Una nueva utopía para el proyecto nacional

COYUNTURA

Una nueva utopía
para el proyecto nacional

Por: Nahuel Cuevas y Francisco Hernando

La épica no sólo como relato sino como combustible del proyecto nacional. Mística para el desarrollo de las capacidades tecnológicas, para un país justo, libre y soberano.


Existe una vieja discusión, que creíamos ya saldada en el movimiento, sobre cuál debe ser el rol de los relatos en la política. Muchos, más enamorados de la democracia liberal, parecieran creer que la misma es una especie de ciencia exacta, donde sólo prima la racionalidad absoluta y la agregación matemática de los intereses. Para estos grupos, palabras como “épica”, “mística” o “pueblo” suenan a demagogia y populismo.

Del otro lado, estamos los que creemos que narrar nuestras propias luchas es central para el ejercicio de la acción política. “Conducir es persuadir” decía el General, y gran parte de esa persuasión se debe hacer proponiendo una historia épica que nos dé sentido y coherencia como pueblo y como Nación.

Por eso, vemos con tristeza como nuestro movimiento se ha convertido en el representante del “statu quo”, el que defiende un presente que no conforma a nadie y parece constantemente atrapado en discusiones coyunturales cada vez más inexplicables. Con constantes disputas internas que aparecen día a día más alejadas de la realidad cotidiana del pueblo y peleas que se ven más como disputas “por los cargos” que como conflictos motivados por diferencias programáticas.

Hace tiempo ya que el peronismo ha extraviado su potencia narrativa, se ha vuelto incapaz de imaginar un futuro y de proponerlo a la sociedad. Se ha enamorado de los focus group y los discursos coacheados y se ha alejado cada vez más de la base social que debería representar. Mientras, por debajo de todos los radares, se ha gestado un proyecto político que ha sido capaz de comprender la potencia de la épica y de los símbolos populares y que no siente pudor en utilizarlos para proponer su modelo de país. 

Por eso, allí reside el primer paso a dar si queremos volver a convocar: construir una nueva utopía para proponerle a la sociedad, un horizonte hacia el cuál dirigir nuestros esfuerzos como comunidad. Y para este objetivo no existen consignas con más vigencia que las justicialistas; resignificarlas, para adaptarlas a los tiempos que corren, es la gran tarea que le toca asumir a nuestra generación.

Soberanía política

Estamos en momentos donde las disputas por la hegemonía mundial toman ribetes cada vez más complejos y se realizan cada vez en escenarios más difusos, con tensiones bélicas que no paran de escalar y con una superpotencia en ascenso que está buscando ampliar su influencia.

Un escenario internacional donde la expansión de China está generando una escalada de las tensiones comerciales, rompiendo con las cadenas de producción que se habían impuesto con la globalización y generando una profunda reestructuración de los esquemas productivos globales. Un presente donde vemos constantemente casos de empresas que abandonan los centros productivos del sudeste asiático para volver a localizar su producción en los países centrales o para reubicarse en países cercanos y con garantías de estabilidad en las relaciones comerciales. Un mundo donde la seguridad de las cadenas de producción se vuelve un tema central.

Un contexto donde las disputas se dan en un sinfín de nuevos escenarios, entre los que se destacan espacios digitales como las telecomunicaciones y las redes sociales. No hace falta escarbar mucho para encontrar ejemplos, como la discusión en torno a TikTok y su vinculación con el gobierno chino que se viene dando en Europa y Estados Unidos, o el debate acerca del rol que deben cumplir redes sociales como Twitter en la discusión política.

Sumándose, como dificultad adicional, una crisis medioambiental que se muestra cada vez más clara. Con efectos profundamente desigualadores e impactos que se sienten mucho más en países subdesarrollados que no tienen los recursos económicos ni técnicos para prevenir o mitigar los daños. Con una estrategia eco-friendly pensada por los países centrales que, aún siendo los principales responsables de la situación actual, pretenden que los costos de la transición energética sean asumidos por igual por países sin pobreza y países donde su población come, con suerte, dos veces al día.

Esta crisis pone en el foco a los recursos naturales estratégicos, entendiendo en este grupo no solo a los típicos como los minerales, el petróleo, el gas y otros del estilo, si no también algunos que antes se consideraban abundantes y hoy comienzan a escasear, como es el caso del agua. Argentina posee todos estos recursos en abundancia, lo que no solo le da grandes oportunidades, sino que también la pone en el epicentro de la pelea entre las potencias globales que lucharán por apoderarse de estos recursos.

Por todo esto, nada mejor que la soberanía política. Para convocar a construir un proyecto que se pare desde su posición nacional y continental para defender sus recursos naturales y usarlos en favor de sus intereses como Nación. Una propuesta que no niegue la existencia del cambio climático, pero que tampoco acepte alegremente las propuestas de ONGs “independientes” que defienden los intereses de los países centrales de donde provienen la mayoría de sus fondos. Un país que construya una posición autónoma, que no se alinee automáticamente con las posturas de ninguno de los países centrales.

Justicia social

En un mundo y una Argentina cada vez más desiguales, donde existen mega ricos excéntricos que ostentan su poder y riqueza frente a millones de personas que viven en la pobreza. Con crisis migratorias y estallidos sociales más y más frecuentes. Con un mercado laboral totalmente fragmentado, precarizado y carente de respuestas, no sólo para una juventud, sino para toda una sociedad que las demanda. 

Los intentos de contestar a estos reclamos van desde la flexibilización laboral “pro-mercado”, con la que se identifica este gobierno, hasta un Ingreso Básico Universal con el que han coqueteado algunos sectores afines al peronismo. 

No vamos a profundizar en la discusión con la primera de ellas, la amplia evidencia de nuestra propia historia ya ha demostrado que genera pésimos resultados, más allá de las múltiples virtudes que le atribuyen los manuales de microeconomía. Por otro lado, nos parece que el problema central radica en que lo segundo sea lo único que pueda proponer nuestro espacio político. 

No solo es algo incompatible con nuestra propia doctrina, donde el trabajo se encuentra en el eje central de la realización del ser humano, sino que también implica que la única “justicia” que le podemos ofrecer a los más desfavorecidos es la de un ingreso que los ponga apenas por encima de la indigencia y que los eternice en ese estado. Un modelo de país resignado, sin trabajo, donde una amplia mayoría de la población puede soñar tan solo con subsistir.

Por eso es central levantar la bandera de la justicia social, para rediscutirla y volverla a dotar de significado, para que sea realmente una propuesta de mejora, de crecimiento y de realización del individuo y su comunidad. Podemos (y debemos) volver a poner al trabajo digno como el eje sobre el cual se estructure nuestra propuesta de país, con una reforma de la legislación laboral realizada de forma concertada con empresas y sindicatos, y un salto productivo que genere más y mejor trabajo.

Independencia Económica

Para lograr sostener y defender estas dos banderas, hay que lograr efectivamente la independencia económica y, como primer paso para esto, hay que romper con la asociación entre peronismo y pésima gestión de la macro. 

Una verdadera patria económicamente independiente necesita de un sistema económico que funcione con normalidad. Una economía tranquila, donde los argentinos no estén constantemente pendientes de la cotización de 7 tipos de cambio distintos, donde los precios de los bienes más básicos no aumenten un 3, 5, 10 o 20 por ciento todos los meses y donde no se cambien constantemente las regulaciones.

Proponer un país tranquilo, estable y sin inflación no puede ser visto como una propuesta “gorila”, es central como base para construir un modelo de desarrollo justo y soberano.

Ningún empresario puede aportar su “dinamizadora dosis de creatividad” si está constantemente corrido por la coyuntura, viendo cómo consigue los insumos importados que necesita para producir, cómo arregla una máquina para la que no hay repuestos o cómo recompone su margen de ganancias que se le acorta por el constante aumento de sus costos. 

Ningún trabajador puede ahorrar cuando sus ingresos se devalúan día a día, ni puede tomar un crédito para comprarse un auto o construir una casa cuando el mercado de préstamos está totalmente roto. La estabilidad económica no es suficiente para construir nuestro proyecto de país, pero es absolutamente necesaria como base para esta construcción.

Obviamente, cómo se logra esta “estabilización” también es muy importante. En este momento somos testigos de un gobierno que está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de mostrar que baja la inflación. No ha quedado presupuesto sin subejecutar, organismo sin vaciar ni ingreso sin licuar para garantizar el superávit fiscal. Un gobierno que no le importa destruir capacidades nacionales, que frena el proyecto CAREM, desfinancia institutos como el INTI, INTA o CONICET, recorta el presupuesto de las Universidades Nacionales y vende empresas de alto contenido tecnológico como IMPSA.

Por eso es importante que a la propuesta de un país estable se le sume la construcción de un proyecto de desarrollo nacional. Alcanzar la independencia económica hoy implica lograr la capacidad de que nuestro país pueda imponer sus propias condiciones para insertarse en el escenario internacional, se ubique en la vanguardia productiva y no dependa de los desarrollos tecnológicos que se realizan en los países centrales.

En estas discusiones, de nuevo tiempo importan, quizás como nunca, el desarrollo científico y tecnológico. No estamos hablando de un programa industrializador como los del siglo pasado, donde sólo había que lograr ser capaces de tener los mismos fierros que los países centrales, y donde el componente tecnológico, si bien muy importante, tenía un peso relativamente bajo. Los sectores productivos de hoy tienen un dinamismo que hace años hubiese sido impensado, los desarrollos tecnológicos se suceden día tras día y el conocimiento es hoy el gran motor del desarrollo a nivel mundial.

Si queremos proponer un modelo de país soberano para el siglo XXI tenemos que prestarles atención a estas nuevas tendencias, incorporando como sectores de interés a la llamada “economía del conocimiento”, que incluye sectores tan diversos como: desarrollo de software, industria aeroespacial y satelital, electrónica y telecomunicaciones, servicios profesionales, producciones audiovisuales, y algunos otros espacios de alto contenido científico-tecnológico

Además, debemos tener en cuenta que tenemos que modernizar nuestros sectores industriales tradicionales, incorporando tecnologías duras (como robótica y sistemas de control centralizado y de automatización de procesos) y blandas (como herramientas de software que mejoren la eficiencia productiva o permitan mejorar los procesos de venta). 

La solución no es renunciar a la industrialización, es construir industrias modernas con fuerte contenido científico y tecnológico.

En síntesis, tenemos muchas razones para defender la necesidad de ser económicamente independientes, solo hace falta atreverse a proponerlo de manera concreta, discutiendo de cara a la sociedad y con las ideas claras.

Recuperar la ambición de una Argentina potencia

Como ya venimos diciendo, los elementos están. Recuperar la iniciativa y proponer a la sociedad una Argentina grande como la que soñaron nuestros próceres dependerá de que exista una conducción a la altura de la historia. No podemos oscilar más entre el voluntarismo bobo de creer que todo se puede hacer, ignorando las restricciones propias de un país y un Estado quebrados, y el posibilismo berreta que se queda quieto para no confrontar y no pelearse con nadie. Necesitamos de conductores y gestores hábiles que hagan rendir al máximo los recursos con los que contamos los argentinos y que logren alinear a la sociedad bajo un proyecto político justicialista.

Por resignarnos a discutir le entregamos la narrativa nacional a Milei, que logró instalar una lógica sencilla, sobre todo en los más jóvenes, casi como un tema que la pega: dejar de emitir para bajar la inflación y bajar los impuestos para liberar las fuerzas productivas. Eso fue más que todo el aparato político, absolutamente inmerso en la chiquita y carente de una propuesta concreta de modelo.

Aún a pesar de esto, el peronismo espera en el futuro. No hay banderas con más vigencia que las de nuestro movimiento. Existe una Argentina alternativa para proponer, con ciencia nacional y desarrollo tecnológico. Un país que exporte conocimiento y creatividad argentina, que se transforme en faro del desarrollo para la región y el mundo. Una Nación en la vanguardia mundial, no el furgón de cola de ninguna otra potencia. Un país que le ofrezca a sus ciudadanos posibilidades de desarrollarse en comunidad, con trabajo digno y una retribución acorde a su esfuerzo. Que no se resigne ni tome nada como dado.

Como generación tenemos la tarea de romper con la resignación, incentivada día a día por comunicadores, “periodistas” e influencers que viven de traficar angustias, para construir, proponer y realizar esta utopía. 

Para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino. 

En ese camino estamos.

  

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