01. Dependencia versus Soberanía
Por: David Pizarro Romero y Juan Francisco Martos
Es necesario analizar cómo el cambio en la política exterior del gobierno libertario es retrógrado ideológicamente, en contrastación aún con gobiernos y actores políticos de las denominadas “derechas conservadoras” del bloque occidental, yendo a contramano de las tendencias globales actuales de alianzas, y generando roturas en la inserción de la Argentina en el comercio internacional.
David Pizarro Romero
Maestrando en Estrategia y Geopolítica por la Escuela Superior de Guerra (ESG-UNDEF), licenciado en Historia por la Universidad del Salvador (USAL) y profesor en Historia por la Universidad del Salvador (USAL).
Juan Francisco Martos
Abogado y Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como asesor político y jurídico en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Previo a ello, trabajó como asesor en la Secretaría de Municipios de la Nación del Ministerio del Interior. Participó como Expositor del XVI Congreso Nacional de Ciencia Política.
La gestión del Presidente Javier Milei tuvo un drástico giro de 180° grados en su política exterior argentina. La misma se caracteriza por un enfoque dogmático y altamente ideologizado, con actitudes que carecen de diplomacia, la aplicación de interpretaciones obsoletas en términos de coyuntura histórica de las relaciones políticas entre los Estados, el alejamiento de la Agenda 2030 de la ONU, una alineación automática con Estados Unidos y sus aliados -incluyendo el Reino Unido-, con la consecuente distancia y rotura de las potencias emergentes -BRICS+-, la promoción de la desintegración regional y la inacción absoluta en lo que respecta a la Cuestión Malvinas, la Antártida y al Atlántico Sur en general.
Uno de los primeros hechos que marcaron el camino de sobre-ideologización de la política exterior argentina, de perspectiva de la defensa nacional y la seguridad pública en el escenario regional, y de subordinación excesiva a los Estados Unidos en términos de económica política internacional, fue el acuerdo firmado entre la Administración General de Puertos (AGP) de nuestro país con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército norteamericano.
Antes de profundizar en esto, es necesario analizar cómo el cambio en la política exterior del gobierno libertario es retrógrado ideológicamente, en contrastación aún con gobiernos y actores políticos de las denominadas “derechas conservadoras” del bloque occidental, yendo a contramano de las tendencias globales actuales de alianzas, y generando roturas en la inserción de la Argentina en el comercio internacional.
El mundo en ebullición
El escenario geopolítico mundial está configurándose de manera distinta a la unipolaridad de la década de los noventa, pero esta actualidad también es diferente a la multipolaridad que se proyectaba por la comunidad internacional que estaría vigente en este tiempo. Actualmente el mundo presenta dos potencias globales: Estados Unidos, que a pesar de estar retrocediendo en muchos campos, aún se mantiene como el hegemón militar y cultural del mundo; y China, una potencia emergente que ya está desplazando a los norteamericanos en las finanzas, la producción, en el comercio y en la ciencia.
A la cabeza de los BRICS+ y la OSC -Organización de Cooperación de Shanghái-, China, aliada a Rusia -que mediante su intervención militar en Ucrania intenta contener la expansión de la OTAN-, busca establecer los límites de una nueva arquitectura de seguridad mundial.
Es en este contexto que se observa una fuerte tensión entre Estados Unidos y China, potencias que se encaminan hacia la consolidación de un nuevo esquema bipolar de alianzas dentro de un orden mundial multipolar, sin dejar de lado a los poderes financieros globales que cuentan con un esquema propio por encima de los Estados. Asimismo, a través de la reciente conformación de la alianza militar AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) y del Cuadrilátero de Seguridad (QUAD por sus siglas en inglés) -que incluye a Japón, India, Australia y Estados Unidos-, Occidente pretende contener militarmente a China, que avanza en el mundo tratando de sumar aliados a su proyecto geoeconómico de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. El ascenso de China como primera potencia económica mundial y la resistencia de Estados Unidos a ceder su liderazgo en este campo, han llevado a este último país a desencadenar una guerra comercial y tecnológica, con disputas en materias como inteligencia artificial, semiconductores y tecnología cuántica.
Esto nos lleva a presenciar una gradual división del mundo entre el Occidente Noratlántico y el Noreste Asiático, mientras que el Sur Global -en el cual la Argentina venía encolumnada- intenta encontrar su lugar geopolítico en medio de estas disputas. Respecto a Europa, además de estar librando una guerra proxy contra Rusia, de gran perjuicio económico para sus habitantes, se encuentra sumida en una crisis de identidad, afectada por el «Brexit» y por la pretensión de un liderazgo francés que no termina de afianzarse, a pesar de la salida de Angela Merkel del poder en Alemania, siendo que, desde entonces, este país no ha hecho otra cosa que subordinarse a los intereses norteamericanos.
El retorno de la geopolítica también se manifiesta en el ascenso de potencias regionales -India, Irán, Turquía, Australia, Corea del Sur, incluso Japón- con un creciente nacionalismo. La geopolítica de los recursos naturales y de la energía, junto con la protección de infraestructuras y rutas comerciales, tienen una importancia cada vez mayor en las decisiones de todos los Estados.
Las tensiones se despliegan por casi todo el planeta: la guerra no declarada por el control del Mar de China, el reclamo soberano de Beijing sobre Taiwán y el movimiento anticolonialista en África que, mediante sucesivos golpes de Estado por parte de militares nacionalistas, fue generando no sólo la expulsión de las tropas coloniales, en su mayoría francesas, sino también una gran alianza africana nacionalista y antiimperialista. A esto debemos sumar la guerra en Ucrania y el conflicto en Palestina, ahora devenido en genocidio por parte del Estado de Israel, lo que llevó a enormes tensiones de este último con sus propios aliados, a los cuales se les hace cada vez más difícil defender las acciones de las Fuerzas de Defensa de Israel. Y, por último, las cada vez más belicosas declaraciones y acciones de la OTAN, cuyos líderes están intentando por todos los medios involucrar a sus países miembros en una guerra total contra Rusia.
Estas complejidades no están siendo debidamente contempladas por la actual orientación de la política exterior de nuestro país. El enfoque actual implica que Argentina incorpore como propias las prioridades y objetivos de Estados Unidos en el escenario regional y global, limitando casi por completo el margen de maniobra de nuestro país para mitigar y prevenir las amenazas y aprovechar las oportunidades que presenta un mundo en tensión para la promoción y consecución de los intereses nacionales. Hasta el momento la política exterior argentina puede caracterizarse con dos palabras: subordinación e inacción.
Han ocurrido, al menos, diez eventos desde que asumió este nuevo gobierno que deberían haber movilizado a la Cancillería a enviar notas de protesta hacia el Reino Unido por sus acciones en el Atlántico Sur, pero nada de esto ha sucedido, siendo incluso que hace unos meses, en el programa de Mirtha Legrand, la canciller Mondino descartó este mecanismo avalado y sugerido por la diplomacia internacional para visibilizar o realizar un reclamo, diciendo que dichas notas no eran más que “cartitas” que de nada servían. El último ejemplo de inacción lo presenciamos hace unas semanas. Aparecieron notas periodísticas afirmando que Rusia había encontrado una cantidad enorme de petróleo en el Mar de Weddell, en territorio antártico que nuestro país disputa con Chile y con el Reino Unido, y mientras estos dos países emitieron declaraciones tajantes sobre la vigencia del Tratado Antártico -que impide toda explotación económica- y la ratificación de la voluntad de ambos países para mantener la Antártida como un continente dedicado solo a la ciencia, nuestra Cancillería no comunicó palabra alguna.
Defensa, ¿para qué? ¿Patria o colonia?
Con estos recientes cambios de tendencias en el concierto de las naciones, vuelve a tomar -aún más- relevancia la preparación de nuestra defensa nacional, la cual involucra una planificación estratégica integral que incluye la política, la economía, la ciencia y tecnología, la educación, la sociedad y la cultura, con el fin de garantizar la soberanía e independencia de nuestra Nación, su integridad territorial y la capacidad de autodeterminación.
Nuestro país tiene la obligación de preparar sus Fuerzas Armadas al máximo nivel que le permitan sus capacidades económicas y tecnológicas. La historia demuestra con numerosos ejemplos que los pueblos que descuidaron esta preparación desaparecieron o cayeron en la servidumbre. De allí el aforismo “si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra). Se trata, en definitiva, de una tarea que se realiza durante largos años y que, a la luz de los rápidos avances tecnológicos, nunca puede darse por concluida.
Cabe volver a mencionar y tener presente que “las fuerzas armadas, las fuerzas económicas y las fuerzas laborales, unidas en haz indisoluble por medio de una sólida cultura ciudadana, son los cimientos sobre los que debe edificarse nuestro porvenir para mantenernos económicamente libres y políticamente soberanos”.
En lo que respecta a la mencionada subordinación, el último ejemplo es el Memorándum de Entendimiento que firmó la AGP con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos. El acuerdo fue sellado por el interventor de AGP, Gastón Benvenuto, el secretario de Empresas y Sociedades del Estado de la Jefatura de Gabinete de la Nación, Mauricio González Botto, el embajador de Estados Unidos, Marc Stanley, y el representante del Cuerpo de Ingenieros estadounidense, Adrien McConnell.
En un comunicado conjunto, ambos países destacaron la importancia de garantizar la eficiencia y transparencia en las operaciones portuarias, en medio de un escenario global marcado por el cambio climático y la necesidad de combatir actividades ilícitas en las vías navegables. Según lo declarado por el gobierno nacional, el acuerdo entre la AGP y el gobierno estadounidense se centrará en mejorar la eficiencia y transparencia de la gestión de las vías navegables, así como en fortalecer los procesos administrativos para garantizar su adecuado funcionamiento. Además, se explorarán futuras colaboraciones en materia de seguridad para enfrentar desafíos comunes en la protección de las operaciones portuarias y de navegación.
Ahora cabe la pregunta, ¿qué interés tiene Estados Unidos en la Hidrovía? La «Hidrovía» forma parte del sistema hídrico de la Cuenca del Plata, la quinta más grande del mundo, y que se constituye en el «heartland» del Cono Sur. Abarca 5 países -Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay- en una extensión de 3.681 km, alcanzando una población de más de 40 millones de personas. Se configura, de este modo, como un instrumento crucial de la integración regional y como un interés de máxima importancia geopolítica para el desarrollo de las provincias y la protección de la soberanía nacional.
Se estima que anualmente recorren la Hidrovía más de 4.400 embarcaciones, de las cuales aproximadamente el 70% son de bandera paraguaya. El tramo argentino de la vía navegable abarca terminales portuarias de importancia como Rosario, San Nicolás, Santa Fe y Villa Constitución, entre otros, y a través de los puertos argentinos ubicados sobre el Paraná se embarcó el 80% de los productos agroindustriales que se exportaron desde Argentina en el año 2021.
Por otra parte, con los recientes avances de China, Estados Unidos volvió a mirar con creciente preocupación lo que ellos denominan “su patio trasero”, es decir, a Latinoamérica. De esta manera, Estados Unidos busca aislar el continente americano de cualquier influencia china o rusa, particularmente en las áreas militar, tecnológica y de inversión en infraestructura. Por eso empezaron a introducirse en áreas estratégicas de los distintos países de la región. En ese sentido, la Hidrovía es un área estratégica no sólo para la Argentina, sino también para Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil. Y es que la misma tiene una gran relevancia tanto para la explotación minera en el oeste argentino como para la actividad agroindustrial en la Cuenca del Plata, además de servir como ruta de acceso para los productos de Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil hacia el Océano Atlántico. Actúa como el principal componente organizativo del sistema de transporte fluvial en la región. A través del Río Paraná transita la mayor parte del comercio exterior argentino, valuado en aproximadamente 70 mil millones de dólares anuales.
Si consideramos que el total de carga en Argentina es de 450 millones de toneladas al año, el 20% de ésta se concentra en la Hidrovía, resaltando así su importancia estratégica. Dos de cada tres barcos que parten del país tienen como destino final China, y este dato es de vital relevancia, porque quien controle la Hidrovía puede manipular el comercio de nuestro país -y el de los demás también- con China. Por otro lado, es dable destacar que las primeras 4 empresas que lideran el ranking de empresas agroexportadoras son extranjeras.
Además, la Hidrovía se utiliza constantemente para el contrabando de soja y de muchos otros artículos, que van desde dispositivos electrónicos hasta cigarrillos. También se ha denunciado que la trata de personas utiliza el río Paraná para mover a sus víctimas, y no podemos dejar de mencionar el flagelo del narcotráfico, que hace uso de la Hidrovía para llegar a los puertos de Rosario, Buenos Aires y Montevideo como medio para llevar droga hacia Europa.
El Consejo Federal de la Hidrovía carece de un órgano centralizado para recopilar información sobre puertos, embarcaciones, zonas de producción, procesamiento, transporte y embarque, lo que facilita la comisión de actividades ilícitas mencionadas previamente. Y este es el motivo principal que han utilizado los norteamericanos para justificar su intervención.
La jefa del Comando Sur (SOUTHCOM), la generala Laura Richardson, afirmó al respecto que “el gobierno de Estados Unidos reitera su compromiso con la promoción de democracias prósperas en toda la región, subrayando los esfuerzos continuos para proteger la patria de las amenazas de espionaje global, especialmente aquellas planteadas por la República Popular China, y también se ha referido a la necesidad de enfrentar juntos (los norteamericanos y los argentinos) los desafíos transnacionales como el crimen organizado, el tráfico de drogas y la migración irregular”.
Sin embargo, la presencia de militares extranjeros en un área tan importante para el interés nacional y regional no sólo es un error, sino que puede ser catastrófico para nuestro país. La historia lejana y reciente nos enseña sobrados ejemplos de que, llegado el momento, Estados Unidos no dudará en sacrificar nuestros intereses y recursos en aras del beneficio propio. Por si ello fuera poco, este acuerdo no es recíproco, ya que no hay -ni habrá- militares argentinos apostados en el norte, velando por la Cuenca del Mississippi, por lo que este acuerdo es simplemente otro hecho más que demuestra la subordinación irrestricta del gobierno argentino a los deseos e intereses de los Estados Unidos de América.
Creemos, por su crucial importancia, que Argentina debería enfocarse en una administración nacional integral de la Hidrovía que garantice la soberanía y el desarrollo económico del país. Esta gestión nacional debe ser coordinada con las provincias y eficiente en su intervención, priorizando la inversión en capacidades materiales y tecnológicas avanzadas, como la modernización y puesta a punto de la infraestructura portuaria y de los canales navegables, y la implementación de sistemas de navegación y monitoreo de última generación, incluyendo también la concreción del Canal Magdalena, crucial en la conexión marítima entre los puertos del Río de la Plata y los puertos del litoral marítimo de las provincias argentinas, y de estos con los mercados internacionales, evitando en el proceso la dependencia de escala en el puerto de Montevideo.
Además, es fundamental promover la formación continua de recursos humanos capacitados, asegurando que el personal tenga el conocimiento y las habilidades necesarias para operar y mantener estas tecnologías. También es crucial establecer un marco regulatorio que fomente la competitividad y la sostenibilidad ambiental, integrando medidas de protección ecológica y de manejo responsable de los recursos hídricos. En conjunto, estas acciones mejorarían la eficiencia y la seguridad de la Hidrovía, y también potenciarán su capacidad como corredor estratégico para el comercio internacional, impulsando así la soberanía y el desarrollo de la Argentina.
Sin embargo, esto no es suficiente. La planificación y la gestión estatal deben comprender y atender también a nuestro sistema de defensa. La importancia de equipar y modernizar a nuestras Fuerzas Armadas es fundamental para la soberanía nacional.
No solo se trata de contar con armamento y tecnología de última generación, sino también de garantizar una formación y capacitación integral de sus miembros. Parte de la autonomía tecnológica y militar es la esencialidad de que las Fuerzas Armadas sean autosuficientes en términos de recursos materiales, lo que implica desarrollar una industria nacional de defensa capaz de producir el equipamiento necesario sin depender de proveedores extranjeros. Esta autosuficiencia es un pilar de la independencia económica y política, elementos cruciales para cualquier Nación que aspire a ser soberana y promueva su autodeterminación.
La preparación de las Fuerzas Armadas debe ser continua y adaptativa, proyectando con profesionalismo los cambios tecnológicos y estratégicos globales. La capacitación de las Fuerzas Armadas, de la conducción civil del sistema de defensa, de la comunidad académica y de I+D. así como de la sociedad civil, no debe limitarse a aspectos técnicos y tácticos, sino también incluir una sólida formación histórica, política, económica y científico-tecnológica basada en los principios e intereses nacionales, ya que la defensa nacional es una obra del Estado y de todos los sectores nacionales para alcanzar y consolidar el desarrollo armónico de la república.
De este modo, las Fuerzas Armadas no sólo deben ser vistas como una institución militar, sino también como un agente activo del sistema de defensa nacional integrado al sistema de organismos públicos que promueve el desarrollo nacional inclusivo. Este desarrollo se manifiesta en varias áreas clave. Por un lado, las Fuerzas Armadas pueden colaborar en la construcción de infraestructura vital para el país, como rutas, puentes y obras civiles, fortaleciendo la capacidad logística del país en tiempos de conflicto e impulsando el desarrollo económico y social en tiempos de paz. Además, deben contribuir a la educación técnica y profesional de sus miembros y de la población civil, lo que se traduce en una fuerza laboral mejor capacitada y en el fortalecimiento de la industria nacional. Cabe recordar que un país no puede ser fuerte y soberano si no posee una base industrial y tecnológica sólida.
La labor social es otra función crucial de las Fuerzas Armadas, que en los últimos años supo realizar de manera satisfactoria, particularmente durante la pandemia de COVID-19. Este trabajo fortalece el tejido social y fomenta un sentido de unidad y propósito común. Perón expresaba en “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional” que “Las Fuerzas Armadas son parte del pueblo y, como tal, están integradas con el mismo. La unión y solidaridad del pueblo y las Fuerzas Armadas son una precondición para que fructifique la Democracia Social de nuestro Modelo Argentino”.
En términos de soberanía, las Fuerzas Armadas son un pilar esencial para asegurar la independencia y la integridad territorial de Argentina. Esta defensa no solo implica una preparación militar moderna y robusta, sino también la capacidad de movilizar y coordinar recursos nacionales en caso de amenazas externas. Una política de defensa que incluya a todos los sectores de la sociedad, desde la economía hasta la cultura, es vital para promover un espíritu patriótico y una moral elevada. En definitiva, la preparación nacional debe ser integral, incluyendo tanto a los militares como a la población civil y las estructuras y agentes económicos e industriales del país.
Desarrollar una industria de defensa nacional, capaz de producir desde armas hasta tecnología avanzada, es crucial. También es necesario promover la autosuficiencia en recursos estratégicos, como la energía y los minerales, esenciales para una defensa sostenida. La educación, formación profesional y técnica, y la investigación científica son otros pilares fundamentales para fortalecer la capacidad nacional en términos de defensa. Una Nación -y más la nuestra, con varias capacidades ya desarrolladas- no puede depender de la benevolencia o de los intereses de potencias extranjeras para su seguridad. La autosuficiencia y la capacidad de defensa propia son esenciales para mantener la soberanía y la dignidad nacional.
La defensa nacional también debe contemplar la diplomacia, y en un sentido opuesto al que propone el gobierno de Milei. Esto es, Argentina no debe alinearse automáticamente con Estados Unidos -ni con China-, sino que debe mantener una postura independiente que le permita actuar de manera soberana y en beneficio de sus propios intereses nacionales. En el ámbito de la defensa, esta “neutralidad diplomática” permitiría a Argentina construir alianzas estratégicas basadas en el respeto mutuo y la cooperación, reforzando así su independencia y soberanía en el escenario regional y global.
En definitiva, la defensa nacional debe ser una misión común, de todas y todos, donde cada argentina y argentino, desde su lugar, contribuya al fortalecimiento y la protección de la Patria. En este sentido, las Fuerzas Armadas y el sistema de defensa nacional deben ser vistos de manera integral. No solo es necesario enfocarse en el equipamiento y la modernización militar a corto y mediano plazo, sino también en ver a las Fuerzas Armadas como un motor para el desarrollo nacional y como un instrumento clave para la consecución de los intereses y la protección de la soberanía nacional, siempre con el objetivo de construir una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
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