Barajar y dar de nuevo
Por: Agustín Chenna
Repensar las dinámicas y las prácticas de la militancia resulta una obligación ante la nueva coyuntura. Es imposible representar bajo las instituciones liberales como las conocemos.
Estado de situación
Nos encontramos con momentos cruciales en el devenir político y económico de nuestra Nación. El DNU de Milei y la llamada “Ley Ómnibus” (que, como planteó Juan Grabois en Neura, en realidad es una reforma constitucional de facto) demostró que las prácticas políticas existentes, que ya se mostraron inertes ante el gobierno de Alberto Fernández, no tienen con qué capitalizar el combate contra esta reforma.
Gran parte de nuestra dirigencia política planteó, como cuestión central, que no existía necesidad ni urgencia de ciertos temas y que se estaban avasallando las instituciones. Lejos de no ser cierto, el problema es que el centro de la cuestión no está ahí para las masas que el peronismo debería representar. Como ya avizorábamos en la campaña electoral, resulta por lo menos preocupante que el peronismo sea el sector que defienda el institucionalismo del Estado liberal, la Constitución neoliberal de 1994 y la democracia burguesa.
Para colmo, todo esto en el marco de un sistema político completamente rechazado por la sociedad por no haberle dado respuesta a sus demandas y necesidades. Y parece que el único que lo entendió fue Milei: mientras los legisladores estaban espantados durante el pase de mando, dio su discurso de cara a la poca gente convocada y de espaldas a “la política” y al Congreso de la Nación.
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Por: Agustín Chenna
Repensar las dinámicas y las prácticas de la militancia resulta una obligación ante la nueva coyuntura. Es imposible representar bajo las instituciones liberales como las conocemos.
Estado de situación
Nos encontramos con momentos cruciales en el devenir político y económico de nuestra Nación. El DNU de Milei y la llamada “Ley Ómnibus” (que, como planteó Juan Grabois en Neura, en realidad es una reforma constitucional de facto) demostró que las prácticas políticas existentes, que ya se mostraron inertes ante el gobierno de Alberto Fernández, no tienen con qué capitalizar el combate contra esta reforma.
Gran parte de nuestra dirigencia política planteó, como cuestión central, que no existía necesidad ni urgencia de ciertos temas y que se estaban avasallando las instituciones. Lejos de no ser cierto, el problema es que el centro de la cuestión no está ahí en las masas que el peronismo debería representar. Como ya avizorábamos en la campaña electoral, resulta por lo menos preocupante que el peronismo sea el sector que defienda el institucionalismo del Estado liberal, la Constitución neoliberal de 1994 y la democracia burguesa.
Para colmo, todo esto en el marco de un sistema político completamente rechazado por la sociedad por no haberle dado respuesta a sus demandas y necesidades. Y parece que el único que lo entendió fue Milei: mientras los legisladores estaban espantados durante el pase de mando, dio su discurso de cara a la poca gente convocada y de espaldas a “la política” y al Congreso de la Nación.
En el editorial anterior tratamos de entender de dónde venía el golpe recibido para el peronismo luego de un ballotage perdido por casi 11 puntos. La consciencia negativa de la sociedad sobre lo que “ya no va” está clara, y entendemos que la mayoría de los votos del ballotage fueron más “contra” que “por”. El 44% de Massa, en un número importante, es de un sector movilizado y con consciencia de lo que representaba Milei, pero que le hacía muy poca gracia el tener que votar a un candidato que no lo representaba.
Por otro lado, gran parte de ese hartazgo social contra el tridente del “peronismo-la política-el statu quo” supo ser capitalizado por el actual presidente, que a base de gritos, videos virales e insultos a la casta política logró ganar la elección holgadamente a pesar de que su programa político-económico poco tiene que ver con las creencias de los argentinos.
El sistema político está agotado no porque lo decimos nosotros o, incluso, porque las mayorías no se vean representadas. El sistema político está agotado porque, dada la crisis del capitalismo a nivel global, su sistema de dominación (la democracia liberal) no puede dar respuestas para los sectores populares sin alterar la esencia del capitalismo: el respeto irrestricto a la propiedad privada y a las ganancias de la clase dominante.
Esta ecuación, que en forma objetiva se viene presentando desde hace siglos, se vio profundizada desde la última dictadura cívico-militar, que se encargó de alterar el carácter del capitalismo en Argentina y adaptarlo al proceso mundial. El centro del sistema económico dejó de ser la industria, donde la ganancia proviene del trabajo no pago a la clase obrera y tenía, por lo tanto, como condición esencial contar con asalariados que puedan desarrollar su vida en condiciones dignas y preparar a las generaciones futuras para ir a producir.
Y la nueva fracción dominante fueron aquellos capitales que tenían la capacidad de operar en el mercado financiero, generando intereses por el solo hecho de poner dinero y asegurando sus ganancias gracias a que atienden de los dos lados del mostrador y ponen las reglas del juego. El obrero pasó a ser prescindible y se abrió una nueva etapa de saqueo abierto: como el dinero no es generador de dinero de por sí, la plata de los intereses sale de otro lado. Y como los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres, es fácil intuir que la renta financiera de los capitales sale de la pérdida del poder adquisitivo del salario.
¿Qué pasará?
Entonces surge el siguiente interrogante: ¿cuánto más ajuste se puede aguantar sin que las clases oprimidas, ya engrosadas lo suficiente por millones de obreros que “cayeron del mapa” y sin nada que perder, se rebelen contra el sistema? Parece que la oligarquía en su conjunto sacó sus conclusiones del proceso 2015-2019 y el propio Macri, peso pesado en el nuevo gobierno de Milei, hizo su propia autocrítica.
Y entendieron que no sirve el gradualismo, que la tolerancia social está muy baja al ajuste y que, para saquear el país, es necesario hacerlo todo de una y reprimir de forma absoluta cualquier tipo de expresión contraria. El protocolo anti protesta social, el DNU y la Ley Ómnibus expresa el grado de consciencia que tienen sobre este asunto.
La rebelión de los sectores populares es inevitable, pero lo más imprevisible son las formas y el alcance, dado que la política es menos subjetiva de lo que a muchos Licenciados le gustaría. El gobierno actual representa intereses concretos y, si tiene tensiones en su interior, son tensiones entre distintas fracciones del capital que pelean por sus ganancias pero que tienen una fuerte consciencia tanto de su clase como de la capacidad de pelea de sus enemigos (nosotros).
Es tal la crisis del capitalismo a nivel global que no pueden permitirse prescindir de algunos negocios con tal de sostener el sistema. No solo van a regalar nuestros recursos naturales a sus jefes. Van a priorizar el pago de la deuda sobre el hambre del pueblo. Y no es, definitivamente, buena idea hambrear más a un pueblo que viene tan golpeado pero que hace solo veinte años volteó a un presidente a pesar de la represión policial y parapolicial.
El problema de este proceso de rebelión está en que, cuando salen las clases populares hambreadas por este ajuste, exista alguna posibilidad de síntesis o conducción del proceso para que sea conducente la protesta. Un montón de voluntades aisladas, de forma anárquica, por más violenta que sea su reacción, no necesariamente conduce a una mejora ni mucho menos a una victoria. En diciembre del 2001 el país entero estalló bajo la consigna “que se vayan todos”. No solo no se fue casi nadie, sino que muchos de esos personajes siguieron ocupando la primera plana política. La casualidad histórica que implicó Néstor Kirchner no es, bajo ningún punto de vista, la regla. Ni la construcción política puede ser un constante anhelo de esperanzas y casos fortuitos.
El rol del peronismo. La reconstrucción desde el llano
En ese marco es que también surge la obviedad de a quien defiende realmente el Estado liberal. Mientras que cada intento nuestro de avanzar en un derecho social, político o económico se encontraba con mil trabas institucionales, legales y judiciales, el Decreto de Necesidad y Urgencia pasa tranquilamente el filtro de la institucionalidad sin que nadie pueda o quiera frenarlo.
Violan sus propias leyes y se cagan en su propia Constitución ante la mirada “preocupada” pero inerte del Poder Judicial y de los operadores políticos que se disfrazan de periodistas, que pasaron de una preocupación profunda por las instituciones al más absoluto silencio. Y, ante la mínima queja de nuestro lado, nos espera una represión brutal de las “fuerzas de seguridad” que nada hacen cuando los dueños de la Pampa Húmeda cortan las rutas.
Por eso es que hay que pelear el poder formal de forma defensiva pero que, bajo ningún punto de vista, serán estas instituciones las que nos permitan desarrollar una política popular y revolucionaria. Producto de esto es la crisis de las formas de organizarse que predominaron de 2003 en adelante, construidas de forma monárquica, con conducciones puestas a dedo, negando el proceso de discusión interno y por, sobre todo, establecidas desde la institucionalidad del Estado para abajo. Donde el dirigente era dirigente por ser funcionario y no al revés. Donde el funcionario tenía el poder sobre el pueblo, siendo que el funcionario era un representante y ejecutor de este.
También por esta cuestión es que la reconstrucción del peronismo no puede darse de arriba hacia abajo. Los nuevos dirigentes tienen que surgir de un proceso político que se construya y articule desde sus bases y no desde el dedo mágico. Y, en última instancia, los dirigentes actuales -dirigentes de este sistema político- deberán revalidarse ante la sociedad y ante los propios militantes, siendo consecuentes con prácticas políticas que abonen a la construcción de espacios de discusión, y no destruyéndolos o cooptándolos para su beneficio personal.
Debemos romper el pensamiento esquemático, donde primero hay que construir a la figura sintetizadora, luego a su organización y que, de esa manera, se dará el proceso de ruptura social. Los procesos de síntesis se dan en la propia dinámica de la acción política, no en abstracto. Y dada la actual crisis de representatividad, lo más probable es que la movilización del pueblo se dé teniendo que pasar por encima a muchas de las actuales dirigencias políticas.
Pero la limitación de la dirigencia no es casual. Esa dirigencia emerge de la militancia organizada y esa militancia no nace de otro lado que del pueblo. Nuestro proceso político, aun confrontando contra los intereses de los grupos económicos en favor de los sectores populares, nunca se hizo carne de las palabras de Perón, que explicaba ya en 1949 que el sistema político dominante era el “demo-liberal burgués”, y que nuestra organización política democrática debía ser La Comunidad Organizada.
La “socialdemocracia” o el reformismo no se encuentra solo en Alberto Fernández o en tal o cual dirigente u organización. Es una tendencia, desarrollada en el conjunto del movimiento nacional y popular en mayor o menor medida, al creer que desde las instituciones creadas por la oligarquía vamos a poder derrotarla como la clase parasitaria que es. O, peor, creer que se puede alcanzar el 70% de la participación de los trabajadores en el PBI y construir la Comunidad Organizada mientras el poder político y económico siga en manos de una clase minoritaria que se reproduce del saqueo al pueblo argentino y de sus recursos naturales.
La limitación objetiva del proceso denominado “kirchnerismo” -y una tensión existente desde el nacimiento mismo del movimiento peronista hasta nuestros días-, es la imposibilidad de hacer política sin un enemigo. Y, en esto, creemos que hay que ser tajante: no son opositores, son enemigos. Nuestra dirigencia política se sienta en la Sociedad Rural, en AEA, en la CGT y en el MTE y en todos lados ve ciudadanos y organizaciones gremiales/sectoriales, pasando por alto la obviedad de que cada sector representa intereses de clases o de fracciones sociales.
Por eso el 18 de diciembre de 2019, una semana después de que Cristina le advirtiera a Alberto Fernández que se apoye en el pueblo y que confíe en él y no en la tapa de los diarios, el ex presidente fue a AEA a pedir un voto de confianza, se sentó en la mesa del poder y le pidió a “Héctor” (por Magnetto) que “no perdamos tiempo peleándonos entre nosotros”. Creyó en la posibilidad de “gobernar para todos los argentinos” y se sorprendió, desconociendo la autocrítica del mismo Perón, cuando se encontró con personajes nacidos en nuestra tierra deseosos de rifar nuestros recursos al extranjero.
El aprendizaje de nuestra historia no debe ser para decir palabras lindas en actos o encuentros militantes, sino para evitar repetir procesos políticos que ya tuvieron sus conclusiones hace largo tiempo. Cuando Perón, después del golpe de 1955, es consultado por el concepto de Revolución incruenta, respondió:
Hoy creo que cometí un grave error. Yo debí haber decretado la movilización, comenzar por fusilar a todos los generales rebeldes y a todos los jefes y oficiales que estaban en la traición y dominar esa revolución violentamente, como violentamente nos querían arrojar del poder. Si en este momento tuviera que hacerlo lo haría; porque ahora sé lo que antes no sabía: que esa gente llegó hacer el más grave daño que se pueda haber hecho al país. […] Por eso, después de estos 13 años, hoy me afirmo en la necesidad de haber exterminado al enemigo nuestro: era el enemigo de la República.
Ahorrémonos el proceso de discutir si en La Comunidad Organizada entran todos los argentinos o algunos quedan afuera. Porque también, desgraciadamente, sabemos que hay algunos que están dispuestos a desaparecer personas, torturar menores de edad o a tirar militantes vivos de los aviones al Río de la Plata para que ese proyecto no se realice.
¿Y cómo es el exterminio de un enemigo político? Si algo enseñó también la dictadura es que la violencia y la desaparición física no exterminan las ideas. La pelea es, esencialmente, política. E implica exterminar sus condiciones de reproducción y el orden social impuesto por ellos mismos a sangre y fuego. Su democracia liberal tiene como precepto la subordinación del pueblo en su conjunto, que no es libre de elegir más que las boletas que le ponen en el cuarto oscuro una vez cada dos o cuatro años.
Nuestra democracia debería ser exactamente lo opuesto. La construcción de hegemonía través del empoderamiento (real y no declarativo) del Pueblo. Para que los representantes de los grupos económicos concentrados no tengan el más mínimo poder de decisión, y para que nuestros representantes no abandonen las básicas, su barrio y sus familias cuando son elegidos, para irse a Puerto Madero a reproducir la misma vida de los sectores contra los que deberían encabezar la lucha.
Hay que devolverle la autoestima al pueblo de forma práctica. Predicando la palabra y discutiendo ideas, pero por sobre todas las cosas ofreciendo una acción conducente a darle la confianza a cada compañero y compañera de que su opinión importa y que puede modificar la realidad. Que los esfuerzos aislados quedan solo en buenas intenciones si no existe una organización que lo vuelva conducente. Y que la ayuda social es solo caridad si no discute como pelear el poder político en su conjunto contra los sectores dominantes, arrebatándoselo a la oligarquía desde el club del barrio hasta la totalidad de la Nación.
Porque la oligarquía no domina personalmente, si no a través de sus prácticas. Y esas cuestiones se encuentran desde el Ministerio de Economía que endeuda de forma crónica a la Nación hasta el puntero que se roba la comida de los comedores o el “dirigente” que forrea a todo el mundo porque tiene una pulsera para entrar al VIP.
Construir poder popular es también construir desde otras prácticas, donde el dirigente político no sea un patrón sino un compañero más. Donde el militante no sea un empleado. Y donde las organizaciones políticas no sean esquemas ponzi o empresas, donde se juntan voluntades para que cobre el de arriba y la única lógica sea sumar nuevos adherentes, siempre ordenados alrededor de quien maneja la guita o los cargos.
Basta de realizar trabajo territorial cada dos años en épocas de elecciones. Basta de creer que el pueblo es idiota, y que necesita que se lo convenza de votar a tal o cual candidato (o, que incluso, existe posibilidad de convencerlo para que cambie su opinión gracias a los consejos de un completo desconocido). Basta de utilizar al pueblo como maquillaje de los chetos que se disfrazan de líderes populares y como base de maniobra de dirigentes que viven en barrios cerrados.
Para sorpresa de muchos la sociedad, de hecho, se encuentra mucho más avanzada que la militancia en ese sentido: ya entendió de sobra que nadie de los que salen en la tele con trajes carísimos le van a cambiar la realidad a los desocupados ni a los laburantes explotados. El trabajo de la militancia política peronista es ofrecerle un horizonte para construir codo a codo un lugar mejor, escuchando la música del pueblo y aportándole conclusiones extraídas de la formación política. Porque la reconstrucción del peronismo es, necesariamente, con los miles de jóvenes con trabajos de mierda que, decepcionados de este sistema, creyeron genuinamente en un candidato que ya los traicionó.
Es tiempo de despertarnos del letargo político en el que nos encontramos, donde militamos abstraídos del proceso social, sin consciencia de que representamos intereses de sectores sociales y que esos intereses se encuentran enfrentados de forma antagónica a los intereses de otros sectores. Porque no existe victoria política sin subordinación del enemigo. Y mientras ellos organizan la represión organizada y el hambre del pueblo argentino, nosotros nos seguimos sorprendiendo de que rompan supuestos pactos democráticos, en un país en el que a 40 años de “democracia” todavía mueren personas por no tener donde vivir ni qué comer.
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Muy bueno. !
Excelente comparto plenamente tu análisis..