La ventana está abierta: la revolución es la norma

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La ventana está abierta:
la revolución es la norma

Por: Pablo Garello

La transición del poder a nivel mundial es una oportunidad para imponer el modelo nacionalista y revolucionario necesario. La formación eje fundamental para el éxito de la misión. 


Hace pocos días se produjo la muerte del argentino más importante de la historia. El único líder global que era realmente crítico del curso que tomaba el capitalismo. Con agudeza y profundidad, se había convertido en un faro humanista para todos aquellos que soñamos con una tierra más justa. Francisco deja un legado inmenso, y será nuestra tarea sostenerlo y predicarlo.

Son dos las enseñanzas de Francisco que me gustaría compartir en este texto. En primer lugar, la de conservar la esperanza. Contra la charlatanería pesimista, contra la inmovilización y el desgano, contra la globalización de la indiferencia, volver a creer que se puede cambiar la Argentina, de que se puede cambiar el mundo. Con una profunda fe y un profundo amor a nuestros hermanos. 

Y en segundo lugar, y de enorme importancia para la política argentina actual, que el tiempo es superior al espacio. Es decir: hay que iniciar procesos y no ocupar lugares. Esto, el papa lo repetía incansablemente y resulta fundamental para nuestra práctica política. 

Argentina se encuentra en una decadencia histórica, no sólo producto de una oligarquía bruta y sin proyecto nacional, sino también producto del fracaso del peronismo para enhebrar una estrategia de desarrollo e independencia, que articule una fuerza política capaz de torcer el rumbo colonial al que estamos sometidos.

Una de las principales dificultades para lograr esto es la improvisación de la clase dirigente. Se trata de una dirigencia tacticista sin visión estratégica, que utiliza la política como botín de guerra para obtener lugares de poder pero no para articular un proyecto de Nación. Quedó claro en el gobierno de Fernández y se verifica hace años en las situaciones más disímiles e insólitas, como poner cancilleres o ministros de economía a cambio de favores políticos y no por capacidad propia. Como no dar directivas claras para el desarrollo a organismos imprescindibles como el CONICET o el INTA (eso en el mejor de los casos, en el peor, dejarlos a merced de corporaciones extranjeras). Como cerrar listas un día antes rellenando las nóminas de acomodados o financistas sin escrúpulos.

Y así podemos seguir: como dice el amigo Agustín Chenna, se trata de la famosa generación estatal sin formación política. Una clase dirigente que se crió en el Estado, que se acostumbró a tener chofer y mansiones, pero perdió el hambre de gloria. Una clase dirigente que no convoca, no planifica, no discute, ni construye.

Entonces, hoy más que nunca: el tiempo es superior al espacio. Como generación, tenemos el deber de iniciar procesos más que pensar en ocupar lugares. Para decirlo en criollo: lo electoral debe ser la tercera o cuarta prioridad, la principal debe volver a ser formarse y organizarse. Y ojo, no somos ingenuos, sabemos que el poder se ejerce y tenemos muy en claro que no es lo mismo un gobierno de ocupación como el de Javier Milei que uno de este lado, sea mejor o peor. Pero lo que planteamos es que ganar elecciones no puede ser el único objetivo. ¡Así estamos desde hace años y vamos de mal en peor! Porque regresamos, una y otra vez, a la pregunta original: ¿Ganar para qué?

Por eso, hay un proceso político que debe comenzar. Con los mayores grados de autonomía posible de cualquiera de los cabezones de la política (que ante cualquier propuesta de organización no coincidente con su táctica de micropoder institucional, son capaces de rajar al mejor de los militantes) y con un profundo anhelo de cambio. Debemos mirar al largo plazo. Mimar al proceso, regarlo como a una planta, con mucha paciencia. Enérgicos pero no atolondrados.

Como primera instancia, debemos profundizar la formación que nos dote de una misma unidad de concepción, imprescindible para construir política con valores y concepciones comunes. Formación, que no significa lo mismo que ver una columna en gelatina sobre peronismo, ni organizar una charla con un intelectual, ni participar esporádicamente de un zoom con un político. Todo eso está bien, pero la formación debe ser sistemática. Requiere un plazo largo de lectura y de discusión. De encuentros periódicos que vayan amasando con serenidad y contundencia un mismo criterio político y un conocimiento amplio de doctrina, historia, geopolítica y más. Sin pretensiones de erudición ni academicismo, sino de formar cuadros políticos probos. Hoy el peronismo carece de cuadros políticos para la conducción de gobierno, no solo a nivel nacional, sino también en distintos niveles provinciales (lo veo en Santa Fe).

Como cualquier civilización a lo largo del tiempo, en este caso, también debemos respetar el origen de todo proceso humano: la educación. Al igual que los infantes que deben insertarse en la cultura de un pueblo; nosotros, para comenzar un proyecto político transformador, debemos educarnos, formarnos, compartir un conjunto de principios y una visión coincidente del mundo y de nuestra patria. Ya lo decía Perón: sin unidad de concepción no vamos a ningún lado. Entonces, el desafío es iniciar instancias de formación sostenidas y comprobaremos, al poco tiempo, cómo la organización política se vuelve más sencilla, casi como una cuestión de intuición. Al igual que la danza: todos empezamos a bailar al mismo compás.

Aclaro, por supuesto, que no se trata de quedarse allí. La formación no es para encerrarnos en un claustro durante cinco años sin ponerla a jugar en la práctica política. Al contrario: se debe poner a prueba en la organización práctica, en la disputa de poder, en la participación comunitaria. Pero lo que quiero apuntar con insistencia, es que generacionalmente no podemos volver a cometer el error de desesperarnos por disputar elecciones sin haber estado inmersos en un proceso político integral. Porque no tiene ningún sentido y porque así terminan quemando decenas de compañeros. Ergo: la renovación política es inminente y nos tiene que agarrar bien preparados.

Apuntalar una nueva conducción política para la liberación nacional

Ya lo dijimos en otros textos, la actual transición de poder mundial permite desplegar un proyecto nacionalista y revolucionario. Argentina tiene un gobierno de ocupación colonial y sus márgenes de soberanía están en pisos históricos: deuda impagable, saqueo exorbitante de sus recursos naturales, aniquilación de las capacidades nacionales, control extranjero de su economía, etc. 

El país es una colonia, una mera noción formal que tiene himno, bandera y escudo pero que no tiene poder de decisión sobre los asuntos importantes de su territorio, y menos que menos, control sobre sus resortes estratégicos: desde el flete marítimo y el comercio exterior hasta la producción de alimentos y minerales.

Como explica Gabriel Merino (enorme intelectual que está aportando a nuestra formación), en cada momento de transición geopolítica se abre una ventana de desarrollo soberano para los países periféricos como el nuestro. Cuando Inglaterra se asienta como potencia hegemónica mundial desplazando a Francia y a los Países Bajos, luego de las guerras napoleónicas y de la mano de la revolución industrial, aquí ocurre nuestra independencia. Merino plantea que en todo momento de caos sistémico, se juega una disputa entre la revolución y la contrarrevolución en los países periféricos. En el caso de la independencia hispanoamericana, existe tanto el proyecto industrial y continental de San Martín y Bolívar (revolución) como el proyecto liberal, monoproductor y de patria chica de las oligarquías portuarias; encabezado aquí por Rivadavia (contrarrevolución). 

Lo mismo ocurre cuando Estados Unidos desplaza a Inglaterra como hegemón mundial entre 1914 y 1945. Aquí ocurren los nacionalismos populares de Yirigoyen y Peron (revolución) pero también la sujeción de la oligarquía terrateniente al imperio en decadencia con el tratado Roca-Runciman y todo el proceso de la década infame (contrarrevolución).

Repetimos: en cada transición de poder hay revolución y contrarrevolución. Esto es importante porque hoy vivimos una nueva transición de poder mundial del occidente geopolítico comandado por EEUU a los países emergentes con centro en China. Como establece Merino: “el BRICS era el 10% de la economía en 1982, mientras que el G7 era el 70% del producto bruto a nivel mundial (si lo medimos a nivel nominal) o el 50% a precio de poder adquisitivo. Eso se dio vuelta: a precio de poder adquisitivo, hoy, los BRICS representan el 33% del PBI mundial y el G7 el 31%”.

Hoy China tiene un PBI industrial igual a la suma de Estados Unidos, Alemania y Japón juntos. Es el gran taller industrial del mundo como lo fue Estados Unidos durante el siglo XX. Como si fuera poco, es un estado continental que tiene un 1/5 de la población mundial en su territorio. La pérdida de hegemonía de EEUU se evidencia en muchísimos aspectos, desde la inminente derrota de la OTAN en Ucrania hasta el recule de Trump luego de amenazar con poner aranceles desorbitantes a China. ¡Fueron las mismas corporaciones occidentales las que salieron a hacer lobby contra la medida! 

Si la transición hegemónica se verifica en lo económico, no es menor en el área del conocimiento. Según un informe del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI), los asiáticos dominan la investigación científica mundial en 57 de las 64 tecnologías (89%) identificadas como «críticas». Tecnología aeroespacial, energética, de inteligencia artificial (IA), biotecnología, robótica, ciberseguridad, informática, materiales avanzados y áreas clave de la tecnología cuántica. 

Estamos frente a un mundo distinto que poco tiene que ver al de hace unos años. Somos contemporáneos a la edificación de una nueva estructura global con el respectivo traslado de su centro hegemónico. Siguiendo la teoría de Merino, en nuestros países se generarán las condiciones para llevar adelante un proyecto de autonomía estratégica, mediante la tercera posición y mayores grados de independencia económica frente a los dos grandes polos.

Siendo claros: todo caos sistémico puede generar en los países periféricos la profundización de la dependencia. Exactamente lo que estamos viviendo con el gobierno de ocupación de Javier Milei. Un proyecto político que busca liquidar las pocas capacidades nacionales en pie, reforzando el sometimiento a corporaciones y organismos internacionales y destruyendo aquello que nos hace grandes como país.

Pero como existe la contrarrevolución, también puede existir la revolución. Nuestro país debe tener la habilidad para aprovechar la ventana de oportunidad  que genera la encarnizada lucha global entre los hegemones. En criollo y expresado de forma muy simplista: “aprovechemos que los viejos están distraídos peleando y no se van a dar cuenta”.

Naturalmente, esto empieza a expresarse de abajo hacia arriba. El auge del nacionalismo en la militancia, la búsqueda de formación doctrinaria, el interés por el pensamiento estratégico y las discusiones reales demuestran que la ventana empieza abrirse. El desafío en el corto plazo, es presionar para que esta demanda llegue a la dirigencia. Para que ser cipayo y mediocre deje de salir gratis en el peronismo. Que repetir “Cristina” tres veces en una oración no puede ser la única propuesta de un dirigente y que la liberación nacional, sin medias tintas, debe volver a ser el objetivo magno del movimiento justicialista.

En el largo plazo debemos formar a la generación que asiente el proceso revolucionario dentro del interregno geopolitico, antes de que la ventana se cierre y la estructura global vuelva a ordenarse. Formarse y organizarse y llegado el caso, disputar el sentido y la conducción del movimiento nacional.

Tenemos tiempo pero las agujas del reloj corren. No es momento para cobardes ni pesimistas. Debemos desterrar al posmodernismo de nuestra cabeza. Al progresismo liberal descomprometido, victimista y disperso en decenas de nimiedades. Esta es una causa para hombres y mujeres de fe, que amen a su Patria y a su Pueblo.

Compañeros: es hora de enfocarse y trabajar, la grandeza de la Argentina clama por nosotros.

  

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1 comentario

  1. Simplemente graciaaaas. El peronismo será revolucionario o no será nada. No se puede y es hasta poco ético volver para tomar las estructuras del estado como botín de guerra

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