Sobre la marcha universitaria:
construir la esperanza y generar la conducción
Por: Agustín Chenna
La marcha en defensa de la educación pública fue masiva en todo el país, pero inmediatamente nos dispara algunos interrogantes ¿Quién está en capacidad de conducir ese descontento? ¿Cómo convocar a todos los sectores populares que siguen sin sentirse interpelados?
Ya las imágenes hablan por sí solas en cuanto a la magnitud de la movilización ocurrida en todos los centros urbanos de la República Argentina en defensa de la educación universitaria pública. No es un dato menor que la movilización en Buenos Aires haya sido la más masiva en muchos años. Pero hay una particularidad que no puede escapar de nuestro análisis: yo, personalmente, no recuerdo una marcha tan federal como la del día de ayer. Literalmente todos los centros urbanos del país se poblaron de jóvenes, adultos y más que adultos en defensa del bastión que diferencia a la Argentina de todos los demás países del mundo.
Tampoco hay que negar lo innegable, y es que fue una movilización contra una medida del actual gobierno. La consigna era la defensa de la educación universitaria pero el mensaje iba dirigido, obviamente, contra aquellos que la atacan. Y ese panorama parece contradecirse con dos situaciones concretas. En primer lugar, al federalismo que tuvo la victoria de Milei, quien venció en el ballotage a pesar de la “mala” elección en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la derrota en la Provincia de Buenos Aires. En segundo lugar, va contra la idea instalada de la “alta imagen positiva” que Milei aun detenta a pesar del tremendo ajuste que llevó adelante durante estos cinco meses.
Lo que emergió ayer a las calles fue lo que se viene oliendo hace rato para cualquier persona que camine un poco la calle. La imagen positiva de Milei es un gran mito. A diferencia de lo ocurrido durante el gobierno de Macri, que cautivaba bastantes adeptos durante su primera etapa de gobierno, en los espacios públicos se escuchan muchas puteadas al presidente pero ningún defensor. El descontento está a la orden del día, pero el problema está en otro lado.
A todos los que analizamos la política nos debe haber surgido la misma pregunta: ¿Quién tiene capacidad de conducir esto? Particularmente, creo que ninguno de los que está. Hace unos días la encuestadora Zuban Córdoba (a la que citamos bastante en este medio por su confiabilidad demostrada) publicó una encuesta más que interesante sobre la confianza/desconfianza en los distintos factores de ¿poder? de la política nacional. Lo que veníamos sintiendo se comprueba: la desconfianza al sistema político es total. Desde la oposición hasta los empresarios y los medios de comunicación, ninguno logra bajar del 60% de desconfianza en la sociedad. El Congreso tiene un 28% de confianza, los gobernadores un 25%, los grandes empresarios un 16% y los medios de comunicación y la justicia (los ganadores del odio social) un 14%.
El problema no es tanto conseguir la deslegitimidad del rival político sino lograr conducir ese descontento. Si el estallido social no ocurrió y no tiene horizonte cercano de que pase no es por la bronca del pueblo contra las medidas de Milei, sino porque decepcionado rápidamente del actual presidente levanta la cabeza y ve que no hay nada. Que todos los partidos políticos tradicionales y sus dirigentes se encuentran completamente integrados e institucionalizados en el statu quo que justamente genera la desconfianza. Y que existe toda una generación política que debería conducir el proceso actual, pero se crió en la política de palacio y entiende poco de la política de la calle y de las demandas sociales.
Una generación que no puede generar representatividad porque no puede generar identificación, y no puede generar identificación porque ni están a la altura de un estadista ni generan sensibilidad en el pueblo. Lo popular les queda muy forzado, y no hay misa ricotera, campera con vibras del 2001 o eses no pronunciadas que les logre limpiar lo cheto.
Como siempre ocurrió en la historia, los gobiernos cipayos logran politizar en contra de ellos a amplios sectores de la sociedad que, incluso, formaron parte de su masa de votantes. Para no irnos más lejos, grandes sectores de la militancia orgánica actual del peronismo provienen de familias no politizadas y se incorporaron a la política durante el gobierno de Mauricio Macri. Y no debiera sorprendernos la politización creciente de los que transmutaron de adolescentes a adultos en plena pandemia y que desde el peronismo tanto nos cuesta interpelar.
Por otro lado, y ya entrando en un terreno todavía más incómodo, nos encontramos con otra dificultad de carácter socio-económico ¿La marcha de ayer fue realmente representativa de los sectores populares? Porque que las reivindicaciones del movimiento nacional y popular tienen capacidad de movilización ya lo sabemos.
Pero si de la movilización masiva sacamos la conclusión de que ganamos hegemonía, entonces no aprendimos nada de la marcha en repudio al intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner. Llenamos la plaza, hablábamos del consenso sobre la no violencia política, pero cuando le preguntabas a cualquier vecino no politizado qué opinaba te decía que no le creía nada.
A pesar de que varios arrepentidos deben haber movilizado hoy, también los análisis electorales nos indicaban que la derrota del peronismo no había sido por no conquistar a las capas medias sino, fundamentalmente, porque más de la mitad de nuestros votos en los circuitos electorales pobres nos abandonaron en 2021 y votaron a Milei en 2023. Advertíamos ya en la editorial “¿Qué paso?” que, incluso, el Frente de Todos había crecido en votos de 2019 a 2023 en los circuitos electorales de clases medias-altas. Y, si bien la universidad encuentra a distintas clases sociales en una misma aula, no deja de ser cierto que existe cierta sectorización entra las capas que -al menos culturalmente- son de clase media. De 35 millones de argentinos adultos, solo 8 tiene estudios universitarios o terciarios y 2.5 se encuentran estudiando actualmente, lo que implica que la vida universitaria es ajena para el 70% de la población.
En tanto el peronismo es el movimiento político de los excluidos, se nos agrega un interrogante aún más importante que el de la conducción de los movilizados: ¿Qué capacidad tenemos de crear un horizonte de futuro para los millones de argentinos que ni siquiera sueñan con ir a la Universidad pública? O dicho de una forma más bruta ¿Tenemos posibilidad de relatarle un horizonte posible a las grandes mayorías que ni siquiera se mosquearon por la movilización dado que la Universidad, a pesar de ser pública, no es ni gratuita ni accesible para grandes sectores de la población?
Los discursos de salvación individual, los tik toks de pendejos que “generan” mil dólares por día y la posibilidad de consenso social que tiene el desfinanciamiento de la Universidad pública va todo de la mano. Hace rato que la movilización social ascendente no es una realidad concreta para la mayoría que, incluso, logra recibirse. La Argentina cuenta con una inmensa masa que es culturalmente de clase media y económicamente de clase baja. En mi círculo más cercano tengo abogados que trabajan de operarios, licenciados en ciencias sociales que atienden un kiosco o, en el mejor de los casos, ingenieros y doctores en Ciencias que tuvieron que abandonar el país porque no encontraban trabajo en la Argentina. Y viéndolo así, ¿Qué sentido tiene el esfuerzo de seis, ocho o diez años en una casa de estudios? ¿Cuál es el argumento para defender a la Universidad pública de una inmensa mayoría que ha comprado la inmediatez como forma de vida?
La conclusión viene siendo siempre la misma. Hace falta un proyecto de país y una dirigencia política a la altura de las circunstancias. Lo que no podemos crear, que es el consenso social para que esas ideas se desarrollen, paradójicamente es lo único que está. Hay un descontento esperando una conducción y grandes mayorías deseando una esperanza. Si la visión de la inmediatez vence es porque el peronismo ha perdido hasta la intención de crear grandes relatos y gestarse sus épicas. Ya lo dijo el General Perón:
“El hombre puede desafiar cualquier contingencia, cualquier mudanza, favorable o adversa, si se halla armado de una verdad sólida para toda la vida. Pero si ésta no le ha sido descubierta al compás de los avances materiales, es de temer que no consiga establecer la debida relación entre su yo, medida de todas las cosas, y el mundo circundante, objeto de cambios fundamentales.”
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Ya las imágenes hablan por sí solas en cuanto a la magnitud de la movilización ocurrida en todos los centros urbanos de la República Argentina en defensa de la educación universitaria pública. No es un dato menor que la movilización en Buenos Aires haya sido la más masiva en muchos años. Pero hay una particularidad que no puede escapar de nuestro análisis: yo, personalmente, no recuerdo una marcha tan federal como la del día de ayer. Literalmente todos los centros urbanos del país se poblaron de jóvenes, adultos y más que adultos en defensa del bastión que diferencia a la Argentina de todos los demás países del mundo.
Tampoco hay que negar lo innegable, y es que fue una movilización contra una medida del actual gobierno. La consigna era la defensa de la educación universitaria pero el mensaje iba dirigido, obviamente, contra aquellos que la atacan. Y ese panorama parece contradecirse con dos situaciones concretas. En primer lugar, al federalismo que tuvo la victoria de Milei, quien venció en el ballotage a pesar de la “mala” elección en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la derrota en la Provincia de Buenos Aires. En segundo lugar, va contra la idea instalada de la “alta imagen positiva” que Milei aun detenta a pesar del tremendo ajuste que llevó adelante durante estos cinco meses.
Lo que emergió ayer a las calles fue lo que se viene oliendo hace rato para cualquier persona que camine un poco la calle. La imagen positiva de Milei es un gran mito. A diferencia de lo ocurrido durante el gobierno de Macri, que cautivaba bastantes adeptos durante su primera etapa de gobierno, en los espacios públicos se escuchan muchas puteadas al presidente pero ningún defensor. El descontento está a la orden del día, pero el problema está en otro lado.
A todos los que analizamos la política nos debe haber surgido la misma pregunta: ¿Quién tiene capacidad de conducir esto? Particularmente, creo que ninguno de los que está. Hace unos días la encuestadora Zuban Córdoba (a la que citamos bastante en este medio por su confiabilidad demostrada) publicó una encuesta más que interesante sobre la confianza/desconfianza en los distintos factores de ¿poder? de la política nacional. Lo que veníamos sintiendo se comprueba: la desconfianza al sistema político es total. Desde la oposición hasta los empresarios y los medios de comunicación, ninguno logra bajar del 60% de desconfianza en la sociedad. El Congreso tiene un 28% de confianza, los gobernadores un 25%, los grandes empresarios un 16% y los medios de comunicación y la justicia (los ganadores del odio social) un 14%.
El problema no es tanto conseguir la deslegitimidad del rival político sino lograr conducir ese descontento. Si el estallido social no ocurrió y no tiene horizonte cercano de que pase no es por la bronca del pueblo contra las medidas de Milei, sino porque decepcionado rápidamente del actual presidente levanta la cabeza y ve que no hay nada. Que todos los partidos políticos tradicionales y sus dirigentes se encuentran completamente integrados e institucionalizados en el statu quo que justamente genera la desconfianza. Y que existe toda una generación política que debería conducir el proceso actual, pero se crió en la política de palacio y entiende poco de la política de la calle y de las demandas sociales.
Una generación que no puede generar representatividad porque no puede generar identificación, y no puede generar identificación porque ni están a la altura de un estadista ni generan sensibilidad en el pueblo. Lo popular les queda muy forzado, y no hay misa ricotera, campera con vibras del 2001 o eses no pronunciadas que les logre limpiar lo cheto.
Como siempre ocurrió en la historia, los gobiernos cipayos logran politizar en contra de ellos a amplios sectores de la sociedad que, incluso, formaron parte de su masa de votantes. Para no irnos más lejos, grandes sectores de la militancia orgánica actual del peronismo provienen de familias no politizadas y se incorporaron a la política durante el gobierno de Mauricio Macri. Y no debiera sorprendernos la politización creciente de los que transmutaron de adolescentes a adultos en plena pandemia y que desde el peronismo tanto nos cuesta interpelar.
Por otro lado, y ya entrando en un terreno todavía más incómodo, nos encontramos con otra dificultad de carácter socio-económico ¿La marcha de ayer fue realmente representativa de los sectores populares? Porque que las reivindicaciones del movimiento nacional y popular tienen capacidad de movilización ya lo sabemos.
Pero si de la movilización masiva sacamos la conclusión de que ganamos hegemonía, entonces no aprendimos nada de la marcha en repudio al intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner. Llenamos la plaza, hablábamos del consenso sobre la no violencia política, pero cuando le preguntabas a cualquier vecino no politizado qué opinaba te decía que no le creía nada.
A pesar de que varios arrepentidos deben haber movilizado hoy, también los análisis electorales nos indicaban que la derrota del peronismo no había sido por no conquistar a las capas medias sino, fundamentalmente, porque más de la mitad de nuestros votos en los circuitos electorales pobres nos abandonaron en 2021 y votaron a Milei en 2023. Advertíamos ya en la editorial “¿Qué paso?” que, incluso, el Frente de Todos había crecido en votos de 2019 a 2023 en los circuitos electorales de clases medias-altas. Y, si bien la universidad encuentra a distintas clases sociales en una misma aula, no deja de ser cierto que existe cierta sectorización entra las capas que -al menos culturalmente- son de clase media. De 35 millones de argentinos adultos, solo 8 tiene estudios universitarios o terciarios y 2.5 se encuentran estudiando actualmente, lo que implica que la vida universitaria es ajena para el 70% de la población.
En tanto el peronismo es el movimiento político de los excluidos, se nos agrega un interrogante aún más importante que el de la conducción de los movilizados: ¿Qué capacidad tenemos de crear un horizonte de futuro para los millones de argentinos que ni siquiera sueñan con ir a la Universidad pública? O dicho de una forma más bruta ¿Tenemos posibilidad de relatarle un horizonte posible a las grandes mayorías que ni siquiera se mosquearon por la movilización dado que la Universidad, a pesar de ser pública, no es ni gratuita ni accesible para grandes sectores de la población?
Los discursos de salvación individual, los tik toks de pendejos que “generan” mil dólares por día y la posibilidad de consenso social que tiene el desfinanciamiento de la Universidad pública va todo de la mano. Hace rato que la movilización social ascendente no es una realidad concreta para la mayoría que, incluso, logra recibirse. La Argentina cuenta con una inmensa masa que es culturalmente de clase media y económicamente de clase baja. En mi círculo más cercano tengo abogados que trabajan de operarios, licenciados en ciencias sociales que atienden un kiosco o, en el mejor de los casos, ingenieros y doctores en Ciencias que tuvieron que abandonar el país porque no encontraban trabajo en la Argentina. Y viéndolo así, ¿Qué sentido tiene el esfuerzo de seis, ocho o diez años en una casa de estudios? ¿Cuál es el argumento para defender a la Universidad pública de una inmensa mayoría que ha comprado la inmediatez como forma de vida?
La conclusión viene siendo siempre la misma. Hace falta un proyecto de país y una dirigencia política a la altura de las circunstancias. Lo que no podemos crear, que es el consenso social para que esas ideas se desarrollen, paradójicamente es lo único que está. Hay un descontento esperando una conducción y grandes mayorías deseando una esperanza. Si la visión de la inmediatez vence es porque el peronismo ha perdido hasta la intención de crear grandes relatos y gestarse sus épicas. Ya lo dijo el General Perón:
“El hombre puede desafiar cualquier contingencia, cualquier mudanza, favorable o adversa, si se halla armado de una verdad sólida para toda la vida. Pero si ésta no le ha sido descubierta al compás de los avances materiales, es de temer que no consiga establecer la debida relación entre su yo, medida de todas las cosas, y el mundo circundante, objeto de cambios fundamentales.”
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