¿El Pueblo dónde está?
Por: Neurus
El folklore popular es la piedra fundamental de la mística del peronismo. Por el avance natural de la historia, los tiempos demandan algunas modificaciones: una nueva comunidad organizada.
Folklore. Si hay una palabra que sintetiza a la mística justicialista es esa. Y es que a partir de la Revolución del ’43 el peronismo se identifica con el folklore. Dirá Tomás Rebord al aire, en uno de sus segmentos: “el peronismo es la identidad cultural de nuestro suelo”.
Los ámbitos de desarrollo de lo popular, desde el folklore justicialista, fueron los clubes de barrio, el bar de la esquina, el potrero del barrio… Todos lugares en los que el sujeto del Pueblo excluido de finales de los años ’30 y principios de los ’40 compartía y fluía en su vida cotidiana.
Teniendo en cuenta esos espacios el General Perón plantearía, en 1949, lo que llamó la Comunidad Organizada: nada más ni nada menos que la asociación de hecho, compuesta por personas naturales y/o jurídicas, en la que sus integrantes estén unidos por vínculos de vecindad y de colaboración recíprocos en beneficio del desarrollo local y la participación comunitaria. Donde la parte se desarrolle en la medida que se desarrolla el conjunto.
Esta asociación de entidades se vio siempre reflejada, fundamentalmente, en las barriadas obreras que dieron luz al conurbano bonaerense durante la década del ’30. Las capillas barriales, los clubes de barrio, las famosas colectividades de extranjeros o su fruto más acabado, la Sociedad de Fomento, eran los fieles representantes de la comunidad organizada.
Que el Estado Peronista hizo su aporte es innegable. Pero no fue más que la acción política pedida por un pueblo que, con la escritura del terreno en la mano, ponía de su salario para comprar los ladrillos con los que edificaban ellos mismos la Sociedad de Fomento los domingos. La vida de y desde las instituciones marcaba el tejido social tendido en nuestros barrios.
Contextos: orden social en el capitalismo industrial
La gestación y auge del primer peronismo permitió el ingreso de las masas, con el trabajador como sujeto, en la vida política argentina. En ese contexto lo que permitió el justicialismo como filosofía fue que, por primera vez en su vida, el obrero argentino pueda cumplir el sueño de sentir que la vida de sus hijos iba a ser mejor que la suya.
Volver de la escuela y encontrarse con un plato de comida caliente; que el padre pueda ir “de casa al trabajo y del trabajo a casa”; que las mujeres pudieran contar con una herramienta de trabajo -tanto para el empleo doméstico como para sus oficios particulares, como lo fueron las máquinas de coser de la Fundación Eva Perón-; que los chicos tuvieran un par de zapatillas, una pelota de fútbol o una muñeca con la que jugar; que en cada Navidad no falte la sidra y el pan dulce ni en el hogar más pobre. Todas estas cosas representaban la felicidad de nuestra clase obrera nacional. La posibilidad de vivir en paz, en armonía y en orden.
Pero obviamente estos puntos materiales confluían en el compartir cotidiano. La pelota de fútbol que entregaba la Fundación no la usaban los chicos para jugar solos en el patio de sus casas -si es que tenían-. La usaban en el potrero, en el club o en el patio de la capilla con sus amigos. Sus padres, mientras tanto, charlaban, jugaban a las cartas o hablaban de política o de lo que sea en el bar del barrio. No existían los hijos de uno. Eran los hijos del barrio.
El peronismo nunca impuso: alentaba y fortalecía por medio de sus políticas públicas el desarrollo de la comunidad.
De la descomposición del tejido al replanteo: ¿qué entendemos hoy como tejido social?
Esa organización comunitaria, que resistió en las dictaduras y trabajó por el regreso de Perón durante la proscripción hasta 1973, se empezó a descomponer a partir de la última dictadura cívico militar. La desaparición forzada de toda una generación entre el ’76 y el ’83 fue el principal hecho responsable de esa descomposición, tanto por la desaparición física de los mejores cuadros como para el disciplinamiento a toda una sociedad. Durante esos años podía verse en el Obelisco un lema, al mejor estilo George Orwell, que rezaba: “el silencio es salud”.
Pero a pesar de esa desarticulación hubo cosas que perduraron. El surgimiento del movimiento piquetero durante la fiesta menemista impulsó una nueva dinámica de trabajo comunitario en los barrios y en las villas. No olvidemos los clubes del trueque, las ollas y las asambleas vecinales, que si bien son ámbitos de repartija de las migajas del capitalismo neoliberal post 1989 -nadie en su sano juicio puede considerar digno el mero intercambio de materiales para la supervivencia-, demostraron una capacidad de organización popular en plena crisis.
También hay que analizarlo desde otro lugar. Para los sectores medios que, a pesar de las dificultades del menemismo, pudieron sostener sus ingresos y ciertas ventajas -el famoso “con Menem me hice la casa”-, hubo espacios de compartir cotidiano que también aparecieron, como los populares cyber de barrio.
La virtualidad surgió como un nuevo espacio. El kirchnerismo con las Conectar Igualdad, si bien tuvieron su uso en el fortalecimiento de los estudios de nuestros pibes, también potenció ese desarrollo comunitario desde la virtualidad ¿Cuántos de nosotros jugamos al Counter Strike con nuestros amigos desde estos aparatos? ¿Cuántos que no contaban con el peso para pagar la hora de cyber se sintieron igualados al resto por primera vez en sus vidas?
Ojo. No todo en la virtualidad es lo ideal. Seguro que nos habremos cansado de los zoom’s y meet’s durante la pandemia. Pero valer la virtualidad como herramienta de desarrollo comunal es necesario. Y es necesario porque ya es parte de nuestra realidad.
Porque, por ejemplo, con la llegada de los procesos de trabajo tipo Uber y Rappi se desordenó la vida de la sociedad capitalista industrial. Porque si bien la comunidad persiste en ciertos reductos, es innegable que hay espacios que se reconfiguraron a tal punto que el patrón para miles de jóvenes hoy es un algoritmo.
Asumir esa reconfiguración es lo que nos va a permitir responder a la incógnita: ¿qué puede ser la comunidad organizada hoy?
Si no armamos un peronismo de acuerdo a la sociedad en la que vivimos, quedándonos sólo en el folklore tradicional de la sociedad del obrero formal sindicalizado, que hoy representa al 15% de la sociedad, estaremos condenados a Milei 2027.
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Los ámbitos de desarrollo de lo popular, desde el folklore justicialista, fueron los clubes de barrio, el bar de la esquina, el potrero del barrio… Todos lugares en los que el sujeto del Pueblo excluido de finales de los años ’30 y principios de los ’40 compartía y fluía en su vida cotidiana.
Teniendo en cuenta esos espacios el General Perón plantearía, en 1949, lo que llamó la Comunidad Organizada: nada más ni nada menos que la asociación de hecho, compuesta por personas naturales y/o jurídicas, en la que sus integrantes estén unidos por vínculos de vecindad y de colaboración recíprocos en beneficio del desarrollo local y la participación comunitaria. Donde la parte se desarrolle en la medida que se desarrolla el conjunto.
Esta asociación de entidades se vio siempre reflejada, fundamentalmente, en las barriadas obreras que dieron luz al conurbano bonaerense durante la década del ’30. Las capillas barriales, los clubes de barrio, las famosas colectividades de extranjeros o su fruto más acabado, la Sociedad de Fomento, eran los fieles representantes de la comunidad organizada.
Que el Estado Peronista hizo su aporte es innegable. Pero no fue más que la acción política pedida por un pueblo que, con la escritura del terreno en la mano, ponía de su salario para comprar los ladrillos con los que edificaban ellos mismos la Sociedad de Fomento los domingos. La vida de y desde las instituciones marcaba el tejido social tendido en nuestros barrios.
Contextos: orden social en el capitalismo industrial
La gestación y auge del primer peronismo permitió el ingreso de las masas, con el trabajador como sujeto, en la vida política argentina. En ese contexto lo que permitió el justicialismo como filosofía fue que, por primera vez en su vida, el obrero argentino pueda cumplir el sueño de sentir que la vida de sus hijos iba a ser mejor que la suya.
Volver de la escuela y encontrarse con un plato de comida caliente; que el padre pueda ir “de casa al trabajo y del trabajo a casa”; que las mujeres pudieran contar con una herramienta de trabajo -tanto para el empleo doméstico como para sus oficios particulares, como lo fueron las máquinas de coser de la Fundación Eva Perón-; que los chicos tuvieran un par de zapatillas, una pelota de fútbol o una muñeca con la que jugar; que en cada Navidad no falte la sidra y el pan dulce ni en el hogar más pobre. Todas estas cosas representaban la felicidad de nuestra clase obrera nacional. La posibilidad de vivir en paz, en armonía y en orden.
Pero obviamente estos puntos materiales confluían en el compartir cotidiano. La pelota de fútbol que entregaba la Fundación no la usaban los chicos para jugar solos en el patio de sus casas -si es que tenían-. La usaban en el potrero, en el club o en el patio de la capilla con sus amigos. Sus padres, mientras tanto, charlaban, jugaban a las cartas o hablaban de política o de lo que sea en el bar del barrio. No existían los hijos de uno. Eran los hijos del barrio.
El peronismo nunca impuso: alentaba y fortalecía por medio de sus políticas públicas el desarrollo de la comunidad.
De la descomposición del tejido al replanteo: ¿qué entendemos hoy como tejido social?
Esa organización comunitaria, que resistió en las dictaduras y trabajó por el regreso de Perón durante la proscripción hasta 1973, se empezó a descomponer a partir de la última dictadura cívico militar. La desaparición forzada de toda una generación entre el ’76 y el ’83 fue el principal hecho responsable de esa descomposición, tanto por la desaparición física de los mejores cuadros como para el disciplinamiento a toda una sociedad. Durante esos años podía verse en el Obelisco un lema, al mejor estilo George Orwell, que rezaba: “el silencio es salud”.
Pero a pesar de esa desarticulación hubo cosas que perduraron. El surgimiento del movimiento piquetero durante la fiesta menemista impulsó una nueva dinámica de trabajo comunitario en los barrios y en las villas. No olvidemos los clubes del trueque, las ollas y las asambleas vecinales, que si bien son ámbitos de repartija de las migajas del capitalismo neoliberal post 1989 -nadie en su sano juicio puede considerar digno el mero intercambio de materiales para la supervivencia-, demostraron una capacidad de organización popular en plena crisis.
También hay que analizarlo desde otro lugar. Para los sectores medios que, a pesar de las dificultades del menemismo, pudieron sostener sus ingresos y ciertas ventajas -el famoso “con Menem me hice la casa”-, hubo espacios de compartir cotidiano que también aparecieron, como los populares cyber de barrio.
La virtualidad surgió como un nuevo espacio. El kirchnerismo con las Conectar Igualdad, si bien tuvieron su uso en el fortalecimiento de los estudios de nuestros pibes, también potenció ese desarrollo comunitario desde la virtualidad ¿Cuántos de nosotros jugamos al Counter Strike con nuestros amigos desde estos aparatos? ¿Cuántos que no contaban con el peso para pagar la hora de cyber se sintieron igualados al resto por primera vez en sus vidas?
Ojo. No todo en la virtualidad es lo ideal. Seguro que nos habremos cansado de los zoom’s y meet’s durante la pandemia. Pero valer la virtualidad como herramienta de desarrollo comunal es necesario. Y es necesario porque ya es parte de nuestra realidad.
Porque, por ejemplo, con la llegada de los procesos de trabajo tipo Uber y Rappi se desordenó la vida de la sociedad capitalista industrial. Porque si bien la comunidad persiste en ciertos reductos, es innegable que hay espacios que se reconfiguraron a tal punto que el patrón para miles de jóvenes hoy es un algoritmo.
Asumir esa reconfiguración es lo que nos va a permitir responder a la incógnita: ¿qué puede ser la comunidad organizada hoy?
Si no armamos un peronismo de acuerdo a la sociedad en la que vivimos, quedándonos sólo en el folklore tradicional de la sociedad del obrero formal sindicalizado, que hoy representa al 15% de la sociedad, estaremos condenados a Milei 2027.
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