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Porteñismo for Export
Por: Francisco Hernando (@ModeloArgentino)
“Dios está en todos lados, pero atiende en Capital”. La necesidad de moverse a Buenos Aires como un fantasma nunca del todo ahuyentado.
La tremenda desigualdad de oportunidades que existe entre la Capital Federal y el resto del país quizás sea difícil de dimensionar para alguien que habita el territorio porteño, pero es una realidad cotidiana para el resto de los argentinos.
Vivimos en un país que se define como federal, que lo proclama en su carta magna y que dice defender esas ideas en el discurso de sus dirigentes nacionales, pero que no lo ejerce en prácticamente ninguna de sus políticas. Un país con estética federal y dinámica centralista.
La realidad efectiva
Ya lo decía Perón en su análisis previo en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, y es una observación que por mucho que se repita no deja de ser acertada: Argentina sufre de macrocefalía. Posee una cabeza poderosa que concentra producción y riqueza, y que deja un cuerpo raquítico.
Desde los tiempos de la organización nacional, donde los caudillos de la Confederación Argentina impulsaban el reparto de la recaudación del puerto de Buenos Aires, hasta la concentración de la producción industrial en la Capital y su conurbano, nuestro país nunca pudo resolver este problema. Solo basta con ver algunos ejemplos para notar como en la Argentina de ayer y de hoy, la concepción centralista nunca se fue. En la consolidación del modelo agroexportador pasado, la red ferroviaria que colapsa en un solo punto, con el puerto de Buenos Aires como la principal vía de salida para las materias primas producidas en la Gran Argentina.
En el país semi-industrial de hoy, la producción de manufacturas se concentra alrededor del mismo punto. Según los últimos datos disponibles, para el año 2022 el Área Metropolitana de Buenos Aires concentraba el 42% de las empresas industriales y el 48% de su empleo, en un espacio geográfico que representa tan solo el 0,05% de la superficie continental argentina y un 35% de la población nacional.
La propia dinámica de desarrollo nacional retroalimenta este proceso, generando un círculo vicioso: las oportunidades y la guita están en Capital; por esta situación, los talentos, las ideas y el capital de todo el país fluyen hacia Buenos Aires en búsqueda de mejores perspectivas de crecimiento; este flujo mejora el desempeño relativo de la CABA, y vuelta a empezar. La bola de nieve crece y crece sin control.
Este problema se ha vuelto cada vez más imposible de ignorar y se ha intentado emparchar en muchas ocasiones con compensaciones simbólicas irrelevantes (como el proyecto de Capitales Alternas que alguna vez pensó el albertismo naciente, y que hasta el día de hoy no se entiende para qué servía) y con un poco de guita sin mucho criterio. Jamás se pensó un programa de desarrollo que contemplase resolver esto de raíz.
Este abandono salió y sigue saliendo muy caro. Es una de las principales causas por la cual el peronismo “nacional” se ha transformado en un partido que solo gana en el AMBA. Esta realidad se hizo especialmente notoria en las últimas elecciones, donde Sergio Massa perdió por amplio margen en casi todo el país, ganando en la Provincia de Buenos Aires solo por el buen resultado obtenido en el Gran Buenos Aires, que compensó un resultado claramente adverso en el “interior” provincial. El peronismo perdió su conexión con el territorio nacional y los argentinos se lo hicieron saber en las urnas.
Por esto, y por todo lo previamente desarrollado, pensar la economía argentina desde el puerto de Buenos Aires es el primer paso del manual para errar siempre.
¿Y entonces qué hacemos?
Para resolver este quilombo hay que cambiar el enfoque de base. No se puede pensar un programa de desarrollo si no se conoce al país, ni se pueden idear políticas para una Argentina de más de 3 millones de kilómetros cuadrados sin moverse del café de especialidad de Palermo Soho.
Si queremos que el peronismo vuelva a representar a toda la Argentina y no solo a una ciudad, el programa de desarrollo para la Nación debe estar pensado desde un primer momento poniendo al territorio nacional en el centro de la escena. Con ese horizonte en mente, debemos lograr que las provincias argentinas, que hoy son proveedoras de materias primas y mano de obra para la Capital, generen dinámicas de desarrollo industrial propias.
Debemos planificar una política para el país verdaderamente existente, que contemple sus diferentes perfiles regionales, que aproveche sus diversos recursos y potencialidades. Un modelo nacional que busque alcanzar la grandeza de la Nación en base a una conexión profunda con su tierra y sus habitantes. Para eso, debemos trabajar en dos ámbitos.
Primero, el ámbito macro de la política nacional debe ser el lugar donde se definan las líneas maestras de la política industrial, donde se determine cuál será la estrategia de desarrollo a seguir por el país, pensando en generar oportunidades para todas las regiones. Allí se deberá definir: qué sectores se priorizarán, qué potencialidades de cada región se pueden aprovechar en estos sectores prioritarios, de donde saldrá el financiamiento para las políticas, entre muchas otras cosas. Esto no se podrá realizar si no se amplía la mesa de discusión para que la misma pueda ser abordada por cuadros técnicos y políticos de todo el país.
A esta etapa le debe seguir un proceso de ejecución descentralizado. Cada provincia, y dentro de las provincias, cada una de sus ciudades, localidades y poblaciones rurales, deberá hacer propio el programa de desarrollo y deberá instrumentarlo en base a las capacidades existentes en el territorio, articulando con los sindicatos, gremiales empresarias, universidades, institutos de investigación y demás organizaciones del sector intermedio que actúan en el territorio y lo conocen. Esto es central, las políticas nacionales deben dejar de ser enlatados que se “bajan” directamente desde Buenos Aires y que, por esa razón, muchas veces proponen cosas inaplicables y totalmente alejadas de la realidad cotidiana de los lugares.
Lo que estamos proponiendo no debería resultarle nada extraño a ningún compañero ni compañera. Es, como casi siempre, volver a Perón, esta vez para entender que “la organización peronista se realiza mediante una conducción centralizada y una ejecución descentralizada”.
El objetivo final es el mismo desde el inicio de nuestra historia: resolver las profundas desigualdades regionales que experimenta nuestra Argentina. La patria con la que soñamos es aquella en que no solo los hijos de los laburantes tienen las mismas oportunidades que los hijos de los ricos, sino también una en la que los zafreros de nuestro Norte Grande tienen los mismos derechos que cualquier habitante de la Recoleta.
Si de algo estamos convencidos es de que no se podrá jamás realizar el sueño de una Argentina socialmente justa si nuestras oportunidades están delimitadas por el lugar en el que nacimos. Todos queremos volver a transformar en realidad efectiva esa Gran Argentina con la que soñaron nuestros próceres, pero para empezar a andar primero hay que elegir el camino correcto.
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