COMUNIDAD
La revolución del Orden
Por: Pablo Garello
Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.
Un pueblo que pide orden con un estado que se transformó en una institución ineficaz. El movimiento en su búsqueda debe volver a ser el garante del orden, como armonía social, humanista y cristiano. El límite necesario.
Arranco con una situación banal, que de alguna manera, debería conectarse con el planteo político que pensé para hoy. Hace unos días, un compañero me contó que fue a comer a lo de una amiga y que se sintió incómodo en todo momento, el perro de la casa no paraba de molestar. Se subía a la mesa, le mordía los cordones, toreaba. Ante eso, la dueña impávida le decía: “Tuupi, no jodas a los chicos. Vení, vení, sentate acá”. Por supuesto que con semejante nivel de autoridad, el perro continuó rompiendo las pelotas toda la noche.
Mi amigo estaba enojado. Me decía que él no tiene perro, pero que en la casa de sus viejos (donde vivió casi toda su vida), la mascota es una mascota. Su padre, un hombre grande, se encargaba de criarlo, de propinarle un golpe si era necesario, de hacerle entender que cuando las personas comen, los perros no se acercan a la mesa. De educarlo, con amor, pero educarlo.
Después, la conversación pasó a los pibes. Y coincidimos que en ciertos sectores, la autoridad con la que nos criaron a nosotros, parece ausente. El pibe llora un rato y consigue el celular, falta el respeto y nadie lo reta, se encapricha y al día siguiente tiene las zapatillas de colores que en nuestra puta vida nos hubieran comprado con la sola estrategia del capricho. De alguna manera, parecen haberse perdido los límites, y cuando una cosa no tiene límites es amorfa. Porque el límite encuadra, acota, circunscribe. Si un objeto o un sujeto no está determinado por un límite, puede ser cualquier cosa. Una libertad absurda a los fines de una comunidad que busca su realización.
Lo que digo puede parecer falopa, una teoría sin razones argumentativas, pero estoy seguro que si lo piensan un rato van a encontrar ejemplos. En todos los casos se produce una ausencia de autoridad. Una sociedad que ha perdido paulatinamente los órganos rectores de la comunidad. Que eduquen, que sancionen, que ordenen. El summum de la falta de autoridad familiar, son esos padres que no quieren ser padres sino amigos de los hijos, pelotudos de 45 años fumando porro con el pibe adolescente. De esta manera, la ausencia de autoridad genera una sociedad más proclive al disfrute que a las obligaciones. A la falta de rectitud, de compromiso, de trabajo duro y de responsabilidades. Una sociedad libertina con acelerados niveles de descomposición.
¿Y el Estado?
En algún punto, el Estado debe funcionar como el padre de una sociedad. El paternalismo es propio de la política, un órgano superior que imprime una visión de lo bueno y de lo justo, que previene, que sanciona, que cuida. Sin embargo, en las últimas décadas, desde la globalización para acá, el Estado sufrió un deterioro absoluto de su figura como autoridad. Algunos de los motivos de este fenómeno son el desfinanciamiento sistemático de su estructura por programas de gobiernos neoliberales, la tendencia cada vez mayor de las grandes corporaciones a evadir impuestos, la ineficiencia de sus políticas públicas, la irresponsabilidad e inutilidad de sus cuadros superiores y la imposibilidad de encauzar un modelo de desarrollo para toda la sociedad.
Se trata de un Estado bobo que no solo perdió el control de los resortes principales de la vida económica, sino que además, no puede imponer un orden social acorde a las pretensiones de sus habitantes. Un Estado que al igual que la dueña del perro, no establece límites, es lábil, laxo, incompetente. Un Estado asociado (para la gran mayoría del pueblo argentino) a nuestro movimiento político, que por miedo a la idea de orden y autoridad, lo dejó convertir en una babosa inerme. Creyendo que su defensa pasaba más por no cuestionarlo, que por exhibir y corregir sus falencias, creando el blanco perfecto para el establecimiento de un nuevo orden neoliberal, el más cruel de todos ellos.
Pero vayamos con algunos ejemplos, transversales a todos los estratos sociales, para ilustrar la pérdida de autoridad que sufre el Estado y que solo reproduce un sistema mayor de desigualdades.
Sensación de desprotección:
¿Cuántas veces supimos de chorros que afanan en el barrio una y otra vez y siempre quedan libres? En muchos casos, lo hacen en escuelas o clubes de la comunidad o con una violencia extrema contra los mayores. Rastreros de toda calaña a quienes el Estado no sanciona, lo que produce un sentido de desprotección en los vecinos.
También pérdida de solidaridad social: como contó Mayra Arena, en los barrios más pobres, cuando los hombres de familia caían presos, había solidaridad hacia sus esposas o madres y hacia toda su familia. El hombre ya no estaba y había que dar una mano para garantizar el pan. Cuando se empezó a ver que entraban y salían de la cárcel, lo único que producía esa situación era resentimiento de una familia a otra (este pendejo que me robó la moto sigue dando vueltas por el barrio en vez de estar preso). La ausencia de castigo genera anomia. Una especie de ley de la selva que nos vuelve más individualistas y que reproduce la desconfianza entre nosotros y hacia el Estado.
Garante de privilegios:
La política profesional hizo del Estado un aguantadero de prebendas. No solo por los empleados que entraban por la ventana, sino también el insólito caso de aquellos que cobraban su sueldo sin ir a trabajar, al calor de espurios acuerdos políticos entre facciones. Situaciones así, no sólo desvirtúan la naturaleza del Estado como órgano rector, sino que además le causan un enorme desprestigio de cara a la sociedad.
Ciertas personas “del palo” pierden de vista que la gente no es pelotuda, y que el odio a la política no sale de un repollo. El orden, la eficiencia y el trabajo deben ser premisas fundamentales en la organización de las estructuras estatales.
Fuente de descredibilidad:
La asunción presidencial de un tipo que promete destruir al Estado por dentro tiene sentido después de la pandemia. La irresponsabilidad de Alberto Fernández al enfocar su estrategia en torno a un largo encierro, mientras disfrutaba de festejos en la Quinta de Olivos, generó un desprestigió sinigual al Estado Argentino. La jefatura del órgano institucional que coaccionaba ante el desacato más elemental se estaba burlando del esfuerzo enorme de 45 millones de personas. Una actitud de los cuadros superiores que solo puede generar desorden y falta de autoridad.
Queda la última, pero la más importante de todas. Porque si uno no apunta la bala principal de este gran desorden al poder económico, se queda con un análisis rengo. A los libertarios les pasa exactamente eso. Podemos coincidir sobre el Estado ineficiente y la corrupción, con el desorden en las calles de los barrios, con la agenda pública enfocada en las minorías y no en los grandes problemas de la gente, con la destrucción de los lazos familiares.
Me siento con amigos que votaron a Milei y coincidimos en todos esos puntos. Pero cuando vamos a la causa final de por qué Argentina está como está, ellos dicen algo que yo nunca diría: “el problema de todos los males es la casta política”. Ojo, y no porque crea que no existe la casta política, al contrario, le vengo pegando en esta nota y en muchas anteriores. Pero estoy seguro de que a este país le hace infinitamente más daño los Caputo que los Daer, los Paola Rocca que las Mayra Mendoza. Un poder económico voraz y expoliador, sobre el cual el Estado perdió todo tipo de control o como en casos actuales, se convierte en el garante de sus negocios.
Entonces, cuando nuestra revolución sea una realidad y volvamos a instaurar el orden, este va a estar dirigido no solo a los rastreros del conurbano y a los narcos de Rosario, a los sindicalistas corruptos y a los políticos prebendarios, sino también y fundamentalmente, a las grandes corporaciones económicas, de adentro y de afuera, que hicieron de este gran país una colonia agrícola financiera con 60% de pobres.
Sí, necesita orden la Shell que declara importaciones con sobreprecios para pagar menos impuestos. Orden la cerealera Cargill por venderse a su misma sede en Uruguay y exportar desde allí para cometer fraude fiscal contra el Estado Argentino. Arcadium Lithium por declarar menos producción en sus declaraciones juradas. Los timberos que especulan con los bonos en pesos, ganan por hacer nada y se la fugan a las Bahamas. Orden necesitan Arcor y Molinos que remarcan sin motivo por monopolizar el mercado de fideos secos. Los terratenientes de la pampa húmeda que tienen semiesclavos trabajando en el campo. Las inmobiliarias. Orden, orden, orden.
¿Por qué el peronismo entregó la idea de orden? Nuestro pueblo, nuestros pobres, nuestra clase media claman desesperados por el orden. Un orden de justicia. ¿O ustedes piensan que el peronismo fue otra cosa? Perón era militar y era amante del orden. Por eso detestaba a los caudillos en política (no a los caudillos federales, sino a aquellos compadritos que tenían algún grado de popularidad y disputaban elecciones para sus intereses), por eso dejó establecida una doctrina y un método de encuadramiento. No le gustaban los potreros y mandó a fundar decenas de clubes, porque allí había autoridad, organización y una serie de valores que ordenaban la práctica deportiva. Construyó decenas de cárceles, porque el preso debía vivir dignamente, pero bajo ningún punto podía quedarse sin castigo.
Ojo, no es un orden del statu quo. El justicialista es un orden revolucionario. No es un orden basado en preceptos jurídicos, al contrario, el peronismo debe tensionar con la democracia liberal. Por eso Perón promulga una constitución que establece la función social de la propiedad (antitético a la democracia liberal promercado) y la posesión de los recursos naturales para el Estado. Es un orden basado en una concepción de lo bello, lo bueno y lo justo. Con grandes lineamientos doctrinarios en torno a la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.
Es un orden humano. Que prioriza la dignidad del individuo y la realización de la comunidad. No tiene nada que ver con el libertinaje de la izquierda liberal que hegemonizó al movimiento, no tiene nada que ver con el garantismo antipopular de Sabina Frederic ni con la posverdad de Darío Z. No tiene nada que ver con la improvisación hecha estrategia del Frente de Todos, ni con los viajes a Estados Unidos promovidos por el Departamento de Estado para endulzar a militantes políticos.
El peronismo es orden, orden revolucionario, pero orden al fin. Y no hay orden en una comunidad que premia la impunidad de los ricos o el culto a la movida tumbera. El que quiera la fiesta progresista o la entrega neoliberal, que camine a militar a otro lado.
Nuestra revolución, como estableció el general Perón, será sencilla: nacional, popular, humanista y cristiana.
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Compañero Pablo; La Autoridad no reside en el Estado sino en el Gobierno. El Estado con el que contamos estaba destruido en los 70 (buscar discursos del General del año 73) y no tiene arreglo. Será necesario organizar otro según las necesidades del pueblo lo indiquen. Coincido con vos respecto a la necesidad de un orden, porque desde el caos no se puede edificar, pero entiendo que el orden volverá con la Conducción y es éste el problema esencial del Peronismo, es decir de la Argentina.
Ojalá te sea útil para pensar y actuar. Carlos