
COMUNIDAD
Una generación de amigos
Por: Santiago Gutiérrez
Recuperar la confianza entre compañeros como eje fundamental para generar el movimiento organizado que podemos ser. La amistad, el valor fundamental en tiempos superficiales y efímeros.
¿Hace cuánto tiempo nos venimos preguntando qué necesita el peronismo para volver a interpelar o, como se dice siempre, “para volver a enamorar”? Principalmente encontramos las respuestas en cuestiones de fondo: que haya soluciones políticas concretas, que alcance más el mango, que existan políticas para las mayorías, que volvamos a dar respuestas reales al trabajador, por nombrar algunas. Es decir, la realidad efectiva. La simpleza y la practicidad que siempre caracterizaron a nuestro movimiento, de a poco, las fuimos perdiendo. Y una de las causas es la desconfianza que se metió entre nosotros, la apatía en los vínculos, la pérdida de esa mística que nos unía, entre compañeros y con la sociedad.
En ese terreno simple y práctico donde debemos reencontrarnos, me pregunto —y lo pongo arriba de la mesa— si no es hora de recuperar la amistad como un valor central para la construcción de este tiempo donde el enemigo nos lleva a la destrucción de vínculos. Si lo que necesita hoy nuestro movimiento no es solo reorganizarse, ni simplemente ganar elecciones, sino que es algo más profundo: crear una generación de amigos. Porque, como decía Perón, «la amistad es la gran fuerza aglutinante en toda lucha y nada puede desarrollar la solidaridad indispensable como la existencia de una verdadera amistad entre los peronistas.» Sin amistad verdadera no hay comunidad, no hay solidaridad, y no hay proyecto colectivo que se sostenga.
Cuando Perón hablaba de amistad, no lo hacía en términos superficiales. Hablaba de esa fuerza que cohesiona, que une, que permite que la lucha política no se vuelva un campo de batalla entre compañeros, sino un camino común hacia la justicia social y la armonía en las diferencias. Hoy, más que nunca, debemos recuperar ese espíritu. Necesitamos una generación que se mire a los ojos y se reconozca en valores compartidos: la lealtad, el compromiso con lo nacional, el sentido común. Y que guarde para siempre el traidorómetro que estuvo arriba de la mesa todos estos años.
Sabemos que construir esto no es sencillo. Vivimos en un tiempo marcado por una agenda individualista y solitaria, donde el único que levantaba la voz contra este mundo efímero y egoísta era Francisco. La amistad como eje organizador para reivindicar la Política, con mayúsculas, tal como decía el Papa. Volver a poner al pueblo como sujeto y no como objeto de la historia es el desafío de los compañeros que venimos poniendo el cuerpo desde hace tiempo. Nadie mejor que nosotros sabe que el pueblo no espera ser salvado, espera ser protagonista de su propio destino. Y en esa tarea, más que nunca, debemos prestar atención a dónde están hoy las necesidades. ¿Cómo vamos a conquistar nuevos derechos que amplíen la justicia social si no tenemos la humildad de escuchar primero, de identificar las nuevas formas de desigualdad, las nuevas demandas y si encima estamos más preocupados en que nos cague el de al lado o nos ventajee?

Los compañeros que vamos a ir en busca de esa transformación son los que estamos en la básica, en los barrios, en los clubes, en los sindicatos, en los centros de estudiantes, en los movimientos sociales, en los medios de comunicación. En todos los lugares que querramos de verdad construir una nueva forma de hacer política. Tipos y tipas normales, con sus trabajos, sus familias, que tengan los mismos dolores de cabeza que el conjunto de las mayorías. Ningún iluminado de turno. Argentinos y argentinas con un espíritu nacional claro con vocación de ser parte de un proyecto bien amplio que sepa enamorar de nuevo a los que hoy se pudrieron de la política. ¿Cuántos compañeros conocemos que se alejaron, que se pincharon, que se agotaron? Es desde esa militancia de base, de la parcela humilde pero bien orgullosa, donde puede emerger la nueva mayoría que necesitamos.
Y si hablamos de construir una nueva generación de amigos, también sabemos que hay tres cosas indispensables que queremos los militantes para sentirnos, al menos, interpelados. Primero, legitimidad de acción: hacer, hacer y hacer. Queremos compañeros que estén en movimiento, que no se queden en el comentario, en la foto pasajera o en el biribiri, sino que transiten el camino con hechos palpables. Segundo, coherencia política: compañeros que hayan sostenido una línea, que tengan autoridad y que no se abracen a la moda de turno, que eso la sociedad lo ve y se nota mucho. Y tercero, ejemplaridad: compañeros cercanos, llanos, de los que todos sepamos de qué laburan, cómo viven, dónde se van de vacaciones, para que después no aparezca un martes 13 arriba de un yate que manche al conjunto del peronismo. Para recuperar credibilidad, necesitamos esa masa de compañeros no impostados que encarnen en su vida diaria los valores que pregonan.
Y el objetivo de recuperar credibilidad es difícil. No va a ser de un día para el otro. En eso, construir confianza en el compañero que tengo al lado es imprescindible. No vale todo. La astucia sin principios no construye, solo desgasta. Y el pueblo ya demostró que no cree en estructuras vacías ni en discursos que no se reflejan en su andar. Por eso, debemos poner arriba de la mesa lo que nos identifica como Pueblo: el trabajo, la industria, la cultura popular, el esfuerzo, la defensa de nuestra soberanía. Y a partir de ahí, construir una amistad social, donde los trabajadores, los jóvenes, los empresarios, el movimiento obrero organizado y las organizaciones libres del pueblo puedan reconocerse en armonía como parte de un mismo destino.
Ante la dificultad, más esperanza. Desde que ganó Milei, hay algo en el ambiente que se rompió. Empieza a quedar atrás esa inercia que estanca y se multiplica el protagonismo de los compañeros que, desde el compromiso con lo nacional, se arremangan y alzan la voz. Son esos compañeros los que, más allá de las adversidades, entienden que la única manera de transformar la realidad es mediante la organización, la militancia genuina y la construcción de una generación de amigos. Ya no hay espacio para el ventajeo ni el “porongueo” de las viejas estructuras tradicionales que no atraen a nadie. Cultura del encuentro con políticas claras y efectivas, o disolución nacional.
Necesitamos superar la lógica del amigo-enemigo que tanto daño nos hizo. El verdadero adversario está en la desigualdad, en la exclusión, en la pobreza. No en el compañero que piensa distinto. Y para eso necesitamos volver a militar con creatividad, con alegría, con convicción, dejando atrás los vicios que nos alejan de la gente y nos encapsulan en plenarios que no conducen a nada.

Amistad social con identidad nacional y actitud movimientista: tal vez ahí esté una de las claves para empezar a construir esa generación de amigos que necesitamos. Y con esa fuerza, practicidad y simpleza, intentar volver a ser lo que siempre fuimos: un movimiento popular, profundamente humanista, y capaz de transformar la realidad de nuestro pueblo. Todo lo demás, es verso.
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