
COMUNIDAD
Entre el pasado y el futuro:
esbozos de una revolución
Por: Pablo Garello
Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.
Hace meses que, en una parte de la militancia ante cada episodio decadente de la democracia liberal, se escucha un anhelo: que vuelva el GOU.
Por supuesto que muchos lo dicen en joda, pero como en cada chiste se esconde algo de verdad, quiero tratar de analizarlo en clave de época.
Algo es obvio: vivimos una nueva década infame, que de a ratos parece interminable. Pasaron exactamente 10 años desde que el último gobierno competente y con rasgos nacionales, se fue del poder. Desde allí, vivimos un espiral de decadencia de la mano de tres presidentes porteños que compiten por ver cuál es el peor de todos.
Imaginen esto: yo tengo 27 años y desde que entré a la vida adulta mis presidentes fueron Macri, Fernandez y Milei. De mis amigos, ocho de diez trabajan de manera informal, la mayoría tiene problemas para llegar a fin de mes y ninguno tiene casa propia. ¿Hijos? Solo dos. Lo peligroso no es que mi generación pida GOU, lo peligroso es que no lo haga. El anhelo de un proceso político disruptivo que sacuda el statu quo de la decadencia es una expresión sana de una generación que hace lo imposible para no irse del país.
¿Pero, qué fue el GOU?
Este miércoles 4 de junio se cumplen 82 años de la revolución militar de 1943. El Grupo de Oficiales Unidos fue un grupo de militares nacionalistas que hartos de la década infame deciden dar un golpe de estado para recuperar la dignidad nacional.

Para entender la aparición del GOU hay que entender lo que pasaba desde 1930. En 1929 cae la bolsa de Wall Street y se produce la crisis más grande de la historia del capitalismo. Año seguido ocurre el golpe de estado contra el gobierno de Hipolito Yrigoyen. La oligarquía, consolidada en el poder de la mano del liberal Agustín P. Justo, intenta profundizar el modelo agroexportador en tiempos donde se derrumban los precios de las materias primas. Si este modelo no alcanzó nunca para elevar el poder nacional y mejorar la calidad de vida de los argentinos, imaginensé después de una crisis semejante.
Sin embargo, la oligarquía profundiza: en 1933 se firma el pacto Roca – Runciman (el estatuto legal del coloniaje, dirá Jauretche) en el cual el país se compromete a entregar sus carnes y cereales a precios ínfimos con tal de que Inglaterra los compre, entrega el control de los frigoríficos a empresas inglesas y abre la importación de forma total al carbón y a las manufacturas británicas.
Esto ahondaba los rasgos de la Argentina semicolonial. Un país que no controlaba ninguno de sus resortes estratégicos: ferrocarriles, comercio exterior, fletes, seguros, bancos y empresas de energía eran inglesas. En 1930, al igual que hoy, la Argentina decide abrazar al imperio en decadencia. Todo esto ocurría en medio de una ola de desempleo, miseria y hambre. Fraude, corrupción y suicidio en masa describían una decada pauperrima para el pueblo argentino. En 1934, plena década infame, Discépolo escribirá:
El mundo fue y será una porquería,
ya lo sé
en el quinientos seis
y en el dos mil también
Que siempre ha habido chorros
Maquiávelos y estafáos’
Contentos y amargaos,
valores y dublé
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
De maldá’ insolente
ya no hay quien lo niegue
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseaos
Esa era la sensación: vivir en un lodo todos manoseados. Y allí aparece el Grupo de Oficiales Unidos, que adelanta su revuelta un día antes de la elección de Patrón Costa, de lo más rancio de la oligarquía anglófila, como candidato a presidente de los conservadores (era tan abusiva la dependencia, que el acto del anuncio se iba a hacer en la Cámara de Comercio Argentino Británica).

Dentro del grupo de militares nacionalistas, se encuentra el Coronel Juan Domingo Perón. Todos ellos estaban formados en la doctrina militar prusiana y entendían que resultaba imposible defender el país en el mundo de la segunda guerra mundial, si no se llevaba adelante un ambicioso plan de desarrollo. La ecuación era muy simple: si Argentina seguía siendo una colonia británica que producía carne y pasto, y no controlaba la producción de acero, combustible, armamentos y otros bienes imprescindibles para la defensa, tarde o temprano podría sufrir un embate mortal de las grandes potencias. Se trata de la doctrina de la Nación en Armas del mariscal Colmar Von der Goltz, que junto a autores como Clausewitz o Haushofer eran profusamente leídos por el Ejército Argentino.
De allí que muchos piensen que el GOU era pronazi. Esto es un equívoco que surge de la simpatía de los soldados argentinos al ejército que le estaba propinando una paliza en la segunda guerra mundial a nuestro enemigo histórico: Gran Bretaña. Quitando algunas excepciones particulares de coroneles reaccionarios, el GOU no era pronazi, sino que era una formación de militares nacionalistas argentinos.
De hecho, gran parte de las medidas que creemos que son del gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, son en realidad del proceso político anterior 43 – 45 (donde por supuesto, Perón tiene una influencia fundamental). Por ejemplo, el estatuto del peón es del año 1944 y la ley de asociaciones profesionales y el aguinaldo de 1945. De hecho, la Secretaría de Trabajo y Previsión desde donde Perón convoca a los obreros a un nuevo proyecto político y social se crea en el mismo año 43.
Con respecto a las medidas nacionalistas, en 1944, se crea la DINFIA (Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas), un organismo estatal para impulsar la producción industrial, especialmente en sectores estratégicos como la metalurgia y la aeronáutica. En esos años, además, se interviene en el mercado de granos y el sistema financiero, medidas que se profundizarán a partir de 1946 con la creación del IAPI y la estatización de los depósitos bancarios. Sería equivocado, por lo tanto, escindir la revolución de 1943 de la historia del peronismo. Es allí donde comienza un proceso político de grandeza nacional y felicidad popular, y que fuese a través de las armas (cuando no existía otro método posible) no quita legitimidad a dicho proceso.
Volviendo a 2025. Es claro: estamos en la etapa anterior al glorioso GOU. Hoy nos toca vivir la podredumbre de la década infame de este Siglo XXI. Donde se repiten los mismos síntomas: apatía por la política, entrega nacional, crisis de valores morales, subordinación al imperio en declive (EEUU) y un profundo estancamiento económico. La pregunta que nos tenemos que hacer es cómo generar el proceso político que rompa con esta profunda decadencia. Desde los cuarteles no va a venir. No solo porque se carece de una mayoría nacional en el Ejército Argentino, sino también porque después de 1976 (y con justa razón) los militares se alejaron de la política y se dedicaron a una estricta postura profesional de respeto a la democracia liberal. Por lo tanto, la revolución debe ser pacífica y venir de la política.
Sin embargo, para que el proyecto tenga la profundidad que tuvo desde 1943 y principalmente desde 1946, debemos pensar con visión estratégica. Por supuesto que es difícil, hoy no abundan los Perón, los Savio o los Pistarini; la camada patriótica que hizo posible el justicialismo. Sin embargo, hay grandes cuadros políticos comprometidos con el futuro de la Nación que deben poder sintetizar una propuesta político – electoral.
Para eso, debemos primero quitarnos de arriba todas las variantes de liberalismo que han impregnado al movimiento durante años. No sólo el liberalismo cultural de izquierda que hizo apogeo en 2019, victimista, nihilista e internacionalista, sino también el liberalismo economicista como el del neodesarrollismo. Pensar con visión estratégica, significa pensar a largo plazo y desde una mirada geopolítica. Un ejemplo claro fue lo de Tierra del Fuego, el liberalismo economicista atado a la tablita de excel, pretende barrer con el régimen industrial porque este exige una alta contribución al fisco. Esto lo dicen sueltos de cuerpo en alguna oficina calefaccionada de Recoleta, sin tener en cuenta la necesidad geopolítica del régimen. En su análisis no hay visión estratégica, no hay sentido de proyección a Malvinas, a la Antártida y al Atlántico Sur. Sólo hay desesperación por que cierren los números, como si el poder nacional se tratara solo de una cuestión económica y no una cuestión de soberanía. Y para algún desprevenido, no hablo de los libertarios, estoy hablando de FUNDAR fundación “nac&pop” formada por el kulfismo, que tuvo a su cargo nada más ni nada menos que el ministerio de producción a su cargo de 2019 a 2023.
El problema de esto, es que les preocupa un régimen exitoso que multiplicó por 12 los habitantes de la provincia más austral del mundo pero no les preocupa, para la situación del fisco, las evasiones de las cerealeras extranjeras como Cargill o COFCO, o el régimen minero que le permite a las corporaciones presentar sus balances con declaraciones juradas redactadas por ellas mismos, que por supuesto están dibujadas. ¿Eso no afecta la situación del fisco? ¿O simplemente ocurre que no quieren meterse contra el poder real en la Argentina?
Entonces: como diría el General Juan Enrique Guglialmelli, a quien recomiendo estudiar, hay que pensar en clave geopolítica o dicho de otra forma: en clave justicialista. Cuando Perón nacionaliza el banco central y estatiza los depósitos bancarios, lo hace pensando en la distribución del crédito a la industria, ósea, en clave geopolítica. Cuando impulsa la producción de acero de la mano de Savio lo hace pensando en clave geopolítica, cuando lleva adelante un poblamiento feroz de la Antártida o un reclamo duro por Malvinas lo hace pensando en clave geopolítica, lo mismo cuando incrementa al 200% la capacidad de tonelaje de la marina mercante nacional. Perón no fue un político, fue un estadista. Que entendió que la Argentina necesitaba una vertebración espacial y económica para incrementar su poder nacional y algún día llegar a ser potencia. Lo mismo con el fomento a la tecnología nacional o la integración con Chile y Brasil a través del ABC. Son políticas pensadas desde la geoestrategia de un militar nacionalista formado durante 30 años en doctrinas de defensa y de desarrollo.
Nosotros debemos volver a pensar con estrategia. Formarnos en las cuestiones fundamentales de nuestro país y no entretenernos con las minucias que reproduce el sistema político de una semicolonia en decadencia. La formación no va a llegar desde la academia. Ustedes no van a leer en su puta vida, textos de Guglialmelli, Savio, Mosconi o Perón en la universidad. Por eso esas lecturas debe fomentarlas el partido, los sindicatos o las organizaciones libres del pueblo.
Nosotros tenemos que tener un diagnóstico claro de la situación como la tuvieron los patriotas del 43. Conocer el escenario geopolítico y las falencias de nuestro país, para poder proyectar un mayor poder nacional y recuperar el centro de decisión soberana de la Nación. Y solo así estaremos en condiciones de pergeñar una alternativa electoral, que sea efectiva como forma de gobierno. Si algo nos enseña Perón es que sin soberanía nacional y sin pensamiento geopolítico, es imposible la justicia social.
Esta batalla es larga y estamos dispuestos a dar la vida por ella, no debemos impacientarnos ni caer en las mieles de la partidocracia.
Y pensar con estrategia, de una vez por todas, animarnos a pensar con estrategia.
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