron -por lo menos- en algo insuficiente para la necesidad que requiere esta nueva etapa.

El balcón, los mensajes grabados, las discusiones eternas entre los espacios que se referencian en el 40’ y los que se referencian en los 70’, el culto al choripan y tantos otros, por supuesto, no suman ni un poco a sacarnos el olor a naftalina. No lo podemos oler porque estamos tan acostumbrados que no lo sentimos, mientras a la sociedad se le hace cada vez más insoportable.
Entonces, ¿hay que borrar la tradición peronista de nuestra mente? Bajo ningún punto de vista. Pero sí insistimos constantemente en que la reivindicación de lo propio no puede actuar como un ancla que nos inmovilice. Recordemos las palabras de Francisco: “La tradición no es una estatua. Tampoco Cristo es una estatua. Cristo vive. La tradición es crecer. La tradición es avanzar. La Iglesia no puede ser la congregación de «los bellos tiempos pasados» […] Nuestra responsabilidad es ir con nuestro tiempo, seguir mejorando nuestra capacidad de comprender sus exigencias y de tomar medidas con la creatividad del Espíritu, que siempre es discernimiento en acción.”
Decir adiós es crecer
Todo aquello que sea contrario al movimiento es antinatural. En términos políticos, si la realidad avanza y las exigencias y necesidades de las construcciones no, estamos ante un problema. Y por eso, con todo el dolor del mundo, creo que es necesario asumir que el peronismo quedó viejo en muchos de sus planteos. No para nosotros, que hemos hecho el ejercicio de separar la paja del trigo, y establecer cuáles son los aportes “eternos” para la etapa y descartar aquellos que pertenecen al plano de la táctica coyuntural. Pero para la mayoría de la sociedad el peronismo es Menem, Duhalde, Menem, el Che Guevara, Néstor, Cristina y Alberto Fernández. Y, cuando se es todo, se termina siendo nada. Aferrarse a una liturgia, que para las mayorías significa nada, es muy peligroso.
El mundo en el que se cimentó hace cincuenta años no existe más. Y si tuvo alguna posibilidad de sobrevivir aggiornándose, debemos admitir que toda la dirigencia posterior a la dictadura militar la desaprovechó, en tanto fue incapaz de hacer una comprensión más o menos decente del nuevo mundo y, por lo tanto, de a qué había que enfrentarse y cómo. Sin un análisis correcto, las conclusiones fueron desastrosas.
Durante décadas, quienes condujeron el peronismo firmaron una y otra vez el acta de defunción de la posibilidad de volver a convertirse en un movimiento revolucionario. Sus dirigencias, aniquiladas físicamente y luego derrotadas políticamente en la última dictadura cívico-militar, compraron entero el paquete del consenso post alfonsinista. Junto a todo el arco político, entregaron la independencia económica, la soberanía política, la justicia social y el nacionalismo cultural a cambio de capitalismo financiero, subordinación al Norte Occidental, planes sociales del FMI y neoliberalismo cultural.
Cambiaron la mayoría por la unidad de las minorías, y a los dirigentes políticos por los productos del marketing electoral. Tal fue la entrega y el consenso que hasta pudieron desconocer la Constitución Nacional de 1949 y reformar la de la dictadura. Nos devolvieron una Carta Magna más liberal en lo ideológico y disgregadora del Estado-Nación en lo práctico, autonomizando la Capital Federal y entregando el manejo de los recursos naturales, la educación y la salud a las provincias bajo la promesa de un falso federalismo.

La contradicción en la que estamos encerrados es que, quienes deberían haber girado el timón una y otra vez, fueron dirigentes precisamente gracias a la democracia liberal. Son hijos de esta y se reproducen en sus marcos. Muchos, a los que la edad se los permite, fueron incluso Convencionales Constituyentes que desconocieron la Constitución Justicialista. Son parte de un sistema que se cae a pedazos y cuyo sostenimiento está en contra de la necesidad de la época.
La única solución sería que se suiciden como dirigentes viejos y se pongan al frente de la construcción de lo nuevo. Porque para nadie con dos dedos de frente la cosa funciona como está, y por eso ganó un marginal que decía exactamente eso. El pueblo se dio cuenta de la trampa y lo resolvió de una manera que, si bien no es novedosa, sorprendió por su nivel de adhesión: la abstención electoral. Dice algo así como “Que Milei sea malo no quiere decir que ustedes sean buenos”. Y tienen bastante razón.
El peronismo y sus dirigencias están en un estado zombie. La mística despertada por el cariño a Cristina me hace acordar a lo que se conoce como la mejoría antes de la muerte. Quienes hemos sufrido de cerca la partida de algún familiar lo entendemos bien. Estamos ante un movimiento al que amamos, al que queremos seguir teniendo con nosotros, pero que está con un respirador puesto, conectado artificialmente con la realidad terrena, pidiendo por favor que lo dejen ir. El neoliberalismo cultural ha penetrado también en nosotros, y nos ha embebido de su idea física de eternidad. Nosotros concebimos todo lo contrario. Ser eterno es ser mortal. Para trascender hay que morir. Y hacer política significa, vertical y horizontalmente, trascender.
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Ser eterno es ser mortal. Para trascender hay que morir. Y hacer política significa, vertical y horizontalmente, trascender.
Francisco fue un gran reivindicador del papel de San Juan el Bautista: “Con este espíritu de servicio, con su capacidad de hacer sitio a Jesús, Juan el Bautista nos enseña algo importante: la liberación de los apegos. Sí, porque es fácil apegarse a roles y posiciones, a la necesidad de ser estimado, reconocido y recompensado. Y esto, aunque natural, no es bueno, porque el servicio implica gratuidad, preocuparse por los demás sin beneficio propio, sin segundas intenciones, sin esperar reciprocidad. También nos hará bien cultivar, como Juan, la virtud de apartarnos en el momento oportuno, dando testimonio de que el punto de referencia en la vida es Jesús. Apartarse, aprender a despedirse: he hecho esta misión, he tenido esta reunión, me aparto y dejo sitio al Señor. Aprender a apartarnos, a no tomar algo como una reciprocidad para nosotros.”
Construir hombres y mujeres nuevos
Probablemente eso no pase. Los egos han calado muy hondo. El liberalismo es de concepción política pero también de accionar individual. La contradicción entre la necesidad de que algunos se achiquen para dejar paso a lo que viene y la incapacidad de esos sectores de observar más allá de su beneficio personal se va a tener que resolver de alguna manera. Para que prime el interés colectivo es necesario, por lo tanto, rebelarse a la guardia pretoriana del statu quo.
Rebelarse no es patalear. No tiene que ver con quién grita más alto o con el grado de montonerismo en sangre. Rebelarse, en esta era posmoderna que todo lo relativiza, es asumir una postura de intransigencia con determinados puntos fundamentales y una actitud coherente para con lo que se dice defender. Es construir una nueva idea de política y de Nación sobre pilares básicos que nieguen las cadenas de la dependencia y tengan, a su vez, la posibilidad de edificar un proyecto de futuro alternativo.
Algunos dicen que eso se hace discutiendo programas. Yo no coincido ¿Quién dijo que la diferencia entre espacios políticos es de programas? Las organizaciones políticas se construyen, fundamentalmente, por la diferencia con otros sectores sobre qué se debe hacer y cómo. Nosotros creemos que el problema central de la política es de cuadros y que la discusión del momento debe ser de ordenamiento: qué está bien y qué está mal; cuál será nuestro ordenamiento filosófico; cuál es la formación intelectual que requerimos; cuál es el compromiso con el trabajo práctico a desarrollar. En definitiva, cómo vamos a formar a hombres y mujeres con otros valores distintos a los que la sociedad del Tik Tok, el tussi y los casinos virtuales nos quieren imponer.
Nuestra revolución debe ser, primero, interior. No se pueden construir hombres nuevos a base de especulación financiera, criptomonedas, maltrato psicológico y adicción a los estupefacientes. El programa más hermoso en términos políticos nunca puede ser revolucionario si es llevado a cabo por personas cuyas únicas aspiraciones son irse de vacaciones a Costa Esmeralda a tomar falopa con los mismos explotadores que dicen combatir.
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No se pueden construir hombres nuevos a base de especulación financiera, criptomonedas, maltrato psicológico y adicción a los estupefacientes.
El peronismo nos legó banderas que pertenecen al orden de lo eterno. Para volver a construir la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, sabemos que es necesario una patria libre, justa y soberana. Tenemos que discutir qué significa eso en el Siglo XXI, y la mejor manera de llevarlo adelante.
Mirando siempre para atrás, vivimos dándole la espalda al futuro.
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Excelente Compañer@ o Compañer@s.
Nada que agregar «coincido con lo escrito».
Coincido con lo expesad@ totalmente, gracias por el «Aporte».