¿Se viene?

EDITORIAL

¿Se viene?

Por:  Agustín Chenna

La gran enseñanza del peronismo fue plantear una política popular que se anime a desafiar a su tiempo. Para hacerlo, naturalmente, hay que conocer cuál es el tiempo que uno vive. Y ahí está la diferencia de Perón con mucho de lo que vino después: no confundió la necesidad de plantear una política posible con el posibilismo, vicio generado por el desconocimiento del mundo en el cual se pretende operar y/o por la comodidad de sectores dirigentes al statu quo al que ellos mismos pertenecen.

Entre los gordos se viene y los gordos no se viene. ¿Siguen existiendo los elementos que permitieron a Estados Unidos reinventarse contra todo pronóstico en la década del 70’?


Sensibilidad e imaginación
es base para ver, 
ver base para apreciar, 
apreciar base para resolver,
y resolver base para actuar.

Juan Domingo Perón

El mundo que vivimos se divide entre quienes sienten que “algo está pasando” o “algo esta por pasar” y aquellos que, observando la cantidad de acontecimientos disruptivos que ocurre día tras día creen que nada va a pasar basados en una experiencia histórica que nos dice que muchas veces el capitalismo estuvo en la mayor crisis nunca antes vista pero siempre se reinventó. En las redes se los bautizó como “los gordos SE VIENE” y “los gordos NO SE VIENE”. Un poco de razón tienen los dos.

En primer lugar, a los primeros les asiste una razón: que algo está ocurriendo es innegable. El mundo que vió la generación mayor de 30 años, con dominio absoluto económico y cultural de los Estados Unidos, se está resquebrajando. El orden neoliberal con Estados Unidos a la cabeza del mundo, construido una vez que el capitalismo salió airoso de la crisis de fines de los 70’ y que alcanzó su cenit con la caída del Muro de Berlín, está llegando a su fin. Por el otro lado, las dos grandes crisis “terminales” del capitalismo del siglo pasado se resolvieron, paradójicamente (al menos en apariencia), con una reconversión del modo de acumulación y la instauración de un capitalismo más fuerte y con mayor construcción de hegemonía que antes de sus crisis. 

Para no dar muchas vueltas y definir si esto tiene posibilidad terminal o no, habría que preguntarse ¿Qué cambió entre la crisis de los 70’ y la crisis post 2008/COVID 19? El elemento central que permitió a Estados Unidos romper unilateralmente con el patrón oro y devaluar, descargando su crisis en las economías europeas y japonesa que se encontraban creciendo incesantemente, llegando a competir a EEUU directamente, fue propio del mundo bipolar. O las potencias del G7 aceptaban el costo de ser explotadores de segundo orden o sucumbían a la Unión Soviética. 

Sin embargo, otros elementos permitieron esa reconversión, a saber: 

a) Un importantísimo flujo de dinero, proveniente de su alianza con el mayor país petrolero del mundo, Arabia Saudita.

b) La posibilidad de garantizar mercados de fácil valorización a través de la fuerza militar, en lo que en Latinoamérica fue el Plan Cóndor. 

c) La propiedad del monopolio de la divisa de intercambio mundial, el dólar. 

d) Una clase dominante unificada que cohesionaba el proyecto nacional y que garantiza un orden interno para largarse a la subordinación del mundo y al salto tecnológico necesario para terminar de vencer a la URSS.

La pregunta sería, entonces, ¿Siguen existiendo los elementos que permitieron a Estados Unidos reinventarse contra todo pronóstico en la década del 70’? La única posibilidad de que un proyecto político agote su liderazgo es si existe otro proyecto político con capacidad de reemplazarlo, aunque sea parcialmente. Que se esté hablando del paso del mundo unipolar a un mundo multipolar ratifica que la conducción indiscutida de Estados Unidos ha quedado en el pasado. 

Suenan en este sentido las palabras, replicadas por Sputnik, del Coronel (R) y ex funcionario de George Bush (h) Lawrence Wilkerson, quien aún declarando que el liderazgo de EEUU no se puede parar, “se puede detener y construir una pendiente descendente por la que el imperio se deslice, si se quiere, y llegue a ser más un socio en un mundo multipolar, un socio de iguales en realidad […] Estamos en una deuda colosal en este momento. Si no creen que el ajuste de cuentas se acerca, realmente tienen algunas anteojeras».

La propia secretaria del Tesoro norteamericano reconocía que «…cuanto más utilizamos las sanciones, más buscan los países formas de realizar transacciones financieras que no impliquen al dólar». Como dijimos anteriormente, la desdolarización implica la existencia de otras divisas al menos tan confiables como la estadounidense en el mercado mundial y, por lo tanto, la existencia de otros mercados y economías tan o más confiables que la norteamericana.

Tampoco cuenta con el consenso (y con consenso me refiero a la subordinación que los caracteriza) de sus aliados históricos, nucleados en la Organización del Atlántico Norte. En la cumbre de los 75 años de la OTAN, varios países demostraron su posición contraria a los niveles que alcanzó la guerra entre Rusia y Ucrania, sostenida por esta organización. Mientras que el presidente de Turquía expresó que “no permitiremos que el Mar Negro se convierta en un campo de batalla estratégico”, el presidente de Serbia dijo “¿cómo es esto? Cuando Rusia entra en Ucrania, ustedes dicen que es agresión, pero cuando invadieron Serbia, entonces no es agresión, sino una ‘salvación’? ¿De qué, de quién? Pero bueno, estas son las cuestiones históricas”

Presidente de Serbia
El presidente de Serbia, Aleksandar Vucic | Créditos: Samir Jordamovic/Agencia Anadolu

Sin embargo, la voz más fuerte en contra de los intereses de Estados Unidos hacia el interior de ese bloque fue la de Orban, presidente de Hungría, quien expresó: “La OTAN se fundó hace 75 años para proteger la seguridad de sus miembros. Pero hoy parece que se aleja de su objetivo original, comportándose cada vez más como una organización bélica […] está asumiendo un papel cada vez más activo en la guerra ruso-ucraniana. Creemos que esto es peligroso e incluso irresponsable, porque nadie puede prever cómo acabará esto, a qué llegaremos». En esa línea, el presidente de Hungría -quien preside rotativamente la Unión Europea-, también se reunió con Vladimir Putin y Xi Jinping para estudiar la posibilidad de alcanzar la paz entre las partes. 

¿Qué va a hacer la Unión Europea, si todavía se la puede seguir pensando como un bloque, ante los pedidos cada vez más costosos de Estados Unidos? ¿Se va a enfrentar a China, que representa el 20% de sus importaciones, de las cuales casi la mitad son bienes de capital o componentes tecnológicos necesarios para su industria? 

Por seguir incondicionalmente a Estados Unidos y bloquear las importaciones de hidrocarburos rusas, sus importaciones de energía aumentaron considerablemente y puso a sus economías más importantes en recesión. ¿El resultado? Un informe del Banco Mundial sobre la clasificación de países por nivel de ingreso, estableció que Rusia creció un 11% el último año, frente al 0,4% de la UE y el 4,8% de EE.UU. Al parecer existe un horizonte alternativo al dominio hegemónico de la potencia estadounidense en el tablero mundial. Y si existe una alternativa existe la posibilidad latente de que, si Estados Unidos aprieta demasiado las clavijas esto termine de dar vuelta la taba. Parece que a los que dicen que “se viene” les asiste algo de razón.

Hacia adentro de Estados Unidos la cosa no viene mucho mejor en favor de la tesis del unipolarismo como futuro posible. La clase dominante estadounidense no tiene consenso. La pelea entre Musk y el CEO de Apple (narrada magistralmente por Mónica Peralta Ramos en el Cohete a la Luna), luego del anuncio de su colaboración con OpenAI/ChatGPT, expresa el grado de conflicto existente entre las grandes corporaciones monopólicas. Y que el nuevo director del Comité de Seguridad de OpenAI sea el ex director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) estadounidense, muestra el grado en el que estas contradicciones se expresan hacia adentro del mismo Estado y la subordinación de este a las corporaciones.

Sin embargo, la posibilidad creciente de que Donald Trump sea nuevamente presidente de Estados Unidos muestra a su vez el rechazo que genera la línea de expansión globalista del Partido Demócrata. El apoyo irrestricto de Biden (tanto económica como políticamente) a las guerras de Ucrania y, en menor medida, a la de Israel, es la forma que toma la necesidad de las corporaciones que sostienen al Partido Demócrata de pelear hasta el último suspiro por el dominio mundial unipolar por parte de Norteamérica. 

Donald Trump y Joe Biden en el último debate presidencial, organizado por la CNN | Créditos: Andrew Harnik/Getty Images

En ese sentido, la candidatura de Trump expresaría, más bien, algo como “Ok, no vamos a poder dominar el mundo y esa cruzada nos está costando demasiado dinero sin ver ningún tipo de resultado. Es hora de replegar y meter esa guita en el mercado interno para que, devaluación mediante, el resto del mundo pague nuestros platos rotos y nosotros reconstruyamos el mercado interno como condición de posibilidad para volver a competir por el dominio mundial”. El que crea que existe una política yanqui no imperialista se equivocó de película. En lo único que difieren el Partido Demócrata y el Partido Republicano (dos partidos de derecha según Perón) es en las formas y los tiempos.

También está equivocado quien crea que la línea Donald Trump es beneficiosa para la República Argentina. O no está viendo lo evidente (el apoyo de Trump a Javier Milei, uno de los presidentes más entreguistas de la historia argentina) o no está viendo lo no tan evidente. Esto último es que la economía norteamericana y su estilo de vida no se basan, solamente, en las potencialidades internas.

El “american way of life” se basa en el saqueo al resto de las economías del mundo para sostener su propia economía que es inviable en términos de recursos y de mundo. La UNICEF establece que, si todo el mundo consumiera recursos al ritmo de Canadá y EEUU, se necesitarían al menos cinco planetas. Y es por eso que Estados Unidos nunca repliega sobre Estados Unidos: cuando Estados Unidos repliega lo hace sobre América. 

Para peor (para nosotros), algunos de los países que históricamente más aportan al saqueo estadounidense se encuentran gobernados por procesos populares en crecimiento y que avanzan a paso firme. Dos de las tres principales economías latinoamericanas, Brasil y México, se encuentran en manos de gobiernos populares, lo que también ocurre con Colombia, principal base de la OTAN en la región y con Venezuela, principal exportador de petróleo y oro. El RIGI y la Ley Bases no hicieron más que preparar el terreno para el saqueo abierto que requieren los patrones de este gobierno.

Como expresamos anteriormente en el editorial “Fin del juego, esos grados de concentración que requieren los capitales transnacionales para seguir reproduciéndose hace que empujen incluso a la disolución de las oligarquías locales que funcionaron históricamente como gerentes locales, como explotadores subalternos. Ese proceso no va a ocurrir solo en la Argentina, sino que ya ocurrió parcialmente durante la posguerra en Europa y Japón (lo que explica el grado de sumisión de estos últimos) y se profundizará aún más en lo que viene, en una Europa que se le está escapando la perdiz en las pocas colonias que aún retenía.

Si el juego está terminando para las oligarquías, ¿Imaginan lo que le queda al resto del pueblo? El Estado de Bienestar se fue, hace mucho, y no va a volver. De 200 años de hegemonía, el capital sólo ofreció Estado de Bienestar durante veinte o treinta años y ni siquiera a las grandes mayorías de la población mundial. Sin embargo, muchos creen que los 20 años son la regla y los 180 años en 2/3 del mundo la excepción.

Algo se viene, y no porque lo escribamos nosotros, sino porque las alternativas son pocas: o se construye un orden alternativo o, como advierte el Papa Francisco, las guerras nucleares y el consumo masivo terminan por destruir lo que queda de nuestro planeta tierra.

  

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