
COMUNIDAD
Disputar el trabajo
para habitar el futuro
Por: Jonathan Acosta
¿Qué es el trabajo hoy? ¿El ordenador social que la modernidad vino a poner en jaque?
A la gente de a pie hay que hablarle nuevamente de la Argentina del trabajo, trabajo, trabajo…
Son las diez de la mañana y con un amigo nos encontramos, otra vez, en una sucursal de una conocida cadena de café de especialidad. Ya van varios encuentros en los que no podemos parar de hablar de cómo arreglar el mundo, o al menos nuestra parte del mundo. El entorno nos resulta familiar: las mozas, la disposición del espacio, las amigas jubiladas que vienen los sábados a practicar el viejo arte de sacar el cuero. Con ellas no se salva nadie. El resto del escenario lo completan personas de paso: quienes van a trabajar, a encontrarse con algún familiar o a hacer compras por las calles lomenses.
El mundo así, movido por las prisas y las pausas del trabajo. Más conurbano, más capitalista y más salvaje que ayer.
Hace unos sábados me instalé una intriga que no se me va: ¿qué es hoy el trabajo? ¿Qué lugar ocupa en la vida de las personas? ¿Sigue siendo el gran ordenador social? ¿Sigue dignificando, o ha perdido su fuerza simbólica, política y material?
Miro alrededor y nada se mueve si no es por el trabajo de otro u otra. Los comercios, el tránsito, los semáforos. Los vendedores ambulantes, los obreros en la obra de Alsina y Belgrano, el Uber en el que llegué y uno de nuestros orgullos nacionales: el colectivo. Todo es trabajo. Incluso me atrevo a decir que el dueño de esta franquicia también es un trabajador, de otro tipo, con otros márgenes y más ceros en la cuenta. Si amplío el mapa, todo el entorno urbano, la Provincia de Buenos Aires y la Argentina siguen movilizándose por trabajo humano. Aun en plena era del algoritmo.
Para mi amigo, el trabajo “ya fue”. Cree que su fin es inevitable. Me habla de inteligencia artificial, automatización, robótica. Tiene sus razones, y no las niego: sería ingenuo no ver que hay una transformación profunda en curso. Pero yo no lo veo tan lineal. Porque si bien la automatización avanza, la historia de nuestro país debe escribirse a su propio ritmo: el trabajo, en todo caso, espera en el futuro.
¿Por qué? Porque venimos con demora, porque somos un país profundamente desigual, con un aparato productivo a medio desmantelar, con millones de personas fuera de cualquier derecho. Porque seguimos atados a formas de informalidad, rebusque y precarización que ya no son transitorias, sino estructurales. Porque, aunque nos hablen del “fin del trabajo”, todavía es el trabajo el que estructura nuestras vidas. La pregunta verdadera no es si el trabajo se acaba, sino qué formas de trabajo sobreviven y para quiénes.
El sociólogo francés Robert Castel decía que el trabajo no es solo empleo: es el soporte central de la inclusión social, el vínculo que permite a una persona reconocerse y ser reconocida dentro de la comunidad. Su pérdida no significa solamente dejar de cobrar un sueldo, sino quedar a la intemperie social. Hoy, en Argentina, esa “zona de fragilidad” es cada vez más amplia. Y amenaza con volverse norma. No solo crecen la pobreza y la informalidad; también crece la pérdida de sentido. Porque sin trabajo no hay proyecto de vida, no hay comunidad, no hay Nación.
Lo más grave es que la política ha dejado de dar respuestas a esta crisis. O peor aún: muchas veces se corre del problema. Se sigue hablando del “trabajo del futuro” como si viviéramos en un decorado de Silicon Valley, mientras millones sobreviven en los márgenes, lejos de cualquier garantía. La representación del trabajo se ha roto ¿Quién habla hoy en nombre de los trabajadores sin derechos, de los jóvenes sin horizonte, de las mujeres que sostienen la vida sin salario ni reconocimiento? El peronismo no lo está haciendo.
No quiero desmerecer a nadie, pero ni la mirada del Pellegrini, ni la mirada Puan, ni mucho menos los profesionales de la política que atienden la rosca por sobre las respuestas, parecen estar pensando el trabajo como conflicto real.
Vivimos en un país atravesado por múltiples brechas: educativa, territorial, habitacional, energética, tecnológica. Deudas estructurales de la democracia que nos alejan de cualquier idea de justicia social. Pero también estamos parados sobre oportunidades enormes: energía, alimentos, conocimiento, recursos naturales. ¿Quién va a transformar esas oportunidades en desarrollo si no es el pueblo trabajador? ¿Dónde vamos a producir y qué? ¿Cómo, con tanto, no podemos dar respuesta a nuestra sociedad que espera? ¿Dónde empezamos a crear a partir del trabajo? ¿Cómo no logramos trabajar menos y vivir mejor? ¿Qué facción del trabajo te representa hoy: el formal, el informal, el precario, el profesional precarizado? ¿Trabajar para vivir? ¿Vivir para trabajar?
La propuesta es sencilla pero radical: poner al trabajo nuevamente en el centro de la narrativa política. No como nostalgia, sino como apuesta. No como condena, sino como proyecto colectivo. Hablar de trabajo es restituir al individuo como sujeto político, como protagonista de su tiempo. Es pensar soberanía, comunidad, justicia social. Es volver a creer que se puede organizar una vida digna y no apenas sobrevivir en la selva del mercado.
El trabajo no puede ser una carga ni una deuda. Tiene que volver a ser la columna vertebral de la Nación. Por eso hay que decirlo hasta el cansancio:
Hablemos de trabajo con la gente,
Hablemos de trabajo desde la política,
Hablemos de trabajo como lo que es:
la piedra angular del proyecto de vida de las y los argentinos
Porque el futuro no está escrito. Podemos ser espectadores de lo que pase o protagonistas de lo que viene. Víctimas del derrame o los restos que nos lleguen desde otras latitudes o arquitectos de una Argentina con justicia social.
Lo preocupante es que, mientras discutimos todo esto, hay pibes que siguen creyendo que la salida está en una lógica ponzi o en la promesa vacía de ser su propio jefe. Y no es culpa de ellos. Es que si a un laburante —ya sea profesional o de oficio— no le alcanza, no vive tranquilo, no tiene previsión social ni puede imaginar un futuro con algo de certeza, entonces es claro que no estamos haciendo lo que hay que hacer. No estamos ofreciendo una alternativa real.

Por eso el trabajo no puede ser solo una consigna. Tiene que volver a ser una promesa cumplible. Un proyecto colectivo. Una forma concreta de vivir mejor.
El trabajo espera en el futuro. La pregunta es si nosotros vamos a llegar a tiempo.
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