La Argentina de la Esperanza

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La Argentina de la Esperanza

Por: Carlos Ceballos

El Pueblo no puede responder con las mismas armas al instinto criminal de la oligarquía. Su corazón está hecho con otro material.


Me atrevo a pensar, en la extrema humildad de mi espíritu, recogido con emoción ante tantas posibilidades de grandeza, que la Argentina ha surgido así, cuando y como Dios lo quiso, en el filo de una civilización que se va y otra que se siente venir, para cumplir el supremo, el sublime deber de salvar la verdad y la vida, contra el error y la injusticia, la perdición y la muerte.

José Luis Torres

El enemigo¹

Lo que habitualmente llamamos “el poder” posee una pronunciada limitación para ver el todo. Percibe su propio “mundo” y en ese centro pone su foco.

Tiene una estructura ideológica y operacional que no le permite ir más allá y esto lo convierte en un sujeto encerrado en sí mismo, y en tanto tal, exclusivamente dedicado a su conservación. Esta natural tendencia se origina en que, a pesar de su limitada visión vislumbra más allá la presencia de un otro cuya sola existencia lo inquieta y esto le genera una permanente preocupación.

Esta consciencia del poder respecto del otro ha sido y es protagonista de todas las contradicciones antagónicas que nuestra patria ha sufrido a lo largo de su historia, y que si bien no siempre se manifiestan en la superficie, sí permanecen subterráneas.

Este poder, estructura de pocos, oligárquico por definición, obtiene en esa dialéctica de contradicción un aumento o pérdida del uso de los instrumentos necesarios para someter la voluntad del otro, cuando no de la aniquilación de su existencia, pero en simultáneo cada conflicto produce paradójicamente el crecimiento de la consciencia de su oponente, es decir del espacio del supuesto “no poder”.

En nuestro continente iberoamericano para este combate el poder se ha dado una estructura con dos formas principales: dictadura y democracia liberal (que llamaremos el Régimen).

En el interior de este último dispositivo se encuentran los partidos políticos, agentes necesarios por poseer el monopolio de la representación de los “ciudadanos”, para lo cual se encargan de organizar la opinión pública, factor esencial para que la democracia se vista de tal, y le proporcione al “poder” el espacio suficiente para la toma de las decisiones fundamentales.

Este mundito de los poderosos y su estructura, expresados especialmente a través de su complejo comunicacional, se refiere objetivamente al Pueblo como cosa. Para ellos el Pueblo resulta un objeto que pueden llamar “la sociedad”, “la gente”, o “los ciudadanos”; todas ambigüedades que no remiten a una entidad singular, como es el Pueblo argentino. Lógico extrañamiento producto de no pertenecer a él. Naturalmente siendo cosa.

En el siglo XIX algunos “próceres” de nuestra historia lo llamaron bárbaro. Para aquellos el Pueblo fue la barbarie que se oponía a la civilización, del mismo modo hoy pero con las hipócritas formas de la democracia liberal, que han cambiado el nombre del objeto pero no la injusticia ni el desprecio que les mereció siempre.

Este no pertenecer determina una distancia con el otro que fluctúa en relación a los resultados de los enfrentamientos políticos y la valoración del Pueblo respecto de las dirigencias que están en la primera línea de defensa del régimen (cómo no citar “que se vayan todos” tantas veces proclamado en este siglo). Pero a la vez resulta una contradicción interna de su estructura pues a la falacia de pretender representar a otra persona en todas las opiniones o actos de su vida se agrega que el “dirigente” llega a la política para “transformar la realidad” y se encuentra obligado a reducirla a una permanente maniobra para sostener su posición personal o la de su grupo y de esta manera miente, roba, extorsiona y declina las supuestas convicciones que enarboló para ser elegido.

No es intención de este texto hacer juicios de valor sobre individuo o grupo alguno, sino describir una estructura presente en todo tiempo y lugar que obliga mediante sus mecanismos internos a mantener una conducta hacia “esa cosa” que es su oponente, aun en aquellos que se han incorporado con las mejores intenciones.

Lo descrito es apenas una pequeña porción de la realidad, el espacio ocupado por la oligarquía y su estructura sostenido en una enorme soberbia y ambición que intenta imponer pautas culturales, espirituales, administrar el patrimonio, condicionar la convivencia de todos aquellos que componen el otro, lo que en síntesis es decidir sobre el rumbo que éste ha de seguir para que no pueda realizarse como Pueblo.

El Pueblo

Un objeto puede ser golpeado o tirado y en caso de ser Pueblo la oligarquía suele intentar exterminarlo; sin embargo la respuesta que ésta recibirá será de otra calidad pues, sin dejar de combatirla, la esencial estrategia del Pueblo es caminar hacia el cumplimiento de su destino y contra esto, salvo la muerte, nada se puede. “Los pueblos como el agua siempre pasan”.

Tampoco aquí hay juicio de valor. Este camino es ineludible para el pueblo que también tiende a conservarse-cambiando para continuar siendo el vehículo de la transmisión de los valores y la cultura que ha heredado y enriquecido con su propia historia. La tradición, que es el mensaje que resulta indispensable para nuestro Ser argentino y al que agregaremos nuestro aporte para alcanzárselo a los argentinos que vendrán, y que el Régimen desprecia y/o busca reducir al mate y la chacarera tan auténticas en la práctica popular.

La contribución que cada generación agrega es el comienzo de un nuevo proceso en el tiempo. Un proceso que no es nuevo, pero también lo es; porque será el mismo Pueblo pero a la vez nuevo, en un nuevo tiempo que lo pondrá frente al dilema de los límites que implica el espacio y la eternidad del tiempo; de morir frente al ataque oligárquico o el de combatir para cumplir su misión.

Es inútil, a esta altura, aclarar que la lucha es y será interminable, porque el antagonismo no sólo está en la historia, o está en la historia precisamente porque reside en la naturaleza humana. “Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir.”²

El General Perón refiriéndose a la incapacidad para el arrepentimiento que caracterizaba a sus viejos enemigos que habían bombardeado una plaza llena de gente, establecido la injusticia en todos los ámbitos, colocado bombas en las bocas de los subterráneos, he intentado matarlo en varias oportunidades, decía: “En la historia nuestra, desde siempre, es como si fuéramos dos razas. En realidad, dos especies distintas”. 

Dos especies distintas no pueden integrarse o reconciliarse, no obstante en palabras de Evita podría encontrarse una esperanza para ello: “yo no creo que sea necesario matar a todos los oligarcas del mundo. No porque sería cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecida los de ahora, tendríamos que empezar con nuestros hombres convertidos en oligarcas en virtud de la ambición, los honores, del dinero o del poder. El camino es convertir a todos los oligarcas del mundo, hacerlos pueblos, de nuestra clase y de nuestra raza.”³

Esto escrito en los últimos momentos de su vida está dicho de otra manera un año antes en sus clases en la Escuela Superior Peronista: “Lo que a mí me preocupa es que pueda retornar a nosotros el espíritu oligarca… y para que esto no suceda he de luchar mientras tenga un poco de vida… para que nadie se deje tentar por la vanidad, por el privilegio, por la soberbia y por la ambición.”

Estas expresiones suman la dimensión espiritual al conflicto histórico-político. Nos hablan de que el antagonismo es también entre el bien y el mal y en este plano aparece un nuevo factor en la decisión de la lucha: el amor. El amor es la fuente que permite el arrepentimiento, complemento del perdón, pero que como arma solo se encuentra dentro del arsenal del Pueblo. Es la ausencia del amor en la oligarquía la que la convierte en “otra especie”, distinta e inferior en la valoración y el uso del tiempo.

La presencia del amor que convierta al oligarca en pueblo introduce la esperanza en el combate, y resulta la clave (del latín clavis = llave) que abre el camino en una lucha que parece imposible de saldar, y es la única razón por la cual el Pueblo no puede responder con las mismas armas al instinto criminal de la oligarquía. Su corazón está hecho con otro material.

La Clave

El Pueblo puede con diversos métodos llegar a poseer las armas con que la oligarquía cuenta en esta guerra; pero ésta no puede obtener de ningún modo el arma del amor porque sería traicionar su propia naturaleza.

Tener consciencia del poder real que posee este arma es parte de la sabiduría del Pueblo, y poner en acto el amor en el quehacer político por fuera de todo sentimentalismo es comprender que se tiene en la mano un factor decisivo.

El Pueblo diariamente lo expresa como entrega personal, que es su verdadero significado, y lo hacen en muchas ocasiones a través de la enorme cantidad de voluntarios que él mismo genera en la Argentina.

Este proceso que está en marcha pasará a ser tomado por una nueva militancia y una nueva dirigencia en la medida que se dirijan al futuro mirando con “sensibilidad e imaginación, base para apreciar”, y así perciban con claridad la distancia que actualmente tienen con el Pueblo lo que impide cualquier política en favor del mismo más allá de toda imagen que se adopte y todo discurso que se elabore.

Para esto la palabra de Francisco, un hombre que conoce como pocos lo degradado del estado en que se encuentra el complejo “mundo del poder”, en el discurso citado tiene una fuerza orientadora inobjetable: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas,…”⁵

En una población casi totalmente urbana como la nuestra no solo es valioso sino determinante el aporte que puede hacer una militancia inclinada a darle un nuevo sentido a la política, que la redima sacándola del vacío en que se encuentra llenándola de un amor combativo. Empezará tomando consciencia del espíritu oligárquico que interiormente la acecha y resulta el primer enemigo a derrotar, y seguirá con la convicción firme de que para vencer al “poder” se dispondrá al esfuerzo cotidiano y al sacrificio personal si fuera menester, para en este rumbo encontrar “la Causa que justifique su paso por la vida”.

Con otras formas, esto fue realizado por otros argentinos a lo largo de nuestra corta vida, historia que siempre ha sido la lucha de la consciencia de nuestro pueblo por expresarse libremente. En los tiempos en que consiguió la suficiente organización como para alcanzar esa libertad tomó la forma de un movimiento Nacional, es decir, una articulación de sus diversas expresiones que le permitió la construcción de un poder superior al del enemigo en el momento y lugar de la batalla decisiva.

Si bien limitada, esta forma orgánica permanece en la comunidad, es natural de nuestro Pueblo y en esta etapa que vivimos se expresa en: “Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias porque las hay, las tenemos y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas, necesitamos instaurar esta cultura del encuentro porque ni los conceptos ni las ideas se aman; se aman las personas.”⁶

El poder de los argentinos surge de aquí. Desde esta base el combatiente logra vencer en la disputa interior contra el espíritu del mal, y en la lucha material contra la oligarquía representante de ese espíritu. Todo se hará como lo hicieron los jujeños que acompañando a Belgrano le dejaron tierra arrasada al enemigo; como los puntanos organizaron el Ejército que necesitaba San Martín; o como la población de Buenos Aires siguió a Liniers para expulsar a los ingleses. Se hará así, con unidad y voluntad de vencer. Los argentinos sabemos de estas cosas.

Si la esperanza proviene de la fe en el amor, su aplicación entenderá que “el tiempo es superior al espacio” no es solo una frase que suena bien, sino una forma de luchar con amplitud, sin viejos esquemas teóricos o ideológicos. Es iniciar procesos en el tiempo donde todo sucede, y esto obliga a estar bien dispuesto frente a la novedad, y saberse sostenido por aquello valores permanentes que hemos recibido de nuestro pueblo y de los pueblos que nos antecedieron.

No solo nos sucede esto a los argentinos, claro está; hoy el tiempo es “la hora de los pueblos”, y juntos hacia un destino común recorreremos un largo camino. Porque no hay un camino corto. No hay atajos. El atajo es la negación del camino.

“Ese es el destino cierto de nuestra Patria. No ha de alcanzarlo jamás por las fuerzas de las armas, ni por el avasallador e infamante poder del oro, sino por el poder de su espíritu”.
José Luis Torres- 1947

¹ Vale aclarar que el enemigo y el poder que aquí se citan son los que están en la Argentina pues son los únicos sobre los que podemos actuar. El verdadero enemigo de nuestra Patria y su poder está oculto en otro u otros lugares.
² Discurso del Papa Francisco en el II Encuentro con los Movimientos Sociales en Bolivia el 9 de Julio de 2015
³ Eva Perón – “Mi mensaje”
⁴ Eva Perón – “Historia del Peronismo”.
⁵ Francisco Id.
⁶ Id.

  

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