EDITORIAL
Fin del juego
Por: Agustín Chenna
Las condiciones en las que se dirime la realidad actual de la política argentina empuja a diversos sectores, históricamente antipopulares, a buscar refugio en un proyecto nacional que los contenga.
Una muestra clara de la colonización pedagógica y cultural de la que hablaba Arturo Jauretche es que la mayoría de los argentinos sabe qué ocurrió el 4 de julio, pero probablemente ningún estadounidense sepa el nombre de la capital de Misiones o siquiera la existencia de una provincia argentina llamada así.
Pero si algún interesado en la política, de forma despistada, no hubiese sido penetrado por la propaganda de Hollywood, probablemente un sector de la dirigencia política local le informaría todos los años del aniversario de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica por sus fotos en los festejos en la Embajada estadounidense.
Por si fuera poco, el desfile paupérrimo de la dirigencia de la oligarquía rindiéndole pleitesía al embajador del Dios dinero (hace no mucho tiempo Patricia Bullrich se vistió de Woody de Toy Story, para quienes no lo recuerden), los movimientos políticos de este 4 de julio de 2024 parecieron casi sincronizados. Ese mismo día, en el que Milei debía viajar a China para renovar el swap pero se bajó, se hizo explícita una situación que ya podía preverse luego de las críticas abiertas de Mauricio Macri al gobierno: la ruptura formal del PRO.
Su presidenta, Patricia Bullrich (hoy funcionaria de Milei), fue desplazada de su cargo, provocando disturbios de su sector en la asamblea partidaria. Uno de sus operadores dijo: “Se quedan con un partido chiquito, de amigos, de perdedores”. Y Bullrich misma expresó, en un palo a Mauricio Macri: “No podemos quedarnos, una vez más, a mitad de camino”.
Análisis necesario
Antes de seguir estas líneas, es vital hacer un punteo de algunas categorías necesarias para entender cómo, al menos desde este espacio, creemos que se debe analizar la política:
- Ni existen los individuos aislados de la sociedad ni tampoco las condiciones predeterminan la existencia. Las personas desarrollan su acción con voluntad propia, pero condicionados por el medio circundante y formados en una proveniencia concreta de clase, cultura, costumbres, etc.
- Esto, en política, se exacerba aún más. Los hombres y mujeres no se representan a sí mismos, sino que representan espacios políticos.
- Los espacios políticos, al mismo tiempo, no son independientes ni operan sobre la voluntad de sus partes. Los espacios políticos tienen sentido en el campo de la disputa de poder y representación en tanto y en cuanto representen intereses concretos.
- Las distintas fracciones sociales tienen intereses objetivos y no importa si lo comprenden o están de acuerdo.
Un poco de historia reciente
Analizar la política de esta forma, nos evita sobreestimar la voluntad de las personas y, por lo tanto, ahorrarnos decepciones o frustrar nuestras expectativas. Los representantes de uno u otro espacio tienen, inevitablemente, las tendencias ideológicas y programáticas de su espacio.
Que Alberto Fernández 2019 era una mala idea se podía prever y no porque Alberto Fernández fuera un tibio o un operador del PJ. Era una mala idea porque, en una situación económica muy compleja para la Argentina que requería de una conducción férrea y algunas medidas drásticas, se eligió como conducción del gobierno a un representante del empresariado nacional, un sector históricamente pendular y vacilante entre su condición de subordinado de la oligarquía y de patrón de los trabajadores.
Los mismos empresarios que crecieron gracias a Perón, lo traicionaron en 1955. Unos años después, ellos mismos pedían su regreso. Los mismos que renacieron con Néstor, rompieron el FpV en 2013, apoyaron a Macri y volvieron llorando en 2019. Que existen excepcionalidades históricas, sobra decirlo. Pero los intereses y las tendencias son las que constituyen la política.
En cuanto a lo que significó Cambiemos, podemos hacer un análisis más o menos parecido. El frente electoral que llevó a Mauricio Macri al gobierno estaba constituido por los distintos sectores de la burguesía argentina e, incluso, una parte importante de la clase obrera formal. Y, como en todo gran frente, contaban con una conducción: la oligarquía tradicional argentina que, luego de la dictadura del 76’ y la “apertura al mundo” -privatizaciones mediante- de los 90’, se transnacionalizó y se incorporó como un eslabón más o menos subordinado de los grandes pulpos financieros de Wall Street.
Esa fusión se demuestra cuando, aunque se llamara “el gobierno de los CEO’s”, estaba compuesto por apellidos como Bullrich, Peña Braun, Blanco Villegas, Prat Gay o Etchevere. Eran lo mismo.
Pero esa alianza tuvo un corto tiempo. Por las razones que mencionamos semana a semana en los análisis de coyuntura, el capitalismo ha alcanzado un grado de concentración tal que los grupos económicos ya no pueden darse el lujo de sostener a las fracciones de capital “nacional” que históricamente jugaron el rol de lugartenientes locales del dominio imperialista.
La famosa causa de los cuadernos fue el pacto Roca-Runciman del Siglo XXI. Intentaron cargarse a capitales nacionales más que importantes como el grupo Techint para sostener la reproducción de un sector ínfimo de la oligarquía asociada a los grupos financieros representados por Toto Caputo y Sturzenegger.
Lo que pasó después es historia sabida: el Círculo Rojo se fracturó, jugó para sacar a Macri con el Frente de Todos, Cristina les cedió la presidencia y ¡Sorpresa! Su representante no se animó a nacionalizar Vicentín ni a tomar una medida contundente en favor del pueblo. ¿Sorpresa?
En el año 2023 ya era imposible la Alianza construida en 2015. Tal es la magnitud de la crisis del capitalismo, que en ocho años cambiaron por completo las condiciones políticas en la República Argentina. Muchos de los sectores más tradicionales y poderosos del empresariado e, incluso, de la misma oligarquía (aquellos que no llegaron a transnacionalizarse y fundirse con la banca extranjera) entendieron el peligro de muerte que corrían si ganaban los representantes de los fondos de inversión extranjeros. Y así fue como vimos, con cierta sorpresa (otra vez, ¿sorpresa ante lo obvio?) a la Sociedad Rural Argentina pidiéndole a sus afiliados que voten a Sergio Massa. No es que Massa fuera necesariamente un tipo de ellos. Pero, definitivamente, el proyecto que estaba en frente venía a exterminarlos como clase social.
También podía adelantarse, como ya habíamos escrito en editoriales previos, que el gobierno de Javier Milei no expresaba, en principio, a ningún proyecto social dado que había logrado capitalizar sentimientos y no ideas. Alguna fracción social tenía que tomar la posta: la clase trabajadora, el empresariado nacional y los resabios de la Sociedad Rural “nacional” o la oligarquía transnacionalizada.
Cuando se anunció que Toto Caputo iba a ser nada más ni nada menos que el Ministro de Economía quedó en claro que esas semanas en el Hotel Libertador alguien se le presentó a Milei y tuvo un diálogo que debe haber sido algo como: “Hola nene, me mandan de Wall Street. Anotá que te digo como va a ser esto. Vos seguí con el tema de ser el referente de la libertad que de la Argentina nos encargamos nosotros.”
¿Y ahora?
Entonces lo que restaría preguntarse es, si Cambiemos se definió en 2015 por ser el representante de la misma fracción social que hoy representa el gobierno de Milei y si las fracciones aliadas rompieron relaciones porque se vieron traicionadas por el “killer” Mauricio Macri, ¿qué representa el PRO hoy? Mejor dicho, ¿qué representa la parte del PRO que no se encuentra integrada al gobierno de Javier Milei y que empieza a asomar sus críticas?
Acá debemos retomar una máxima de Juan Domingo Perón: “la verdadera política es la política internacional”. Nos encontramos a las puertas de un cambio de orden. Del traspaso definitivo, si eso ya no ocurrió, del mundo unipolar dominado por Estados Unidos al mundo multipolar donde asoman, por lo menos, dos potencias globales y varias potencias regionales en términos económicos y de mercado.
Ya no hay condiciones para que una sola potencia sea la que imponga las reglas del juego al conjunto en un mundo donde las materias primas, los alimentos y los mercados son tan vitales a todos los Estados y corporaciones como el agua para el pez.
El gobierno de Javier Milei, por otro lado, y alineado con los intereses de Wall Street, demostró su alineamiento irrestricto a Estados Unidos e Israel y que no tenía ningún tipo de problema en tensionar por demás a la República Popular China, el primer socio comercial y destino principal de las exportaciones argentinas.
Ni Mauricio Macri, cipayo y anglófilo desde la cuna, se animó a tremenda herejía en términos de política exterior. ¿Por qué? En primer lugar, porque la concentración del mundo capitalista ha alcanzado tal grado de desarrollo que la banca internacional necesita prescindir de los servicios de las oligarquías locales y, directamente, exterminarlas como clase para quedarse con sus negocios. Y, en segundo lugar y relacionado con esto, porque el gobierno de Javier Milei es el primer gobierno antipopular en la historia que no contiene en su núcleo de poder al complejo agroexportador.
La fecha de ruptura, más allá del chiste del 4 de julio, tampoco fue casual. Vienen reventando relaciones con los destinos de exportación del agro, vieron como el RIGI le dio a Wall Street varios negocios que antes eran reservados para ellos y, encima, la cosecha sigue durmiendo en silobolsas porque el gobierno les planchó el dólar. Un combo explosivo.
Esas son las condiciones en las que se dirime la realidad actual de la política argentina. Lo paradójico del asunto es que las condiciones políticas y económicas empujan a diversos sectores históricamente antipopulares a buscar refugio en un proyecto nacional que los contenga. La necesidad de acumulación de los grupos económicos hace que cada vez pueda contener a menos sectores nacionales, aquellos que históricamente resguardaron sus intereses en la República Argentina como gerentes de una sucursal.
Tal es el grado de crisis que, incluso, la Sociedad Rural Argentina está empujada a tener que sentarse con el peronismo para intentar romper su subordinación a las agroexportadoras (ADM, Bunge, Cargill, COFCO y Dreyfus) y a Bayer-Monsanto. Paradójicamente no son el Partido Comunista Argentino o Montoneros los que llevan adelante la expropiación de la Pampa Húmeda, sino las corporaciones capitalistas que han reducido a la Sociedad Rural a un conjunto de rentistas que esperan cuando les llegue la hora.
Están las condiciones dadas, cada vez más, para el gran acuerdo nacional que soñó Perón. Pero guarda, el problema de los frentes no es cómo se componen sino quién los conduce. El peronismo debe aprender la experiencia histórica de los diversos pactos sociales que intentó conjugar a lo largo de la historia: los empresarios siempre van a ser empresarios y, por lo tanto, se van a regir siempre por la lógica del beneficio y la ganancia.
En su legado político, el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Perón llamó a hacer una “revolución ética” en la economía. Una economía puesta al servicio de la sociedad y que garantice el desarrollo integral, y no solo material, del individuo. Una economía donde tenga primacía la función social de la propiedad y la propiedad privada sea de carácter subsidiario. Y la única que está en condiciones de garantizar e imponer esa revolución ética es la columna vertebral del movimiento: la clase trabajadora.
Si la Sociedad Rural Argentina necesita venir con nosotros, que venga. Si la Unión Industrial Argentina necesita venir con nosotros, también está invitada. Pero tenemos que garantizar la conducción del proceso para cuando, recuperados en su carácter de empresarios, haya que desacelerar el crecimiento y esos sectores presionen (como siempre) para que ese ajuste lo pague el pueblo.
La devaluación del 2014 fue un error y hay que decirlo. No pasa nada, todos cometemos errores. El problema sería que nuestra fuerza política no aprenda de ellos y esté condenada a repetirse cíclicamente, mientras el pueblo se caga cada vez más de hambre.
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