EDITORIAL
Cancha Rayada
Por: Agustín Chenna
Es de una idiotez sin magnitudes hacer política sin enemigo: porque el enemigo existe y juega, aunque no lo quieran aceptar porque no está en el marco teórico de Laclau. Y si cuando -literalmente- te están tirando tiros vos le queres responder con amor, lo más probable es que termines perdiendo una pelea que ni te enteraste que estabas peleando.
Se procura conocer el pasado no para repetirlo mecánicamente en el presente sino para “conducir la guerra con experiencia ajena, porque la propia es difícil poderla cosechar, cuesta cara y llega tarde”. La complejidad del arte de la política es que no es una ciencia exacta ni siempre tienen el mismo sentido las consecuencias que generan una acción. Pero si nos abstraemos de la necesidad de contar con formas o esquemas invariables, la experiencia recogida nos ayudará a adaptarnos más hábilmente ante los problemas que surjan en el desarrollo de la acción política.
Porque si además de algo sirve la historia en un momento de tanto individualismo, es para situarnos correctamente en tiempo y espacio. No somos más que una pequeña pieza de un proceso histórico que lleva siglos. Un engranaje que anduvo antes que nosotros y seguirá andando después que nosotros. Y en el cual ocurrieron muchas cosas que, si las aprendemos, nos ahorrarán bastantes disgustos y frustraciones. Los ejemplos históricos son el refugio de toda persona que practica la política. La historia es maestra de la política.
La batalla de Cancha Rayada ocurrió el 19 de marzo de 1818, un año después de la victoria del ejército de San Martín sobre los realistas en Chacabuco que iniciaría el repliegue de las tropas españolas en el territorio de Chile. Durante la noche los realistas aprovecharon y atacaron al ejército revolucionario que en la confusión de la oscuridad comenzaron a dispararse entre ellos mismos. Tal fueron las repercusiones del desastre que, creyendo perdida la guerra de independencia, algunos miembros del ejército de San Martín huyeron a Mendoza e incluso, algunos se animaron a negociar con los realistas. Sin embargo, Manuel Rodríguez, prócer de la independencia chilena, doblegó la apuesta y preparó al pueblo para defender la ciudad. Tan solo dos semanas después de que todo parecía perdido, el 5 de abril del mismo año, en la batalla de Maipú, el ejército sanmartiniano derrota definitivamente a las fuerzas realistas y se consolida la independencia de Chile.
Si traemos esta cuestión al presente es porque una de las enseñanzas fundamentales de la guerra es que el enemigo sólo es derrotado cuando es aniquilado. Vale para ellos y vale para nosotros también. Y si traemos también el vocabulario de guerra a colación, es porque guerra y política son dos conceptos tan similares que históricamente han aparecido asociados en cuanto a sus definiciones y elementos. Es que ambas son distintas formas de la lucha por el poder entre bandos rivales.
En un mundo donde cada vez existen menos las guerras de posiciones como se conocieron durante toda la historia, la guerra moderna ha incorporado el concepto de la nación en armas como una forma de reinventarse: ya no son los ejércitos los que definen las contiendas sino el conjunto de la Nación, incorporando a la pelea al pueblo, a la economía, a las fuerzas vivas, etc.
En ese sentido la política y los factores económicos cobran mayor relevancia como el campo de batalla donde los bandos rivales definen sus pujas de poder. Las reglas que antes aplicaban a la guerra bien podrían aplicarse hoy en día a los nuevos terrenos de disputa.
Por eso es de una idiotez sin magnitudes hacer política sin enemigo: porque el enemigo existe y juega, aunque no lo quieran aceptar porque no está en el marco teórico de Laclau. Y si cuando -literalmente- te están tirando tiros vos le queres responder con amor, lo más probable es que termines perdiendo una pelea que ni te enteraste que estabas peleando.
La foto de Mayra Mendoza de gira por Estados Unidos invitada por la FURP (Fundación Universitaria Río de la Plata) grafica de pies a cabeza estas concepciones. Una Fundación financiada por el Departamento de Estado y las principales energéticas norteamericanas te invita a recorrer Estados Unidos en una comitiva con Cristian Ritondo, Dario Nieto, Rodrigo de Loredo y Noelia Ruiz, quien tiene a su cargo la misión de privatizar ARSAT ¿Y no solo vas, sino que además te sacas una foto sonriendo cual viaje de egresados? ¿Realmente no te parece que hay algo raro?
Esa foto se la saco una persona en particular, pero podría haber sido cualquiera del mismo espacio político. Que haya sido Mayra Mendoza es referencial porque cabe aclarar que es la única persona que, desde que finalizó el gobierno, recibió en un acto de local a Cristina Fernández y viajó con ella a su única actividad oficial en el exterior.
La falta de definición del enemigo en la que incurre el peronismo es la base de todos los problemas actuales a la hora de definir una política en términos de proposición. No se puede positivizar, definir qué es uno, si primero no define lo que no es. No se puede plantear una estrategia si no se tiene claro que es lo que hay que combatir.
Y así aparece la crisis hasta en las cosas más banales: muchos de los dirigentes se parecen estética y éticamente a los dirigentes del enemigo y no ven nada de malo en eso. “Movilidad social ascendente” le llaman a enfiestarse en orgías por Puerto Madero con nuestra guita ¿Cómo podrían ser estéticamente “nuestros” si no existe ningún “nosotros” porque tampoco existe un “ellos”?
Desde que el peronismo irrumpió en la historia política de nuestro país, por ser la expresión de los sectores populares y más combativos de la sociedad, la antinomia que definió a la política argentina fue “peronismo y antiperonismo”. Excepto momentos particulares, el justicialismo siempre supo tener la centralidad política y quedaba para el antiperonismo la tarea de evitar que se conformara un gran frente popular del otro lado y responder las agendas donde el movimiento nacional decidía dar la pelea.
Con el cambio de composición social del peronismo en su etapa siglo XXI, y un largo proceso que devino en la delegación de la política por parte de las bases a la conducción, eso cambió. La agenda que tiene hoy el movimiento ¿nacional y popular? es completamente inerte y victimista, producida por una generación estatal sin formación política ni histórica a la que le estamos pidiendo que entienda las profundas contradicciones existentes en una sociedad que desconocen.
No arrancó hoy. En 2015 nos cansamos de hacer campaña diciendo lo malo que era Macri, que implicaba una vuelta atrás, que iba a sacar fútbol para todos, que nos iba a endeudar con el Fondo Monetario… En fin, que Macri era el malo y nosotros los buenos. Lo mismo se repitió en la campaña 2023, pero ahora con un grado de hipocresía tal que en frente del “malo milei” estaba “el bueno Massa”, el mismo que hace una década era el enemigo número 1 de quienes ahora lo adoraban ¿Los slogans? “Vota al tipo normal”, “Hagamos un psicotécnico para candidatearse a presidente”, “Se garcha a la hermana”, “los perros están muertos”.
Y, como era obvio, tampoco sabemos qué hacer ante el gobierno de alguien que decidió ejercer el poder. Llorando porque gobierna con DNUs, mete leyes de 700 artículos -que salieron con fritas aun teniendo minoría parlamentaria-, le da aumentos indiscriminados a la Secretaría de Inteligencia y muchos etcéteras que no incluyen ni una propuesta que no sea por reacción.
Sin agenda política lo único para disputar fue el terreno moral: ellos son los malos, nosotros somos los buenos. Ellos son el odio, nosotros somos el amor. Ellos son fascistas, nosotros hacemos DNIs no binarios.
Mala estrategia. No solo porque el terreno moral no le soluciona la vida a la gente. También es una mala estrategia porque, si algo demostraron las filtraciones de videos de Alberto Fernández, es que nuestros dirigentes no pueden ni empezar a pelear en ese terreno.
Estamos conducidos por los que se sentaban en los primeros asientos en el colegio, siempre bien peinados y con la carpeta arriba de la mesa, le botoneaban a la maestra que sí había tarea y que ellos la habían hecho. Nosotros sabemos que ahí nunca hubo otra cosa sino falsa moral y que los códigos estaban en otro lado. No lo digo yo. Los remito a las Zonceras 16 a 19 (“El niño modelo”; “El niño que no faltó nunca a la escuela”; “El buen compañerito”; “El niño que no mintió jamás”) de Jauretche.
El punto más explícito de ese desarrollo fue cuando quisieron matar a Cristina y, después de años diciendo que si la tocaban íbamos a armar un quilombo bárbaro, no pasó nada. Y que no solo no pasó nada, sino que la estrategia fue intentar obtener justicia en Comodoro Py (!!!!) y hablar de que se quebró un pacto democrático. ¿De qué pacto democrático me hablan? ¿No hubo más de 30 muertos en el 2001? ¿No existió Santiago Maldonado? ¿No hubo miles de suicidios en cada crisis económica que hundió a este país a la miseria? ¿Familias rotas, pibes perdidos en la droga, marginalidad social creciente? Me cago en un pacto democrático que preserva la integridad de los dirigentes mientras la gente se caga cada vez más de hambre.
Sorprenderse por la existencia de la violencia política, que dicho sea de paso es tan vieja como la política misma, es la consecuencia de todo lo que venimos mencionando. Escindidos del proceso histórico, no entendieron que poner un plato de comida a bajo precio en los hogares humildes engendra un odio sideral por parte de quienes viven del hambre del pueblo. Y sin renegar del proceso que nos convocó a la política, nos contuvo y nos formó, nuestra exigencia histórica es sacar conclusiones de su fracaso y poder superarlo.
El kirchnerismo, en términos de estrategia política, hizo lo peor que se podía hacer: enfrentar al enemigo a medias. Néstor Kirchner fue el primer político en atreverse a desnudar a los grandes pulpos económicos que dominaban la Argentina a su gusto. Dio nombre y apellido, se dedicó a enfrentar públicamente a aquel hombre que diez años atrás le había dicho a Carlos Menem que el presidente era un “puesto menor” al lado de ser el jefe de Clarín, el multimedio más grande de Latinoamérica.
Cristina siguió y desnudó la complicidad existente entre multimedios y poder judicial. Hasta con el error que pudo implicar la 125, desde Juan Domingo Perón que un gobierno no se enfrentaba a la oligarquía terrateniente que tan expuesta estuvo que tuvo que salir en primera persona a poner la cara y armar su partido político. Sin embargo, pasaron doce años de gobierno y el grupo Clarín era más grande, los grupos económicos más concentrados, el Poder Judicial más impune y la Sociedad Rural le hacía caso a Cristina y se armaba un partido para ganarle las elecciones.
Los que pertenecimos al kirchnerismo no entendíamos, entonces, que la única forma de alcanzar los objetivos del peronismo (la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo) era siendo muy novedoso en los medios. No entendíamos aquello que la oligarquía siempre tuvo muy en claro desde que en 1945 los peones empezaron a mirar a los ojos a los patrones para pedir mejores condiciones de trabajo: que nuestros objetivos tenían enemigos, que estábamos en medio de una guerra y que esa guerra solo terminaba con uno de los dos aniquilado.
Pero el aniquilamiento, cuando estamos discutiendo ideas, no es físico ni mucho menos. Dice Perón en Apuntes de Historia Militar: “Someter al enemigo a nuestra voluntad es el fin político y para eso tenemos que dejar indefenso al enemigo. Ello implica para la guerra misma: o bien la destrucción del poder adversario o la conveniencia de ceder ante la perspectiva de males mayores en caso de seguir la acción.”. El aniquilamiento político tiene que ver con el poder. Generar el punto de quiebre donde no puedan o no les convenga disputar. La derrota, antes que física y material, es moral y espiritual.
En ese análisis, la gran preocupación actual es que si miramos el campo de combate, los que aparecemos moral y espiritualmente derrotados somos nosotros. Gran parte de nuestro pueblo responde, ante tamaño ajuste, “es la que toca” o “que se le va a hacer”.
Nuestro gran enemigo hoy es la resignación, que impide la construcción de un proyecto político revolucionario porque nadie se rebela ante una situación que no siente injusta. Y no existe nada capaz de instalar la idea de injusticia cuando el aparato ideológico hegemónico ha hecho calar muy profundo la idea de que la pobreza y la marginalidad son naturales y merecidas.
¿Por qué un votante de Milei se convencería de que esto es una cagada que hay que combatir si no tiene ningún proyecto enfrente que lo convoque? La única forma de combatir la resignación es construyendo un relato que vaya en un sentido contrario en todos sus aspectos. Que no solo haga foco en la necesidad de consumir más y mejores bienes, sino que invite a reconstruir la idea del otro a través de la participación y la escucha. El pueblo está ahí, y como dijo el -ya otras veces citado- Tomás Trape: “La gente era peronista porque el peronismo era la gente. Cuando el peronismo se identificó con un nicho palermitano, el pueblo permaneció en el mismo lugar. Solo hay que ir a buscarlo con humildad y sin sermones”
En estos mismos momentos no se si el peronismo fue derrotado de forma fatal. Pero tampoco se si lo que para la mayoría de la sociedad es el peronismo (el Frente de Todos/Unión por la Patria, si todavía existe) sea el mejor lugar para volver a convocar a los decepcionados de todo y de todos. Volviendo al inicio, todo proceso histórico cumple su ciclo, y tocará evaluar si lo mejor es insistir en las recetas que funcionaron en el pasado o exprimirles todo el jugo, sacar las conclusiones necesarias y seguir para adelante.
La oportunidad está. Este es el primer gobierno en la historia que no tiene en su núcleo dirigente al sector agroexportador y eso está generando tensiones y rupturas evidentes que los sectores populares no estamos pudiendo aprovechar por nuestro propio desorden. No vaya a ser que por no poder generar nuestros propios cuadros terminemos en una alianza subordinada a nuestros eternos enemigos, que viéndose liquidados por los grupos transnacionales les agarre un brote inédito de nacionalismo.
Venimos de muchas derrotas. Pero si algo nos enseñó la historia es que, aun con breves periodos de aparente vacío, el ser nacional se incuba y reproduce de las formas más inadvertibles. Los largos años transcurridos entre Varela y Perón están llenos de pequeños sucesos que, una vez sublevado el subsuelo de la patria, cobraron sentido como parte de un todo.
Nuestra tarea es la de siempre: como los patriotas de Cancha Rayada, no debemos ceder ante el pánico por haber perdido varias batallas. En cuanto no seamos derrotados moralmente podremos organizar a las tropas para retomar la ofensiva y vencer al enemigo. La razón histórica nos asiste y la actual también. Es solo cuestión de querer escuchar y ver qué es lo que está pasando por abajo.
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