Contra la cultura del descarte
Por: Pablo Garello
Pablo Garello es integrante del medio digital Rosca y Tinto y actual Secretario General de la Juventud Peronista del Partido Justicialista de Santa Fe.
Francisco, en su encíclica papal Fratelli tutti (2020), ejecuta una declaración de guerra al neoliberalismo. Y no sólo en términos políticos, sino también en términos morales.
Octubre de 2020. La pandemia del Coronavirus hace estragos en distintos puntos del planeta. La promesa de que la humanidad saldría mejor parecía esfumarse ante tanta mezquindad e indiferencia de los reyes del mundo. En ese mismo octubre salía a la luz la tercera encíclica del Papa Francisco, denominada Fratelli Tutti (Hermanos todos). Como ocurría con las dos encíclicas anteriores, las palabras del Sumo Pontífice revolucionaron el mundo cristiano y a la sociedad política en general. Académicos, obispos, dirigentes sociales, militantes y miles de feligreses se hicieron eco del mensaje que abonaba el jefe de la Iglesia de Roma.
Sin embargo, la amplia acogida de Fratelli Tutti no se condijo con el mejor momento de la Iglesia Católica, al menos en nuestro país. Según la segunda encuesta nacional sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina, realizada en 2019, desde 2008 la población que adhiere al culto del Papa Francisco pasó del 76,5% al 62,9%. Es decir que la Argentina redujo su población católica en un 15% en tan solo 11 años. Por otro lado, aumentaron las personas sin religión del 11,3% al 18,9%.
Este escenario de disminución de creyentes, que se replica también a nivel mundial, guarda íntima relación con aquel documento papal, fundamentalmente en lo que hace a su contenido político.
Francisco, criticando al imperante sistema neoliberal, sostiene: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”. Y añadió: “La fragilidad de los sistemas mundiales frente a la pandemia ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado”.
Por otro lado, el Papa asume que “La política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia”. Con respecto a los grandes problemas de las sociedades la encíclica advertía: “La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue causando estragos (…) el virus del individualismo radical es el virus más difícil de derrotar».
Damos cuenta a partir de los pasajes citados el porqué del reconocimiento a la encíclica. El Papa volvía a declararle la guerra al neoliberalismo. Es una ofensiva frontal, sin tapujos, desde la institución más grande del mundo; con una tradición de más de 2000 años. Chapeau.
El nuevo enemigo
El contenido político de la encíclica se convierte así en un verdadero manifiesto del Vaticano contra el neoliberalismo. Dicha postura radical, según el pensador marxista Michael Löwy; solo se entiende como la respuesta de la Iglesia Católica por disputar sentido a quien hoy es su peor enemigo. Esto es lo que Methol Ferré denominó el ateísmo libertino, profundamente asociado al individualismo neoliberal.
Repasemos un poco de historia: según Methol Ferré, filósofo y teólogo uruguayo, la Iglesia siempre tuvo adversarios o enemigos que generan una pérdida de creencia a la fe cristiana. Durante la primera mitad siglo XX lo fue el socialismo marxista: “Para Marx el hombre tiene el poder de constituir el reino del hombre, capaz de sustituir el reino de Dios; y la religión viene a ser un opio que impide el cumplimiento de la revolución transformadora”. Es así que la Iglesia no aceptó al marxismo en razón de su ateísmo básico, conocida es la encíclica Divini Redemptoris (1937) del Papa Pío XII, en la cual se considera al socialismo como “inherentemente perverso”.
Y esa disputa de sentido que mencionamos recién, también se dio en la segunda mitad del siglo XXI. La Iglesia católica, reconociendo que el estado de situación vigente era generado por el capitalismo, se dedicó a pelear en contra de que la reacción a la miseria generada por el capitalismo fuera el comunismo. Y ese combate lo dió impulsando los cambios necesarios, como los que se vieron a partir del Concilio Vaticano II.
Pero del socialismo hoy sólo quedan vestigios. Su sistema cayó con el muro de Berlín y la Unión Soviética. El capitalismo neoliberal con sede en EEUU se convirtió en el sistema hegemónico. Francis Fukuyama anunció “el fin de la historia”, afirmando que no existe otro destino para los pueblos que la democracia liberal pro mercado. Este nuevo sistema, deshumanizante en palabras de Francisco, se convierte en el enemigo de la Iglesia. Methol asume: “…con la caída del comunismo, el capitalismo creyó poder retornar impunemente al neoliberalismo económico, nueva utopía reaccionaria contra los pobres, sean ellos países o personas”.
El teólogo uruguayo sostiene: “El ateísmo libertino (neoliberal) es orgánico al poder. Desmoviliza al demos con una característica: lo transforma en reivindicación, ante todo del placer. El hedonismo en su límite se desentiende del otro; es la multitud de los solos (…) coloca la satisfacción universal como razón de libertad. Pero esto es contradictorio con un trabajo de construcción de la sociedad porque el fundamento radical de una colectividad es siempre el primado del tú y de la amistad”.
Emilce Cuda, teóloga y autora de “Para leer a Francisco” sostiene: “Se trata de un sistema de relaciones egoístas, que crea relaciones injustas. Que crea un sujeto despersonalizado, porque no es un Dios verdadero sino un ídolo que nos deshumaniza. Según mi punto de vista, el Papa no está viendo a personas haciendo actos malos, sino un sistema que genera este pecado estructural”.
Es así que la subjetividad neoliberal atenta contra la fe cristiana. El individualismo posmoderno poco tiene que ver con la vivencia colectiva que supone la experiencia religiosa. El egoísmo poco tiene que ver con el amor al prójimo que pregona Cristo. La cultura del descarte masificada por las nuevas tecnologías, poco tiene que ver con el respeto a la dignidad de la persona humana, elemento central de la Doctrina Social de la Iglesia. La apatía y la indiferencia poco tienen que ver con la promesa de salvación que propone el cristianismo. La búsqueda del goce infinito poco tiene que ver con el sacrificio por los demás. La explotación, la desigualdad y la riqueza desmedida poco tienen que ver con el mundo fraterno que desea Francisco.
La pérdida de fe cristiana se comprende al analizar la inestabilidad social de nuestro tiempo. A diferencia del sueño marxista (ateísmo mesiánico según Methol), aquí no se propone una promesa de salvación alternativa a la de Dios; sino que la pérdida de fe viene de la mano de un relativismo absoluto. Ya no importan los sueños colectivos ni la justicia social, en última instancia lo que importa es la consecución de mi propio placer, a costa de cualquier valor. Se vive un mundo nihilista, donde las identidades se disuelven.
Es así que muchas personas dejan de asumir un proyecto estable de vida, asociado a las enseñanzas de Cristo. Dejan de creer en la Iglesia, en la política y en experiencias colectivas para volverse fieles a lo que Walter Benjamin llamó “la religión del capitalismo” una religión, que, en su estado actual, promete la felicidad a partir del consumo desenfrenado, del hedonismo, del relativismo moral, de la gestión de proyectos como empresario de uno mismo. Religión que no exige creer en algo en particular, pues no tiene promesa a futuro, es puro presente, en lo peor de la tradición postmoderna. Es esto lo que le hace decir a Methol Ferré, muy influyente en el pensamiento de Bergoglio: caído el comunismo, el neoliberalismo se había convertido en el principal enemigo del catolicismo. Un neoliberalismo que difunde un materialismo de masas que las vuelve indiferentes a cualquier trascendencia y las fija en un individualismo despolitizado. Individualismo que le hace recordar a Francisco en la Fratelli Tutti: “La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad”.
El elegido
En amplios ámbitos teológicos se afirma que ya no quedan dudas del motivo de la elección (hace 11 años) de Francisco como Papa. El primer Papa latinoamericano representa una apuesta política y religiosa para disminuir la sangría de la feligresía católica. Una apuesta en el cambio de rumbo de la Iglesia como sujeto político. Alejarla del conservadurismo y del elitismo para volver a convocar a las masas del mundo. Pensar una Iglesia desde los márgenes y ya no desde el centro.
Para entender la crisis de fe que vive la Iglesia Católica pensemos en que por primera vez en 2000 años de tradición se elige un Papa no europeo. Una decisión radical, que guarda mucho sentido con respecto a la ofensiva neoliberal. No es casualidad que Francisco sea latinoamericano; es en esta región en donde supimos darle a la teología un carácter popular y liberador, una teología original que se incline en la opción por los pobres. Una teología de base, en la calle, en las villas, en los sindicatos, que asuma práctica y teoría como una relación inalienable. Que haya convivido con la miseria y con la indignidad, pero también con la respuesta social y política a tantas desdichas.
Emilce Cuda sostiene: “Reflexionar sobre sus acciones (del Papa) implica tener en cuenta el contexto teológico-político que habitó Jorge Bergoglio en Argentina, desde el nacimiento de la Teología Latinoamericana en la Conferencia Episcopal de Medellín, en 1968, hasta su asunción como obispo de Roma. En los 45 años que separan la designación de Francisco de Medellín, se construye una nueva teología en América Latina en torno de la categoría teológica y política del pueblo pobre”.
La teología de la liberación surgida en los convulsos años 60/70 en América Latina es una visión original del tercer mundo. Nuestro continente, primero colonizado, luego dependiente de los centros industriales y financieros, elabora una respuesta radical en materia teológica. Gonzalo Unzueta, consultor político residente en Roma, diría en una nota en 2019:
“Con el Concilio Vaticano II la atmósfera de la Iglesia Católica es de primavera. Los retoños teológicos crecen e intentan desarrollarse en el no fácil campo de la teología. Una desconocida Teología de la Liberación comienza a hacerse sentir. Era 1968. Se le dice que es subversiva, portadora de ideas nuevas”.
La propuesta sostiene la opción preferencial por los pobres, además afirma que la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre. Se piensa en la liberación como toma de conciencia ante la realidad latinoamericana y la necesidad de eliminar la explotación, la falta de oportunidades e injusticias. La teología de la liberación marca una contradicción insalvable: “la situación actual de la mayoría de los latinoamericanos contradice el designio histórico de Dios y es consecuencia de un pecado social ”.
Es evidente que como obispo latinoamericano Francisco no estuvo ajeno a estas ideas, muchas de las cuales se encarnaban, según Emilce Cuda, desde antes en el pensamiento justicialista: “El pobre, para estos teólogos, es el trabajador, es decir, «el hombre concreto, de ese pueblo concreto, sometido a la fuerza del imperialismo». La Teología del Pueblo (relacionada a la teología de la liberación) sostiene que se debe salir del lugar de la pobreza para tener una vida digna, y que eso es posible con una cultura del trabajo. Esta idea es central en el pensamiento peronista que tendrá como pilar el movimiento sindical, y su modelo de sindicato único de los trabajadores como espacio privilegiado de diálogo social a través de los convenios colectivos de trabajo, del cual estuvo muy cercano Bergoglio y está cerca Francisco”.
Seguimos con la teóloga argentina, en un pasaje extenso pero imprescindible para comprender porque Bergoglio, como obispo del pueblo latinoamericano, representa la alternativa a una Iglesia Católica con falta de oxígeno popular:
La frase de Francisco: «Salgan a la calle y hagan lío» –pronunciada en Brasil en un contexto de protestas juveniles– tiene detrás una historia teológico-política. Entre 1920 y 1930 llegan a Buenos Aires grupos marginales de trabajadores y desocupados, lo que da origen a una nueva etapa política y teológica en Argentina. Para algunos comienza una cultura popular católica y peronista. Los trabajadores son organizados por un sindicalismo nacional y popular –diferente al sindicalismo europeo socialista o comunista–, que promueve los derechos sociales y civiles de los trabajadores como garantía del ascenso social, siempre dentro de los límites de la república democrática sustentada en principios liberales. Un sector de los teólogos asume esa realidad como lugar teológico. La Iglesia responde a esa explosión demográfica del conurbano, que con la colaboración de la sociología desarrolla una pastoral urbana. Los temas de discusión se reflejan en las publicaciones católicas. Esos temas son la renovación de la formación sacerdotal, la pastoral urbana, el obrero, la liturgia popular, la renuncia del obispo por edad. Este clima lleva a que los teólogos argentinos, a diferencia de los europeos, desarrollen su teología como práctica pastoral en el pueblo ya desde los años 50”.
Habemus Papam
Cuentan algunos periodistas que, en su primer encuentro con el Papa Francisco, el 16 de marzo de 2013, él aseguró: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”.
No de casualidad Francisco se inspirara en San Francisco de Asís, aquel santo que pasó de ser hijo de un rico comerciante de la ciudad en su juventud, a vivir bajo la más estricta pobreza y observancia de los Evangelios. Y es que la humildad y la sencillez caracterizan a Bergoglio. Al asumir, no utilizó la cruz pectoral de oro, ni ropajes excelsos: su aspecto era el de un obispo corriente.
Otro gesto fue romper con una tradición que databa de 1903, al negarse a vivir en el lujo del Palacio Apostólico del Vaticano y alojarse en un modesto conjunto de habitaciones, residencias Santa Marta, dependiente del Vaticano. Celebrar su cumpleaños con indigentes, realizar donaciones a instituciones de caridad, y besarles los pies a los presos son otros gestos que caracterizan a Francisco.
Pero lo que más lo define es la práctica con la que busca guiar a su Iglesia, Cuda sostiene: “El Papa está volviendo a los principios fundamentales del cristianismo, a la importancia del hombre, de su sufrimiento, del perdón” (…) Le habla al pueblo en el lenguaje del pueblo, se radicaliza en la pobreza y desde allí se posiciona como un referente del debate político”.
No es casualidad entonces su elección. El Papa Francisco representa un aire nuevo para la Iglesia. La actitud que insufla una región colonizada, dependiente y sometida a tanta violencia política; pero con una capacidad de resistencia sin igual, es lo que dota al Papa del liderazgo capaz de combatir al dogma neoliberal con su sed de dinero, con sus prédicas egoístas y con sus discursos destructivos.
Desde una formación popular, con vivencias y experiencias que así lo atestiguan, Francisco dota a la Iglesia la posibilidad de reencontrarse con las enseñanzas de Cristo y a partir de allí con la población, sea creyente o no. Una oportunidad única, en tiempos adversos, de volver a representar lo mejor de la tradición cristiana, con postulados solidarios que suenan revolucionarios en épocas de tanto individualismo radical.
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